
Getaway Car
Priscila llegó a verlo desde los últimos tres escalones. Él ya estaba allí, apoyado contra la pared, esperándola. Giró su cabeza de lado y le sonrió, logrando el efecto espejo en ella, que se lo devolvió. Entre sus piernas, en el suelo, tenía su habitual mochila negra, aunque ahora parecía estar llena. Lo que más la extrañó es que Sirius seguía con el uniforme, no con la túnica escarlata, pero sí con pantalón, camisa y corbata; todo desarreglado como le era típico.
— Hola —dijo Priscila encogiéndose de hombros, tímida.
Intimidada. Sirius sonrió todavía más ancho.
— ¿Y bien? —preguntó y fue siseada. Sirius le había levantado un dedo a la altura de la cara mientras que con la otra mano de quitaba la corbata desanudada que le rodeaba el cuello.
— Lo que vamos a hacer —comenzó a decir mientras la tomaba por los brazos y la giraba cuidadosamente— es secreto. Muy secreto, nivel adiós Hogwarts…
— Sirius —dio la vuelva, alarmada. Él se rio y volvió a ponerla de espaldas a él.
— Entonces, voy a tener que ponerte esto —avisó rodeándola con los brazos y la corbata escarlata con el logo de Gryffindor estirada delante de sus ojos, envolviéndolos. Estaba completamente a ciegas—. Por eso debías confiar en mí. Porque esta noche seré tus ojos —murmuró en su oído, tomándola de la mano suavemente.
Priscila inhaló profundo, convenciéndose de dejarse llevar por él.
— Deberíamos irnos de aquí antes de que venga alguien.
La hizo dar unos pasos, ayudándola con una mano que le cruzaba la espalda y la otra que seguía tomándola de la mano. Sirius sacó su varita cuando estuvieron próximos a la estatua de la bruja tuerta y conjuró:
— Dissendio.
La estatua se movió, sobresaltándola con el ruido, dejando a la vista de Sirius, y por delante de Priscila, un hueco oscuro.
— Vamos. Pero, cuidado porque hay una resbala…
— ¡Aahhh!
Priscila había caído por la resbaladilla, y Sirius no pudo evitar reírse de ella. Él, que ya estaba acostumbrado a escabullirse por allí, cruzó y bajó sin ningún problema.
— Lo siento. Debí avisarte antes —dijo una vez que piso tierra, ayudándola a ponerse de pie.
— ¿A dónde estamos?
— ¿Crees que te puse eso en los ojos para revelarte el plan al siguiente segundo?
No sería una caminata corta, dedujo ella con el pasar de los minutos -y de sus pasos-. Iba aferrada al brazo de Sirius para no caerse, el suelo no era muy firme y tenía algunos baches y rocas; asimismo Sirius la había hecho tropezar un par de veces a propósito, riéndose. Lo interrogó e intentó sacarle respuestas, pero él no soltó ni una sola pista ni se mordió la lengua. Nada.
Priscila pagó con la misma moneda cuando, nuevamente, Sirius quiso saber por qué lloraba más temprano. No traicionaría a Regulus; porque sí, podía contárselo todo a Sirius y arruinarle su preciada reputación, Priscila, tenía en sus manos el poder para arruinarle la vida. Pero no, ella no era así. No era una traidora.
Subía, bajaba, había escalones y moho. Quería confiar en Sirius, pero…
Por otro lado, en varias ocasiones, se encontró totalmente embriagada con el perfume que desprendía aquella corbata, casi la hacía olvidar de las subidas, bajadas y el olor a moho de aquel… ¿túnel? Estaba segura de que se trataba de un sitio subterráneo e inhóspito. No le importaba. No realmente. Había decidido confiar ciegamente en Sirius, literalmente. No obstante a que los ojos verdes y venenosos de Regulus se le atravesaran por la mente; intimidantes, juiciosos y deseables.
Llevaban caminando más de una hora, no había dudas, hasta que llegaron a una escalera de piedra y Sirius le afirmó que faltaba poco. Era una mentira. Más de cien escalones no es poco. Ni siquiera está cerca de poco. Seguían subiendo, uno por uno, y ella ya había perdido la cuenta.
Sirius dejó de caminar, apoyándose las manos en las caderas. Tomó aire y lo soltó con un suspiro antes de decir:
— Okey. Ya llegamos. Es aquí.
— Al fin…
— Pero…
— ¿Hay más?
— Mucho más.
Priscila se quejó.
— Vas a meternos en problemas, ¿verdad?
Él volvió a reírse.
— No estaba en mis planes, no. Aunque, si quieres, sí puedo.
— Ja. Ja —le dijo, girando la cabeza hacia el lugar en el que Sirius no estaba.
— Mientras no hagas ningún ruido estaremos bien.
— ¿Puedo sacarme esto?
— No.
— ¿Y si me llevo algo por delante?
— No te lleves nada por delante —contestó con gracia mientras sacaba algo de su mochila. Dos capas de abrigo; se puso una y a ella la otra—. Hará frío.
Se sentía totalmente incapaz de ocultar lo preocupada que estaba. Sirius lo había notado, y no podía evitar sonreír encantado. Volvió a agarrarla de la mano, llevándola hacia unos nuevos escalones, que eran muy empinados, para cruzar una puerta trampa en algún sitio privado. Estaba segura que estaban irrumpiendo en una propiedad. Sabía que estarían muertos. Le apretó con fuerza la mano, e incluso intentó tirar de él para que retrocedieran, lo que sea que él quisiera hacer, podían hacerlo en el castillo. Dentro de la casa, o lo que fuera y parecía una casa, siquiera respiraron. Sirius la guiaba y ayudaba a esquivar cosas. El silencio era absoluto hasta que lo escuchó girar una llave y abrir la puerta, por la que entró una gélida brisa que le heló la punta de la nariz.
Nevaba.
— ¿Sirius?
— ¿Hum?
— ¿Estamos en Hogs…?
— Sí. Pero aun no te saques eso, tengo una sorpresa, pero para llegar a ella, necesitamos caminar unos metros… unos kilómetros más.
— ¿Qué? No, Sirius, en serio, van a matarnos. Van a expulsarnos —chilló, alterada.
Él la siseó, tomándola por ambas mejillas con sus manos, acercándola con confianza para que la sintiera (la confianza).
— Ey, ey… Hice esto mil veces. No pasa nada. Vamos —tiró de ella, obligándola a caminar, otra vez.
— ¿Y si saben que vinimos juntos?
Sirius dio una carcajada.
— ¿Cuál es el problema de que estemos juntos?
— Ya sabes cuál es...
Sirius rodó los ojos, aun estando consciente de que Priscila tenía un punto. O varios.
— Pri, nadie va a saberlo. Pero tampoco puedes decirlo.
— ¿A mi novio grasoso y a mi amante fascista tampoco?
— En especial a ellos —los dos rieron por lo bajo, siguiendo su camino cuesta arriba.
Subieron una montaña. Casi muerta de frío, Priscila temblaba como una gelatina. Quisiera estar disfrutando el momento, pero no podía no pensar en que podría enfermarse. Tenía tantas cosas que hacer que ni siquiera podía darse el lujo de enfermarse.
— Ya estamos. Listo. Puedes... no. Déjame a mí —la guio por una última vez, haciéndola caminar dos pasos, y luego se quedó allí, detrás de ella.
Y fue peor tenerlo de espaldas que a su lado o adelante, sentía el hormigueo extendiéndose por todo su cuerpo así como sus mismos pulmones la traicionaban al no pasar el oxígeno como debían. Contuvo la respiración cuando sintió los dedos de Sirius sobre su cara, el roce con su piel, tomó aire profundo, tragó grueso para controlarse; la corbata cayó y Priscila abrió los ojos.
Primero observó lo que tenía en frente, alucinada. Después a Sirius.
— Valía la pena, ¿a qué sí? —asintió sin poder cerrar la boca.
— Es precioso.
— Esto, según alguien, solía ser un mirador.
Desde la barandilla a la que no podías confiarle tu vida, veían toda la villa de Hogsmeade; las luces de las casas encendidas, el humo que salía por las chimeneas y los techos bañados en nieve. Era una locura hermosa. Un paisaje precioso.
Por su parte, él, no había dejado de mirarla a ella.
— Yo… pensaba que este lugar era más digno que el ordinario Gran Comedor.
— ¿Eh?
— Para invitarme a cierta fiesta…
Sirius, después de haber aparecido un ramo de sus flores favoritas en manos de Priscila, había cerrado sus ojos, sonriente ante la espera. Priscila se rio para sí misma, muriéndose de vergüenza, pero también preguntándose qué más podría perder. Nada. Ahora, riéndose en voz alta, tomo una de las manos de Sirius con la que tenía desocupada.
— Sirius Orion Black… —él espío con un solo ojo— ¿gustarías de ser mi acompañante en la velada de navidad este viernes dieciséis de diciembre?
— Será una honor acompañarte, Priscila Potter.
Priscila chilló, colgándose, sí, de la valla.
— ¡DIJO SÍ!
Sirius rio alto, temiendo por la vida de su cita de la fiesta de las eminencias.
— Y, traje para festejar nuestro compromiso… Porque esto es un compromiso… —aclaró mientras caminaba hacia el banco de madera dónde había dejado su mochila.
Sacó dos vasos de metal y volvió.
— Los elfos domésticos de las cocinas estuvieron complacidos de prepararme este fantástico batido de canela, caramelo y café.
— ¿Qué? —se lo dio y no esperó un segundo para dar un sorbo y saborearlo— Está buenísimo. ¡Eres increíble!
— Ya lo sé —respondió obvio, entre muecas.
— Así que… esta es una cita con Sirius Black, quién hubiera imaginado que eras tan atento con tus conquistas.
— No eres… —se rio de sí mismo al darse cuenta de que Priscila jugaba y, por primera vez en su vida, no estaba regañándolo realmente (¿o si lo hacía?)— ¿Soy tan predecible?
— Eres un cliché.
— ¿Qué hay de malo en los clichés?
Priscila apretó los labios, con un gesto pensativo, paseándose hasta quedar frente a Sirius. Sorbió de su vaso, antes de responderle:
— Los clichés terminan siendo algo aburridos. Sin sorpresas, sin emociones. Ya sabes lo que viene. Son predecibles.
Sirius se rio con un resoplido. Claro que Priscila tenía una respuesta digna de humillarlo y dejarlo con la boca cerrada. Podía no ser predecible, hacía no mucho tiempo que solo pensaba en un movimiento, al que solo se resistía por la voz en su cabeza que le recordaba que era la hermana de James.
Pero no la suya.
— ¿Sirius?
— Hueles a canela —comentó estúpidamente.
— Siempre huelo a canela, tú mismo lo dijiste.
Rezaba por no haberse puesto colorado. Admitía que lo ponía nervioso, la hermana de su mejor amigo sabía cómo hacerlo, y era la primera, o una de ellas, en provocarle extrañas sensaciones en el pecho. Carraspeó, virando su mirada nuevamente hacia la ciudad, sorbiendo café. No podía mirarla y no hacer nada.
— Tú, en cambio, hueles más a chocolate…
Lo descolocó porque se preguntaba si eso fue un comentario insinuante. Ladeo su cabeza, escudriñó los ojos y le sonrió de costado, provocativo.
— ¿Ah, sí? —preguntó interesado, acercándose, y ella lo notó al tener que subir más su mirada.
El espacio entre ellos era totalmente indecente.
— Sí, ese es el problema con estas bebidas. Deberían tener la misma cantidad que ingredientes para que ninguno se note más que el otro —aseguró, y él se sentía totalmente perdido.
Si leía entre líneas… Sonrió, imaginándolo, pero lo confirmó cuando, descaradamente, agregó:
— Por el momento, creo que hay solo una manera de arreglar las proporciones.
Priscila sabía que era el momento; esa noche o nunca, se dijo. ¿Estaba nerviosa? Por supuesto que estaba nerviosa. Nerviosísima.
Y culpable. Sabía que lo que hacía no estaba bien.
Sirius asentía lento, inclinándose lentamente, sin bajarle la mirada de la suya, como si esperara una señal para detenerse, o para lanzarse. Priscila lo tomó por las mejillas, acercándole la cara de una vez por todas, tomando las riendas de su propio auto de escape. Aunque algunos digan que aquellos no llegan lejos, esa noche, no importaba. Sirius se dejó llevar; comenzando suave, especial. Besar a Priscila nunca había estado en sus planes, nunca lo habría imaginado… hasta ese año. Abrió ambas manos y las apoyó en la espalda de Priscila, bajándolas lentamente como caricia hasta que llegó a su espalda baja, y dejaron la suavidad para apretarla, finalmente cortando toda distancia entre sus cuerpos. Las respiraciones de ambos comenzaban a ser jadeantes y solo ellos podían explicar la agitación en sus corazones, el beso se volvía salvaje cuando Priscila fue quien dio el paso a separarse.
Se miraron en silencio, perplejos por lo que acababa de pasar. De nuevo, fue la primera en apartarse.
— Creo que deberíamos volver —dijo, tomándolo por sorpresa una vez más, su cara había cambiado.
Sirius se cuestionó a sí mismo. Maldiciendo dentro de su cabeza, consciente de que se había pasado. Él sabía que sí. Inhaló, desequilibrado.
— Sí. Sí… es tarde —afirmó, rascándose la frente.
Priscila se sentía rara. No incomoda ni desilusionada. El beso había sido perfecto, todo lo que había imaginado desde que conoció a Sirius Black. Soñó muchas veces con lo que acababa de volverse realidad, y no tenía idea de por qué no estaba completamente… ¿feliz? Se sentía vacía.
Ninguno de los dos dijo una sola palabra hasta que llegaron al castillo, fue recién en la puerta de la sala común de Ravenclaw, que Sirius le preguntó:
— ¿Está todo bien? —soltó con la voz temblándole.
— Sí. Sí, muy bien —respondió intentando sonreír.