Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
F/M
G
Judas
All Chapters Forward

XXIV. Midnight Rain

Se detestaba a sí mismo por dejarse afectar por los comentarios de una traidora inmunda como lo era Priscila Potter. Hacía varios días que no podía dejar de escuchar su odiosa voz repitiendo una y otra vez cada una de esas palabras. No solo lo atormentaba su comparación con Sirius, la cual, pensándolo en frio, hubiera sido suficiente como para lanzarle una maldición. Lo que odiaba, realmente, era su reacción. O la no-reacción. No esperaba que ella dijera todas esas cosas. No lo esperaba, y no entendía, por qué dijo todo eso. Pasaba las noches preguntándose cuál habría sido el detonante de Priscila. Qué dijo él. Porque, en algún momento, sí, llegó a culparse. Según Regulus, siempre fue una conversación y no una más de sus discusiones. Él le pedía que lo hiciera por ellos. Por el grupo. Porque sabía que a ella le importaba el futuro tanto como a él.

— ¿Y tú no eres una cobarde? —había rebatido Regulus, porque, si iba al caso, ¿cuál era la razón de no hacerle una simple pregunta a su hermano? Porque le temía. Temía lo que pudiera sospechar. Temía lo que pudiera pensar de ella, tal vez. ¿Priscila Potter querría mantener sus sesiones tan en secreto como él?

Su almohada, por la noche, era su máxima enemiga. Parecía susurrarle, parecía mostrarle los recuerdos de la noche en la que Sirius huyó en bucle; como su madre lo echó, la maldición imperdonable de su padre, recordó los gritos, se recordó a sí mismo paralizado, totalmente asustado, y, la manera en la que Sirus no lo dudó ni por un segundo y se marchó. Las noches se volvían tediosas, más oscuras, tanto, que comenzó a prepararse pociones adormecedoras en secreto. No quería pensar, Regulus quería dormir.

¿Cómo los comentarios de una traidora, ver la en clases, tener que hablar con ella, cómo todo eso lo afectaba? ¿Por qué?

Él sabía por qué. Solo que no quería asumirlo.

Yo lo asumiré por Regulus Black. La estima del príncipe de Slytherin por la Ravenclaw subía como una cresta; tenía algo, algo que le provocaba la idea de que, tal vez, ella sí era digna del respeto mágico. Del suyo.

Snape le había preguntado qué pasaba. Por qué se volvieron a ladrar durante las sesiones que tenían. Por qué casi no se dirigían la palabra. ¿Qué le iba a contestar? ¿Qué lo llamó cobarde y no le dijo nada? ¿Qué lo dejó como a u niño, allí parado, con un nudo atándosele en la garganta? Por supuesto que no.

— ¿Qué otra razón, además de que es una traidora repugnante, necesitas? —le había respondido en susurro, mientras las observaba robarse las belladonas del invernadero; Priscila era la única de los tres que sabía cómo tratar aquellas plantas, y por eso le habían dado la tarea más importante, aunque también, por un momento, Regulus imaginó que la atrapaban robando y la expulsaban; y habría sido fantástico.

Las sesiones se habían convertido en una zona de guerra, en la que Severus Snape funcionaba como la barrera neutral entre ellos. Un neutral que le dirigía la palabra a una traidora más que a su igual.

— ¿Qué, ahora eres su amigo? —le preguntó al volver a la sala común, con amargura, pero con un tonó burlón.

— ¿Qué demonios te ocurre?

— ¡Es una traidora!

— Tú la quisiste en nuestro grupo. Tú.

— No tenía opción, Snape.

— No. No me engañarás, Regulus. Slughorn nunca te dijo (ni a ti ni a ella) que debían seguir esa regla en el proyecto. Sabías que era la mejor opción que teníamos.

— No lo era. Teníamos miles de opciones.

— Ella es la que está pensando en cada uno de los ingredientes, Regulus. Tiene ideas loquísimas, pero coherentes que encajan a la perfección con lo que buscamos. ¿No ves lo asombrosa que es? —susurró con los ojos bien abiertos, como si él mismo no pudiera concebir lo que estaba confesando.

— ¿Así que besas a alguien por primera vez en tu vida y ya te enamoras?

— ¿Puedes, por favor, dejar ese beso de lado de una puta vez? Fue tu idea, recuerdo.

Gruñó como respuesta.

Cuando el domingo 4 de diciembre se la encontró en la biblioteca, al ver el libro que acababa de sacar de una de las repisas, las náuseas acidas le subieron hasta la garganta. Era el mismo libro que él estaba buscando.

 

 

Priscila se sobresaltó con el ruido que hicieron los anillos contra la madera de la repisa junto a su oído. Levantó la vista lentamente, pero no fue directo a su cara sino que recorrió todo el camino desde el anillo de la familia Black, pasando primero por su brazo largo y extendido como barrera, haciendo una desviación a su cabello ondulado, a los bucles que le caían por el cuello y la frente antes de finalizar el paseo en sus ojos verdes. La había encerrado en uno de los tenues y desiertos pasillos, que, al ser de novelas, y no de libros de estudios, no era tan concurrido por los estudiantes, al otro lado del brazo de Regulus estaba la pared.   

— ¿Qué quieres, Regulus? —preguntó sin ganas.

— Buscaba un libro, y te vi.

— ¿Te golpeaste la cabeza con una bludger, o…?

— Es el libro que tienes en tus manos.

— Lo agarré primero. Y, aparte, aquí dice que lo habías sacado la semana pasada.

— Sí, es que… Sabes, el capítulo final tiene algo que quería rever… —Priscila levantó una ceja— Cuando se muere Draven, no me quedó claro en qué circunstancias.

Draven era el protagonista. Priscila inhaló profundo, furiosa.

— No lo hiciste —murmuró sin bajarla la mirada.

Regulus sonrió, una sonrisa maliciosa, llena de satisfacción.

— Sí. Quizás. O puede ser que no. Puede ser una mentira —respondió lamiéndose los labios, provocante, haciendo un juego con sus cejas, inclinado para quedar a la misma altura que ella.

— ¿Qué demonios intentas? ¿Te crees gracioso?

— Nah —rio— Si se muere, tendremos la próxima tutoría en la reserva natural de criaturas que cuida Kettleburn.

— ¿Crees que soy idiota? —preguntó, y bajó la mirada hasta los labios colorados y perfectamente dibujados, subiéndolos de nuevo a los ojos de Regulus— No se muere, entonces.

— No lo sé. Será una sorpresa para ambos, porque, en realidad, no he leído el último capítulo. Por eso venía a buscarlo.

— ¿A qué estás jugando?

— A nada. Tú querías eso, ¿verdad?

— No te entiendo.

— ¿Qué? Ahora que lo tienes entre tus manos, ¿temes que te vean conmigo? ¿Lo que puedan llegar a pensar de ti? —se acercó más, y ella se tragó todo el embriagador perfume de Regulus.

Que, ahora sabía que era su perfume. El aroma la había estado persiguiendo durante meses, y no tenía idea que se trataba de éste. Pero le encantaba que se le pegara.

Ahora no tanto.

— ¿Tienes miedo, Pppotter?

— No. Para nada. Júrame que es cierto que no has leído el final.

— Lo juro.

— Mírame a los ojos y dilo.

Nauseas. Otra vez las malditas nauseas.

El verdadero terror lo sintió al mirarla a los ojos mientras ella también lo hacía. Regulus podría haber jurado que sintió como el corazón se le paralizaba, como si lo hubiera hipnotizado, dijo:

— Juro que no leí el final del maldito libro, Priscila.

— Está bien. Entonces, si no se muere, le dirás a tu madre que trabajamos juntos. Que me elegiste como compañera para el proyecto de pociones —dijo observándolo con los ojos entrecerrados, como si estuviera probándolo. Regulus sintió la tensión en todo su cuerpo, pero principalmente en su mandíbula al estar apretando los dientes.

— Bien.

Incrédula, formó una pequeña sonrisa con sus labios, rodando los ojos y negando al mismo tiempo. Creía que estaba jugando con ella.

— Eres… —comenzó a decir pero decidió quedarse callada— ¿Qué ha cambiado hoy, que intentas ser… mi amigo? No… en realidad ni siquiera sé qué intentas. Eres…

— Tú y yo nunca podríamos ser amigos, no seas idiota.

— ¿Lo ves?

— Entiendo que eres una bruja de nivel; dominaríamos esta escuela, a los profesores. Crearíamos cosas grandes.

— ¿Anónimamente? Yo no quiero firmar nada de lo que haga con un seudónimo, si es lo que propones. Y sé que tú tampoco. Hoy, estás aquí, haciendo todo este show, porque estás solo. Muy solo. Y te caigo bien. Odias que yo te caiga bien. Pero así es.

— Oh, ¿también eres adivina?

— No, pero he estado contigo durante casi cuatro meses. Habría que ser ciego o idiota para no darse cuenta.

— Tus amigas también son una…

— Ahí está. Digo algo que te duele, algo que te molesta, y me atacas. ¿Por qué estás tan negado a la verdad, Black?

Lo llamó Black. Regulus creía que nunca lo había llamado por su apellido. Se sintió extraño, aunque usualmente todos lo llamaban así, y que la molestia fuera al revés, cuando alguien que no consideraba digno lo llamaba por su nombre pila. No se fue, pero sí se apartó, poniéndose derecho al respirar profundo. Se preguntaba por qué no podían seguir siendo los de antes. Sin tener que hablar de estas cosas. ¿Cuál era la necesidad de hacerlo? Si hasta hacía tan solo una semana sus días juntos eran tan… amenos. Sabía que no podía seguir en silencio, pero no tenía idea de qué contestarle. O sí, pero no quería.

— Eres la sabelotodo, asumo que ya sabrás también la respuesta.

— Creí que era una ‘‘mente maestra’’.

— No necesito que tú sientas lástima por mí —dijo antes de dar un paso para irse de la biblioteca, hasta que la escuchó responder:

— No siento lástima por ti, siento lástima por mí. Porque de verdad me agradabas. Cuando no eras este… Cuando te comportabas con algo más de sensatez.

 Regulus había girado la cabeza por encima de su hombro, mirándola, hasta que de pronto, se quejó adolorido, apretando con fuerza sus ojos, aferrándose a su antebrazo.

— ¿Qué te pasa? —preguntó Priscila, preocupada, acercándose.

Él la alejó.

— Tengo que irme.

Regulus Black era un acertijo. La mayor parte de su vida, Priscila, creyó que era algo parecido a un villano. Era malvado, un egoísta. Al escuchar los relatos de Sirius, siempre creyó que, sin excepciones (bueno, tal vez Sirius), todos lo Black deberían ser enviados a Azkaban. Hoy sabía que no era así. Regulus no era más que un resultado, un daño colateral de haber crecido en la Casa Black. No iba a engañarse tampoco, Priscila era muy consciente de que Regulus podía ser muy capaz de tomar sus propias decisiones, pero también entendía el peso de los estándares. El peso de la familia. Regulus es complejo. Está roto, y por eso actúa como actúa. No entiende cómo era posible que una traidora de la sangre pudiera caerle bien y se obligaba a tratarla mal, se obligaba a alejarla de él para que ninguno de los dos pudiera salir herido.

 

 

 

 

 

Forward
Sign in to leave a review.