
what a ghostly scene
17 de diciembre de 1977.
Eran las ocho y media de la noche, cuando, al pie de las escaleras caracol que llevaban a la Torre de Ravenclaw, y con un traje de color negro, hecho con los hilos y telas más refinadas y elegantes, Sirius Black, esperaba a Priscila Potter. Levantó la cabeza de su reloj de bolsillo para quedarse sin aliento al verla descender con cuidado. Llevaba un vestido de seda turquesa, su cabello recogido y alrededor de su cuello colgaba un peculiar collar con forma de serpiente que desprendía una gota de rubí. Estaba más preciosa que nunca; afirmó Sirius para sí mismo. Le sonrió de costado, ofreciéndole su brazo, con la cabeza bien en alto.
— Gracias —dijo sin mirarlo a la cara.
— Le bleu est définitivement votre couleur. Tu es belle, Priscila —dijo en frances, intentando cortar con la tensión, lográndolo cuando escuchó su risa. Priscila levantó la cabeza al fin, cruzando su mirada con la de Sirius, luego, entrecerró sus ojos.
— ¿Hablas francés en serio o solo te has aprendido esa línea?
La expresión de Sirius marcaba que le había golpeado en el ego.
— Pardon? Je parle français. Ma mère m'y oblige depuis que je suis petite —contestó rápido y fluido—. Mi pregunta, ahora, es… ¿has entendido lo que dije?
Arrugando su nariz, ella negó.
Él cerró sus ojos suavemente, rendido.
— Que estás hermosa.
La tensión subía y bajaba como montaña rusa en lo que llegaban al despacho de Slughorn; momentos en los que bromeaban y hablaban animados, y otros en los que ninguno se animaba siquiera a mirarse. Aquel día en Hogsmeade lo había cambiado todo. Para siempre.
Priscila se había pasado toda la tarde lamentándose. Lamentándose por lo que pasó en Hogsmeade, por ir al baile con él y por haber tenido que confesárselo a sus amigas antes que se enteraran al día siguiente por cualquier otra persona. Claro que no les contó todo, al menos, no a Ámbar y Sabrina, ellas solo sabían sobre el baile de navidad. Por otro lado, pensaba contárselo todo a Zaira en el tren al día siguiente, cuando la mayoría volvería a casa por las vacaciones de invierno. Necesitaba un consejo, y confiaba plenamente en ella.
Sirius fue puntual por primera vez en su vida, y eso le arruinaba los planes, tuvo que arreglárselas para retrasarse algunos minutos. Quería llegar tarde. Lo suficiente como para que él ya estuviera ahí y la viera llegar del brazo de su hermano.
No. No estaba usando a Sirius. Las puertas estaban abiertas de par en par, antes de pasar, ella le sonrió. Una banda en vivo tocaba canciones navideñas, combinando con las decoraciones que adornaban todo el lugar; guirnaldas, muérdago y un gran árbol luminoso. El salón de Slughorn nunca tuvo tanta luz ni color.
Muchas miradas se posaron sobre ellos: la de Zaira, que se sentía algo confundida al verla con Sirius; Lily y Remus, que habían ido juntos, a pesar de que ella finalmente había comenzado salir con James, observaban sospechosamente ceñudos a Sirius; y, por supuesto, estaba Regulus.
— ¡Priscila! —exclamó Slughorn, encantado hasta que vio quien era su pareja. A él solo le sonrió por cortesía— Sirius Black, qué sorpresa.
Priscila, bajó su mano hasta la de Sirius, apretándola, entrelazándola con la suya, dándole a entender que no debían darle importancia a la obvia mueca de Slughorn. Después de las formalidades con el profesor, Sirius la llevó directamente con Remus y Lily, aunque, quizás, Priscila hubiera querido saludar a Zaira, incluso a Snape… pasar junto a Regulus.
— ¡Black, Potter, Snape! Vengan, vengan —llamó el profesor. Desde sus distintos sitios, los tres levantaron sus cabezas—. Nos tomaremos una foto. ¡Mis tres estudiantes estrellas!
Orgullosos, con las frentes en alto, caminaron hacia el centro del salón donde Horace Slughorn y el fotógrafo invitado los estaban esperando.
— ¡Ah, ya no puedo esperar a ver cuál será su proyecto de poción!
— Nosotros también esperamos ese día, profesor —respondió Severus posándose del lado derecho. Priscila se quedó a la izquierda, junto al profesor, y, al otro lado de ella, se posó Regulus por órdenes de Slughorn.
El único que sonreía genuinamente era el profesor, porque entre los estudiantes estrellas el aire podía cortarse con un desafilado bisturí. Ninguno de los tres pensaba abrazarse ni fingir ningún tipo de afecto para la foto, pero se sintieron obligados a cortar los centímetros cuando Slughorn pasó sus brazos y los reposó sobre los hombros de los más altos, ignorante de las tensiones. Priscila, Regulus y Snape miraron a la cámara sin expresión, con los brazos colgando a los costados de sus cuerpos. Sabían que, posiblemente, su gran poción no terminaría en nada.
Tal vez fue sin querer. Tal vez no. Pero, al rozarse las manos, Regulus y Priscila sintieron como si aquello los hubiera electrificado. Él la miró de reojo, sin respirar. Ella, en cambio, no quitaba sus ojos de las manos, que seguían en el mismo lugar, piel con piel. El meñique de Regulus se movió involuntario hacia atrás, ya no solo rozando a Priscila, acariciándola con cautela, estúpidamente, intentando entrelazarlo con el de ella. Si lo dejaba, si Priscila no quitaba la mano, confirmaría que estaba allí con Sirius solo para molestarlo. Si lo dejaba, si Priscila no quitaba la mano, esa misma noche la obligaría a salir de la fiesta de Slughorn y hablarían sobre las decisiones apresuradas que tomaron aquel día en la reserva.
Priscila levantó su mano bruscamente, lanzándole una mirada furiosa, justo cuando el flash de la cámara se disparaba. Luego, Slughorn habló con ellos por un momento, probablemente sobre pociones, pero solo Snape lo sabría con certeza, ya que fue el único de los tres que le prestó atención. Sirius llegó antes de que terminaran de hablar, llevándosela de ahí, porque había notado que su hermano le había hecho algo mientras eran fotografiados.
Las luces habían bajado, el ambiente se idealizaba para un baile, o para las conversaciones íntimas. Sirius extendió su mano frente a los ojos de Priscila.
— ¿Bailamos? —preguntó, y ella cambió su cara. Sonrió.
— Por supuesto. Ya me estaba aburriendo… —comentó bajo. Antes de que terminara de hablar, Sirius, ya la había llevado al centro del salón y la hacía girar.
Las primeras notas de una nueva canción comenzaban a sonar.
— ¿No me harás pasar vergüenza, verdad, Potter?
— Se bailar, tranquilo —contestó con gracia.
Sirius rio con malicia, decidiendo guiar el baile, tomándola entre sus brazos y haciéndola girar entre las demás parejas. A Sirius Black se le daba muy bien en baile de salón, y no le importaba nada haber sido pisado por Priscila en varias ocasiones, desde aquella noche de Hogsmeade, desde el inicio de ese semestre, lo único que había querido era estar cerca suyo.
— ¿Has asistido a muchos bailes?
— Demasiados —respondió realizando una mueca exagerada con sus ojos.
— ¿Y por qué pareces nervioso?
Sirius la miró serio, mientras ella se le reía en la cara con burla. Chasqueó su lengua y murmuró:
— Es que James se enterará que he estado frecuentando a su hermanita…
Priscila ya no se reía. Para nada. Su expresión se había arrugado.
— ¿Su hermanita?
Claro que Sirius sabía lo mucho que Priscila odiaba ser rebajada al ser llamada la hermanita de James Potter. Sirius arrugó sus labios y subió los hombros, asintiendo.
— Además, estamos bajo un muérdago. Sería una locura que se me ocurra besarte ahora mismo —se inclinó.
— En realidad, la historia del muérdago es dist… —y la besó, interrumpiéndole la historia. No fue un beso como el de Hogsmeade, este, fue más suave y respetuoso, estaban en el colegio, no debía olvidarse de ello. Entre sus labios, se rio, apoyándole las manos a los lados de las mejillas.
Severus Snape, que no sospechaba nada, hasta ese momento, observó a Regulus Black y su semblante ceñudo, su respiración pesada y ruidosa.
— Arruinará nuestra poción —comentó. Recordando de pronto lo que realmente era Priscila Potter. Una traidora.
— ¿Eso crees? —cuestionó con una ceja en alto.
— Se lo contará todo.
— La subestimas demasiado —le dijo, manteniendo sus ojos de costado, sobre él, que no sacaba los suyos de Priscila y Sirius, que se reían y bailaban como si estuvieran muy enamorados, como si existiera algo entre ellos. Regulus le lanzó una última mirada severa a Snape antes de irse de la fiesta.