
Un comienzo extraño
Su situación era incómoda cuando menos. Si bien Snape estaba satisfecho en cómo había ido el primer intento de Potter en Oclumancia, sabía que no importaba cuánto trabajaran, pasarían varias semanas antes de que el chico pudiera quedarse en el cuartel general. Snape tenía que quedarse con Harry hasta entonces, no sabía qué hacer con él y le molestaba que su último trozo de privacidad fuera invadido. Sugerir al chico que llevara a su lechuza al patio trasero después de entrenar para que tanto uno como el otro tuvieran un descanso era todo lo que había podido pensar y había terminado demasiado pronto. Fue con gran reticencia que fue a llamar a Potter para la cena.
—No me importa qué chorrada estés a punto de soltarme sobre tu débil estómago, Potter —se burló Snape, dirigiéndose de vuelta al pasillo—, pero espero que te comas todo esto. Necesitas las proteínas y el azúcar.
—Vale —dijo este, con dudas.
No quería admitir lo mareado que estaba empezando a sentirse por el hambre, pero sospechaba que Snape ya lo sabía. Su primera sesión de entrenamiento había sido exigente y había trabajado tan duro como había podido, sospechando que en realidad había logrado impresionar a su profesor, aunque sabía que este nunca le daría la satisfacción de admitirlo. El esfuerzo había hecho que se sintiera completamente exhausto y su cabeza, con la excepción de su cicatriz, le dolía.
—Puedes comer ahí. —Snape señaló con la cabeza hacia el salón, mientras usaba la varita para mover una bandeja en el aire y aterrizarla con cuidado sobre la mesita de sala.
Harry echó un vistazo a la cocina y vio que solo se había preparado un sitio ahí. Estaba muy claro que Snape preferiría llevar de paseo a un escreguto de cola explosiva antes que compartir una comida con él, pero el sentimiento era mutuo. Harry había estado temiendo estar en la mesa en un silencio incómodo que solo se interrumpiría por comentarios cortantes de Snape sobre todo lo que hacía mal.
—De acuerdo —respondió, encogiéndose un poco de hombros.
—Puedes encender la televisión —sugirió el otro—. Creo que todavía funciona. Algún entretenimiento simple y sin sentido es lo que tu cerebro necesita en este momento para revitalizarse.
Harry no necesitó que se lo dijeran dos veces y se acercó para ver la tele, mientras que su profesor fue por el camino opuesto para ir a comer su propia cena en soledad. Solo había tres canales, lo que tenía sentido, ya que Snape apenas parecía ser alguien que disfrutara de mucha televisión. Aun así, estaba claro que era una casa muggle en todos los sentidos, sin contar el laboratorio de pociones en la habitación más grande de las dos que había arriba. Se preguntó cómo Snape había llegado hasta aquí, si tal vez había crecido en una familia muggle como él. Había muchas cosas sobre las que Harry sentía curiosidad en este momento, pero sabía que no debía preguntar.
Volvió su atención a la bandeja que tenía sobre la mesita de sala y su estómago grujió de inmediato con ganas. Le había preocupado que Snape lo obligara a tragar una vil poción de nutrientes en lugar de una comida real, pero en su lugar Harry se acurrucó en un extremo del sofá y se encontró comiendo un gran filete que ocupaba la mitad del plato y yacía al lado de una ensalada recién hecha. Aún mejor era el batido de chocolate espumoso con una pajita que sobresalía. No importaba lo que Snape había dicho sobre necesitar azúcar para fines medicinales, seguía siendo la mejor comida que él había recibido en todo el verano.
Los Dursley nunca le habrían dado tal banquete para él solo. Mientras se acomodaba contra los cojines desgastados e intentaba sacar de su mente por un momento al profesor malhumorado en la cocina, pudo recordar que nunca antes le habían permitido tocar ninguno de los televisores de la casa tampoco y encendió las noticias para escuchar pistas sobre Voldemort, como lo había estado todos los días del verano hasta ahora.
Sin embargo, la falta de informes sobre desapariciones y muertes sospechosas había estado haciendo que Harry se sintiera cada vez más ansioso, no menos. Sabía que Voldemort estaba ahí fuera operando en secreto en ese momento, aunque nadie parecía interesado en decir nada al chico que lo había visto volver. Dumbledore había estado completamente en silencio, Sirius no estaba revelando mucho, e incluso Ron y Hermione estaban siendo frustrantemente imprecisos en sus cartas, como si alguien los hubiera entrenado sobre qué decir.
—No vas a escuchar nada sobre él ahí —dijo Snape con frialdad, caminando frente al televisor que Harry había estado viendo con decepción durante media hora.
Se dirigió a la primera de sus estanterías desbordantes y pasó un pálido dedo por los lomos de los libros en la fila superior. Le daba la espalda a Harry y buscaba uno de los volúmenes que se había llevado con él de Hogwarts. Snape pensó que si no podía escapar de Potter por el momento, al menos podría leer un libro como escape y olvidarse de su presencia por un tiempo.
—He estado escuchando las noticias muggles todo el verano —confesó Harry—, esperando a oír hablar de algún suceso... Cosas que los muggles no entenderían. Pero no ha habido nada en absoluto.
—Imagínate —dijo él sarcásticamente, eligiendo un libro de cubierta granate del estante y yendo al sillón raído en la esquina.
Snape enterró su cara detrás del libro y Harry volvió su atención a las noticias, estando de acuerdo en que era inútil. Si Voldemort estaba asesinando gente, causando caos y destrucción, hubiera sido la historia principal. Aunque no sabía qué más podía hacer, continuó mirando la pantalla.
—¿Quieres que lave los platos o algo? —Harry finalmente preguntó.
—Ya te he dicho que te sentaras y relajaras tu mente esta tarde, Potter —dijo este sin dejar de leer el libro—. ¿Por qué es tan difícil que sigas las instrucciones a la primera?
—Me siento aquí y criticas lo que veo —dijo el otro, frustrado. Había pasado menos de un día y ya estaba muy cansado de tener a Snape pegado a él—. ¡Y ambos sabemos que si no me ofreciera a limpiar, me habrías llamado un príncipe consentido que espera ser atendido!
Snape sacó la varita, separándose del libro, y, sin palabras, envió la bandeja de la cena de Harry volando a la cocina. Hubo un sonido de agua mientras los platos se lavaban por arte de magia. No había necesidad de tareas muggles, aunque se consideraba buena construcción de carácter y la mayoría de los niños mágicos crecían lavando platos a mano. Snape incluso podía empatizar con el deseo del chico de hacer algo para mantenerse ocupado y tal vez sentirse un poco menos fuera de lugar. Probablemente estaba más incómodo con el acuerdo actual que incluso Snape.
—Sí que esperas que te atiendan —dijo él después de un momento de pausa, cerrando su libro y apoyándolo en su regazo—. Esperas que te den todas las respuestas. Desperdicio toda una tarde tratando de llenar algo de información en tu cabeza demasiado inflada y tú...
—Hice Oclumancia hoy... ¡Te saqué fuera! —interrumpió, quien había tomado una decisión consciente, mientras comía su filete, de que no iba a dejar que Snape lo molestara todo el verano.
—Sí, para un primer intento podría haber sido mucho peor —dijo Snape con desdén, aunque se había quedado bastante impresionado para sus adentros—. Pero ya has olvidado la razón por la que estamos haciendo esto, Potter.
—No, no lo he hecho —respondió él—. Estoy aprendiendo a bloquearlo.
—¿Mientras todavía te preguntas de por qué el Profesor Dumbledore y la Orden del Fénix no están saltando sobre sí mismos a la oportunidad para confiarte todo lo que sabemos sobre el Señor Tenebroso?
—Tengo derecho a saber algunas cosas —dijo Harry con firmeza—. ¡Soy el que vio a Voldemort regresar!
—¡No digas su nombre! —siseó e inmediatamente agarró el brazo marcado de forma protectora hacia su pecho.
Había sentido algo parecido a una larga descarga eléctrica en toda la marca a la mención del temido nombre de su amo. Lo hizo sentirse un poco sin aliento y con más mal humor. Miró a Potter como si lo hubiera hecho a propósito, pero el chico lo estaba fulminando con la mirada.
—No es de tu incumbencia lo que está haciendo el Señor Tenebroso —dijo Snape en su tono más peligroso—. Es por eso que estás aprendiendo Oclumancia, para que puedas separarte de él. ¿Me explico con claridad, Potter? Eres solo un niño y no me importa cuántas veces tu foto aparezca en el periódico o lo esencial que quieras pensar que eres para esta guerra. Es mi trabajo aprender los planes del Señor Tenebroso, no el tuyo.
—Porque eres muy imprescindible e irreemplazable para esta guerra, ¿no, señor? —preguntó Harry, en burla. Tenía la intención de ofender, pero Snape no parecía molesto. De hecho, parecía moderadamente satisfecho de ser reconocido.
—Sí, exacto —dijo con una sonrisa—. ¿Y quieres saber por qué, Potter? Porque luchar esta guerra es mi vida, no la tuya. Tendrás una vida con sentido más allá del Señor Tenebroso si no sales corriendo y haces algo estúpido para que te maten en los primeros cinco minutos. No actúes como si fueras alguien sin nada que perder solo porque quieres jugar a ser héroe.
—No me importa ser un héroe —protestó él y Snape hizo un resoplido burlón de incredulidad—. Pero Vol... ¡Mató a mis padres! Ha matado a Cedric. Quiero ayudar a luchar contra él. Quiero acabar con él.
—Entonces empieza por aprender Oclumancia correctamente —dijo Snape, impasible.
—¡Ya lo hago! —gritó él.
—Y recuerda que apenas estás por encima de lo mediocre y no eres más importante para esta guerra que otros —añadió con frialdad.
—Díselo a él —le espetó Harry—. Él es el que tanto quiere estar dentro de mi cabeza.
Fulminó a Snape con una mirada de puro odio y se puso de pie. Le hubiera gustado salir furioso o incluso simplemente ir a sentarse en el porche por un tiempo para alejarse de un Snape miserable, pero la verdad era que se sentía demasiado agotado para ir a ninguna parte. Sus ojos se sentían pesados, su cuerpo muy lento y su cabeza palpitaba con insistencia. Todo para lo que tenía energía era caminar hacia la televisión y cambiar el canal a algo más alegre. Tal vez habría noticias sobre Voldemort mañana...
—Te toca tu poción pronto —dijo de pronto.
Harry no reaccionó al regresar al sofá para sentarse, metiendo las piernas debajo de él. Snape había estado a punto de hacer un comentario sobre Potter teniendo las agallas de poner los zapatos sobre el mueble cuando decidió que simplemente no valía la pena. Estaba agotado, los dos lo estaban, y ahora recordaba que había querido hacer algunos cambios en el brebaje antes de darle a Potter su segunda dosis.
—Balsamina... Y una rama de menta —murmuró para sí mismo, mientras subía las escaleras a su laboratorio de pociones.
Snape había estado observando a Potter todo el día y tomando nota de cómo el chico no se frotaba, ni tocaba, ni parecía prestar atención a su cicatriz. Snape se tomó ese significado como que la poción estaba haciendo exactamente lo que había esperado que hiciera. Dumbledore le había dicho que creía que el Señor Tenebroso estaba siendo más agresivo cuando la cicatriz de Harry dolía y le aliviaba a Snape saber que su tapadera como espía aún estaba a salvo. Sin embargo, a pesar de cómo se había burlado del chico por ello antes, quería ajustar la poción para que fuera menos molesta para el estómago. Creía que podía hacerlo sin sacrificar su eficacia.
—Accio —murmuró y hubo un sonido de líquido moviéndose mientras el caldero se elevaba en el aire y se asentaba en el mismo centro de la mesa.
Ya había molido la balsamina en polvo y vertió dos generosos chorritos del frasco etiquetado en el caldero. La sustancia turquesa de repente brilló en verde y comenzó a salir humo que apestaba a quitaesmalte y a tierra. Necesitaba quedarse así durante cinco minutos y Snape usó ese tiempo para arremangarse, viendo de reojo el tenue contorno de la Marca Tenebrosa en su antebrazo. Las hojas de menta necesitaban ser cortadas fina y uniformemente. Snape sacó su cuchillo favorito y comenzó a trabajar para preparar las tres hojas que iba a añadir a la poción. Cuando terminó la espera de cinco minutos, tiró los trozos uno por uno y luego lentamente revolvió el caldero siete veces en sentido contrario a las agujas del reloj.
—Scarpin Revelas —dijo en voz baja, apuntando con la varita al caldero.
Estaba comprobando de más su trabajo para asegurarse de que no había errores, que había considerado todas las repercusiones de añadir nuevos ingredientes para que no contrarrestaran el delicado equilibrio de la poción volviéndola inútil o incluso peligrosa. Sin embargo, todo estaba a la altura y estaba satisfecho mientras vertía la dosis apropiada en un recipiente limpio. Los efectos secundarios de beberlo ahora deberían ser mínimos o inexistentes, incluso para Potter, aunque estaba seguro de que el chico aún encontraría algo de lo que quejarse.
—¡No! Nooo. ¡No mates a Cedric! ¡Noooo!
Los pelos en la parte posterior del cuello de Snape se le pusieron en punta ante los gritos que venían de abajo.
—¡Papá, ayúdame papá! Ha matado a Cedric. ¡Nooo! ¡Él me va a matar, mamá! ¡No, mamá! ¡Ayúdame!
Snape bajó rápido como un relámpago, casi como si hubiera volado allí. Sus pies ni siquiera parecieron tocar los escalones y había sacado su varita frente a él, lista para usar. Sus ojos escanearon todo el lugar mientras se apresuraba a entrar en el salón donde Potter seguía gritando. Solo que no estaba siendo atacado, al menos no físicamente. No había nadie más en la habitación.
—¡Potter! ¡Despierta! —gritó Snape, sintiéndose un poco avergonzado de sí mismo por reaccionar exageradamente a lo que parecía ser nada más que una pesadilla del chico.
Su propio corazón seguía latiendo demasiado rápido mientras bajaba la varita y se acercaba para despertarle con brusquedad. Lógicamente, Snape sabía que los encantamientos protectores de su casa mantendrían a los intrusos fuera, pero no había estado pensando racionalmente para nada cuando lo había escuchado gritar.
—Noo, mamá... ¡me va a matar, mamá!
—¡Potter, es un sueño! —Snape apretó con fuerza el hombro del chico a través de la camiseta húmeda por el sudor—. Despierta, ya basta con esta tontería.
Le sacudió otra vez y los ojos verdes de Harry se abrieron de repente. Se incorporó directo del sofá y Snape inmediatamente le soltó el hombro. Sintiendo grima, se limpió la mano en la parte delantera de los pantalones mientras Potter enterraba el rostro en sus propias manos. Todavía tenía problemas para recuperar la respiración.
—¿Qué demonios ha sido eso, Potter?
—Me quedé dormido —respondió Harry sin aliento, levantando la cabeza y usando la mano para limpiar su sudoroso flequillo de la cara.
—Sí, me he dado cuenta —le dijo—. Pero, ¿qué ha sido? ¿Has visto al Señor Tenebroso?
—Sí, Vol...
—¡No digas su nombre! —bramó él—. ¿Pero estaba en tu cabeza? ¿Estabas en la suya? ¡Contéstame Potter! Esto es muy importante.
Snape estaba entrando en pánico ahora por una razón diferente, preocupado por haber trabajado demasiado duro la Oclumancia esa tarde, que había dejado que Harry se presionara demasiado, volviéndose más vulnerable al Señor Tenebroso. Aterrorizado de que este hubiera podido invadir la mente en el momento en que Potter se había dormido y sus defensas hubieran caído, que ambos estaban en peligro ahora.
—Estaba en el cementerio —murmuró Harry, sintiendo sus mejillas ardiendo mientras se negaba a mirar a Snape.
—¿Solo una pesadilla? —preguntó con severidad—. ¿No viste nada más? ¿Ni dónde está o qué está haciendo? ¿No te dijo nada? ¿Nada fuera de lo común?
—Lo vi matar a Cedric —mencionó él, mirando con determinación las manos que temblaban en su regazo—. Iba a matarme. Mi madre y mi padre, sus espíritus, o lo que fuera, se pusieron delante de mí. Intentaron pararlo. Había tanta luz verde.
—Viste un recuerdo de lo que sucedió la noche en que regresó —declaró Snape.
Se acomodó en la mesita de sala de madera frente al chico, sintiéndose un poco aturdido. Conocía los detalles de lo que había sucedido en el cementerio. Cómo el Señor Tenebroso había mandado matar a Diggory inmediatamente, y luego había intentado y fallado en hacer lo mismo con Harry. Las varitas de este y el Señor Tenebroso se habían conectado en el aire y las almas de sus últimas víctimas habían parecido lanzarse a ayudar al chico. Snape no había pensado antes realmente en cómo debía haber sido eso, quién habría estado allí. Cómo habían salvado a Harry.
—Los veo cada vez que cierro los ojos —confesó Harry.
—Eso es... comprensible —dijo Snape en voz baja. Miró al chico, evaluándole—. ¿Te duele la cicatriz?
—No —negó con la cabeza.
—Bebe esto, Potter —instruyó, sacando un frasco de poción que había metido en su bolsillo cuando había salido de su laboratorio.
Harry lo tragó rápidamente sin dudarlo. Aunque hizo una mueca que tensó un poco su mirada ante el mal sabor, no se quejó para nada. Snape ya podía ver que no estaba teniendo una reacción tan mala como la otra vez. Con cuidado, agarró el frasco vacío de la mano del chico y lo desvaneció.
—Puedo darte una poción de sueño sin sueños para esta noche —ofreció—. No lo haría todas las noches, porque entonces te volverías dependiente, pero sé lo cansado que estás y te haría bien en este momento.
—Está bien —accedió Harry.
Estaba luchando contra el sueño con todas sus fuerzas, sin ganas de regresar al cementerio que había plagado sus sueños desde esa fatídica noche. La idea de poder descansar para variar sin ningún terror era algo que difícilmente podía dejar pasar.
—La Oclumancia también puede ser útil para bloquear con naturalidad las pesadillas —le dijo Snape, usando la varita para atraer la poción del sueño sin sueños que estaba arriba—. Te mostraré cómo. No se trata solo de proteger tu mente de la invasión. El arte de la Oclumancia se trata principalmente de aprender el autocontrol porque tu mente te pertenece a ti, Potter. No a nadie más. Tú decides lo que quieres permitir en ella.
—Es agotador, señor —admitió.
—Se hace más fácil —prometió él con suavidad, extendiendo una mano para coger un frasco de poción azul pálido nublado que había pasado zumbando a la habitación hacia él.
Había olvidado bajar la manga antes de salir del laboratorio cuando Harry había comenzado a gritar, por lo que la tenue figura del cráneo y de la serpiente se vio con claridad en su pálido brazo cuando de repente ardió y se volvió negra. Cerca como estaba, Harry pudo sentir el calor abrasando el brazo de Snape e imaginó lo doloroso que debía ser. Ningún sonido escapó de los labios del profesor, aunque casi dejó caer la botella de poción que estaba sosteniendo.
—¿Tienes que...?
—Sí, Potter —dijo este enojado, mientras tiraba de la manga de su camisa para cubrir la Marca Tenebrosa—. Tengo que darme prisa, pero primero necesitas... Espera.
En un instante se levantó, poniendo con brusquedad la poción en las manos de Harry y saliendo con rapidez fuera de la habitación. Harry oyó cómo la puerta principal se abría y luego se cerraba de golpe con tanta fuerza que hizo temblar a toda la casa. Voldemort debía haberlo convocado y Snape se había ido, así como así. Sin un destello de miedo en su cara o intentos de entretenerse y huir de ello. Harry se levantó nervioso y deambuló por el pasillo. No sabía lo que se suponía que debía hacer, excepto sentarse y esperar a que volviera al final. Pero de repente la puerta principal se abrió de nuevo y Snape volvió a entrar en la casa, esta vez acompañado por otra persona.
—¡Sirius! —dijo Harry alegre y su padrino le guiñó un ojo.
—Hechizos de diagnóstico, Black —estaba diciendo Snape, con apariencia inusual y nerviosa cuando alcanzó el armario en la parte inferior de las escaleras y se puso una capa de viaje negra—. Al menos cada media hora. Estate atento a signos de confusión, sarpullidos repentinos o fiebre. Si su cicatriz empieza a dolerle, llama a Dumbledore inmediatamente. Sé que no quiere involucrarse pero es el único, sin contarme, que sabría qué hacer. Y puede tomar agua en unos veinte minutos más o menos, pero no comida, al menos no por otra hora porque podría reaccionar con...
—¿No te está esperando tu amo? —preguntó Sirius a todo volumen, mientras se acercaba para poner un brazo de forma paternal alrededor del hombro de Harry.
—También tiene una poción para dormir —continuó Snape, frotándose inquieto en el brazo marcado. Se dirigió a Harry para mirarle directamente—. ¿La has tomado ya?
—No —dijo él y luego añadió apresuradamente, cuando Snape volvió a abrir la boca—, pero lo haré.
—Hazlo ahora —le dijo, todavía agarrándose del brazo—. Y luego ve a dormir en la cama de arriba. No sé cuánto tiempo durará esto, pero solo quédate en la casa hasta que vuelva o alguien más se ponga en contacto...
—De acuerdo —dijo él rápidamente; sus ojos estaban abiertos, asombrados.
No podía creer lo que estaba presenciando. Sabía que Snape estaba a punto de aparecerse directamente al lado de Voldemort y no sabía cómo sentirse al respecto. Estaba curioso, emocionado y también verdaderamente un poco preocupado. ¿Cuántas personas realmente miraban a Voldemort a los ojos y luego se las arreglaban para salir ilesos? Snape tenía que enfrentarse a la muerte cada vez que hacía esto y lo hacía de igual manera. La aversión por el hombre no hizo que esto fuera menos valiente para Harry, pero no sabía qué decir. ¿Buena suerte?
—Sólo vete Snape, antes de que te mate por insubordinación —dijo Sirius con impaciencia—. Si te mata, entonces nunca sabremos lo que quería en primer lugar.
—Buena suerte —dijo Harry, tan bajo que dudó que Snape lo hubiera escuchado.
Cuando Snape se giró para salir de la casa, lo último que vio Harry antes de que desapareciera fue su capa negra ondeando detrás de él.