
El inocente Slytherin
—¡Potter! —Snape escupió el nombre como si tuviera veneno puro. Sus ojos negros se entrecerraron mientras caminaba lentamente por el pasillo hacia él y sus dos amigos.
Apretó los dientes al ver que Potter le miraba fijamente en una combinación de desprecio y curiosidad escrita en el rostro. ¿Lo había enviado Dumbledore a espiar a Voldemort? ¿Cómo podía estar realmente seguro de que Snape estaba de su lado ahora?
No necesitó esforzarse nada para saber lo que el chico pensaba. Su cabeza estaba tan llena de cosas que sus emociones y pensamientos eran muy transparentes, únicamente confirmando sus prejuicios de que ese verano iba a ser una pérdida de tiempo y un riesgo inútil. El único atisbo de satisfacción que podía permitirse reconocer era que esas sesiones seguramente serían aún más desagradables para Potter que para él.
—¿Dónde crees que vas? —preguntó, impasible.
—Vamos a bajar a ver a Hagrid, profesor —respondió Hermione cortésmente.
Snape la ignoró y continuó mirando a Potter, que le devolvió una mirada desafiante. Sabía que el chico estaba interesado en el trabajo que estaba haciendo para Dumbledore, pero nunca se atrevería a preguntar y Snape nunca respondería. Aunque estaban del mismo lado y querían las mismas cosas, nunca sería suficiente para ponerlos de acuerdo. No importaba lo mucho que el director decidiera entrometerse, de eso Snape estaba completamente seguro.
—Los estudiantes han recibido instrucciones de volver a sus dormitorios y empacar sus baúles después del banquete —continuó él, fulminando al chico con un odio profundo que reservaba solo para él.
Snape estaba molesto y no importaba mucho lo que hiciera el chico en este momento, iba a criticarlo. Su vida estaba en juego y Dumbledore simplemente lo tomaba como otro riesgo necesario. Todavía tenía las marcas del último castigo de Voldemort bajo las túnicas y, a pesar de lo que la gente pudiera pensar, era capaz de sentirse asustado y nervioso. No quería morir, al menos ya no, quedaba aún mucho trabajo por hacer. Simplemente habría preferido quedarse en las sombras a participar tan directamente en el entrenamiento del chico. Como si enseñarle pociones durante el año escolar no bastara ya.
—Ya hemos recogido todo —replicó Ron desafiante—. Podemos salir a pasear afuera. No va en contra la ley, ¿verdad?
—Cómo te pareces a tu padre, Potter —siguió Snape, ignorando a Ron—. Él también hacía lo que quería. Se te dice que te quedes en la torre Gryffindor y, sin embargo, cuando el director necesita darte un mensaje, no estás en ninguna parte.
Estaba inventando cosas según avanzaba. Ni siquiera se había molestado en empezar a buscarle antes de encontrarlo en el pasillo en ese momento. Tampoco eran los únicos estudiantes que deambulaban por los terrenos de la escuela en este momento, pero a Snape nunca le había importado los doble estándares o ser justo cuando se trataba de señalar lo que percibía los numerosos defectos de Harry Potter. Por lo que a él le concernía, criticarle por cualquier razón que pudiera encontrar compensaba todas las veces que el chico se salía con la suya con demasiada facilidad o cuando alguien le trataba de manera especial.
—¿El profesor Dumbledore quiere hablar conmigo? —preguntó Harry con entusiasmo, los ojos verdes brillando con anticipación.
Snape podía ver lo desesperado que estaba Potter por tener noticias de Voldemort y la resistencia. El profesor Dumbledore no había estado con él a solas desde la noche de su regreso. Había escuchado la historia del chico sobre lo sucedido en el cementerio y le había dejado quedarse en la habitación para escuchar la historia del impostor de Ojoloco Moody, Barty Crouch Junior, de la propia voz del mortífago. Pero no se había acercado a él de nuevo. Le había dejado a imaginar lo peor y, si no fuera por sus amigos, Snape habría imaginado que el chico se habría sentido absolutamente solo.
—El director está muy ocupado con cosas mucho más importantes que correr detrás de "el niño que sobrevivió" para charlar —dijo Snape con frialdad—. Me temo que me ha cargado esa desafortunada tarea.
—¿Entonces? —preguntó Harry, impaciente.
Snape le miró con desagrado como si la respuesta debiera haber sido obvia. Luego, con cuidado, lanzó un Muffliato en silencio alrededor de los cuatro, un hechizo inventado por él mismo que aseguraba que, aunque estuvieran en un pasillo vacío, cualquiera que se encontrara con ellos no podría escuchar la conversación. Había pensado en deshacerse de los otros dos, pero no parecía valer la pena esforzarse cuando Potter seguro les diría lo que se había dicho de inmediato.
—El profesor Dumbledore quería que te dijera que vas a entrenarte en Oclumancia durante el verano —finalmente explicó.
—Oclu... ¿qué? —Harry parpadeó, y Hermione se removió a su lado.
—Oclumancia, Potter —repitió él.
Ron parecía perdido, pero Hermione estaba casi vibrando entusiasmada por compartir todo lo que había leído sobre el tema. Snape decidió que la dejaría para que se lo explicara a Potter y marcharse. No tenía ningún deseo de pasar más tiempo en su compañía de lo que Dumbledore ya le estaba obligando.
—Discutiremos más de esto en nuestra primera sesión. No debes decirle a nadie lo que estás estudiando o que te reunirás conmigo este verano. Por supuesto, tu querido padrino ya está bien informado, así que si necesitas a alguien que escuche tus quejas, por favor dirígete a él.
—¡¿Me va a enseñar usted?! —exclamó Harry, horrorizado.
—Por desgracia. —Snape levantó las cejas.
—Pero... —Respiró hondo—. ¿Significa esto que puedo quedarme en Hogwarts durante el verano?
Tenía un tono esperanzado que era inconfundible y sonaba extrañamente familiar para Severus Snape. Buscando un lado positivo donde no había ninguno. Snape no dudó en corregir al chico con dureza. A pesar de que se identificaba con él, habiendo rogado a su propio jefe de casa más de una vez para que le dejara pasar el verano en el colegio en lugar de volver a casa.
—Por mucho que pienses que todos deberíamos hacer lo imposible por acomodarte, Potter, no quiero pasar mis vacaciones completas en este colegio solo para ti —dijo, impasible—. Ya estás desperdiciando bastante mi tiempo así como tal. Volverás a casa en el tren con tu familia y les harás saber que te recogeré con frecuencia para clases de recuperación en un lugar que no revelaré.
—Bien —dijo Harry mordazmente, ya planeando dirigirse directamente a la oficina de Dumbledore y negarse rotundamente a cooperar con cualquier cosa de ese tipo.
—El profesor Dumbledore dejó la escuela justo después del banquete, Potter —continuó hablando, en voz baja—. Así que te sugiero que encuentres a alguien más a quien expresar tus quejas. Estaremos en contacto.
Con eso, Snape se dio la vuelta por el camino por el que había venido, arrastrando su capa. Su ondeada túnica le ayudó a ocultar parte de la rigidez que aún sentía en la pierna. Los remedios para el dolor y los hechizos curativos solo llegaban hasta cierto punto cuando se trataba de magia oscura avanzada, incluso si él sabía más que la mayoría. El Señor Tenebroso no había estado muy contento porque hubiera respondido tarde a otra reunión.
Él se había disculpado fervientemente y le había hecho saber que había estado en la primera reunión de la Orden del Fénix, pero la curiosidad de Voldemort sobre eso solo duraba un rato. No apreciaba que su mortífago lo hiciera esperar para sentarse en una mesa con Albus Dumbledore y lo había castigado a fondo por esa insubordinación. Cuando le dejó levantarse, ordenó a Snape decir los nombres de todas las personas que habían asistido a esa reunión. Los Weasley, Minerva McGonagall, Remus Lupin, Sirius Black...
Bajó las escaleras hasta las mazmorras con dificultad y cruzó el pasillo vacío. Pasó su aula y armarios privados hacia la sala común de Slytherin, donde se podían escuchar las risas y a gente jugando a través de la pared de piedra. A Snape no le molestaba esto de sus estudiantes. Como mucho, ablandaba su corazón de piedra aunque fuera un poco. ¿Cuántos de los que estaban bajo su cuidado estaban en peligro y a punto de perder toda su vida ahora debido a los prejuicios y, para algunos, debido a las lealtades que sus familias habían jurado? Harry Potter no era el único chico arrojado a una batalla que no había pedido.
—Los carruajes llegarán en aproximadamente una hora para llevaros a coger el tren —les recordó Snape en bajo, tras decir la contraseña para permitirse entrar en la Sala Común de Slytherin—. ¿Habéis recogido todos?
Hubo una respuesta conjunta por parte de los estudiantes ahí reunidos con un “Sí, señor” que también llegó a confirmar la gran pila de baúles junto a la puerta. Sin contar algunos problemáticos, Snape estaba satisfecho con pensar que su casa tenía los más ejemplares y mejores estudiantes de Hogwarts. Sus expectativas siempre habían sido altas y a pesar de las quejas de que favorecía a sus propios estudiantes, Snape realmente solo estaba cuidando de los que el resto de la escuela ya había condenado.
Les deseó a todos un buen verano y les recordó, como siempre, que estaba disponible por lechuza si alguna vez necesitaban algo. Ya había tenido interacciones con algunos de sus padres trabajando para el Señor Tenebroso. Snape sabía quién volvería a casa para ser preparado para el peligroso camino que él mismo había cometido el error de seguir hacía tiempo y no había nada que pudiera hacer al respecto. Así era la carga de ser un agente doble, querer decir cosas que no se pueden decir y resignarse a que siempre le malinterpretaran.
Después de salir de la sala común, Snape caminó por el pasillo hasta su despacho y dijo la contraseña.
—Mollitiam.
Ya había quitado todo del escritorio. Había archivado todos sus papeles, y todo lucía impoluto y vacío. Rodeó el escritorio y presionó la palma de su mano contra una lisa piedra negra que estaba dentro de la pared. Respondiendo solo a su magia distintiva, la piedra se calentó en su mano y toda la pared se disolvió en una majestuosa entrada de bóveda a su estancia privada, sorprendentemente acogedora.
El suelo de piedra de la sala de estar estaba cubierto por unas gruesas alfombras grises y, frente a la chimenea apagada, había un sofá negro. No era un hombre materialista se mirara como se mirara; no había objetos personales en la repisa ni en ninguna parte de la habitación, sin contar la manta verde colgada con cuidado sobre la parte posterior del sofá y los estantes llenos de libros que cubrían toda una pared desde el suelo hasta el techo. La cocina pequeña parecía como si nunca se hubiera usado, ya que no se hacía excepto para servirse el ocasional vaso de whisky de fuego por la noche. Por un estrecho pasillo estaba el baño y el pequeño dormitorio. Su parte favorita de la estancia era toda la pared de cristal que le daba unas vistas al lago negro.
De hecho, cuando entró en el dormitorio y usó su varita para hacer que su baúl saliera volando de debajo de la cama y se abriera sobre el edredón gris, un largo tentáculo que pertenecía al calamar gigante dio unos golpes sobre la barrera, algo que le hizo gracia. Rápidamente y con su mente en otras cosas, dirigió la ropa y los libros dentro, y luego hizo desaparecer todo para que esperara su llegada a la Hilandera. Ya había hecho lo mismo con lo esencial de su laboratorio, pues continuaría con su investigación en casa durante el verano, aparentemente con Potter como su cobaya.
—¿Señor? ¿Profesor Snape?
Reconociendo la voz del joven Slytherin, Snape rápidamente usó su varita para cerrar las pesadas cortinas verdes sobre la ventana de cristal que generalmente mantenía abierta cuando residía ahí. Salió de su dormitorio y cerró la puerta detrás de él. Era Draco Malfoy, de pie, respetuosamente sin pasar el umbral que separaba su oficina de sus habitaciones.
—Puedes pasar —le dijo con cuidado.
Siempre había tenido una debilidad por el joven Malfoy, cuyo propio padre había acogido a Snape bajo su ala y había velado por él cuando eran estudiantes en Hogwarts. Sin embargo, era complicado, porque ser el hijo de Lucius Malfoy era precisamente la razón por la que él siempre había sentido tanta pena por él. Interiormente, tenía escalofríos cada vez que escuchaba al chico repetir la ideología de la sangre pura que aprendía de su padre. Snape sabía que Draco era un mocoso mimado, que se creía con privilegios, pero opinaba que tenía el potencial de ser mejor. Si alguna vez salía de las influencias de Lucius Malfoy, claro.
—¿Listo para tus vacaciones? —le preguntó cuando Draco entró en su sala de estar.
—Sí, deberían ser unas emocionantes —respondió—, ¿no crees, señor?
—Depende de cuál sea tu idea de emoción —dijo él tras una pausa.
—Padre ha dicho que las cosas van a mejorar ahora —dijo él triunfante y Snape le indicó con un gesto que se sentara—. No más esconderse por miedo. No más dejar que los sangres sucias se pavoneen como si fueran los dueños del lugar —se recostó contra el sofá y le miró de repente con seriedad—. ¿Cuánto tiempo crees que ese viejo tonto durará ahora en este lugar? Padre cree que el Señor Tenebroso querrá deshacerse de él tan rápido como pueda.
—Bueno, creo que el Señor Tenebroso probablemente pondrá primero su vista a ramas más pequeñas —dijo lentamente—. Me atrevería a decir que Hogwarts tendrá al profesor Dumbledore durante mucho tiempo.
—Espero que no. —Draco bufó.
Snape se sentó al borde del sofá y consideró sus palabras con mucho cuidado antes de hablar. Debía andarse con pies de plomo. Quería advertir a Draco, protegerlo, hacerle entrar en razón. Sin embargo, nunca podría indicar al chico ninguna sospecha de que él no estaba tan a favor de la causa. Sabía que el afecto que Draco Malfoy sentía por él no le impediría detallar cada palabra al hablar con su padre y al mismo Señor Tenebroso si alguna vez este preguntaba.
—Ten en cuenta, Draco —comenzó con lentitud—, que nunca puedes estar del todo seguro de con quién estás hablando. Podría ser un impostor, como en el caso de Alastor Moody, que fue sustituido por un farsante. Podría coger cada palabra que dijeras hacia tus enemigos y estos la usarían en tu contra. Podría ser simplemente descuidado y dejar escapar algo vital que nos pusiera a todos en peligro mortal. Por mucho que estés ansioso por demostrar tu lealtad a tu padre, al Señor Tenebroso y a su causa, quiero que tengas en cuenta que hay formas mucho más eficaces y seguras de hacerlo.
—¿Cómo lo que tú haces? —preguntó Draco con interés.
—Exacto —asintió Snape—. Aprender a actuar es esencial. No habría llegado tan lejos si no hubiera sabido cómo hacerlo.
—Pero cuando Quien-Tú-Sabes tome el mando...
—Entonces las cosas probablemente cambiarán de nuevo —concordó él—. Pero en estos momentos y ahora hay que ser precavidos. Quiero que lo recuerdes este verano. Y quiero que también tengas en cuenta que no tienes que hacer todo exactamente de la misma manera que tu padre. Puedes ser tu propio hombre y destacar de una manera diferente. Sólo sé inteligente al respecto. ¿Me he explicado con claridad?
—Sí, señor —asintió Draco.
Aunque Snape sabía que Draco estaba interpretando sus palabras de una manera diferente a la que pretendía, aún esperaba que se hubiera plantado una semilla. Si tenía éxito, nunca volvería a haber un día en que el Señor Tenebroso se apoderara del mundo. Quería acabar con él. Quería que Harry Potter tuviera éxito y viviera una larga vida plena, aunque muy lejos de él. Snape quería justicia y hacer lo correcto, con el menor número de bajas posible en el camino, lo que incluía a Draco Malfoy. Así pues, todavía había una oportunidad.