Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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La sonrisa de Lily

Harry todavía estaba despierto mucho después de que Snape hubiera asumido que se había ido a la cama. Arriba, en la habitación que se le había dado, había estado trabajando en una redacción de Transformaciones especialmente difícil mandada por la profesora McGonagall cuando oyó el "pop" inconfundible de alguien que se había aparecido en alguna parte fuera, llamándole la atención. Sabía que él y Snape probablemente eran los únicos magos alrededor, así que se imaginó que cualquier bruja o mago que llegara a la Hilandera estaba allí para uno de ellos. Harry sabía que se presuponía que estaba bien protegido ahí, pero no podía olvidar que se estaba quedando con un hombre que se codeaba con mortífagos y con el mismo Señor Tenebroso con regularidad. El corazón de Harry se aceleró un poco y se levantó para investigar.

La ventana de la habitación daba al patio trasero, por lo que Harry salió en silencio hacia el pasillo. Solo había dado unos pocos pasos cuando se quedó quieto al oír a Snape abajo teniendo problemas con su bastón. Parecía haber sido alertado de la misma manera que él o quizá estaba esperando a este visitante nocturno. Harry esperó hasta escuchar la puerta principal abrirse y cerrarse antes de acercarse de puntillas al laboratorio de Snape y entrar.

Snape nunca le había dicho que no se le permitiera estar ahí solo, pero Harry no pensaba que eso lo salvara si lo atrapaba. Sin embargo, tenía una razón aún mejor para no llamar la atención y eso se debía a que tenía mucha curiosidad por saber quién se reunía con Snape. Todavía estaba desesperado por noticias, pero aparte de la tortura de Voldemort a Snape dejándolo a un centímetro de la muerte, en realidad no parecía estar haciendo mucho... Lo que difícilmente podría ser la verdad.

Harry caminó a oscuras con cuidado hacia la ventana y miró a través de las persianas a la calle aparentemente vacía. Luego usó los dedos para abrir poco a poco la ventana hacia arriba. Sólo una grieta al principio y finalmente hasta el final. Snape y el visitante estaban justo debajo de él, pero el techo del porche les bloqueaba de verlos. Sus voces sonaban apagadas y se tuvo que forzar para escuchar y tratar de entender lo que estaban diciendo.

—¿No recuerdas lo que me hicieron? —preguntó Snape, con la voz entrecortada por una emoción que tomó a Harry por sorpresa.

Presionó su oreja con tanta fuerza contra la pantalla que casi se hizo un rasguño y escuchó con más atención.

—Mi mente es tan buena como siempre, Severus —dijo una voz mucho más tranquila. Fue difícil para Harry distinguir cada palabra, pero reconoció el tono calmado y firme de Albus Dumbledore—. La gente puede cambiar. Tú mismo eres prueba de ello.

De repente hubo un silbido de viento detrás y, con sus nervios al borde, Harry brincó antes de darse cuenta de que era solo Hedwig y el ruido del aire cuando volaba. Tenía todavía en la boca un trozo de comida y se posó sobre la rodilla de Harry para comérsela, con sus brillantes ojos mirándolo con curiosidad.

—Shhhh, tranquila, Hedwig —susurró Harry, acariciándola—. No podemos hacerles saber que estamos aquí.

Aunque estuvo extremadamente agradecido de que lo acompañara mientras se sentaba allí absorbiendo la conversación de Snape y Dumbledore la mayor parte de la hora. Si bien no proporcionó a Harry nada nuevo de lo que estaba sucediendo con Voldemort (Dumbledore incluso había mencionado específicamente que esa no era la razón por la que había venido), todavía le daba mucho en qué pensar.

Sobre todo acerca de sí mismo y su relación con Snape, que era tan confusa como hostil. No sabía cómo sentirse cuando este expresó desdén a los Dursley por su trato hacia él, algo que Harry encontró bastante irónico, porque no era como si Snape lo tratara mucho mejor que ellos.

Él odiaba a Harry y lo expresaba en casi todos los encuentros. A pesar de que acababa de admitir a Dumbledore que sabía que era hipócrita, también había declarado con claridad que “no importaba”. No era capaz de ver a Harry como nada más que un recordatorio de memorias dolorosas. Lo que sea que el padre de Harry y Sirius le habían hecho, claramente había hecho suficiente daño como para que no pudiera seguir adelante incluso después de todo este tiempo. Y le dolía a Harry notar que Dumbledore no los defendía ni le decía a Snape que estaba exagerando o recordando mal. Le dejaba con muchas preguntas de las que rápidamente decidió que no quería saber. No veía de qué le serviría. Su padre siempre había sido su mayor héroe.

—Realmente parece que va bien —dijo Dumbledore, un tiempo después cuando se iba—. Y puedo ver que Harry se ha mantenido bastante ocupado aquí afuera hoy para que pudieras descansar.

Harry vio desde la ventana como Dumbledore salía hacia la calle antes de desaparecer y luego como Snape comenzaba a examinar el patio en el que había trabajado duro todo el día al buscar algo que hacer que no fueran los deberes. Había encontrado un viejo cortacésped y unas tijeras de podar en el cobertizo del patio trasero y realmente había disfrutado arreglando un jardín en el que no consumirse con el perfeccionismo como con los macizos de flores de la tía Petunia.

Snape se quedó mirando el patio durante varios minutos antes de volverse para entrar y Harry no pudo apartar los ojos de él. No podía comprenderle en absoluto ni entender en lo más mínimo por qué no había aprovechado la oferta de Dumbledore para deshacerse de él. Había elegido libremente quedarse con él y Harry sentía que ya no sabía nada.

Tal vez se reducía a lo que Dumbledore había dicho sobre que tenían mucho en común. Ambos niños perdidos que se habían refugiado de situaciones abusivas en Hogwarts, pero que se habían visto obligados a regresar a sus casas todos los veranos. Tal vez Snape estaba recordando su propia infancia cuando se había negado a enviar a Harry de vuelta a los Dursley. Harry nunca iría tan lejos como para decir que era porque Snape se preocupaba por él, puesto que dejaba bien claro que no le agradaba. Incluso cuando también declaraba claramente que las únicas dos cosas que quería en el mundo eran acabar con Voldemort y mantener a Harry a salvo.

No tenía sentido, pero Harry estaba completamente interesado. Estaba viendo al hombre miserable en una clase de perspectiva diferente y más nublada. Esperó hasta que oyó a Snape regresar a dentro antes de cerrar la ventana en silencio y salir del laboratorio con Hedwig posada en el brazo. La llevó a su jaula, pero no pudo quedarse en la habitación con ella. Su curiosidad era fuerte en este momento y se sentía muy despierto. A pesar de saber que su presencia no sería bienvenida, Harry se encontró bajando las escaleras en busca de su profesor de Pociones.

—¿Qué estás haciendo fuera de la cama? —preguntó Snape bruscamente, sin darse la vuelta para mirarlo en el momento en que Harry pisó la cocina.

—Eh...

—Ya es bastante malo que insistas en vagar por los pasillos por la noche mientras estás en el colegio, ¿ahora deambulas por mi casa a la una de la madrugada?

—No estoy deambulando, bajé a por un vaso de agua —respondió Harry, indignado.

No era verdad, pero no apreció el resoplido burlón de incredulidad de Snape mientras se apoyaba contra el mostrador y sacaba su varita. Frente a él en el aire, una tetera flotante vertía agua hirviendo sobre una bolsita de té en una taza. Luego una cuchara salió volando del cajón de los cubiertos para revolver por él. Harry caminó alrededor de esto hasta el armario donde sabía que se guardaban los vasos. Llenó uno hasta el borde con agua del grifo y comenzó a beberlo, mientras Snape caminaba hacia el salón sin decir una palabra más.

—¿Señor?

Snape acababa de instalarse en el viejo sillón desgastado junto a sus libros cuando Harry lo siguió. Le lanzó al chico una mirada bastante molesta, pero no dijo nada y este lo miró fijamente. Pensaba que Snape se veía aún más pálido que antes. Hecho pedazos de formas que eran de alguna manera incluso más potentes que sus lesiones físicas, por su conversación con Albus Dumbledore.

Snape tomó un sorbo de su té y esperó impaciente mientras Harry ordenaba sus pensamientos. Sabía que era un error antes de hablar, pero le molestaba más gravemente que su ansiedad sobre el legado de su padre. Y sabía que perdería los nervios si no preguntaba ahora.

—¿Cómo era mi madre?

Claramente había cogido a Snape por sorpresa mientras lo veía retractarse ante la pregunta y casi tirarse el té a sí mismo.

—¿Disculpa?

—Sirius me dijo que la conocías. Que los dos eráis amigos —dijo Harry nervioso, observando de cerca la cara de Snape—. Solo quería saber cómo era.

—Vete a la cama, Potter —dijo Snape bruscamente, la taza de té temblando en su mano—. Es de noche.

Harry no sabía qué más hacer aparte de obedecer, así que se giró y caminó lentamente de vuelta arriba a su habitación sintiéndose extremadamente decepcionado, pero no sorprendido. Su redacción de Transformaciones yacía olvidada en el escritorio mientras se arrastraba a la cama y se ponía las sábanas encima de sí mismo. Su corazón se sentía acongojado. Realmente no había esperado que Snape le respondiera, pero se resentía al darse cuenta de que este sabía mucho más sobre su madre que él y se lo había ocultado. A juzgar por su reacción, la amistad había sido mucho más importante de lo que Sirius había llevado a Harry a creer, pero no sabía qué hacer con eso. Se quedó allí tratando de evaluar su pasado y presente durante mucho tiempo y finalmente cayó en un sueño irregular.

Su mente estaba pesada y dio vueltas en la cama durante toda la noche. Se despertó en intervalos con sudores fríos más de una vez, solo para mirar el reloj y darse cuenta del poco tiempo que había pasado. Deseó que Snape le hubiera ofrecido un sin Sueños de nuevo. Habría sido una alegría absoluta escapar a la inconsciencia por un tiempo. En su lugar, tenía pensamientos causados por la ansiedad continua que empeoraron poco a poco, culminando al final en ver el cuerpo muerto de Cedric en el suelo. Su madre y su padre estaban de pie a cada uno de sus lados, pero mientras los miraba, sintió una terrible sensación de una corazonada en vez de consuelo. Eran como desconocidos y en cuanto la risa maníaca de Voldemort llenó su cabeza, vio el destello de luz verde y Harry gritó en más de una clase de horror.

—¡No! ¡No! Suéltame. ¡Suéltame!

—Potter, soy yo —ladró Snape, sacudiéndolo bruscamente—. Es suficiente.

Los ojos verdes y llorosos de Harry se abrieron de golpe y miró la silueta borrosa de la forma familiar de Snape. Todo era demasiado y se odió a sí mismo al sentir que su rostro se mojaba de lágrimas, sabiendo que el otro estaba mirando y sin duda encontraría una manera de burlarse de él por su punto débil por la mañana.

—Ponte esto Potter y luego tranquilízate.

Harry aceptó las gafas y se las puso. Snape apareció a la vista, sentado en el borde de la cama porque el esfuerzo de subir las escaleras había sido demasiado en su estado.

—¿Tu cicatriz? —preguntó Snape, rápido.

—No está haciendo nada —respondió honestamente.

Snape se puso de pie ante eso y se alejó más de él. Pero no salió de la habitación, sino que dirigió su atención a la vieja mesa que había sido limpiada y reorganizada. La redacción de Harry de Transformaciones todavía estaba a la vista, al igual que el libro de clase de McGonagall y otro viejo libro de Snape que, por lo visto, había tomado prestado como referencia.

—Tareas y deberes sin que nadie te obligue —comentó casualmente, cogiendo la redacción medio escrita de Harry y escudriñándola rápidamente—. Así que supongo que puedes comportarte cuando te apetece.

—De vez en cuando —replicó Harry sarcásticamente.

Snape se dio la vuelta y Harry sostuvo su mirada con tenacidad.

—Vamos a trabajar Oclumancia ahora.

—¿Ahora? —dijo él; el sol aún no había comenzado a salir en el cielo.

—Dije que te enseñaría cómo bloquear tu mente de las pesadillas —respondió Snape, colocando la redacción de Transformaciones de nuevo en la mesa y sacando su varita del bolsillo de su jérsey—. Saca tu varita, Potter.

Harry sabía que no debía discutir. Se levantó de la cama en pijama y se acercó al baúl en el suelo para encontrarla. Como no se le permitía hacer magia fuera del colegio, en su mayoría permanecía dentro. Aunque Snape le había dicho que nada de lo que hiciera podía ser rastreado por el ministerio mientras estuviera en esa propiedad, por lo que se le permitía usarla al entrenar Oclumancia.

—Nada de maleficios punzantes esta vez. Apreciaría que tampoco intentaras tirarme físicamente —dijo con calma, enumerando todas las formas en las que Harry había logrado bloquearlo la última vez que habían practicado.

—Es justo, supongo —replicó él, considerando lo inestable que estaba Snape de pie en ese momento—. ¿Qué puedo usar, entonces?

—Protego —respondió de inmediato, mientras se ponían en guardia el uno del otro en lados opuestos de la cama. Harry lo miró con curiosidad, olvidándose de despejar su mente antes de que Snape le apuntara con su varita y dijera—: Legilimens.

Harry fue inmediatamente arrastrado a sus memorias. Estaba volando por las nubes sobre Buckbeak, el Hipogrifo. Entonces, la escena cambió y corría tan rápido como podía por el patio del colegio, con su primo Dudley y su pandilla persiguiéndolo, burlándose de él. Otro destello, y su tía Marge lo había golpeado fuerte en la espinilla con un palo. Los ojos de Harry se habían llenado de lágrimas al instante al recordar el dolor cuando de repente se le arrastró de vuelta al presente. Snape había retirado el hechizo.

—Ni siquiera lo has intentado —dijo Snape enojado.

—No me has dado la oportunidad de prepararme —le replicó.

—¿Crees que el Señor Tenebroso te va a dar tiempo contando hasta tres? —preguntó burlonamente, mientras levantaba la varita una vez más y Harry sabía lo que venía antes de siquiera tener tiempo de levantar la suya—. Legilimens.

Era ayer y Harry estaba sonriendo después de haber engañado a Snape con la maldición punzante que le había instruido que no usara esta vez. Un sarpullido rojo e irritado había aparecido en el brazo de Snape. Luego estaba en Hogwarts, arrodillado frente al Fuego de Gryffindor mientras hablaba con Sirius. Draco Malfoy le mostraba su insignia de “Potter Apesta” desde el otro lado de la mazmorra cuando Snape no estaba mirando.

Completamente indignado, Harry de alguna manera se las arregló para alejarse de la memoria lo suficiente como para levantar la varita y gritar a pleno pulmón:

—¡Protego!

El hechizo de Legeremancia rebotó al instante y Harry lo sintió como si de repente le hubieran sacudido hacia adelante y empujado a través de los ojos negros de Snape. Estaba volando a través de un túnel oscuro, un poco inquieto de por qué se le permitía llegar tan lejos. Por qué Snape no se había molestado en reaccionar o sacarle fuera todavía.

Pero Harry podía notar que sus defensas de Oclumancia estaban levantadas. Al entrar en la cabeza de Snape había podido sentir el vacío, solo la peculiaridad de la calma y el silencio; un ejemplo de lo que Harry debía estar aprendiendo a hacer, hasta que vio un inesperado rayo de sol. Y Snape abrió una ventana a la casa de su mente para él.

Los pies de Harry aterrizaron con un suave golpe sordo en un lecho de arena dorada y protegió sus ojos de la luz que lo cegaba, mientras miraba hacia las aguas oscuras con olas virulentas que subían a la orilla. Esa playa estaba vacía, rodeada de un bosque de árboles. No había señales de Snape, pero como este era su recuerdo, tenía que estar ahí. Harry miró a su alrededor, desconcertado por ese lugar solitario, y luego escuchó el sonido de pasos que crujían unas ramas.

Harry giró la cabeza y sus ojos se agrandaron cuando vio a un chico, que parecía no tener más de doce años, corriendo del bosque hacia él. Su pelo negro, nariz ganchuda y su piel pálida y cetrina no dejaron a Harry ninguna duda sobre quién era. Llevaba una holgada camiseta vieja demasiado grande para él y un par de vaqueros viejos que había cortado en pantalones cortos. Un joven Severus Snape corrió pasando de él, incapaz de verlo, pero Harry ya había dirigido su atención a la chica que salía de la espesura justo detrás de él. Tenía el pelo rojo largo, enredado por el viento, y unos ojos verdes brillantes llamativos. Era su madre.

Lily se agarraba una punzada en el costado y parecía estar cansada, pero fijó su vista en la espalda de Snape con una sonrisa traviesa, y corrió hacia adelante en una loco y repentino galope.

—¡Te pillé! —exclamó, mientras saltaba directamente sobre su espalda.

Snape se desmoronó por el peso, las rodillas huesudas cayendo sobre la arena ardiente mientras hacía algo que Harry nunca podría haber imaginado que haría en un millón de años: comenzar a reírse. Snape alegremente se quitó a Lily de encima y esta rodó sobre su espalda en la arena, a lo que también se echó a reír.

—Ese es un nuevo récord —declaró Lily sin aliento.

—¿Cómo podrías saberlo? —Snape le preguntó—. Siempre haces trampa cuando me adelanto.

—Porque hiciste trampa y empezaste antes de que dijera “preparados”, listos y ya” —respondió Lily, poniéndose de rodillas—. Tienes que darme alguna señal, Sev.

—Eso es solo porque quería alejarme de tu hermana —respondió este, cogiendo un puñado de arena y dejándola caer entre sus dedos—. ¿Sabes lo que pasaría si hablara a mis padres de esa manera?

—Petunia está desagradable porque no quería venir a estas vacaciones, pero mamá y papá la obligaron —explicó Lily—. Quería quedarse con su nuevo novio. Le dijeron que lo invitara a la casa de campo, pero ella no quiere presentarlos hasta que me haya ido. Piensa que voy a asustarlo. Escondámonos aquí hasta que se calmen, ¿de acuerdo?

—Claro, ¿quieres nadar? —preguntó él sin problemas.

—No, quiero correr —sonrió traviesamente mientras se ponía de pie.

—Hace demasiado calor —protestó Snape.

—No ese tipo de correr —negó ella con la cabeza, su pelo moviéndose de un lado a otro—. ¿Recuerdas lo que jugamos después de nuestro examen de Encantamientos?

—Sí, pero entonces teníamos nuestras varitas —le recordó Snape, aunque saltó igual para ponerse de pie.

—Apuesto a que todavía podemos hacerlo —respondió Lily, apuntando sus dedos índices a la cabeza—. Poder mental. Somos una bruja y un mago con tanto poder y talento que ni siquiera necesitamos nuestras varitas. Dos mejores amigos que pueden caminar sobre el agua.

—Dos ranas de chocolate a que puedo caminar sobre el agua más tiempo que tú —sonrió Snape, quitándose los zapatos, que Harry notó que casi se habían desgarrado por la mitad y luego se habían vuelto a pegar con una gran cantidad de cinta adhesiva.

—Dos ranas de chocolate y quien pierda tiene que ayudar a mamá con los platos esta noche —Lily lo desafió aún más, extendiendo la mano. Las estrecharon.

Harry se acercó con asombro para ver qué iban a hacer. Vio a los dos acercarse al borde para que el agua les hiciera cosquillas en los dedos de los pies. Lily hizo una cuenta regresiva desde tres y ambos se adelantaron hacia el lago, hundiéndose solo hasta sus tobillos. Las olas eran bastante grandes y Harry les vio correr hacia ellas como si no fueran más que colinas cubiertas de hierba. Su risa era contagiosa cuando se llamaban de un lado a otro y Harry no pudo resistirse a sonreír mientras los observaba. Parecía tan divertido que añoraba unirse, pero no sabía cómo. Luego perdieron la adrenalina y ambos cayeron a las profundidades.

Harry se moría por ver qué pasaba a continuación, pero se le sacó antes de que salieran a nado a la superficie. Se encontró de vuelta en la habitación sin saber cuántos minutos habían pasado, pero en muchos sentidos parecía una eternidad. Se sentía como si hubiera retrocedido en el tiempo y era extraño mirar a Snape en su forma adulta completa y ver ni siquiera el más mínimo destello del niño feliz que una vez había jugado en el lago con la madre de Harry sin parecer tener ninguna preocupación. El Snape mayor frente a él lucía como si el peso del mundo entero estuviera sobre sus hombros y sus labios se veían blancos por la conmoción, como si acabara de ver un fantasma.

—¿Cómo hicisteis eso? —Harry soltó.

Snape levantó una ceja.

—Magia.

—Parecía como volar —dijo él asombrado, para nada desalentado por la actitud habitual de su profesor.

—Esencialmente lo era —dijo este con frialdad—. Li... Ella volaba con naturalidad. Podía saltar de un columpio y volar por el aire como un pájaro antes de darse cuenta de que era una bruja.

—¿Y ella te enseñó? —preguntó.

Snape asintió ligeramente con la cabeza y metió la varita en el bolsillo.

—Lo dejaremos así por ahora, Potter. Mañana haré que intentes resistir sin tu varita. Usando solo tu mente.

Salió de la habitación sin decir nada más, dejando a Harry allí de pie completamente fascinado por lo que había visto, lo que Snape le había mostrado intencionalmente para responder a la pregunta de Harry de la manera más preciosa. Le había dejado ver un trozo de su madre. Su talento, su sentido de asombro y la forma en que simplemente irradiaba alegría pura.

"Mi mejor amigo", había llamado a Snape. Habían estado teniendo el mejor tiempo de sus vidas, juntos en unas vacaciones familiares en las que Snape había sido incluido. Nunca había sido amable con él por lástima; en los pocos minutos que Harry la había visto, era obvio lo mucho que lo había querido, lo cercanos que habían sido. Le recordó a Harry en la Madriguera con Ron, Hermione y los otros Weasley, que lo habían recibido como uno de los suyos.

Harry se sentó en el borde de la cama y siguió repitiendo la escena una y otra vez en la cabeza. Todavía podía oír el sonido de su risa y ver el brillo travieso en sus brillantes ojos verdes. Lo dejaba deseando aún más de ella, pero agradecería siempre a Snape por compartir ese hermoso recuerdo con él. La calidez y la plenitud en el corazón de Harry mientras se arrastraba de vuelta bajo sus mantas lo hacían sentir seguro de que podría bloquear cualquier mal sueño o pensamiento en ese momento. Porque nunca olvidaría la sonrisa de su madre.

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