
XXV. I Just Can’t Prove It
Priscila arrancó aquella parte del pergamino en la que acababa de escribir. Apretando sus labios, lo arrugó con los puños cerrados. Se preguntaba si pronto se arrepentiría de enviarlo. Los nudillos de su mano derecha estaban blancos. Tomó aire y lo soltó, observándolo a través del salón. Estaban en la clase de alquimia. Miró el papel, a él de nuevo y volvió al papel antes de soplarlo, pero después de encantarlo. Este, decía: ‘‘Hoy. Tercer piso. Derecha’’. Sin remitente, sin destinatario, sin fecha, sin horario.
Por la noche, a las diez, para ser exactos, cuando todo el colegio se encontraba cenando en el Gran Comedor, Priscila, bajaba hacia el tercer piso. No precisamente para su clase de tutorías de Defensa Contra las Artes Oscuras. Mantenía su esperanza en que él iría.
Al entrar, se llevó un susto.
— ¿Por qué tardaste tanto? —gruñó. Las agujas del reloj de bolsillo de Regulus Black marcaban las diez y veinte.
Agarrándose el pecho, recuperando el aliento, le respondió:
— ¿Sabes que la Torre de Ravenclaw es la más alta del castillo, verdad?
— Hubieras salido antes. ¿Por qué me citaste aquí? No tenemos permiso para estar en este basurero —dijo observando el lugar con desagrado.
— Porque hoy no vamos a tener tutorías.
— Entonces… ¿aún falta Snape? —Priscila negó— ¿Qué…? ¿Qué demonios quieres? —Priscila metió su mano derecha dentro de la túnica. Regulus se echó un centímetro hacia atrás, desconfiando. Pero, ladeo su cabeza con intriga cuando de allí sacó el libro. Ese libro.
— Me falta por leer solo un capítulo.
Aunque trató de ocultarlo, Priscila sí vio esa sonrisa fugaz, y el brillo de sus ojos.
— ¿Y qué planeas…?
— Leerlo. Contigo. Veremos quién pierde. Yo creo que sí se muere, pero estaría encantada de ver tu cara si no ocurriera.
— Me parece justo.
— Léelo tú.
— ¿Por qué?
— Creí que no querrías escuchar mi odiosa voz durante el rato que nos lleve el capítulo —con mirada felina, se lo arrebató de las manos, chocando sus dedos con los de ella; electrificándose con su piel.
El lugar era realmente un mugrerío. Nadie iba a esa parte del casillo, aparentemente, ni siquiera los elfos domésticos. Terminaron sentados en el suelo, y Priscila se sorprendió cuando él no se quejó por eso.
Él comenzó a leer, su voz era grave, pero no tanto, de lectura firme sin traba alguna. Los capítulos eran largos, y el último no sería la excepción. Priscila estaba mucho más baja que él porque se había recostado contra la pared, utilizando su morral para estar cómoda y que la espalda no le doliera. Lo miraba hacia arriba y no tenía idea en qué lugar concentrarse; varió entre escucharlo, mirarle la boca, sus expresiones y sus ojos que hacían movimientos lineales al pasar palabras. En algún momento, se había dejado caer contra el brazo de Regulus, y él no la había apartado. Aquella noche, pensó, se preguntó, qué se sentiría haberlo besado a él en vez de a Severus Snape. Se preguntó qué pasaría si lo besaba en aquel mismo instante. Pero, entonces, él decía:
—… con la tapa del ataúd abierta. Los tres observaron el cadáver. Era él. Era Draven. Kris lo miraba atónita, helada, con cada vello de su cuerpo erizado. Temblando, apoyó una de sus manos en el pecho de su amado, las lágrimas corrían ya por su rostro. Kris vengaría a Draven aun cuando nadie más la acompañara. Pero algo insólito sucedió, debajo de sus manos, había movimiento, el corazón de Draven seguía palpitando entonces… él abrió los ojos.
Regulus cerró de repente el libro, quedándose con la vista perdida en la oscuridad del salón. Priscila tragó grueso, sentándose.
— No eres tan divertida como te crees —masculló molesto, sin moverse.
Priscila se quedó helada con aquel tono de voz.
— Y me lo dijiste desde un inicio. Creí… y yo lo creí —lo último, lo confesó mirándola. Regulus negaba, con notable frustración —. Simplemente podías decirme el final y se acababa, no tenías que hacerme perder también el tiempo, Potter.
— Intentaba hacer las paces. No lo leí, te prometo que no lo leí.
— Las promesas no son más que palabras al aire. Puedes reírte si quieres, hoy perdí dos veces.
— No seas idiota, ¡por supuesto que no tienes que decirle a nadie lo que hacemos! —Regulus viró los ojos. Se refería al libro, claro que sí, pero también a la confianza. Fue débil. Se dejó llevar. Otra vez. Se puso de pie, ignorándola.
Blasfemó en su cabeza, apretando sus ojos cerrados con fuerza, al igual que sus puños. De nuevo, cayó.
— ¿Quieres que te de las tutorías o puedo ir a comer? Realmente tengo hambre —dijo estando de espaldas a ella. Esperaba una respuesta.
Esperaba. Algo.
Priscila se levantaba, él pudo ver su sombra por el rabillo del ojo. La sentía detrás.
— Si no vas a creerme, vete —sentenció, intentando mantener la firmeza en el tono de su voz. Esperando que Regulus no se fuera.
El silencio y la tensión fueron protagonistas durante los dos minutos que esperaron. Primero se fue él; dio zancadas con una extraña sensación que se le atragantaba, le ardían los ojos. En medio de un pasillo del primer piso, gritó eufórico, estallando el estúpido libro contra una de las paredes, antes de seguir con su camino hacia el Gran Comedor.
Priscila tardó un minuto más. Lo esperó un minuto más, pero, cuando habían pasado treinta segundo solamente, el labio inferior le tembló, y no pudo resistirse a llorar. Con la manga de la túnica se limpió una lágrima, acababa de entrar al Gran Comedor, sorbiendo la nariz, en busca de sus amigas. Aunque James la intervino a tan solo unos pasos de la puerta.
— ¿Qué pasa? Ey… ¿dónde estabas? —preguntó autoritario, pero también muy preocupado.
No pudo aguantar sollozar con la garganta ahogada. James, sin pensarlo, la envolvió con sus brazos, apoyándole la cabeza contra el pecho, mirando por encima de su hermana hacia todos lados. Mentira. Mirando hacia la mesa de Slytherin en busca de sus dos sospechosos, pero no, los dos estaban ahí, comiendo junto a las demás serpientes.
— ¿Qué pasa?
— Pelee con Ámbar, de nuevo —mintió, habiendo visto que su amiga no estaba ahí.
— ¿Si?
— Sí. Estoy bien —dijo separándose de él, fregándose los ojos con ambos brazos.
Le sonrió, con su cara hinchada y enrojecida. James no parecía totalmente convencido.
Desde la mesa de Slytherin, aunque fingía interés en lo que contaba Barty, su mirada -cada tanto- viraba a lo que pasaba del otro lado del corredor. Hasta que chocó con los ojos de James fijos en él, y no volvió a mirar. Por un momento, se preocupó de lo que Priscila podría estar contándole a su hermano. Se inquietó. No se sentía para nada bien.
— Ey… cuidado. Vas a romper la copa —le dijo Zaira entre risas, bajándole la mano hasta que la copa tocó la mesa y él la soltó.
— ¿Qué le pasa? —preguntó señalando a Priscila con la cabeza.
Zaira, confundida, miró.
— Oh… no lo sé. No la he visto en todo… ¿Qué te importa?
— No me importa. En absoluto. Solo quería saber cuál era su excusa idiota del día para llamar la atención.
— Diría que lo que sea que se haya inventado, le sirvió. Mira, Sirius va directo a abrazarla —comentó con una copa a centímetros de sus labios, observándolo con suspicacia, y bebió del jugó de calabaza.
Aquel era otro al que le gustaba llamar la atención, pensó Regulus, respirando profundo por la nariz, frunciendo el ceño. Por qué el gran traidor tenía qué meterse. Nadie lo había llamado. Golpeó la mesa con uno de sus puños y luego se levantó. Zaira sonrió para sí misma mientras Regulus salía del Gran Comedor sin siquiera tocar su plato.