Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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Judas
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tis the damn season

El paisaje de Hogwarts, para el 11 de diciembre, era níveo. Aunque precisamente ese día no estuviera nevando, todo estaba cubierto por capas gruesas de hielo, nieve y escarcha. El sol no tenía tanta fuerza como en verano, pero sí era perfecto para no congelarse en caso de tener una clase fuera. Y, Regulus y Priscila se debían una.

Él le debía una.

Subían una cuesta no tan alta en las montañas rocosas de la reserva natural de criaturas mágicas del colegio de la que se hacía cargo el profesor Silvanus Kettleburn; con un permiso firmado por él y el director, los estudiantes podían ingresar a aquellas partes no tan prohibidas del bosque prohibido. Regulus parecía saber exactamente a dónde iba, más no ella, que iba rezagada -y muy cansada- detrás de él. La oía jadear y suspirar, incluso pudo verla desprenderse de algunos abrigos a lo largo de la subida, pero eso no lograría detenerlo.

— ¿Cuánto falta? —preguntó sentándose sobre unas rocas.

Regulus siguió subiendo, habiéndola ignorado, hasta que se percató del silencio y tuvo que volver sobre sus propios pasos.

— Los doxy se esconden entre las rocas —dijo. Priscila le señaló todo su alrededor.

— Hay rocas por todos lados.

— Lo sé. Pero prefieren las que están recubiertas de hielo.

— ¿Y cómo estás tan seguro?

— ¿De qué?

— De adónde vamos.

— Porque ya estuve aquí muchas veces.

— ¿Si? —cuestionó. Él giró la cabeza, con fastidio, por encima de su hombro para observarla, y retomó la subida— Solo preguntaba. Regulus, —llamó— de verdad esperaba que no estuvieras de mal humor cuando tuviéramos esta clase. Digo, sé que duele perder, pero… ¡Espérame!, ¡Más lento!

Intentó alcanzarlo con un trote, pero sus pulmones y piernas se retobaron. Se dejaría caer al suelo y rodaría hasta llegar al final de la cuesta, encontrara quien la encontrara, la llevarían al castillo nuevamente.

— ¡Es aquí! —lo escuchó no muy lejos, e hizo su último esfuerzo.

Miró al horizonte; dándose cuenta de que no se trataba de una gran altura; preguntándose por qué sí le había parecido como tal. Recuperaba el aliento cuando Regulus señaló unas rocas recubiertas de hielo en forma de medialunas. 

— Esa es una cueva de doxy —comentó. Como si nada pudiera importarle menos, Priscila asintió—. Y no estoy de mal humor. Solo es que tú me fastidias. ¿Por qué tenías que traer todo eso? Te aseguro que te habría costado menos la subida.

— Porque me apuraste, y yo estaba en una clase.

— ¿En una clase?

— Tomó clases de arte; arte muggle los sábados y arte mágico los domingos. Por eso tengo todo esto —contestó dejando caer sobre una roca su carpeta y el morral, que parecía más pesado que nunca, así como la túnica y prendas de abrigo que se había quitado.

— Bueno, te apuré porque ya son pasadas las tres de la tarde, y te aseguro que no quieres estar aquí cuando oscurezca.

Con dificultad, caminó hasta quedar a su lado, frente a la cueva de los doxy. Por un momento, se la quedaron observando, en un silencio extraño. Regulus inhaló profundo y soltó el aire por la nariz, y, en ese instante, a Priscila se le ocurrió preguntar:

— ¿Y qué es lo que vamos a hacer?

Regulus, que había reposado todo su peso sobre una de sus piernas y los brazos en sus caderas, la miró de lado, muy serio y misterioso. Demasiado.

— ¿Vamos a molestarlos? ¿Realmente queremos molestarlos? No me gustaría que me muerda un doxy, la verdad. Menos si ese doxy tiene un nido. Un nido compartido. ¿Regulus, qué…? —dejó de hablar cuando le vio una mueca torpe que él dejó escapar.

Una mueca torpe que lo expuso. Priscila se rio con tanta burla como con algo de emoción.

— ¿No tenías nada planeado, verdad?

— Cállate.

— ¿Querías…? —era tan inverosímil para ella que ni siquiera podía terminar la pregunta— ¿Tú… querías…?

— No.

— Regulus Black…

— Cállate —rogó, llevándose las manos a la cabeza, detestándola por tener razón. Había estado tan nervioso por ese día, con la cabeza metida en otras cuestiones que iban más allá de las tutorías de DCAO, que había olvidado por completo organizar la clase. Y la peor parte es que lo descubrió.

— Puedes decirlo.

— ¿Decir qué?

— Que te agrado.

— No me agradas.

— ¡Claro que sí!

Regulus negaba intensamente, sin quitar la vista de la sonrisa ancha de Priscila.

— Para detener las plagas de doxy se necesita un gran suministro de doxycida, —dijo sentándose sobre la roca que tenían a un lado, mirando fijamente la cueva— o bien si estás siendo atacado y no tienes el repelente cerca, con un encantamiento de inmovilización podría funcionar. Asimismo como con… ¿qué?

— Ya sé todo eso.

— ¿Sí? ¿Entonces por qué necesitas tutorías, mente maestra?

De nuevo, Priscila se rio, rodando los ojos. 

— Tú también me agradas, Regulus —confesó sentándose junto a él.

Regulus carraspeó, estirando sus piernas y fregando sus manos entre sí, notablemente incómodo.

— Podrías haber traído café.

— No es una cita, Priscila.

No iba a decírselo ni remarcarlo, pero hacía tiempo que la llamaba por su nombre. Y eso le encantaba; tenía una forma encantadora y elegante de pronunciarlo.

— Bueno no es que yo dijera que lo fuera —rebatió con las cejas en alto, observándolo por el rabillo del ojo; y el gran Regulus Black, descendiente de la más honorable y más antigua casa de magos, terminó por derrumbarse. No tenía nada bajo control. Cerró sus ojos como si lo hubieran sentenciado a muerte, y así se sentía. ¿Por qué no podría haberse mordido la lengua? Se preguntó. Tenía que escapar de la situación y solo encontró una manera, o un tema al que cambiar rápidamente. A su lado, yacía el cuaderno de dibujos y pinturas de Priscila, cuidadosamente lo abrió.

Priscila lo observaba de reojo, nerviosa, mordiéndose la piel del labio. Nunca dejaba que vieran sus dibujos. Sirius a veces lo hacía pero porque él es un malacostumbrado que desconoce la palabra  <<no>>. No se sentía lo suficientemente buena como para ir mostrando sus cosas con orgullo.

— Este es muy lindo —señaló—. ¿Qué es? Digo, —carraspeó— me gustan los colores y las formas.

— Delphiniums. Son mis flores favoritas, también las nomeolvides; están del otro lado.

— Y… ¿este es Ss-sirius?

Priscila abrió bien grandes sus ojos, queriendo arrancarle la carpeta de sus manos, principalmente, recordando que no solo había dibujado a Sirius.

— ¡Déjalo!, ¡Deja eso!, ¡Dámelo!

Para su sorpresa, Regulus se rio, empujándola con su mano libre, alejándola. 

— Me siento bastante decepcionado. Tenía esperanzas de que no fueras parte de sus bobas enamoradas.

— No soy.

— No mientas —rio.

— Dame eso —ordenó, dejándose vencer por una sonrisa, no podía evitarlo, aunque seguía intentando recuperar su cuaderno de dibujos, abalanzándose sobre él.

— Bien. Bien… toma. No quisiera encontrarme con un retrato de Snape.

— ¿Oh, sabías hacer bromas? —él la miró de reojo, riéndose, con la cabeza gacha.

 Priscila exhaló.

— ¿Sería tan malo?

— ¿Dibujar a Snape? —lo empujó por el brazo.

— No. Que sí te agrade, que sí te rías de mis bromas. Que me veas… como una persona. Y me refiero a en la vida real, no así —señaló la montaña desierta.

Regulus cambió su mirada al cielo celeste, tomó aire y lo soltó, pensando la mejor respuesta que podía darle. 

— Soy un Black. Eres una Potter.

— ¿Es lo mejor que tienes?

A veces, Regulus creía que era realmente buena en la legeremancia, y él muy terrible en la oclumancia.

— Es lo único que tengo. Es el único motivo, no hay otro.

— Sirius y James…

— No nos compares con ellos —soltó con el ceño fruncido—. Además, Sirius es un desertor.

Priscila tomó aire mientras subía sus rodillas flexionadas a la roca y se abrazaba a éstas, apoyando su cara allí, murmurando:

— Y yo una traidora.

— Yo no podría hacerle eso a mi madre… a mi padre… a mí mismo. No tiene que ver contigo. No contigo —repitió, negando con convicción—. Contigo es diferente.

— No lo es.

— Para mí sí.

— Y eso no ayuda en nada.

Regulus sabía que no.

— Me agradas. Sí, eso es cierto. Mucho más de lo que debería, muchísimo. —la miró, ella sonreía de lado— No. No. No deberías estar sonriendo. No deberíamos agradarnos.

— Qué mal.

— Lo es. Porque apenas terminemos con pociones, no nos dirigiremos nunca más la palabra, ¿entiendes eso?

No lo hacía ni nunca lo pensó. En realidad, le parecía una idea muy estúpida. Que no debía haberle afectado, pero sí lo hizo.

— Que me gustes, no significa nada. No para mí.

Se echó hacia atrás, confundida ante la nueva información; sentía confusión dentro de su pecho, también en su cabeza. Gustar podría ser agradar. Pero… asimismo podría no significar agradar.

Regulus la miró.

— ¿No dirás nada?

— No tengo nada que decir. Bueno… nada que signifique algo para ti —se puso de pie, quedando frente a él. Regulus levantó su cabeza, su mirada, hacia ella—. Deberíamos terminar con esto. Con las tutorías, con las pociones.

— No es… No… Eso no es lo que…

— Dile a tu madre que necesitas su ayuda. Que tiene que cambiarte de grupo porque Slughorn te obliga a trabajar con una traidora inmunda. Si para después de las vacaciones de navidad seguimos en la misma mesada, me iré yo misma.  

La nariz de Regulus se abría, respiraba pesado, con los labios arrugados; su semblante vacilaba. Sabía que la mejor opción para terminar aquello que comenzaba a sentir se detuviera, era la manera propuesta por Priscila. El problema era que no estaba seguro de quererlo.

—  Necesito alejarme de ti tanto como tú de mí —agregó curvando las comisuras de sus labios hacia abajo—. Me rindo. 

— No tienes que hacerlo.

— Me voy —declaró juntando sus cosas.

Se abrigó, esperando, otra vez, que él dijera algo. Esperaba que le pidiera que se quede. Se rio de ella misma dentro de su cabeza, y odiaba darle la razón al asumir que era una estúpida. Tomó aire, giró sobre sus pies, y lo soltó antes de dar un paso.

Regulus se paró. 

— Si te parece bien, a mí también —dijo con sus manos en alto a la altura de su cabeza.

Priscila volvió a girar, aunque ya no sabría cuánto más podría aguantar la firmeza de su voz, de sus emociones.

— Estamos a mano.

Pesaban más sus decisiones, la ideología con la que decidió vivir, que los pedazos de un corazón roto. No podía arriesgarse ni arriesgarla a ella. Regulus era muy consciente de que no debió dejar que las cosas, que sus sentimientos, llegarán tan lejos, no debió permitirse nada de eso. Sabía lo peligroso que era. Lo peligroso que sería si siguiera el instinto de correr detrás de ella, tanto como para ser sincero como para declararle cómo lo hacía sentir. Pero, Regulus, ya había firmado su futuro, y no podía escapar de él. Ella no se merecía lo que él podía darle, nunca sería suficiente. Nunca le daría paz. Tenía que olvidarse, borrarla de su vida, de su cabeza, de su alma y su corazón; a la única persona que alguna vez le había entregado... calor. 

 

 

Priscila se apuró a llegar al castillo. Ni siquiera sintió el cansancio de todo el recorrido ni siquiera el de las escaleras de piedra que la llevaban a la entrada de Hogwarts. No había asumido sus sentimientos por Regulus Black sino hasta que él utilizó esa maldita palabra. A pesar de un par de pistas, su inconsciente había ayudado a mantenerlo bien guardado, pero Regulus tenía que arruinarlo todo. Pasó el hall, que estaba casi vacío, usando la carpeta de dibujo como fuerte, escondiendo su rostro por detrás, intentando que nadie la viera llorar.

— ¡Pri! —la llamó, y lo arruinó todo.

Paró en seco, limpiándose las lágrimas.

Sirius Black la vio cuando entrada del patio de la Torre del Reloj, apresurando sus pasos y esquivando gente para alcanzarla. Tenía dudas sobre la fiesta de navidad que organizaba Slughorn, y que tenía fecha estipulada para ese viernes. 

— ¿Dónde te habías metido? Te busqué como un idiota por todo Hogsmeade, juro que fueron horas, o eso parecieron. Incluso fui a la vieja biblioteca, hasta, que ‘‘de repente’’, Remus recordó que no fuiste a Hogsmeade… Me vengaré, claro, pero… —la giró del hombro, encontrándose con su mirada colorada y angustiada, al levantar la vista, sollozó justo antes de abrazarlo por el pecho, enredándole los brazos en al espalda— ¿Quién…? Dime que fue Regulus y te juro que lo asesino.

— No. No…

— Snape. ¿Fue Snivellus? —su voz sonó más profunda, su semblante se oscureció.

— ¡No fueron ellos! Ni nadie. No es nada —murmuró con la cabeza apoyada en el pecho de Sirius.

— No me tomarás por un tonto.

— Bien. Sí. Discutimos. Nada más. Discutimos, gritamos. Lo de siempre.

— ‘‘Lo de siempre’’, mírate —gruñó separándola de su cuerpo, tomándola por los hombros. Él negaba con el ceño fruncido, bajó las mangas de su túnica hasta las palmas de sus manos y le limpió las lágrimas con éstas—. No pueden tratarte así. Slughorn no puede dejar que lo hagan. 

— ¿Para qué me buscabas?

— No cambies de tema.

— Sirius, en serio, estoy bien —sonrió—. Discutí con Snape y… y… con Regulus, como siempre. Insulto va, insulto viene. Pero no fue nada, de hecho, está resultando en una gran poción, ganaremos. Les partiremos el culo a todos.

Sirius rio.

— Siempre puedes pasarte a nuestro grupo, dímelo y envió a Peter con ellos.

— Pobre, Peter…

— Peter no me importa como tú —respondió—. Esta noche arréglatelas para escaparte.

— ¿Qué?

— Te llevaré a un sitio, pero debes confiar en mí.

— No confío en ti, Sirius.

— Oh, vamos. Te esperaré en el horario de la cena en el tercer piso. Ve con cuidado —besó su frente y se fue casi corriendo, dejándola completamente confundida.

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