Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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Mucho más que un peón

Snape por fin había conseguido transformar el sofá en una buena cama y, una vez que lo hizo, no se movió de ahí durante el resto del día. Durmió a intervalos, despertándose para tomar pociones contra el dolor cuando la agonía en el cuerpo se volvía demasiado insoportable, y luego se acostaba de nuevo casi inmediatamente.

Se aseguró de que no se olvidara darle a Potter su propia poción, colocando su varita para que disparara chispas en los momentos correctos, y le dijo al chico que se hiciera un sándwich simple con algunas patatas fritas para la cena. El propio Snape no comió. Los pocos bocados que había tomado a la comida habían sido un error y, como consecuencia y sumado a todo lo demás, sentía muchas náuseas. No había levantado la cabeza de la almohada desde la tarde.

Tampoco se había molestado en dar a Potter ninguna orden para el día. Tal como estaba, realmente no le importaba lo que hiciera el chico, siempre y cuando no saliera de la propiedad y estuviera callado. Potter había pasado la mayor parte del día fuera; haciendo qué, Snape no tenía idea. El terreno no era muy grande después de todo y tampoco había sacado los deberes. Después de cenar, había subido las escaleras y pudo oírlo moverse por ahí por un tiempo, pero no ahora, así que supuso que el chico se había quedado dormido.

Snape estaba a punto de darse la vuelta y continuar durmiendo cuando escuchó un ruido de garras en la ventana del salón y se volvió para ver a la lechuza blanca de Potter mirándolo expectante.

—No puede ni molestarse en dejar entrar a su propia lechuza —murmuró, mientras apuntaba con su varita a la ventana, que se abrió enseguida.

Había esperado que Hedwig volara arriba y se sorprendió cuando esta se detuvo para aterrizar frente a él, sosteniendo su pata hacia él para que quitara la carta atada.

—¿Qué quieres? —preguntó a la lechuza, agarrando el poste de la cama para ponerse en una posición sentada con mucho esfuerzo—. Si esta es una nota de Potter diciendo que huyó, te hago personalmente responsable por no detenerlo.

Hedwig hululó y saltó un poco más cerca para hacer la carta aún más accesible. Snape todavía sentía bastante electricidad en los nervios por el dolor y hacía que fuera difícil maniobrar con los dedos. Le costó desatar la cinta púrpura alrededor de la pata de la lechuza durante un par de minutos y luego tuvo problemas mientras desenvolvía el trozo de pergamino que había sido doblado en varios cuadrados pequeños. No era de Potter.

Severus:

Llegaré a la Hilandera a medianoche. Por favor, reúnete conmigo afuera y no le digas a Harry que voy.

Te veo pronto,

Profesor Albus Dumbledore

—Entonces, ¿ahora incluso te tiene a ti cumpliendo sus órdenes? —comentó, arrugando el pergamino en una bola y tirándola a la papelera en la esquina de la habitación. Falló por mucho, pero para su diversión, Hedwig voló para recogerla en el pico y dejarla caer en la cesta por él—. Gracias

Luego miró el reloj en la pared. Eran casi las doce, pero no todavía. Snape gimió mientras se recostaba para esperar, fantaseando con ignorar la visita del director por completo. Todavía le dolía que Dumbledore no se preocupara lo suficiente como para quedarse por él cuando sabía que había estado con el Señor Tenebroso, por orden suya, y que esta vez había ido bastante mal. Cómo, después de regañarle en el pasado por no comunicarse lo suficiente o por no pedir ayuda, Dumbledore había ignorado sus necesidades. Lo había dejado a merced de alguien que había tenido un asiento en primera fila al tormento que había soportado en el colegio y que nunca había levantado un dedo para ayudarlo.

—No tengo nada para ti —murmuró cuando Hedwig voló de vuelta para posarse en el marco de la cama detrás de su cabeza—. Sube arriba.

Pero por lo visto no tenía prisa por irse y Snape se encontró distraídamente acariciando el pico con un dedo malherido, ligeramente aturdido ante la idea de cómo su padre habría reaccionado a una lechuza en su casa. Porque su padre había sido un muggle que, como Vernon y Petunia Dursley, había odiado la idea de un mundo mágico que no podía entender o al que no podía pertenecer. Y su madre siempre había resentido a su hijo por ser un doloroso recordatorio de lo que había perdido al dejar el mundo mágico por casarse con un muggle.

Snape había conocido el abandono, el abuso y la soledad durante toda su infancia, pero también había sido en sus primeros años que se había enamorado completamente de la magia y se había comprometido a aprender y descubrir todo lo que pudiera al respecto. Sabía más que la mitad de los chicos en séptimo año cuando había llegado al colegio y había compartido esa pasión con Lily, su primera amiga, a quien había conocido a los nueve años.

Juntos habían esperado ansiosamente a que sus cartas de Hogwarts llegaran al cumplir once y Snape especialmente había creído que el colegio iba a ser un nuevo comienzo y un escape desesperadamente necesario. A pesar de que no había funcionado de esa manera, todavía recordaba lo que había sentido al ser tan inocente y lleno de confianza que las cosas irían bien. Su yo más joven se habría horrorizado al saber lo que iba a llegar a ser.

—Está bien —concedió Snape y conjuró algo de comida para lechuzas, girando su varita, y ofreciéndoselas a Hedwig en la palma de la mano—. Solo no entregues mensajes de Dumbledore nunca más. Se supone que ni siquiera deberías escucharlo, aunque supongo que todos tenemos problemas en ese departamento.

Refunfuñó cuando el reloj repicó doce veces y lentamente comenzó a salir de la cama, apoyándose pesadamente contra el bastón una vez más para mantener el equilibrio. De nuevo cuestionó por qué estaba haciendo esto. Le hubiera gustado ignorar la petición de Dumbledore, pero obedecerle ya se había convertido en un acto reflejo. Tanto era así que ni siquiera se cuestionaba al ponerse en peligro mortal constantemente. Siempre hacía lo que le decían.

—Buenas noches, Severus.

Dumbledore estaba sentado cómodamente en una tumbona en el porche delantero, pero se puso de pie de inmediato con el vigor de un hombre mucho más joven cuando Snape finalmente salió. El labio de este se curvó desagradablemente mientras cojeaba hacia una silla y se acomodaba lentamente en ella. Dumbledore lo miraba con curiosidad por encima de sus gafas de media luna, pero él fingió no darse cuenta mientras fijaba su mirada en una luz de la calle en la distancia.

—¿Hay algo que necesites? —preguntó Dumbledore en voz baja—. ¿Alguna manera en la que pueda ayudar? Podríamos intentar...

—Llegas unas veinticuatro horas tarde para ayudarme —dijo con desdén—. Estoy bien.

—Me habría quedado. Quería quedarme, Severus —dijo él—. Pero no era sensato con Harry...

—Sí, sí —le cortó Snape—. Entiendo tu razonamiento. Y no lo discuto. Ese no es el problema.

Apretó los dientes cuando un espasmo subió por la parte inferior de la espalda. Dumbledore abrió la boca como si estuviera a punto de hablar, pero pensó mejor en ello. Suspiró para sí mismo mientras se recostaba de nuevo en su propia silla y juntaba los dedos.

—No me gusta verte sufrir innecesariamente, Severus —dijo en voz baja—. Ya lo sabes.

—Al contrario, Dumbledore, creo que te alegras inmensamente viendo cuán lejos puedes llevarme al límite —le fulminó Snape—. Solo soy un peón para ti.

—En absoluto —negó con la cabeza, su sombrero rojo con joyas moviéndose ligeramente.

—Bien, entonces, ¿cómo explicas que Lupin espere aquí para tenderme una emboscada al regresar? —le lanzó Snape, lamentando sus palabras tan pronto como las dijo.

Dumbledore no parecía sorprendido, pero Snape estaba enojado consigo mismo por admitir abiertamente lo mucho que eso le había molestado. Cómo sentirse a merced de Lupin, en un estado tan vulnerable, había sido más angustioso que cualquier cosa que hubiera sufrido a manos del Señor Tenebroso, que era sádico y cruel con todos imparcialmente.

En el colegio, Snape había pasado demasiado tiempo pensando en por qué había tenido un objetivo en su espalda desde el principio. Condenado a ser objeto de burlas y abusos implacables de una manera que dolía mucho más de lo que había sufrido en casa, porque en ese momento había estado frente a un público. Y nunca había entendido realmente por qué tenía que ser así. Por qué no podían dejarlo en paz. Por qué unos estudiantes, que todos los demás pensaban que eran tan increíbles, habían estado contentos en dedicar tanto tiempo en asegurarse de que su vida fuera un infierno.

—Pedí a Remus que viniera a ayudarte y eso es lo que hizo, ni más ni menos —dijo Dumbledore con calma—. Puede que no lo consideres un amigo, pero no hay muchas otras personas a mi disposición que estén tan cualificadas en Defensa contra las Artes Oscuras como para ser útiles en tales circunstancias, y ya he explicado por qué no sentí que pudiera ser yo.

—Que no lo considere un amigo —repitió Snape, pareciendo bastante afectado—. Eso es quedarse corto. ¿No recuerdas lo que me hicieron?

—Mi mente es tan buena como siempre, Severus —respondió en voz baja—. Pero estáis del mismo lado y debo admitir que me parece bastante repetitivo vivir en el pasado. La gente puede cambiar. Tú mismo eres prueba de ello.

Snape no respondió a esto. Sabía que era una batalla perdida y que Dumbledore no tenía remordimientos por su decisión. Indudablemente lo haría de nuevo si se presentara una necesidad, sin importar lo que él dijera al contrario. Agarró el bastón con más fuerza y miró hacia la luz de la calle.

—No sé por qué siquiera estás aquí —dijo fríamente—. Si lo que buscas es información sobre el Señor Tenebroso, entonces estás perdiendo el tiempo. Anoche no aprendí nada que no supiéramos ya. Bueno... A menos que cuentes que al Señor Tenebroso le preocupa que no confíes en mí lo suficiente como para ser ya un espía efectivo, aunque me inclino bastante a estar de acuerdo con él en ese asunto.

—No estoy aquí para hablar de Voldemort —respondió Dumbledore—. Estoy aquí para ti. Y no pensé que tuviera que decirte que ciertamente no eres solo un peón a mis ojos. Eres uno de las piezas más cruciales en nuestra lucha, y Harry y yo no tendríamos nada sin los riesgos que corres. Mi confianza y aprecio por ti es completamente absoluto. Y sé que te pido demasiado, Severus. Lamentablemente, también imagino que requeriré aún más de ti en un futuro cercano.

—Por supuesto que lo harás —replicó Snape en voz baja, y sabía que superaría las expectativas de todo lo que le pidiera hacer. Quisiera o no.

—Sin embargo, a veces, incluso yo puedo reconocer que me he pasado de la raya —continuó Dumbledore—, como mi decisión de que Harry se quedara aquí. Ahora me doy cuenta de que he cruzado una línea.

—¿De repente te importa eso? —preguntó sarcásticamente.

—Estaba molesto porque mi deseo de tener a Harry bajo el mismo techo que su tía cada noche se había visto comprometido. Así que te lo entregué, cuando lo que realmente debería haber hecho era ir a hablar con ellos y dejar claro que Harry iba a pasar el resto del verano ahí. Voy a remediar eso mañana y puedes llevarle con sus tíos después de Oclumancia o antes si necesitas otro día para descansar.

—No lo van a aceptar de vuelta —dijo Snape—. Fueron completamente claros sobre eso.

—Oh, creo que puedo ser muy persuasivo —dijo jovialmente, con los ojos brillando.

—Lo sé mejor que nadie. —Snape le fulminó—. Pero aun así. No entiendo por qué le has hecho lo que le hiciste. Incluso si Potter tuviera que crecer allí, ni siquiera estuviste pendiente de él. O te preocupaste en asegurarte de que lo estuvieran tratando bien.

—Había esperado que lo trataran como a un segundo hijo —replicó Dumbledore en voz baja—. Pero no pensé que fuera mi lugar decirles cómo manejar su propia casa.

—Claro que era tu lugar —le espetó—. Tú lo pusiste allí. Eres responsable de lo que pasó después de irte. ¿Sabías que creció dentro de una alacena? ¿O que nunca le dieron ropa que le quedara bien? Ni siquiera estoy seguro de que vea bien con sus gafas. Las sacaron de una cesta de donaciones cuando sin duda podrían haberle dado unas adecuadas.

—¿Harry confió en contarte todo eso? —preguntó Dumbledore, mirando a Snape con cuidado.

—Lo vi en su mente ayer durante Oclumancia —respondió cortante.

—Ya veo —dijo en bajo.

—También vi mucho más que eso —añadió él—. Varios ejemplos de cómo lo trataron al hacerse mayor.

—¿Fue suficiente para que te dieras cuenta de que no es como James? —preguntó este con curiosidad.

—Es su viva imagen —insistió él, tal como lo había hecho con el chico ese mismo día.

—En apariencias quizá —respondió Dumbledore—, pero hablando como alguien que en realidad se ha tomado el tiempo para conocerlo, lo encuentro mucho más parecido a Lily en esencia. Anoche estaba muy preocupado por ti y extremadamente enfadado conmigo por no quedarme.

—Al parecer, algo que él y yo tenemos en común —dijo Snape.

—Oh, creo que si abrieras los ojos, te darías cuenta de que los dos tenéis bastante en común.

Snape sacudió la cabeza en silencio. No sabía qué decir a eso. Incluso para sí mismo tenía que admitir que Dumbledore tenía un punto, aunque no cambiaba nada sobre cómo se sentía. O la forma en que tenía que resistir el impulso de retractarse cada vez que miraba al chico o lo escuchaba hablar, con una voz exactamente igual a la de su padre. Harry Potter era como un detonante viviente para él.

Era un recordatorio constante de dolor, trauma y de sus mayores remordimientos, excepto por la pequeña parte de Snape que nunca olvidaba que ese chico también era la mitad de la persona que había querido más que a nadie. Lily había sido todo lo que era bueno y amable en su vida y Harry era todo lo que ahora quedaba de ella. Era un campo de batalla constante en su mente, luchando entre esos dos extremos. Cómo podía mirar a Harry Potter y sentir un profundo odio elevándose en él al mismo tiempo que también se preocupaba tanto que daría cualquier cosa para mantenerlo a salvo.

—Potter vio a Draco en su visión y preguntó por él —compartió Snape seriamente después de un largo minuto de silencio. Trazó un dedo por la línea de sus labios—. Le dije que no lo juzgara por lo que su padre ha hecho... y me llamó hipócrita.

—Bueno...

La barba de Dumbledore se movió al no poder contener una sonrisa.

—Sé que tiene razón —dijo, evitando adrede la mirada del otro—, pero no importa.

—Nunca es fácil perdonar algo que nos causó un daño tan perdurable e impenetrable —dijo Dumbledore con cuidado—. Sobre todo cuando nunca se mostró remordimiento ni nunca hubo una disculpa. Pero todo lo que veo es un ciclo de abuso que continúa dañando a dos personas que no lo merecen. Al final te tienes que preguntar a ti mismo a quién le hace esto daño. James está muerto y Sirius es quien es. Todavía les estás dando mucho poder.

—Me destruyeron —admitió él—. Y no puedo volver atrás y hacer... Ojalá pudiera cambiar...

Habría dado cualquier cosa por volver y vivir una vida diferente. Para empezar de nuevo en la encrucijada en la que había estado a la edad de quince años cuando él y Lily habían elegido caminos diferentes. Snape nunca se perdonaría a sí mismo por perder su amistad, por mostrarle lo peor de sí mismo. Por demostrarles que tenían razón y convertirse exactamente en lo que siempre habían dicho que sería: un mortífago, sin amigos, solo y una mala persona.

Snape había caminado voluntariamente hacia la oscuridad, como tantas otras personas marginadas que ansiaban un sentido de pertenecer a algo más grande que ellos mismos, pero se arrepentiría para siempre. Solo el odio que albergaba para sí mismo superaba el odio a James Potter y sus compinches. Era por eso que siempre estaba tan dispuesto a arriesgarse, para corregir algunos de los errores que una vez había ayudado a crear.

—Arriesgas tu vida, y sacrificas tu salud y bienestar todos los días para cambiar las cosas que quieres cambiar —dijo Dumbledore—. Eso es más que suficiente para mí. Debería serlo también para ti.

—Todo lo que quiero es acabar con él —dijo Snape—. Y mantener a Harry Potter protegido. Tal vez cuando esto termine, pueda volver a mirarme a mí mismo.

—Bueno, entonces creo que vas por buen camino —respondió él en bajo y se puso de pie para prepararse e irse—. ¿Debo ir a hablar con Petunia Dursley mañana?

—No —Snape negó con la cabeza—. Puede quedarse.

—Si estás seguro... —sonrió Dumbledore—. Realmente parece que va bien.

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