
TURQUESA
Era viernes por la noche.
Otra semana había pasado y la boda estaba a seis días. Si el primero de agosto a Hermione le hubieran dicho que estaría ilusionada por ese acontecimiento probablemente lo hubiera enviado directamente a la Sala Janus Thickney del Hospital San Mungo por estar mentalmente afectado. Pero ahí estaba ella, sentada en su cama desde hacía una hora simplemente admirando el vestido que Narcissa le había regalado y contando los días para lucirlo. La modista lo había enviado esa tarde y tenerlo en su vestidor hacía mucho más tangible el hecho de que se casaría pronto con Draco Malfoy.
Ella sería Hermione Malfoy… y seguía sin poderlo creer.
Esa semana no había podido verlo pues nuevamente había salido desde el martes a la Europa continental por negocios, y se preguntaba si la visitaría al llegar esa noche o lo vería hasta el día siguiente para el almuerzo que habían programado con Lucius en un tranquilo restaurante en las afueras de Londres muggle.
Lo había extrañado pero le agradecía a su trabajo que no hubiera tenido mucho tiempo libre para darle cabida a ese sentimiento. También había tenido que preparar la visita de sus padres, quienes llegaban el domingo en la mañana.
Los Granger habían rehusado a quedarse en su apartamento pues «no querían molestar» a pesar de su insistencia en que no sería así; Draco inmediatamente había hecho una reservación en la mejor suite de un lujoso hotel cinco estrellas en Mayfair, muy cerca del penthouse, por lo que se verían como si se hubieran quedado con ella.
Luego de contemplar su vestido por lo que parecieron horas, decidió darse una ducha rápida para luego prepararse algo de cenar. Se puso su pijama de blusa rosada que tenía una imagen de Hello Kitty con el pantalón gris de corazones en tonos pastel, peinó su cabello, lo secó con la varita, y se dirigió a la cocina. Estaba ansiosa por tantos eventos que se aproximaban, y como siempre que estaba así, no sabía qué comer. Estuvo frente a la alacena durante varios minutos sin decidirse por nada en particular, después pasó otro rato frente al refrigerador y tampoco le apetecía nada.
Estaba pensando en decidirse por unas galletas con un vaso de leche cuando llegó Draco. Se veía cansado, estaba también recién bañado según constató por su cabello aún húmedo y peinado desordenadamente, vistiendo también un pijama de pantalón azul oscuro y camisa gris claro. Era la primera vez que ambos se veían con ropa de dormir y la familiaridad de la situación la hizo sonrojar levemente anticipando lo que serían sus noches a partir del jueves siguiente.
—Hola —la saludó con una sonrisa recién salió de la chimenea. Ella se acercó casi corriendo y se abrazó a su pecho; él besó su cabeza y luego se dieron un largo beso—. Te extrañé —le dijo ella algo avergonzada por el impulso que había tenido.
—También yo. No quería esperar hasta mañana para verte. ¿Qué hacías?
—Estaba buscando algo para cenar.
—Son casi las nueve. ¿Cómo es que no has cenado? —Hermione frunció los labios—. ¿Es por lo de mañana?
—Quizá…
—Podemos cancelarlo si no te sientes bien y lo sabes.
—No, no quiero cancelarlo, pero tampoco es como si estuviera deseando ver a tu padre.
—Mi madre y yo estaremos ahí, así que no te preocupes. Verás que aquellos ideales prejuiciosos qué tanto defendía han cambiado un poco por todo lo que pasó hace cuatro años, a lo que posteriormente se sumó las disposiciones de Marchbanks a quién siempre odió. Además, aunque no lo creas, Lucius Malfoy es un caballero muy diplomático, pero te puedo asegurar que está tan nervioso como tú. No es quién recuerdas, te lo aseguro. —La abrazó y ella suspiró profundo—. Lo que no me gusta nada es que no hayas comido.
—¿Quieres leche y galletas? —le preguntó usando un tono aniñado.
—Eso no es una cena, Hermione.
—Pero es lo que me apetece —le dijo con mirada traviesa, sacándole la lengua. Él rodó los ojos—. Ven, acompáñame. Serviré para los dos.
Lo tomó de una mano y casi a rastras lo llevó hasta la cocina, sirvió una taza honda con pequeñas galletas de mantequilla y dos vasos de leche y luego se volvieron a la sala, al mullido sillón de tres plazas. Draco empezó a relatarle rápidamente los resultados del viaje y después lo sintió ponerse serio o quizá ¿nervioso?
—No sé si te gustan los regalos, pero te traje algo… —le dijo sacando un bultito de su pantalón—. Sé que te gusta mucho el color turquesa.
Ella abrió el paquetito para encontrar un hermoso y pequeño colgante en forma de gota unido a una cadena de plata. Era una joya mágica con una piedra turquesa.
—¡Draco! ¡Está precioso! —le dijo emocionada dándole un beso y un abrazo fuerte—. ¿Me ayudas? —Hermione se hizo un lado el cabello para que él pudiera ponérselo en el cuello.
—Tiene varios hechizos protectores que magnifican sus propiedades mágicas. El mago que me lo vendió era de Irán y me dijo que si uno le regalaba una turquesa a la persona amada, estimularía la armonía en la pareja creando una fusión entre las dos almas. Inmediatamente supe que quería que la tuvieras… A lo mejor debí haber preparado algo más bonito para dártelo —le dijo tomando la mano que tenía el anillo que le había dado y besando su dorso—. Ya te había dicho que para mí no existe el decreto, por eso quiero pedirte que te cases conmigo, porque te amo, Hermione, y además quiero tener hijos contigo, no porque nos obliguen sino porque los dos lo deseamos. ¿Quieres casarte conmigo, Hermione Granger?
—¡Sí, Draco! ¡Sí quiero porque también te amo!
Se besaron expresando con ese gesto todo lo que no sabían cómo expresar con palabras, magnificado por los días que no se habían visto. Draco había ido acomodándose poco a poco hasta quedar ambos acostados uno al lado del otro. Él en el fondo del sillón acostado de medio lado, apoyado sobre un codo, sosteniendo su cabeza sobre la de ella y Hermione boca arriba. Él estaba jugando con uno de sus largos mechones enredándolo en su dedo índice.
—¿Y esta coqueta señorita quién es? —le preguntó rato después señalando su pecho.
—Hello Kitty —sonrió—. Desde niña me gustaba.
—Curioso nombre —susurró empezando a delinear su rostro con un dedo como si quisiera aprenderse de memoria cada detalle.
Ella empezó a hacer lo mismo, admirando su cabello sin fijador cayendo libremente sobre su rostro, su corta y bien cuidada barba, sus hermosos ojos grises.
—Te extrañé mucho —volvió a repetir sin darse cuenta de que estaba pensando en voz alta.
Él le sonrío y se acercó para empezar a besarla muy lentamente. Ella sintió que estaba entrando en combustión, pero una vez más, Draco se detuvo y pegó su frente a la de ella. Deseaba rogarle que no se detuviera y él pareció adivinar sus pensamientos.
—No me malinterpretes, Hermione, te deseo —su voz era casi ronca— pero quiero hacer las cosas bien.
—¿Por qué piensas que no estaría bien? —le preguntó sin poder esconder su frustración; sentía sus mejillas arder. Ante la pregunta, lo sintió tensarse a su lado.
—Al parecer, es también una forma de demostrar amor —murmuró viéndola a los ojos y acariciando su rostro—. En todo caso, no es en un sillón donde quiero que sea nuestra primera vez. Tengo otros planes para eso —le dijo besando su mejilla—. Debo irme.
—Teóricamente no debes —le dijo ella abrazándolo por el cuello para que no pudiera levantarse.
Draco le dio un corto beso en los labios y luego punzó uno de sus costados por lo que ella, del susto, lo soltó y él aprovechó para levantarse pasando sobre su cuerpo. Ella también se levantó.
—Pasaré por ti mañana para llegar juntos al restaurante.
Ella asintió y él volvió a besarla, esta vez en la frente. Esa noche se durmió deseando despertar el día de su boda.