
Una tarea muy desagradable
Grimmauld Place era una calle en Londres llena de elegantes casas adosadas tan diferentes de La Hilandera como uno podría imaginar, lo que no le sorprendió para nada a Snape. Se había aparecido en la acera frente al número doce y frunció los labios con desagrado. Solo estaba ahí por respeto a Dumbledore, pero se estaba arrepintiendo bastante por ceder tan fácilmente.
Entrar en la casa de Sirius Black y verse obligado a relacionarse con dos de las personas que habían convertido su etapa escolar en un infierno difícilmente le parecía esencial para su labor de espiar al Señor Tenebroso. Sin embargo, ahí estaba. Se puso recto y ocultó el dolor en el que estaba, puesto que preferiría morir antes que verse débil delante de sus acosadores de la infancia. Había apretado los labios en una delgada línea y estaba a punto de caminar hacia la puerta cuando atisbó a un familiar gato gris atigrado que se dirigía en su dirección.
—Buenas noches, Minerva —dijo en voz baja y observó la elegante metamorfosis del gato en la profesora McGonagall.
—Buenas noches, Severus —dijo esta, caminando con rapidez y enderezando las gafas, que se habían torcido ligeramente.
Habría sido difícil discernir cuál de los dos estaba más pálido en ese momento. La profesora McGonagall aparentaba haber perdido el color de la cara. Había tenido unas muy arduas últimas veinticuatro horas, habiendo sido testigo de los horrores del beso del dementor y tratando de procesar el regreso de Voldemort como todos los demás. Llevaba puesta su pesada capa verde esmeralda, a pesar del calor que hacía, y todavía parecía casi tan alterada como lo había estado anoche.
—Típica obstinada Gryffindor —comentó él.
—¿Disculpa? —dijo ella con brusquedad.
—Anoche viste a un dementor succionar el alma de un hombre y, aun así, eres demasiado terca para aplicar algunas medidas de primeros auxilios necesarias cuando se trata de ti.
—Poppy me dio un poco de chocolate. —Minerva lo restó importancia.
—Obviamente no lo suficiente —respondió él, observando cómo esta se envolvía aún más en su capa con fuerza, como si estuviera helada hasta los huesos.
—Había tantas lechuzas de padres a los que responder después de que se corriera la voz… —dijo Minerva indiferente a su preocupación—. Luego Fudge regresó esta mañana para causar estragos, Dumbledore no estaba disponible y tuve que...
—Toma —interrumpió Snape e hizo aparecer, como ofrecimiento, una gran tableta de chocolate negro. Aunque odiaba coincidir con Remus Lupin en nada, tenía que admitir que su remedio para los encuentros con dementores era de primera categoría.
—Llevando dulces para compartir con alguien de Gryffindor… Qué poco típico de Slytherin. —Estuvo a punto de sonreír.
—Sólo cógelo —dijo él con impaciencia.
Minerva apuntó al chocolate con la varita y la transformó, su mirada fija, en una tableta de chocolate con leche con almendras, que era más a su gusto. Entonces se lo quitó de las manos y partió un trozo que se comió y dejó que se derritiera en la lengua. Casi de forma instantánea, le regresó el color de las mejillas.
—¿Quizás tú también deberías comer un poco? —sugirió con ironía—. ¿Para tener algo de energía?
—No habrá esa suerte, viendo dónde estamos —dijo de forma tosca, apoyándose en la barandilla de las escaleras y observando como esta se comía otro trozo.
—No estaba segura de que fueras a venir —comentó, observándole con un ojo crítico.
—Por desgracia —respondió él. Hubiera preferido estar casi en cualquier otro lugar y no lo ocultaría.
—No volviste al colegio hoy. Albus ha sido deliberadamente impreciso sobre dónde te envió —prosiguió y se aflojó el nudo de la pesada capa; el chocolate estaba haciendo su trabajo.
—El profesor Dumbledore es impreciso con todo —dijo Snape con desdén.
—Eso ya lo sé —respondió Minerva y le miró con atención con sus pequeños ojos brillantes—. ¿Fuiste con él?
Lo planteó como una pregunta, pero ya conocía la respuesta. Dumbledore obviamente no había sido del todo directo con la información, pero ¿cuál era el propósito de tener ahí a Snape si no era para decir a los otros miembros de la Orden al menos verdades a medias? Él asintió, rápido, y observó como la otra fruncía los labios, desapareciendo el chocolate restante que no podría soportar comer.
—¿Cómo...? ¿Pero y si...? —Minerva resopló con impaciencia al tartamudear y luego preguntó, tensa, pero con calma—: ¿Vas a tener que irte?
—En algún momento dado —dijo con frialdad.
Su brazo se movió involuntariamente y vio cómo Minerva dirigía su mirada a su manga negra que cubría la horrible marca que había visto la noche anterior. Snape se había quitado la capa para revelar su brazo al Ministro de Magia y probarle que Potter y Dumbledore estaban diciendo la verdad sobre el regreso de Lord Voldemort: la marca ardía y se oscurecía cuando el Señor Tenebroso llamaba a sus seguidores y Snape había sido lo suficientemente estúpido como para ser marcado con ella a los diecisiete años.
—Acabemos con esto —murmuró, y apretó sus dedos de manera protectora alrededor de la varita por instinto al mirar a la puerta principal.
La profesora McGonagall subió por los escalones de piedra hasta la entrada, mientras que Snape se quedó atrás. Estaban en medio de un barrio muggle, pero la marca de la magia que rodeaba el lugar era muy perceptible para sus sentidos. Casi todo magia negra; los muggles no podían encontrar 12 de Grimmauld Place y tenía hechizos aún más fuertes alrededor para ahuyentarlos. La familia Black tenía una gran reputación en el mundo mágico, así que eso no era sorprendente.
Sirius siempre había sido el raro, puesto en Gryffindor y liberal sobre las ideologías de sangre pura de su familia. Después de ver al cobarde de Colagusano arrastrarse a los pies del Señor Tenebroso, estaba muy claro para él que Sirius nunca debería haber sido el sospechoso de acudir a él. Tenía que haber sido obvio, pero Snape había aprendido a ver lo peor de él. Incluso obligarse a reconocer que Sirius Black no había traicionado a los Potters a Voldemort hacía poco para que lo respetara más.
—¿Entramos sin más? —preguntó Minerva.
Intentó ver a través de la ventana, pero estaba demasiado sucia, por lo que llamó con firmeza a la puerta de madera y se sorprendió al escuchar al instante gritos y quejas del interior. Protegiéndose con su varita hacia delante, abrió la puerta para revelar un pasillo oscuro, estrecho y extremadamente sucio. Detrás, Snape iluminó la punta de su varita para ver con más claridad e identificar de dónde venían los gritos.
—Ahí —murmuró, apuntando con la varita a un retrato de tamaño real de una señora mayor con una capa negra.
—¡Cerdos! ¡Canallas! ¡Subproductos de la inmundicia y de la cochambre! ¡Mestizos, mutantes, monstruos, fuera de esta casa...! *
—Cállese —ordenó Snape, lanzando chispas rojas al retrato, sin ningún efecto.
La profesora McGonagall lanzó varios aturdidores de su varita y, junto con los de Snape, fueron lo suficientemente fuertes como para aturdir al retrato. Al menos por un momento tuvieron un descanso de los repugnantes gritos que aún resonaban en sus oídos. Aprovechando la oportunidad, Snape se acercó rápidamente al retrato y lanzó en silencio un encantamiento de separación que no funcionó. Intentó algunos hechizos más, pero ninguno hizo efecto.
—Debe haber un encanto de presencia permanente atrás —comentó, pasando los dedos metódicamente alrededor del marco.
—¡Maravilloso, Quejicus! —dijo una voz sarcástica por detrás—. ¿Por qué no se me habrá ocurrido eso?
—Por favor, señor Black —dijo Minerva exasperada, como si el recluso fugitivo, encarcelado injustamente en Azkaban, se hubiera transformado de repente en uno de sus estudiantes más problemáticos de su casa.
—Perdona, profesora McGonagall —dijo Sirius fulminando a Snape, quien estaba agarrando su varita más fuerte que nunca al bajarla a un lado—. Supongo que una de las primeras órdenes del día va a tener que ser que este viejo lugar sea apto para convivir humanamente. Pero primero, Voldemort... Todos están esperando en la cocina.
—¿Ha llegado Albus? —Minerva le preguntó y comenzaron a caminar juntos por el pasillo, teniendo cuidado de no darse con nada.
—Aún no —contestó él y luego mencionó en bajo—, pero sí Moony, Molly, Arthur...
Snape los siguió a regañadientes, sintiéndose cada vez más rencoroso. La marca tenebrosa le dolió repentinamente sin previo aviso y se agarró el brazo, presionándolo hasta que se detuvo. No era una llamada, sino más bien una advertencia. Había ocurrido así también en la primera guerra. Pequeñas descargas para recordar a quienes la tenían de su presencia y que nunca estaban realmente solos o libres de Voldemort. Snape nunca había estado completamente seguro de si el Señor Tenebroso había pretendido que fuera así o si se retorcía por su propio odio.
—Le hemos pedido al profesor Dumbledore que deje que Harry venga directo con nosotros este verano —se oyó decir a Molly Weasley, mientras pasaba su varita por la pared de la cocina para hacer desaparecer las telarañas.
—Yo soy su padrino —objetó Sirius en voz alta, mientras Snape merodeaba por la gran cocina, que lucía tan mal como el pasillo.
Había alrededor de media docena de personas de pie alrededor o, como Molly, toqueteando con sus varitas a la suciedad y plaga que se habían propagado dentro del lugar. Se oían unos zumbidos que emanaban de los candelabros y los armarios parecían albergar cosas aún peores. Remus Lupin vio a Snape y le saludó con la cabeza, de forma cortés, ante lo cual él inmediatamente lo ignoró.
Una furia de odio le quemó por dentro y bufó con desagrado. Fue a pararse en las sombras junto a la gran vidriera al fondo de la cocina. Mostraba a una mujer con el cuerpo retorciéndose y contorsionándose, evidentemente sufriendo bajo los efectos de la maldición Cruciatus. Una sola lágrima caía de su mejilla y Snape pensó que aun así le resultaba una compañía preferible al club de fans de Potter congregado en esos momentos.
—¿Qué sabes para cuidar a un adolescente? —preguntó Molly a Sirius—. Harry acaba de pasar una experiencia terrible y necesita...
—Albus no va a dejar que ninguno de los dos tenga a Potter durante el verano, así que no sirve de nada discutir —interrumpió Minerva, lanzando un hechizo para limpiar una vieja silla sucia y sentarse en ella—. Dumbledore tiene sus razones para dejar a Potter con esos muggles, incluso si no explica por qué.
—Gracias por tu fe, querida —sonrió Dumbledore, apareciendo de repente en el marco de la puerta—. Sé que no estabas muy contenta con mi decisión esa noche.
Nadie lo había oído entrar en la casa y todos se volvieron a mirarlo fijamente. Dumbledore había evitado con éxito el histérico retrato sin hacerla gritar como lo habían hecho los demás. Se sentó a la cabeza de la mesa, con Minerva a su lado. Giró su varita en el aire para hacer que aparecieran tazas de café calientes y platos con donuts de canela. Entonces indicó a todos para que se sentaran, a lo que incluso Snape obedeció. Se sentó ligeramente lejos de todos los demás, con sus ojos negros chispeando al mirar a Dumbledore.
—La confianza mutua va a ser fundamental para avanzar —les dijo Dumbledore, con apariencia agotada—. Habría venido antes, pero tuve que persuadir a Alastor Moody para que no abandonara su cama de hospital. Tiene pupilos en el departamento de aurores que está impaciente por enviarnos. Aparte de eso, ya puedo deciros que el ministro no quiere creer que Lord Voldemort haya regresado. Cornelius quiere enterrar la cabeza en la arena y no va a estar muy contento cuando diga a los estudiantes de Hogwarts mañana en el banquete de fin de curso exactamente lo que me ha prohibido decir. Cuanto más tiempo se niegue a entrar en razón, más peligroso será esto, ya que Voldemort trabaja de manera más efectiva y peligrosa cuando es capaz de trabajar en secreto.
»Por suerte, la Orden tiene una ventana a ese mundo secreto de Lord Voldemort —terminó, e inclinó la cabeza hacia Snape, quien no reaccionó. No tenía ninguna emoción en su rostro.
—¿Y dónde está la prueba de que está espiando de nuestro lado y no al revés? —indicó Sirius; Snape se volvió para mirarlo fríamente.
—Sirius —le avisó Remus, pero este ignoró a su amigo.
—No te uniste a Voldemort solo para espiarlo. Te uniste porque querías —gruñó.
—Qué astuto —dijo Snape sarcásticamente—. Tú intentaste asesinar a un compañero de clases cuando fuiste a Hogwarts. ¿Es eso relevante ahora?
—Por lo visto para ti sí. Siempre has sido de los que guardan rencor —replicó él.
—Suficiente —dijo Dumbledore en voz baja. Tanto Snape como Sirius se quedaron en silencio. Snape mirando furioso la vidriera con la figura agonizante de la mujer torturada en el centro; Sirius fulminando el techo. El odio entre ellos era tan tangible como el frío palpable en la habitación. Todos los demás observaban a Dumbledore. Remus Lupin se removió en su asiento—. Severus se está poniendo en grave peligro directo para hacer lo que le he pedido que haga. Ahora tenemos ojos en el círculo cercano a Voldemort. Sabremos lo que está planeando y cómo sacar ventaja. La mayor parte que podemos deliberar gira en torno a Harry Potter.
—Voldemort debe haber estado furioso cuando Harry escapó —comentó Lupin y la señora Weasley se quedó sin aliento.
—Así es —respondió Snape, todavía sin mirarlo, pero volviéndose hacia Dumbledore.
—¿Y qué sucede cuando ordene a su fiel mortífago en Hogwarts que secuestre a Harry y se lo entregue? —exigió Sirius.
—El Señor Tenebroso no me pedirá que haga nada que infrinja mi capacidad para espiar al director —respondió él impasible—. Sin embargo, gracias a la tendencia infalible de Potter a comportarse igual que su padre, podemos suponer que ignorará todas las reglas y precauciones implementadas para su seguridad y se convertirá en una presa perfecta para el Señor Tenebroso al pensar que sabe más que todos los demás.
—Como decía —dijo Dumbledore más alto antes de que Sirius, que se había levantado de su silla, tuviera la oportunidad de decir algo—, Harry está en grave peligro ahora que Voldemort ha regresado.
—¿Qué puedes hacer? —preguntó Minerva de inmediato. Como todos ellos, ella confiaba en que Dumbledore siempre tenía la respuesta.
—No dudo en que he asegurado la protección física de Harry contra Lord Voldemort al invocar formas antiguas de magia que no son ampliamente conocidas, son muy subestimadas e incomprendidas —respondió Dumbledore—. Lo que me ha preocupado por un tiempo es el vínculo espiritual que existe entre Harry y Voldemort. Harry, a veces, es capaz de compartir los pensamientos de Voldemort. Tiene visiones cuando está dormido sobre dónde y qué está haciendo este en realidad.
—¡Santo cielo! —exclamó ella.
—Severus me ha confirmado que Voldemort se ha dado cuenta de que esta conexión podría funcionar a la inversa. Podría ser capaz de ver lo que Harry viera y ser capaz de conectarse con él usándola.
—¿Se puede detener eso? —preguntó Arthur Weasley.
—Con Oclumancia —respondió Snape, haciendo referencia al acto de cerrar la mente que había dominado. Y luego añadió con sarcasmo—: Algo que Potter difícilmente va a lograr aprender.
—Creo que podría sorprenderte, Severus —dijo Dumbledore, con un brillo en sus ojos por encima de sus gafas de media luna—. Hubiera preferido no interrumpir el verano de Harry, pero no creo que debamos esperar más. Me gustaría que lo hicieras lo antes posible.
Snape frunció los labios pero, cuando Dumbledore fue a hablar, sintió como si hubieran quemado al rojo vivo su brazo y supo con exactitud lo que significaba. Hora de irse. Ya. En el peor momento posible, puesto que Sirius ya había comenzado a expresar su indignación y Snape, por una vez, estaba inclinado a concordar con él. Colocó su mano sobre el brazo, donde sabía que la marca estaba apareciendo. Tenía segundos, un minuto si se daba prisa.
—¿No quieres enseñar tú mismo a Potter porque el Señor Tenebroso tendrá tentaciones de espiarte, pero no ves nada malo en que yo lo haga? —dijo Snape entre dientes—. Al Señor Tenebroso le parecerá muy curioso que le esté enseñando a cómo bloquearlo.
—Hay riesgo —admitió Dumbledore—, pero menos que abrir la mente de Harry frente a mí o no enseñarle a cerrar la mente en absoluto.
A Snape le habría gustado discutir más, aunque Dumbledore ya hablaba como si el caso estuviera cerrado, por lo que sabía que era inútil. Esa era la razón por la que este de repente había estado tan interesado en su investigación; los descubrimientos que estaba haciendo al usar brebajes tranquilizantes mezclados con elixires para alentar a la mente a cerrarse con más facilidad. Dumbledore había tenido la intención de que él enseñara a Potter todo el tiempo.
—Dumbledore —dijo Snape, levantándose ya de su asiento.
Cruzó su mirada con él y supo que había recibido el mensaje. Voldemort lo estaba llamando. Ya llegaba tarde. Tendrían que continuar esta conversación otro día.
—Ve... Buena suerte —dijo, asintiendo con la cabeza con urgencia.
Snape se percató de las miradas de todos mientras salía de la habitación. Ahora todos sabían que era su espía y podían adivinar fácilmente hacia dónde se dirigía. Salió deprisa fuera de la casa para desaparecerse. Necesitaba una brisa de aire fresco y que los latidos de su corazón se calmaran. Aunque su cuerpo ya estaba encogiéndose de miedo por el castigo que podía esperar por tardar, sería peor llegar con una mente distraída. Snape no podía equivocarse. Había demasiado en juego, la pérdida de su propia vida siendo lo de menos.
—¡Snape, no he terminado! Vamos a...
Sirius Black lo había seguido afuera. Snape le lanzó una mirada asesina, mientras caminaba inquieto de un lado a otro por la entrada. Necesitaba calmar su mente, construir murallas y organizar sus pensamientos estratégicamente. No podía enfadarse en ese momento. No podía estar cerca de Sirius Black.
—Vuelve dentro de tu pequeño escondite y tal vez limpia un poco —dijo con frialdad—. Será lo único para lo que eres bueno.
Entonces bajó las escaleras del porche y su capa negra se agitó por detrás. Todavía estaba furioso, pero no podía hacer esperar a su amo ni un minuto más. Se preparó lo mejor que pudo y desapareció.