Si Estás Dispuesto

Harry Potter - J. K. Rowling
G
Si Estás Dispuesto
Summary
Severus Snape había elegido un camino hacía mucho tiempo y no creía que merecía el perdón o ser feliz. Sin embargo, aprender a aceptar que no es la única persona capaz de cambiar lo llevará a un futuro mejor con la familia que nunca había tenido. Criar a Harry con Sirius nunca había sido parte de su trato con Dumbledore, pero de alguna manera se había convertido en su papel más importante. [Comienza al final de El cáliz de Fuego].
Note
Esta historia la escribió la increíble VeraRose19, quien me ha dado permiso para hacer esta grande traducción. Os prometo que esta historia vale la pena ^^ No dudéis en dejar comentarios y dar también un montón de kudos a la autora original de este fanfic. ¡Disfrutad!
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El huérfano desviado

Snape entrecerró los ojos, sosteniendo un frasco de poción turquesa brillante frente a él y examinándolo con un ojo crítico. Se podían ver discretas espirales carmesí junto con el azul si se inspeccionaba de cerca y había manchas de un resplandor dorado que se extendían en partes iguales por el líquido. La poción era tan espesa como la miel y desprendía un aroma de regaliz combinado con el olor de un perfume demasiado abrumador. Quemaba su garganta sin que siquiera tuviera que probarla, aunque ya había hecho innumerables muestras para fines de investigación.

Apenas había dormido y ni siquiera había salido de su casa en semanas desde que había regresado de Hogwarts. Sabiendo que su cercanía a Dumbledore era menos frecuente durante las vacaciones de verano, el Señor Tenebroso no lo había llamado y eso le había dado el tiempo que necesitaba para perfeccionar su última creación. Había añadido haraterra después de una prueba inicial para ayudar a combatir los efectos somníferos de las propiedades de un brebaje tranquilizante y había aumentado gradualmente la cantidad de sangre de salamandra a utilizar hasta convencerse de que era lo suficientemente potente como para fortalecer la mente y hacerla menos susceptible a la invasión.

No era un atajo para la Oclumancia, pero Snape pensaba que era muy valiosa para poner la mente en las condiciones adecuadas de protegerse y defenderse de la manera más efectiva; hacía que quien la bebiera estuviera calmado y alerta al mismo tiempo, más consciente a una intrusión y lo suficientemente concentrado como para no compartir los pensamientos en caso de que sus barreras de Oclumancia se rompieran. En resumen, Snape confiaba en que le daría a Potter un buen punto de partida para comenzar a estudiar, aunque le molestaba cómo su propia astucia y logro en este descubrimiento nunca serían reconocidos adecuadamente debido a la discreción fundamental para su tapadera.

—Insisto Stabilis —murmuró Snape, apuntando con su varita al caldero humeante sobre el que había estado trabajando obsesivamente desde algún momento antes del amanecer.

Ni siquiera había oído al perro ladrar fuera de su casa hasta que colocó el recipiente que había estado escudriñando en la mesa y se levantó por primera vez en horas para estirarse. Su concentración había sido absoluta e impenetrable mientras trabajaba, pero ahora estaba alerta a los constantes aullidos y el sonido de una pata arañando la madera de la puerta principal.

Sintiéndose irritado, Snape apuntó con su varita al suelo a la mesa y las sillas que estaban llenas de frascos de ingredientes para pociones y trozos de pergamino donde había escrito y reescrito sus notas y modificaciones. En un movimiento de varita, guardó todas sus provisiones y apiló los papeles en el escritorio de forma ordenada. Después salió de la habitación, metió su varita discretamente en la manga de su suéter gris, pensando que si era el perro que pertenecía a los niños muggles del otro lado de la carretera —que se había escapado y casi había sido golpeado por un coche el sábado pasado—, no iba a abstenerse de ir allí para regañarles mucho.

Sólo que no era un perro del barrio el que intentaba entrar por su puerta principal. Mirando por la ventana, Snape reconoció al gran perro negro inmediatamente y bufó. Y este, que había sentido su presencia, mostró sus dientes para estar a la par de su hostilidad.

—¿Qué te dio la impresión de que serías bienvenido aquí, Black? —gruñó Snape, de igual manera abriendo la puerta y la dejó así, con amargura. Sabía que no era seguro quedarse en una entrada principal, en particular para Sirius Black.

—Bastante irónico viniendo de alguien que ha pasado toda su vida sin ser querido ni bienvenido por nadie en ningún lugar, Quejicus —gruñó Sirius, en cuanto se hubo apresurado a entrar en la casa y regresado a su forma humana—. Estoy aquí porque me voy a asegurar de que no uses estas lecciones para desquitarte con Harry solo porque él es todo lo que nunca serás. Ya me ha pedido dos veces que intervenga y haga que Dumbledore cambie de opinión.

Snape apretó los dientes con fuerza mientras cerraba la puerta principal una vez más y sintió una puñalada de resentimiento hacia Albus Dumbledore, pues solo él podría haberle dicho a Sirius dónde vivía. Era otra señal de la escasez de su anonimato. Un recordatorio de que era propiedad de dos amos y querido por nadie. Incluso su casa tenía más lealtad a la marca mágica de Dumbledore que a la suya y daba la bienvenida a gente que odiaba.

Snape había llenado a la morada muggle con encantamientos protectores cuando se había hecho adueñado de ella hace años, pero ahora Dumbledore había añadido su propia capa de seguridad para garantizar el cuidado de Harry Potter. No un encantamiento Fidelius, pues sería muy sospechoso para el Señor Tenebroso si su casa desapareciera de repente. Así que, en su lugar, este había creado una viva imagen de la Hilandera sobre el propio lugar abandonado. Estaba lo que él, Snape, Harry, y evidentemente Sirius eran capaces de ver, y luego había una falsa fachada para todos los demás. El propio Voldemort podría haber caminado hasta la puerta y entrar dentro, pero no sería capaz de encontrar a Potter allí. No reconocería ninguna trampa en absoluto.

—Qué conmovedor —dijo Snape en voz baja, siguiendo a Sirus hacia su sala de estar, notando la forma en que el otro hombre miraba con desprecio alrededor del monótono lugar—. Estoy seguro de que Potter estará para siempre agradecido si atrapan a su padrino solo para dar un espectáculo caballeroso para él cuando ni siquiera está aquí.

—Vendrá aquí —contestó Sirius—. Dumbledore no va a ceder.

—Correcto, debo recogerlo en una hora —respondió Snape, mirando hacia el reloj de plata que colgaba ligeramente torcido sobre un trozo de papel de pared pelado.

Había obtenido permiso de Dumbledore para retrasar la reunión con Potter para poder concentrarse en su poción, pero ahora que estaba completa sabía que no podía posponerla por más tiempo. Había enviado al chico un libro de texto introductorio, escrito con todas sus notas, al comienzo del verano, aunque en realidad se sorprendería si hubiera hecho más que hojear las páginas hasta ahora.

—No lo vas a esperar aquí. No permito perros en mi casa. —Snape torció el labio—. Especialmente los que están llenos de pulgas.

—¿De repente te da miedo asociarte con la suciedad? —preguntó Sirius—. ¿Cómo está Lucius Malfoy estos días? ¿Todavía saltas cuando chasquea los dedos?

—Lucius saltará ante la oportunidad de capturarte para el Señor Tenebroso —dijo amenazadoramente—. ¿No lo dejé claro cuando dije que te quedaras dentro de tu casa?

Colagusano había dicho con gran entusiasmo a Voldemort que Sirius Black era un animago, lo que significaba que los seguidores del Señor Tenebroso en el Ministerio de Magia ahora estarían en alerta máxima para arrestarlo. También había que añadir a Snape nombrándolo como un devoto miembro de la Orden del Fénix y había una gran diana en su espalda. Se suponía que Sirius no debía estar de un lado para otro. Tenía que estar encerrado, escondido y le daba a Snape demasiado placer saber lo mucho que lo torturaba.

—No obedezco órdenes de mortífagos —contestó él—. No me importa si Dumbledore cree que has cambiado, para mí está claro. Y no quiero que un mortífago, reformado o no, pase más tiempo con mi ahijado que yo.

—Sabes que Dumbledore no quiere a Potter en el cuartel general hasta que pueda al menos cerrar satisfactoriamente la mente al Señor Tenebroso —le recordó—. ¿Qué esperas ganar en este momento, aparte de hacer mi trabajo mucho más difícil de lo que ya es?

—Me importa un bledo tu trabajo —espetó Sirius—. Más aún un trabajo que has estado descuidando para poder quedarte en casa y jugar con tu equipo de química en su lugar.

—Fuera —dijo Snape con frialdad, sacando su varita de la manga amenazante y totalmente preparado para expulsar a Black de su casa si no obedecía.

—Puedes guardarla en su sitio. Ambos sabemos que no tienes agallas —se mofó Sirius—. Le escribiré a Harry esta noche y volveré si no me gusta lo que escuche.

Snape agarró su varita con más fuerza y no dijo ningún maleficio que le hubiera encantado lanzar a Black en ese momento. O tirarle al suelo, hacer que se atragantara con jabón, levitarlo en el aire con los pantalones bajados frente a una multitud de risas… Eso no arreglaría una fracción de lo que se le había hecho. Cosas que nunca superaría. Cosas que aún dolían a día de hoy.

Snape se acercó a su puerta principal y la abrió bruscamente, esperando furioso al hombre que despreciaba para que se transformarse de nuevo en un gran perro negro. Sirius salió de la casa, corriendo rápidamente al otro lado de la calle, hacia un callejón estrecho donde sería capaz de volverse humano, sin ser detectado, para desparecer de vuelta a Grimmauld Place. Sin lograr nada, excepto asegurarse de que Snape se sintiera sumamente amargado cuando fuera a recoger a Potter.

Snape se retrasó todo el tiempo que pudo. Pensó en el pensadero que Dumbledore le había prestado, el cual esperaba arriba en su laboratorio de pociones, y si debía utilizarlo ahora, antes de pensarlo mejor. No quería ir a ninguna parte sin todos sus recuerdos y su sensatez con él. Por dolorosos que fueran muchos de ellos, olvidar era cómo se cometían errores. Se los quitaría justo antes de trabajar con Potter y luego se los volvería a meter en la cabeza de inmediato.

Retrasándose más, se convocó para sí una taza de té y la bebió tan lentamente como pudo. Luego entró en la cocina y la lavó a mano, de la forma muggle. Finalmente, con solo dos minutos de sobra antes del momento en que le había dicho a Potter que lo esperara, Snape abandonó a regañadientes su casa y caminó más allá de los límites de los encantamientos de seguridad de Dumbledore para poder aparecerse.

Reapareció casi en el mismo segundo en la acera frente al número cuatro de Privet Drive. El césped era verde brillante y los macizos estaban floreciendo en abundancia, a pesar de la sequía que afectaba a Gran Bretaña en ese momento y haberse dicho a todos que conservaran el agua. Mientras se acercaba a la puerta principal, Snape miró todo con desdén, desde los setos perfectamente recortados hasta las limpias ventanas de cristal de la casa mantenida a la perfección. Aparcado en el camino de la entrada, había un coche caro, lo que no lo sorprendió. Era exactamente el tipo de vida cercada en blanco que habría esperado de Petunia Dursley.

Llamó al timbre y luego esperó, su aversión acumulándose en su pecho con cada segundo que pasaba. Podía oír el aburrido zumbido de un televisor a través de las paredes, pero nadie se levantaba para dejarlo entrar. Tal vez Potter había volado de forma impulsiva sobre su escoba para tratar escapar de las lecciones o quizá esperaba que Snape pensara que se hubiera equivocado de casa y pasara de largo si lo hacía esperar. Estaba sopesando entrar en la casa por la fuerza cuando escuchó la voz de un hombre enojado, gritando. El tío de Potter.

—¡Date prisa, chico! —ladró el tío Vernon—. No necesitamos que ninguno de los tuyos se quede en la entrada delantera. ¿Qué pensarán los vecinos?

—No me importa lo que piensen los vecinos —vino una respuesta exasperada y luego se oyó la cerradura girando.

—¿Crees que tengo tiempo libre ilimitado, Potter? —preguntó Snape, cuando finalmente se abrió la puerta y los dos estuvieron cara a cara—. ¿Que no tengo nada mejor que hacer que esperarte?

—Pensé que los Dursley te dejarían entrar —respondió él, despreocupado.

Se hizo a un lado para permitir a regañadientes que entrara Snape y miró a los Dursley que estaban de pie juntos en el umbral del salón observando el diálogo. El tío Vernon estaba de pie frente a la tía Petunia que miraba por encima suyo, pero cuando Snape entró en la habitación, Petunia Dursley no pudo resistirse en ponerse delante.

—¡Tú! —gritó, con una mirada de gran desagrado en el rostro que generalmente solo estaba reservada para su sobrino.

A diferencia de sus encuentros anteriores donde había actuado aterrorizada, esta vez estaba furiosa. Snape la miró con una expresión muy fría en el rostro que no revelaba nada, aunque estaba muy claro para todos que la tía Petunia lo reconocía. Nunca había reaccionado de esa manera antes con ninguno de los magos con los que había entrado en contacto. Cuando el señor Weasley había intentado estrecharle la mano y tener una pequeña charla el verano pasado, se había estado  encogiendo de miedo extremadamente.

—¿Vosotros... vosotros dos os conocéis? —preguntó el tío Vernon, sus diminutos ojos yendo de un lado a otro entre Snape y su esposa.

Snape no dijo nada, sus ojos negros brillaban mientras observaba a la tía Petunia y esperaba a ver qué iba a decir. Ella bajó su dedo con el que le había señalado y parecía estar mordiéndose la lengua mientras pensaba. Un silencio incómodo cayó entre todos ellos durante el cual el tío Vernon comenzó a ponerse cada vez más morado. Finalmente, habló.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Una acusación en cada sílaba.

—Supongo que Potter no pensó en decirte quién lo recogería —dijo Snape con desdén—. Bueno, no importa, te lo quitaré de encima por hoy y, teniendo en cuenta el gran problema que es, solo puedo asumir que estás aliviada. ¿Tienes tu libro y tu varita? —preguntó Snape, volviendo la mirada hacia Potter, que se había puesto al pie de las escaleras y parecía completamente perplejo.

—Ehh... —tartamudeó Harry.

—Perezoso y arrogante. —Snape lo criticó con frialdad—. Como si tuvieras alguna excusa para estar tan poco preparado.

—Voy a por ello —murmuró Harry.

—Llévate toda esa basura contigo, chico —gritó el tío Vernon tras él—. ¡Y esa maldita lechuza!

Harry se detuvo en las escaleras y se dio la vuelta para mirar a su profesor y su tío. Las instrucciones en la carta que el profesor Snape le había enviado al comienzo de las vacaciones habían sido claras: clases de Oclumancia unas horas al día durante la semana. Nada sobre irse de Privet Drive mucho antes. El corazón de Harry dio un salto.

—Te equivocas —le dijo Snape al tío Vernon—. Potter volverá a tiempo para cenar. A pesar de sus espantosas calificaciones a final de curso, y aunque no crea que ninguna cantidad de clases de apoyo logrará atravesar esa dura cabeza suya, tengo otras cosas que hacer después.

—No voy a dejar que el chico vaya y venga como si mi casa fuera un maldito hotel —gritó el tío Vernon.

—Podrías dejarme con Sirius —sugirió Harry, optimista.

—Calla, Potter —ordenó Snape.

—¡Sí, llévalo con su padrino! —masculló el tío Vernon—. O ese tipo con todos esos niños pelirrojos.

—Eso no es una opción —respondió Snape, mirando a Harry como si esto lo hubiera planeado.

Harry estaba confundido mientras se quedaba en las escaleras y miraba la escena abajo, sin estar seguro de a quién obedecer cuando ambos lo miraban con odio en los ojos, como si estuvieran compitiendo para ver cuál de ellos le odiaba más. Snape, frío y calculador, con sus ojos negros taladrándole, mientras el tío Vernon despotricaba en voz alta sobre él no arruinando las vacaciones que ellos evidentemente planeaban tener sin él.

Snape fue el primero en parpadear.

—Coge tu baúl, Potter.

Harry no necesitó que se lo dijeran dos veces, a pesar de que estaba nervioso por salir de ahí con un Snape realmente enfadado. Si conseguía pasar el tiempo que no estuvieran estudiando Oclumancia en Grimmauld Place entonces todo valdría la pena. Cualquier cosa sería mejor que Privet Drive. Se apresuró a subir al segundo piso pasando junto a Dudley, que estaba escondido en su habitación. Harry corrió hacia la suya y comenzó a tirar sus cosas en el baúl tan rápido como pudo. Hedwig ululó alarmada desde su jaula.

—Nos vamos —explicó, acariciando su cabeza con un solo dedo y cerró la jaula.

A los pocos minutos estaba de vuelta abajo. Su baúl golpeó fuerte cada tramo. Estaba a la mitad de las escaleras cuando vio a Snape apuntarle con su varita, sin hablar. Harry no pudo evitar paralizarse.

—¡No hagas esas cosas raras aquí! —chilló la tía Petunia.

—¿Todavía no puedes admitir que solo tienes celos? —preguntó él en voz baja y, de repente, con un resplandor azul claro de su varita, el baúl de Harry se encogió al tamaño de una pequeña billetera y voló por las escaleras hacia su mano. Luego le ordenó—: Vamos, Potter.

Harry no podía apartar la mirada de su tía mientras se apresuraba hacia la puerta. Tenía las mejillas coloradas y estaba parpadeando mucho. Su tío todavía parecía completamente desconcertado, aunque demasiado precavido del comportamiento inusual de su esposa para exigir una explicación. Harry sujetó bien fuerte la jaula de Hedwig mientras seguía a Snape afuera. Nadie se despidió.

—¿A dónde voy a ir ahora? —preguntó nerviosamente a Snape, mientras lo seguía por la acera.

—Dejaremos que alguien más lo averigüe —masculló este—. Sólo tú causarías tantos problemas.

Harry ignoró esto y se atrevió a hacer la pregunta que le quemaba por dentro.

—¿Cómo conoces a mi tía?

—¿Y desde cuándo eso es asunto tuyo? —preguntó Snape impasible—. Y aunque lo fuera, ¿por qué te lo diría? Ni siquiera has tenido tu primera lección para aprender a cerrar la mente. Apuesto a que ni siquiera te has molestado en abrir el libro que te envié. Qué típico de ti, Potter. Dejar que todos los demás se preocupen por lo que está ocurriendo en tu cabeza, que otras personas menos importantes se preocupen por tu seguridad.

—En realidad sí lo leí —replicó él. Snape bufó, como si no creyera una palabra.

—Supongo que ya lo veremos —murmuró y miró a su alrededor para ver si había algún testigo y le informó—: Nos vamos a aparecer. Agárrate fuerte a mi brazo, te guiaré. No trates de encargarte de liderar o sufriremos una despartición.

—¿Por qué intentaría hacer eso? —exclamó Harry—. Ni siquiera sé a dónde vamos.

—Cuida ese tono, Potter —dijo Snape, frío.

Harry le fulminó, odiando la idea de acercarse a él, pero sabía que no tenía otra opción. Agarró con fuerza el brazo donde sabía que estaba la Marca Tenebrosa, curioso por ver lo que pasaría, notando la forma en que Snape se paralizó ligeramente y apretó los dientes como si le quemara cuando le tocaban ahí.

—Agárrate bien —murmuró y luego llevó a Harry a la oscuridad.

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