
The Dominoes Cascaded in a Line
8 de diciembre de 1977. Jueves.
Habían anunciado esa misma mañana la fecha del partido de Quidditch suspendido por la pelea de Gryffindor y Slytherin. Se jugaría al día siguiente. Por lo que nadie prestó atención ni se esforzó en concentrarse durante ninguna clase. Y tenía el presentimiento de que el viernes tampoco lo harían. Incluyendo a algunos de los profesores, todo mundo hablaba de ello. Muchos hacían sus apuestas; la fe estaba puesta en Gryffindor, de la mano del mejor buscador del colegio, James Potter. Pero, nadie podría decirte en qué año fue la huelga de las gárgolas. Lo que más fastidiaba a Priscila era que dejaran que los jugadores se saltearan, al menos, una clase por ‘‘estrés’’. Era injusto. Ella tenía estrés e igualmente asistía a la maldita clase de astronomía a las doce de la noche. Estrés, qué van a saber de estrés si nunca trabajaron con el idiota de Peter Pettigrew, terminó de definir Priscila al terminar la clase de pociones.
Estaba trabajando con Regulus en la mesada de siempre, con las mismas malas caras de siempre. Para esa clase, el profesor Slughorn pidió que todos se separaran en dúos; a excepción de James, Sirius y Peter, que serían tres porque éramos impares. Slughorn explicaba por qué las ancas de rana hacían efecto en la poción, pero la clase era distraída por unas risillas en una de las mesadas más retiradas del salón. Cuando tuvo suficiente, y ya no eran risitas, Slughorn se giró hacia ellos.
— ¡Black, Pettigrew y Potter! —exclamó, ceñudo— Se separan de inmediato. El resto de la clase no tiene la culpa de que ustedes sean tan espectaculares en pociones —agregó con ironía.
Con las cabezas agachadas, intentando no hacerlo, o -al menos- disimularlos, Priscila y Regulus sonrieron con satisfacción hasta que Slughorn los nombró.
— Peter Pettigrew, te pasarás al grupo de Regulus Black y Priscila Potter.
Las sonrisas nunca se les habían borrado tan rápido para mirar casi suplicantes al profesor que los ignoró por completo.
— Sirius Black, te pasas con Lily Evans. James Potter con Remus Lupin. Vamos. Vamos.
Los anteriores tres payasos, caminaron hacia sus nuevos lugares arrastrando los pies, sin ganas. El que más parecía estar padeciendo la decisión de Slughorn era Peter, que tenía los ojos amenazadores de Regulus y Priscila clavados en él. Peter también creía que esa sería la peor clase de pociones de su vida.
— Y, la próxima, voy a bajarles puntos a los tres. O, quizás, castigarlos durante todo el día de mañana.
James volvió a hacerse el payaso, levantándose del asiento, para señalarlo mientras decía con gracia:
— Usted tiene que arrepentirse de lo que dijo.
Sirius, Peter, incluso Remus que intentaba no hacerlo, se rieron al entender la referencia de James a un chiste interno de los cuatro.
— No me ponga a prueba, Potter.
James hizo un cierre a sus labios y volvió a sentarse junto al no muy contento Lupin. A Remus le gustaba trabajar con Lily porque no era ellos, y sí podía prestar atención en las clases. Más que con el charlatán de James junto a él. En la otra mesada, la que más nos interesa a nosotros, Peter, sonreía incomodo, e intimidado, a sus nuevos compañeros. Se sentó en silencio a la espera de las indicaciones, pero éstas nunca llegaron.
Pasaban los minutos, el Slytherin y la Ravenclaw parecían discutir cada vez más azorados, bajando las voces cuando Slughorn les llamaba la atención, pero aun en susurros, no lo dejaban. Peter bufó, bajando sus hombros, aburrido, viendo pasar toda su vida por delante de sus ojos cuando ellos hicieron silencio y movieron las cabezas -lentamente- en su dirección. Estaba aterrado, y el parpado temblante de Priscila no ayudaba.
Regulus hizo un comentario mal intencionado y continuaron.
Estaban extremadamente cerca del otro, mirándose fijamente. Regulus mantenía su inexpresivo semblante, cruzado de brazos, apartado los ojos de los de ella únicamente para rodarlos y volver a hablar. Priscila, por su parte, gesticulaba demasiado con sus manos y arrugaba la nariz. Más de media hora llevaban discutiendo sobre las ancas de rana; ella decía que había que hacerlas polvo, él insistía en cortarlas en trozos pequeños.
— Oh, vamos, Regulus. Es una maldita poción de nivel inicial. No seas estúpido. ¡Hay que hacerlas polvo!
Podrían fijarse en un manual, sí, es cierto. Pero, como era una poción de nivel inicial, Slughorn no los dejaba. Debían recordarla, en especial los que estaban en séptimo, a punto de realizar sus EXTASIS.
— No. Hay que cortarlas en trozos —gruñó entre dientes, inclinándose—. ¿Qué apuestas?
Priscila arrugó sus cejas; o bien Regulus tenía un problema con las apuestas o... O era repetitivo… O…
Él le hizo una mueca, pero Peter los interrumpió:
— ¿Cuáles serían las ancas?
Primero murmuraron insultos hacia su inteligencia, luego siguieron, pero en voz alta y directamente a su cara:
— Podríamos envenenarlo. Será rápido y podremos seguir —dijo parado detrás de Priscila, que había girado sobre su eje para que Peter le viera la cara de asesina.
— Te das cuenta de que hiciste la pregunta más estúpida del mundo, ¿verdad?
Peter subió los hombros.
— Desde primero que trabajamos con las malditas ranas, Pettigrew.
Levantando sus ojos de la cabeza castaña de Priscila, lo observó nuevamente a Peter, por encima de ella, diciendo:
— No existen preguntas estúpidas sino la gente estúpida que las formula.
— Si prestaras atención, no sucedería. Pero no, ustedes tienen que hacer bromitas de niños estallando calderos —agregó Priscila, empujando sus apuntes hacia él—. Ahí hay un gráfico, no hablarás hasta que no te aprendas cada una de las partes de las ranas y sus propiedades.
— O te las haremos tragar para que las recuerdes. Una por una.
— Tú no vas a arruinarnos el promedio —finalizó Priscila.
Peter, como el perrito de cabeza floja, asintió.
— Realmente detesto trabajar con ustedes —agregó, y ellos les sonrieron, macabros.
Regulus volvió a inclinarse hacia Priscila, que seguía dándole la espalda, en su oído, murmuró:
— En trozos.
Giró, casi rozándose las narices de lo cerca que estaban. Sus labios solo estaban a centímetros de los suyos. Casi sobre estos, mirándolo, refutó:
— Polvo —Regulus negó con los labios levemente separados. Lo hacía a propósito. Priscila no podía creer en otra cosa. Se separó de él, agarrando un pergamino para zamarreárselo delante de la cara mientras decía: — ¿Te has pegado con una bludger durante las prácticas? Mira mis apuntes.
— ¿Tus apuntes? ¿Quieres saber qué es lo que pienso de tus apuntes? —preguntó, amenazante, arrancándoselo de la mano.
Ella lo provocó con muecas, y él rompió el pergamino.
— Trozos pequeños —repitió, dejando caer los papelitos como lluvia sobre Priscila. Se trataba de ese tipo de apunte que lleva horas y mucho esfuerzo; con esquemas, colores y gráficos.
— ¡Voy a matarte! —chilló.
— Inténtalo.
La risa de Peter Pettigrew los habría sacado de sus casillas por completo a ambos, si después de eso no hubiera dicho:
— No puedo creer que James sospecha que algo pasa entre ustedes.
Su mueca paralizada demostraba que aquello se le había escapado.
— ¿Él qué?
— No… nada. Nada.
— Tú puedes decirle que no. Que podría preguntármelo, y yo con gusto le respondería que Regulus Black es la persona más desagradable que he conocido JAMÁS. Que lo desprecio, y que no lo tocaría ni siquiera con los guantes de escamas de dragón puestos.
De nuevo, a espaldas de ella, se encontraba él. Pasmado.
— Bueno como si tú, traidora inmunda, fueras muy deseable —respondió.
Y volvieron a pelear.
Peter reafirmaba lo que dijo. Era desprecio mutuo.
— ¿Qué? —soltó Priscila con una risa burlona, llevándose las manos al corazón con una mueca de falsa lástima— ¿El partido te pone así nerviosito? ¿Sabes que no puedes ganarle al mejor buscador del colegio? —agregó, y llevó una de sus manos a la mejilla de Regulus, negando con los labios apretados.
Regulus le pegó en la muñeca, sacándola.
— Te dije que no me toques.
— No se te pegará lo inmundo. O quizás sí, y ya se te pegó… hace rato.
— Ganaremos.
Priscila se lo quedó mirando con los ojos entrecerrados por un momento, pensativa. Antes de hablar, sonrió.
— Bien. Te apuesto lo que quieras a que Gryffindor les romperá el trasero.
Mojándose los labios, asintiendo totalmente consciente de lo que hacía ella, de lo que decía y de las palabras que había elegido, la observó detenidamente, y luego estrechó la mano que Priscila le ofrecía para sellar la apuesta.
Ella lo soltó rápido y buscó el mortero, haciendo polvo las ancas de rana antes de que Regulus se diera cuenta de lo que hacía. Y, cuando lo hizo, no dijo nada, solo la miró sabiendo que la poción llevaba el polvo de las ancas y no trozos de éstas. Él intentaba perder la apuesta que ella no había aceptado al comenzar la clase. Se sentó en su silla e hizo silencio, dejándola terminar la poción por su propia cuenta; se veía demasiado concentrada, tenía un gran poder para no pestañear, notó. También notó el diminuto lunar sobre su labio, demasiado pequeño para verlo a simple vista. Bueno, aunque, con la nariz que lleva quién se fijaría en eso. La nariz más respingada que había visto jamás, la más perfecta, la tenía ella, y de nuevo, sentía aquella necesidad de darse la cabeza contra la pared hasta perder la conciencia. Cuando giró su cabeza, se intimidó. Priscila Potter y su belleza lo intimidaron.
— ¿Te quedarás ahí sentado sin hacer nada? —regañó.
Se odiaba por desear, por un solo segundo, que Gryffindor les ganara el partido de Quidditch.
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Al otro día, a las tres de la tarde, todo el colegio había invadido el campo de Quidditch. Nadie quería perderse el partido más importante de la temporada. Ni siquiera Priscila, que estaba allí, en las gradas de Gryffindor, con la camiseta antigua de James puesta y rayas rojas y amarillas pintadas en sus mejillas, alentando por él. Por ellos. De tanto escucharlos, ya se había aprendido los canticos.
Cuando entraron al campo, la ovación para el equipo de los leones ahogó todo el campo de juego. Hooch tocó el silbato y el partido comenzó con la redacción de Remus Lupin y Leon Beey.
Los minutos pasaban, Slytherin iba puntos arriba y no había ninguna señal de la snitch dorada que James Potter y Regulus Black debían atrapar para terminar el partido (y ganar). Por otro lado, desde su posición como bateador, Sirius Black, intentó darle con la bludger a su hermano menor muchísimas veces. Pero Regulus esquivó cada una de ellas sin tambalear, pero sí le soltó insultos fragorosos. Tan solo un segundo antes que James, Regulus, salió disparado por la snitch, iban a muerte para atraparla. Se empujaban brutalmente y despotricaban con el otro. El suelo se les acercaba y ninguno parecía disminuir la velocidad. No había que ser un vidente para saber que acabaría mal.
<< UH >> se escuchó al unísono de las cientos de personas presentes, incluso por los parlantes. Priscila se había tapado los ojos cuando se vio venir, y no quería correr las manos de allí.
Los dos yacían en el suelo, quejándose del dolor, heridos. Madame Pomfrey corrió al rescate con dos enfermeras más. De pronto, James levantó la mano que no tenía quebrada sino en la que sostenía la snitch dorada, y así, proclamaba la victoria de Gryffindor. Los espectadores de Gryffindor, sus simpatizantes y el resto del equipo de Quidditch, bajaron al campo de juego para festejar.
Habían levantado a James del suelo y lo tiraban hacia arriba con un nuevo cantico burlón para con el otro equipo. Zaira, Dorcas y Sabrina abrazaban y saltaban junto a Marlene, pero no había señales de Priscila cerca de ellas. Se encontraba alejada del festejo de los leones, buscando a Regulus con la cabeza en alto. Seguía en el suelo, a unos cuantos metros del otro equipo, siendo atendido por Pomfrey.
Priscila, sin acercarse, le sonrió.
Él también sonrió, humillado. Y se rio, subiendo los hombros mientras aceptaba su derrota. Su sonrisa se transformó en un círculo cuando Priscila levantó la muñeca izquierda y le mostró que debajo de la manga llevaba atada una cinta de color verde esmeralda.
<<TRAIDORA>> dijo con mímica de labios, de forma burlona.
Antes de girarse para ir a felicitar a su hermano, le devolvió una mueca que decía algo así como ‘‘qué esperabas’’, al igual que él, subiendo los hombros.
De repente, cuando ella desapareció del lugar en el que había estado y en el cuál él se quedó perdido, Regulus se tensó, sacando la sonrisa y a madame Pomfrey bruscamente.
Era imposible llegar hacia James, sin embargo, alguien más llegó a ella, atrapándola en sus brazos, de espaldas, haciéndola girar.
— ¿A mí no piensas felicitarme? —preguntó Sirius una vez devuelta al suelo firme.
Priscila se rio.
— No. Porque, por lo que noté, tu misión constaba en tirar a Regulus de la escoba, y no lo lograste. —Apretó los labios, negando, y agregó: — No te felicitaré por un trabajo nefasto.
Sirius se rio muy alto.
— Eres la peor cita de baile del planeta tierra —comentó.
— ¿Oh, es una cita? —lo imitó.
— Lo es —afirmó, guiñándole un ojo antes de desaparecer para abrazar a Marlene.