
No debería haberlo visto
La repentina y dramática salida de Snape había puesto a Harry en alerta máxima. La adrenalina corría por sus venas y estaba más lleno de preguntas que nunca. Se inclinó en el abrazo de Sirius y no pudo expresar con palabras lo aliviado que estaba de verlo. Hoy había sido agotador y las últimas semanas con los Dursley habían sido de lo más frustrantes y solitarias en toda su vida, aunque sospechaba que su padrino entendía lo que sentía, pues lo agarró aún más fuerte, pareciendo sentir exactamente lo que Harry necesitaba de él.
—Hogwarts no debe pagar muy bien —comentó Sirius, observando el papel de pared pelado y el aire descuidado general de la casa de Snape mientras conducía a Harry para poder ver mejor el suelo sin soltarlo.
—Probablemente gasta todo su dinero en bazos de murciélago y ojos de serpiente —intervino Harry y Sirius le guiñó el ojo. El laboratorio era la única habitación de la casa en la que Snape parecía tener cuidado—. Por lo que se ve no le gusta estar aquí —añadió, aunque uno tenía que preguntarse si a Snape le gustaba estar en algún lugar.
—No —concordó Sirius—, recuerdo que James y yo lo pillamos lloriqueando al final de nuestro primer año cuando el profesor Dumbledore le dijo que no se permitía a los estudiantes quedarse en Hogwarts durante las vacaciones de verano.
Era peculiar que Harry imaginara a su odiado profesor de pociones como un niño llorón que no quisiera regresar a casa al final del año escolar, pero era algo que él y Snape aparentemente tenían en común. El mejor día de la vida de Harry había sido el día en que se había enterado de que era un mago y se iba a Hogwarts, seguido por los pocos minutos en los que se le había permitido creer que estaba escapando de los Dursley para siempre y se iba a vivir con su padrino. Si Colagusano no hubiera escapado y hubieran podido probar la inocencia de Sirius, Harry podría haber estado viviendo una vida muy diferente en este momento.
—Snape no te está haciendo pasar un mal rato, ¿verdad? —preguntó con preocupación.
—Bueno, sí, es Snape —respondió Harry secamente—. Ni siquiera puedo respirar por lo que a él respecta.
—Cretino —murmuró él—. De verdad, no sé en qué está pensando Dumbledore haciéndote venir aquí y soportarlo, como si no tuviera ya bastantes oportunidades de torturarte en clase. Me dirás si se va de las manos, ¿no? Se lo diré muy claramente.
—Sí, por supuesto —mintió.
Aunque disfrutaba de la nueva sensación de tener una figura paterna que lo protegiera, lo último que sentía querer hacer era instigar una pelea entre Sirius y Snape.
—Deberías estar conmigo —siguió, con pesimismo, dándole a Harry un último apretón.
—Snape ha dicho que una vez sepa los fundamentos de Oclumancia, Dumbledore me dejará quedarme contigo —replicó él. Era precisamente por eso que había trabajado tan duro hoy y planeaba dar el mismo esfuerzo mañana. Si Snape se sentía capaz de enseñarle, claro.
Sirius miraba a su alrededor con una expresión amarga en el rostro. La forma en que caminaba inquieto le recordaba a Harry a un perro enjaulado al que habían dejado salir solo para encontrarse atado con el extremo de una cuerda corta. Estaba mucho más limpio y se le veía mejor alimentado que la última vez que Harry lo había visto, pero también parecía muy deprimido. No podría haber sido muy divertido vivir en busca y captura, pero al menos había sido una aventura. Harry sospechaba que Sirius no estaba más alegre de estar en Grimmauld Place que en la Hilandera
—¿Cómo has llegado aquí tan rápido? —preguntó Harry con curiosidad, observando a Sirius abrir la nevera y servirse una manzana roja del cajón inferior.
—Snape contactó el Cuartel General —explicó él, limpiando la manzana con su manga—. Lo que sea que te esté haciendo beber es muy experimental y no podía dejarte solo después de justo tomarla.
—¿Así que te pidió que me hicieras compañía? —preguntó.
—En realidad, se lo pidió a Lunático —contestó Sirius, dando un mordisco a la manzana—. Remus se ha estado quedando conmigo. Se supone que no debería salir de Grimmauld Place, ¿sabes? Órdenes estrictas de Dumbledore porque cree que es probable que me capturen solo por sacar la nariz de mi propia puerta.
—¿Pero has venido de todos modos? —dijo Harry escéptico, acostumbrado a que la palabra del profesor Dumbledore fuera tratada como una ley por la mayoría.
—¿Qué es la vida sin un poco de riesgo? —sonrió, entrando en el salón y sentándose—. Y no podía rechazar la oportunidad de verte.
Harry sonrió muy radiantemente ante las palabras de su padrino mientras se juntaba con él en el salón. Después de semanas con los Dursley y un día completo con Snape, estar en presencia de alguien que, no solo no se avergonzaba al solo verlo, sino que en realidad quería estar con él era una sensación extraordinaria.
—No bebas eso todavía, no importa lo que haya dicho —dijo Sirius, señalando la poción para el sueño que Harry había dejado en la mesita de sala.
—Definitivamente no —sonrió él.
Estaba ansioso por pasar tiempo con Sirius y tenía curiosidad por observar cómo se vería Snape cuando volviera de reunirse con Lord Voldemort.
Sirius se comió la manzana y luego desapareció lo restante mientras informaba a Harry sobre los detalles que no había puesto en sus frecuentes cartas. Sobre lo ocupado que estaba, tratando de hacer Grimmauld Place apto para la convivencia humana, y que los Weasley y Hermione habían venido a quedarse y ayudar a arreglar el lugar. Harry sintió una punzada de anhelo a esto debido a que se le había excluido, pero trató de ocultarlo, mientras le decía a Sirius sobre ver las noticias muggles para tratar de averiguar qué estaba haciendo Voldemort y no llegar a ninguna parte.
—Eso es porque está manteniendo un perfil bajo, operando en secreto —explicó—. Se está aprovechando de que el Ministerio se niega a creer que ha regresado y se ha concentrado primero en construir su ejército.
Sirius le contó a Harry sobre las criaturas que se habían unido a Voldemort la última vez y sobre cómo Dumbledore estaba tratando de evitar que eso se repitiera. Sobre cómo los Dementores ciertamente se pondrían de su lado y que estaban esperando que ocurriera una fuga masiva de Azkaban en cualquier momento. Esto reuniría a Voldemort con sus más leales y preferidos mortífagos que se habían negado a abandonarle.
—Probablemente bajará a Snape unos cuantos escalones en el orden de alabarle —dijo Sirius y Harry levantó la vista hacia el reloj por primera vez en varias horas. Se acercaba la medianoche y Snape aún no había vuelto.
—¿Cuánto tiempo suele estar fuera? —preguntó, temblando un poco ante la idea de pasar tanto tiempo en compañía de Voldemort.
Snape le había dicho solo esa tarde que la Oclumancia se volvería más fácil y menos agotadora, pero Harry no podía imaginar a nadie teniendo la resistencia para controlar y organizar cada pensamiento para mentir justo en la cara de Voldemort. El castigo por un solo lapsus de decisión significaría seguramente la muerte inmediata. Y ahora Snape tenía que ocultar que estaba albergando a Harry Potter en su propia casa y entrenándolo personalmente para defenderse de Voldemort.
—No estoy seguro, no creo que alguien le haya esperado nunca así. —Sirius bostezó en voz alta y dio unas palmaditas a Harry en la espalda.
Sugirió que subieran a la habitación y Harry tuvo que estar de acuerdo. Le resultaba cada vez más difícil mantener los ojos abiertos. Por mucho que quisiera saber lo que Snape estaba haciendo en este momento, su adrenalina estaba empezando a disminuir y parecía una tontería seguir luchando contra el sueño cuando, por lo que sabían, Snape podría estar fuera durante días. Dejó que Sirius le llevara por las escaleras para entrar en el pequeño dormitorio frente al laboratorio.
—Se siente raro estar aquí —confesó Harry.
Nunca habría esperado que Snape le dejara su propia habitación, aunque la jaula de Hedwig en la parte superior de la cómoda y el baúl en el suelo, que había sido devuelto a su tamaño normal, reafirmaron que no había entendido mal. El resto del dormitorio era muy parecido al resto de la casa. La iluminación era tenue, las paredes estaban vacías y las únicas pertenencias personales parecían ser viejos libros de texto, rollos de pergamino y plumas. El polvo instalado sobre ellos sugería que no se había tocado en mucho tiempo.
—¿Crees que alguna vez ha tenido una chica aquí? —Sirius sonrió, quien obviamente no parecía compartir ninguna de las incomodidades de Harry al ponerse encima de la cama con los zapatos puestos para abrir la ventana y dejar entrar a Hedwig.
—Uf, ¡¿qué?! —exclamó Harry horrorizado con solo pensarlo, en cuanto su lechuza voló para darle un mordisco cariñoso antes de ir a pararse en la percha de su jaula.
Sirius soltó una risa estridente cuando vio la mirada de Harry.
—Siempre fue un solitario, por lo que probablemente no lo hizo —se respondió a sí mismo.
Harry puso los ojos en blanco y se arrodilló en el suelo para abrir su baúl. Sacó el pijama, el cepillo de dientes y la pasta de dientes, y luego fue al baño a lavarse, sintiendo que estaba en una fiesta de pijamas de lo más extraña. Se divirtió imaginando cuál habría sido la reacción de Ron al haber oído dónde se estaba quedando. Probablemente estaba creando una misión para rescatarlo con Fred y George en este momento, desbaratada solo por Hermione, que tendría envidia de lo mucho que Harry iba a aprender este verano. Una cosa que podía decidir era que prefería estar donde Snape antes que donde los Dursley y eso sin duda era decir algo.
—Snape conoce a mi tía —dijo Harry al regresar a la habitación unos minutos más tarde y encontrándose a Sirius asentado en la cama con la espalda contra la cabecera.
Había olvidado por un momento el extraño encuentro debido a todo lo demás que había ocurrido desde entonces, pero tenía mucha curiosidad por saber cómo la tía Petunia, que odiaba absolutamente todo lo que tuviera que ver con la magia, podría haber tenido contacto con Snape, pues parecía conocerlo bien y odiarlo con gran intensidad. El hecho de que ella había mostrado más miedo hacia el amable señor Weasley que a Snape definitivamente había llamado la atención de Harry. Miró a Sirius, que no parecía tan sorprendido por las noticias como Harry había esperado que estuviera.
—¿Tal vez Lily les hizo conocerse? —Sirius se encogió de hombros—. Crecieron muy cerca de aquí.
—¿Mi madre? —dijo Harry incrédulo, ignorando el ligero pinchazo que había comenzado a notar en su cicatriz.
Fue una respuesta muy inesperada y parecía completamente desconcertado, arrodillado en el suelo y hurgando dentro de su baúl de nuevo para coger algo de comida de búhos para Hedwig, sin apartar ni una sola vez los ojos del rostro jovial de Sirius.
—Lily siempre sintió lástima por él en el colegio porque era un pequeño bicho raro que a nadie más excepto a los futuros mortífagos le caía bien —explicó Sirius.
—No creo que le hubiera gustado que sintieran lástima por él —dijo este, todavía pareciendo completamente confundido mientras se acercaba a la cómoda y alimentaba a Hedwig con la palma de la mano.
Por todas las veces que Snape había despotricado sobre lo horrible que había sido su padre, nunca había dado ninguna indicación de que siquiera había conocido a la madre de Harry, aunque, por supuesto, debía haberlo hecho. Habían estado juntos el mismo año en Hogwarts.
—Tu madre siempre intentaba ver lo mejor en todos. Era muy amable y esa es una de las cosas que a tu padre le gustaba más de ella. A veces nos ponía a todos en nuestro lugar, pero nos lo merecíamos. Te pareces mucho a ella... Perdonando a Colagusano, a pesar de que no se lo merecía. Eso es algo que Lily habría hecho. Ella mantuvo su amistad con Snape hasta que él decidió unirse a los mortífagos y no pudo defenderlo más.
Harry sintió una punzada en su estómago que no tenía nada que ver con Snape y el pinchazo en su cicatriz se intensificó. Estaba tratando de imaginar a su pelirroja madre de las fotografías, guapa y sonriente, pasando el rato con una versión más joven de su repulsivo profesor de pociones. ¿Cómo se vería eso siquiera? ¿Habían estudiado juntos, yendo a Hogsmeade los fines de semana, jugando al ajedrez en el Gran Comedor juntos como él hacía con Ron y Hermione? Era una cosa muy rara en la que pensar y le hacía sentirse más que un poco incómodo.
—¿Por qué crees que se cambió de nuevo a nuestro lado? —preguntó Harry, mientras se acomodaba en la cama.
Habría estado extremadamente interesado en saber el proceso de pensamientos de Snape. No podía haber sido mucho mayor que él cuando se había unido a Voldemort y Dumbledore estaba completamente convencido de que estaba ahora de su parte. Harry se preguntó qué podría haber empujado a Snape a tomar unas decisiones tan terribles. ¿Por qué había apoyado a Voldemort en primer lugar? ¿Qué había hecho cambiar su opinión y lo había impulsado a arriesgar constantemente su vida, sacrificando tanto solo para tratar de acabar con él?
—Debe haber provisto a Dumbledore con una buena historia —dijo Sirius—. Dumbledore no escuchará ni una palabra en su contra, pero nunca ha compartido con nosotros ninguna prueba de que Snape se haya reformado.
—Y Voldemort está convencido de que Snape es en realidad su espía, ¿verdad? —dijo Harry.
—Sí —afirmó él, sombríamente—. Snape está interpretando tantos papeles que me pregunto si sabe quién realmente es él. Aunque una gran parte de mí lo envidia durante estos días, tengo que admitirlo. —Suspiró y luego confesó—: No sé cuánto más de esto puedo soportar. Pasé doce años de mi vida encerrado en la cárcel sabiendo que Colagusano estaba aquí libre y no había nada que pudiera hacer al respecto. Ahora Dumbledore espera que me siente callado en mi casa y sea inútil para la Orden, teniendo que aguantar a Snape preguntándome cómo va la limpieza mientras él está ahí fuera arriesgando su cuello.
—Es mejor que ser arrojado de vuelta en Azkaban —dijo rápidamente, incapaz de resistirse a frotarse sobre su cada vez más dolorosa cicatriz. Temía perder a su padrino más que nada.
—¿Estás bien, Harry? —preguntó Sirius con claridad.
—Me está molestando un poco —admitió avergonzado, antes de añadir rápidamente—: He tenido cosas mucho peores.
—Snape dijo que se suponía que ya no dolería en absoluto. —Sirius frunció el ceño, mientras Harry presionaba su mano contra la cicatriz roja y ardiente con un poco más de fuerza.
—Creo que se ha pasado —dijo con dudas, pero luego se sintió abrumado por una sensación similar a la de alguien perforando un agujero directamente en su cerebro. Se puso las dos manos sobre la cicatriz cuando sus ojos comenzaron a llorar por el dolor.
—Revelare —dijo Sirius, apuntando su varita directamente a la cara de Harry. De la punta de la varita salió una luz ámbar y brillante que hizo que Harry se encogiera—. Aguanta —le dijo inquieto, saltando de la cama y apretando el hombro de Harry para darle apoyo—. Voy a llamar a Dumbledore.
—No, no tienes que molestarlo —protestó él débilmente apretando los dientes, pero cuando Sirius salió corriendo de la habitación, se desplomó sobre la cama y se acurrucó en posición fetal.
El punzante dolor de cabeza que había estado soportando desde Oclumancia había sido sustituido por una sensación de que su cabeza estaba siendo aplastada por todos lados. Veía borroso y la presión en su cicatriz aumentaba continuamente hasta que Harry no pudo luchar más contra ella y comenzó a gritar. La habitación en la que estaba se desvaneció de su vista y todo se volvió negro, excepto cuando pequeñas chispas de energía pasaron por su mente mostrándole cosas que sabía que no tendría que estar viendo.
—¡Socavándome, Severus! —rugía Voldemort—. ¿Acaso olvidas dónde estás?
Harry vio esos despiadados ojos rojos y no pudo apartar la mirada, incluso cuando estaba vagamente consciente de que alguien vociferaba por las escaleras y decía su nombre. El dolor en su cicatriz aumentó y hubo otra escena ante sus ojos. Vio a Draco Malfoy, temblando sobre la alfombra del suelo a los pies pálidos de Lord Voldemort. Otra descarga de un dolor ardiente y vio unas túnicas negras rotas y una figura tendida en el suelo con aspecto roto e incapaz de levantarse de nuevo por sí mismo.
—¡Snape! —gritó Harry y alguien lo sostuvo con firmeza de los hombros mientras se retorcía de lado a lado.
Se obligó a abrir los ojos y regresar a su ahora oscura habitación, atravesando un túnel hasta ver la cara alarmada de Sirius, mirándolo. No tenía idea de cuánto tiempo había estado fuera de sí.
—Snape —dijo de nuevo, deseando que Sirius lo entendiera. Que actuara. Que lo salvara.
—Todo está bien, Harry —dijo la voz tranquila reconocible de Albus Dumbledore detrás de él.
Harry sintió que su padrino lo abrazaba mientras su cicatriz continuaba ardiendo. Presionó la cabeza contra el hombro de Sirius cuando la habitación dio vueltas de nuevo y, entonces, perdió el conocimiento.