
CRIMEN
Otro fin de semana había llegado y a Draco le parecía mentira que ya hubieran pasado más de quince días de los tres meses que debía salir con Hermione.
Ese sábado ella se pasaría a vivir al penthouse; por un lado sentía que eso sería positivo para ellos conocerse mejor, ya que tendrían más privacidad que en un lugar público; pero por el otro, no sabía si se sentía bien con la idea de intimar más. Ella le había dicho, puesto que era de ambos y ella no había aportado nada, que también podría mudarse si lo deseaba, aunque él sentía que lo había dicho más por mera formalidad que porque en realidad lo deseara. Él tampoco se sentiría cómodo sabiendo que ella estaba a unas paredes de distancia. Ni siquiera quería pensar cómo harían cuando se casaran y debieran convivir en la misma residencia.
Por supuesto que habían mejorado las interacciones. Hermione estaba menos a la defensiva y no habían vuelto a discutir. Bueno, a excepción del día anterior, cuando habían ido al supermercado muggle a comprar todo lo necesario para un mes y ella se había negado a que él pagara siquiera la mitad.
—No vas a vivir ahí, no tienes que pagar nada —le había dicho enérgica, haciéndolo sutilmente a un lado y sacando una tarjeta plástica en lugar de dinero. Se dijo a sí mismo que después le preguntaría por ese método de pago que al parecer le libraría de andar el ridículo bolsito lleno de galeones o billetes muggles.
El miércoles habían registrado la chimenea para conectarla a la Red Flu, un trámite algo engorroso al estar en un edificio con residentes cien por ciento muggles, según les dijo Percy Weasley, el jefe del Departamento de Transporte Mágico.
Para la mudanza, habían quedado en que él estaría en el apartamento en caso de que pudiera ser útil, aunque hacerlo al estilo mágico no implicaba ninguna dificultad.
Ambos llegarían directamente por la chimenea, él desde la mansión, ella desde el lugar donde vivía con los Potter y que aparentemente estaba protegido por el encantamiento Fidelius y por eso nunca le había permitido acompañarla.
Él había llegado primero y se sirvió un poco del jugo de calabaza que había comprado junto con unos dulces de Honeydukes que ella le había pedido el favor de comprar.
Cuando la vio aparecer, se percató de que no iba tan arreglada como cuando salían, sino mucho más «natural» con un pantalón azul muy corto color y una blusa holgada color turquesa; y se descubrió pensando que se veía bonita. Casi escupió lo que había tomado al percatarse de haber tenido ese pensamiento. Ella se asustó y prácticamente corrió a auxiliarlo, pero antes de que se acercara mucho, él le hizo una señal de que estaba bien.
Dubitativa se puso acomodar todo con la varita y rato después comentó con cierto pesar:
—Es una lástima que mis antiguas cortinas y el sobrecama no vayan con este lindo dormitorio. Aun así, todo esto que está color gris claro será ahora ¡turquesa! —Y señalando con la varita lo que deseaba, lo cambió de color.
—Te gusta mucho el color turquesa, por lo visto —comentó señalando su blusa; ella asintió sonriente.
—¡Sí! Estaba pensando en que la sala de televisión podría ser también mi pequeña biblioteca/despacho puesto que te apoderaste de la oficina —le dijo fingiendo un reproche. En su primera visita al lugar habían comentado que la oficina era lo bastante grande como para trabajar holgadamente cuatro personas. ¿Acaso le estaba sonriendo con picardía? Draco casi estuvo tentado a voltear a ver tras de sí para descartar que hubiera otra persona detrás suyo, algo prácticamente imposible con las estrictas protecciones—. Pondré mis libros en ese hermoso mueble que está junto a la ventana, pero eso será más tarde.
Cerca de una hora más tarde, cuando estaba sacando algunos víveres para preparar el almuerzo inaugural, como había insistido en llamarlo ella, le comentó algo cohibida:
—Me preguntaba si… si después de almorzar quieres que veamos una película. Parecías interesado hace días y tengo una opción que creo que te podría gustar. ¡Accio DVD!
Hermione había invocado una delgada caja rectangular en cuyo frente se veían varios personajes y se leía «El Señor de los Anillos». Los ojos de la joven brillaban como si estuviera emocionada por compartir algo con él.
—Quién eres tú y qué hiciste con Hermione Granger —dijo medio en broma, medio en serio—. ¿Eres una impostora y debo sacar mi varita?
—Es mi forma de levantar una bandera blanca de la paz —respondió casi murmurando—. Has intentado ser amable y yo no te lo he puesto fácil, pero continuas intentándolo porque eres sincero y no nos queda otro camino; eso lo entiendo muy bien. Sigo pensando que con nosotros esos algoritmos no funcionaron, pero mientras no podamos hacer nada legal para evitar el matrimonio pues…
Draco observó que se había puesto nerviosa; también creía que tenían muy poco en común a pesar de que cada vez descubría más cosas que compartían, como por ejemplo su gusto por el jugo de calabaza y las varitas de regaliz. Sabía que ella debía estar poniendo mucho de su parte si estaba buscando disculparse de alguna forma.
—De acuerdo. Veremos esa película que dices, así sabré qué tal es ese aparato que ocupa prácticamente media pared y porqué los muggles se emocionan tanto con eso.
—Gracias Dr… Malfoy —le sonrió y volvió a concentrarse en preparar la comida.
Mientras tanto, él quiso ayudar con algo y se dirigió a la sala de televisión. Sobre el estante superior del mueble en el que Hermione quería poner los libros, Draco se encontró con una foto en la que aparecía Potter junto a ella en lo que probablemente había sido la boda del mago.
Él había envidiado a Harry entre los once y quince años por ser más admirado que él sin que buscara la fama. Para empeorar las cosas, lo había superado en la única habilidad en la que él creía que eclipsaría a todos los demás en su primer año: el vuelo. Tras de eso, Harry con escasa edad había evadido en varias ocasiones los intentos del Señor Oscuro de matarlo, siendo apenas un colegial, mientras él recibía sus maldiciones en carne propia. Ahora se convertiría en una especie de cuñado de ese héroe. Para su tranquilidad, hacía mucho que Harry Potter había dejado de ser una molestia en su vida.
Draco sacó los libros de la caja y empezó a organizarlos por orden alfabético y no por categoría, como era lo usual, esperando fervientemente que ella estuviera complacida con el resultado.
Un grueso ejemplar llamó su atención. Crimen y Castigo de Fiódor Dostoievski. Leyendo el primer capítulo lo encontró ella rato después.
—Puedes quedártelo si gustas; es un clásico de la literatura muggle, aunque no sé si sea adecuado para ti en este momento.
—¿Y eso por qué?
—Puede que te sientas identificado en más de un punto con el protagonista, sobre todo por las consecuencias emocionales de ciertos actos que comete. Más que una novela es casi un ensayo sobre la psicología humana o sobre la moral.
Draco se quedó observando el libro. Por el título ya que suponía que podría tratarse de algo así.
—Bueno, ahora estoy intrigado y tendré que leerlo sí o sí.
—Que conste que te lo advertí —sonrió nuevamente—; es una lectura densa pero a lo mejor te gusta. Dostoievski es considerado uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Cambiando de tema, gracias por ayudarme con esto —señaló el mueble—. Justo pensaba acomodarlos de esa manera… Emmm… ya está el almuerzo y también tengo preparada la película.
—Perfecto, vamos entonces.
Draco le señaló el camino y ella, metiendo un mechón de cabello detrás de su oreja izquierda, se dirigió hacia la cocina; él la siguió pensando en lo similar que podría ser un día como ese en su futura vida marital.