
XXIII. Belladona
La mañana siguiente había amanecido gélida. A las siete y media, con fuertes azotes de viento en las ventanas del castillo, pocos eran los que se animaron a salir de sus acogedoras y abrigadoras camas para desayunar.
Mientras bebían café con leche para mantener la temperatura de sus cuerpos, sentados en la mesa que le correspondía a casa, Sam y Priscila repasaban para el examen sobre investigación de herbología, el cual debían exponer oralmente en la clase de ese mismo día. A ellos les había tocado la belladona; que, al igual que la madera de espino de su varita, las propiedades de ésta planta, eran contradictorias.
La belladona podía ser tan curativa como así podía ser tóxica, incluso mortal. Priscila había encontrado el ingrediente principal del veneno, y quien te dice que también de la cura. Era exactamente lo que estaban buscando.
Vio a Regulus y Snape apenas entró al Gran Comedor. Cada uno por su lado, estaban sentados en la mesa de Slytherin. No podía acercárseles en ese momento, pero se moría por comentar con ellos su descubrimiento. Los tres tenían que meterse en sus propios asuntos mientras estuvieran en cualquier lugar público que no fueran las mazmorras o el salón que viene y va. O, a menos que el hermano mayor de Priscila quisiera romperle la cabeza a Severus Snape.
James Potter abrió de un golpe las puertas, furioso. Caminándoles detrás como dos perros con correa, iban Sirius y Peter, que parecían tan dispuestos a pelear como él. Regazado, con sus peores pintas, fregándose los ojos ojerosos con la yema de sus dedos, y negando con lamento, los seguía Remus. Lily y Marlene se pusieron de pie de un solo salto, rescatadas de lo que pasaría a continuación. Así como Regulus, que había levantado su rostro ceñudo al escuchar a Pettigrew preguntar ‘‘qué vas a hacer’’, Sirius respondió ‘‘matarlo’’ por él; la mirada de Regulus los persiguió por el Gran Comedor hasta el comienzo de la mesa de Slytherin.
«Cuando haya un conflicto o un problemón
llamen a Peevsie que no será soplón, aunque
le gustará empeorar la situación
con su propia extra información… » cantaba el poltergeist revoloteando sobre James.
Lily dio una zancada para salir del banco y corrió hacia él, gritándole para que entrara en razón. Esta última situación fue la que llamó la atención de Priscila, porque Lily corrió y gritó pasando por su lado. Su mirada se encontró con la de Regulus.
— ¡Snivellus! —gritó James sacándose a Lily de encima.
El Slytherin lo miró, cerrando sus ojos con rendición y suspiró. Finalmente, luego de un par de horas de retraso, las consciencias de sus actos llegaban.
— Pedazo de mierda —agregó Sirius.
— ¡Maldito, sucio infeliz!
— Imbécil —agregó Peter.
James lo obligó a levantarse del asiento y sin hacer preguntas le dio un puñetazo en medio de la cara. Priscila exclamó, parándose. Se arrastró por encima de la mesa de Ravenclaw para cortar el camino e ir a detener la pelea, repitiéndose que tuvo la idea más estúpida del planeta. Snape estaba siendo golpeado por su culpa.
— ¡No, James! —le gritó— ¡Dejalo!
— ¡Eres un maldito bastado, pervertido! —escupió antes de darle otro golpe— ¿No harás nada para defenderte, eh? ¿Eh?
— ¡James!, ¡James! —chillaba Lily— ¡Dejalo!
En el Gran Comedor solo se encontraban dos ancianos profesores, que no podían llegar hasta los involucrados debido a los estudiantes que se les amontonaban alrededor para mirar. El más encantado de todos era Peeves, por supuesto, que, tal vez, incluso había exagerado lo que vio la noche anterior. Aunque Snape y James no eran los únicos peleando porque no hubieron dudas por parte de las serpientes para defender a uno de los suyos. Mulciber levantó su varita y comenzó a lanzar maldiciones a Peter y Sirius, provocándolo a Remus, que bajó la bandera blanca y se lanzó sobre el Slytherin. Gryffindor y Slytherin consagrarían esa pelea en el Gran Comedor como una de las más intensas que tuvieron jamás.
— ¿Qué mierda hacías encerrado en un cuarto con mi hermana, eh, qué?
Sintió un peso sobre su espalda, el color azul de su túnica se le presentó por el rabillo del ojo, Priscila se le había colgado e intentaba agarrarle el puño.
— ¡Basta, James, basta! —pedía ella— Entendiste mal. ¡Todo mal!
— ¡Hazte hombre, pelea! —decía James, que no entendía porque Severus Snape parecía no reaccionar.
— No tocaría a ese engendro maldito ni aunque me pagaran, Potter —respondió, intentando quitárselo de encima.
— ¡Sáquenmela! —gritó James, forzando los brazos de Priscila para bajarla de su espalda, tirándola hacia atrás, comiéndose el puño de Snape en la distracción.
— ¡Ay, Dios, James! —exclamó Lily arrodillándose en el suelo, junto adónde Priscila había aterrizado y golpeádose la cabeza.
— ¡DETENGANSE! —gritó McGonagall, y todos se callaron, dispersándose para dejarla pasar— ¡Potter, Potter! ¡Mulciber, Black! ¡BASTA, TODOS USTEDES! ¡Oh, Merlin, Pettigrew! ¡QUE ALGUIEN LLAME A MADAME POMFREY! ¡Deténganse!
Terminaron por hacerle caso, agitados y con variadas heridas abiertas. James le lanzó una mirada culposa a Priscila, que no dejaba de sobarse la cabeza, adolorida. McGonagall, y todos los profesores que comenzaban a llegar, así también el director, les ladraban y regañaban. Las primeras clases, para los involucrados, habían sido suspendidas, pronto, después de que hablaran en el despacho de Dumbledore, serían reemplazadas por castigos.
:・゚ ✧ :・. ☽ ˚。・゚ ✧: ・. :
En el pasillo de la Torre del Director, horas más tarde, esperando que llegara su turno del regaño, Priscila lloraba desconsoladamente; sentada en el suelo, con la cabeza metida entre sus piernas. Sus lamentos y gemidos podían escucharse desde las escaleras, por las cuales subía la última persona que alguna vez hubiera imaginado. Sin decir nada, se sentó a su lado, flexionando sus rodillas, observándola. Sintiéndolo, Priscila, levantó su cabeza.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó con la voz entre cortada y ronca, sorbiendo la nariz— Tú no fuiste castigado.
— Lo sé —murmuró—. Traje esto —agregó, ahora, sin mirarla, mostrándole algo amorfo escondido debajo de una tela verde.
— ¿Qué…?
— Hielo.
Carraspeó, apretando la mandíbula.
— Pettigrew se quebró un brazo, Sirius se abrió un pómulo.
— Mulciber le quebró un brazo a Peter, y a Sirius, Barty le abrió un pómulo con un puñetazo.
— Da igual —rodó los ojos.
Priscila sabía que sí. Solo levantó y dejó caer sus hombros, volviendo a esconderse entre sus piernas. Regulus suspiró, desinflándose.
— Da igual, porque de todas formas, como sea que pasara, la enfermera los tendrá allí arriba por un rato largo, curándolos, mientras Dumbledore y McGonagall les dan un sermón, aprovechándolo.
— ¿Y? —su voz sonó ahogada.
Regulus no dijo nada, levantó su mano y llevó aquella cosa hacia la parte posterior de la cabeza de Priscila, quien se echó para un costado, mirándolo de lado con desconfianza.
— Es hielo. Dicen que alivia el dolor —arrugó sus cejas—. No seas terca. Déjame.
— No te metiste a ayudar a Severus —reprochó cuando él apoyó el hielo sobre el chicón creciente con cuidado.
— Sabíamos que eso podía pasar.
— Yo no.
— Eres una idiota, entonces. ¿Qué pesaste que pasaría cuando Potter se enterara? —la insultó, pero no sonó como tal. Otra vez, solo subió y bajó sus hombros como respuesta— Snape y yo lo habíamos hablado.
— ¿Severus consintió dejarse pegar? —preguntó con sorpresa.
Regulus soltó una risa.
— No. No… —decía, y le corrió algunos cabellos cortos y despeinados que le caían por la cara, pasó su dedo pulgar a tan solo un centímetro de su piel— ¿Cuándo te hiciste esto?
— ¿Se puso morado? —preguntó, tensionando el rostro debido al dolor— Creo que Sirius me pegó un codazo cuando corría hacia James. Tal vez fue Sirius… Pero, fue sin querer, de todas formas —suspiró, girando su cabeza sin saber que Regulus estaba ahí, también, a solo unos pocos centímetros.
Mirándose, ninguno se movía, y las respiraciones cada vez parecían pesar más.
Él perdió al ser el primero en bajar la mirada, en bajarla hacia sus labios y subirla; repitiendo el movimiento tres veces. De pronto, estaban más cerca. Compartiendo el mismo aire caliente. Inconsciente, cuando imitó a Regulus por reflejo, ella, mojó sus labios. Era la segunda vez en su vida que le prestaba tanta atención a la cara y los rasgos de Regulus Black; la primera, había sido el día que lo conoció, por allá en 1972. Seguía teniendo esas pecas salpicadas por la nariz, aunque menos acentuadas, casi invisibles, contrarias a sus ojeras marcadas, aunque no oscuras, así como sus facciones; la línea de los pómulos y la de su mandíbula parecían estar dibujadas. Su rostro era armonioso. Inflamables como la gasolina y el alcohol, solo quedaba hacer fricción en un encendedor.
Regulus apartó la mano que ponía el hielo en su cabeza, al igual que su cuerpo.
— Muy frío —comentó calentándose la mano con la tela de sus pantalones, fregándola contra la rodilla. Carraspeó. Observándola por el rabillo de su ojo, Priscila había apartado la mirada, devolviéndola al suelo, notó que tragó saliva. Tomó aire y lo soltó, medio nervioso por la extraña tensión que había sentido momentos atrás.
— ¿No era que James no creería que me besé con Snape? —preguntó de repente.
— ¿No era que no te besarías con Snape? — Regulus soltó una risilla corta, pero, recordó a lo que realmente iba. Por lo que la había buscado. Se encontró con que había girado pocos grados su rostro para lanzarle un mala mirada— Mi pregunta es cómo lo supo James…
— Se lo dijo Peeves —respondió con un tonó de voz intenso y una mueca que le preguntaba si estaba loco. O si era un estúpido.
— No. James sabía lo del despacho, y Peeves no los vio entrar. Sé que no.
Priscila echó su cabeza hacia atrás, con las cejas arrugadas, súper extrañada. Pensó por un momento las posibilidades.
— Yo… no lo sé. Quizás alguien nos vio.
Regulus negó. Muy seguro.
— No había nadie, Priscila. Solo nosotros.
— Cuando salimos tú no estabas. Quizás nos vieron salir juntos del despacho, y no entrar.
Regulus dudó, y luego se extrañó por cómo ella lo estaba mirando; con la cabeza ladeada y una sonrisa entre burlona y confusa.
— ¿Qué?
Soltó una risa con su nariz, negando.
— Nada. Nada —decía pero no dejaba de sonreír.
— Como sea… Tienes que preguntarle.
— ¿Eh?
— Pregúntale cómo supo dónde estabas. Invéntate algo. Sácale información. No lo sé, acúsalo de entrometido, de estar siguiéndote. Sabes cómo poner de los nervios a la gente, haz lo tuyo.
— No.
Regulus rodó los ojos.
— No voy a hacerlo. Ya está. Ya pasó.
— Puede arruinárnoslo todo. No sabemos qué más sabe. Tienes que.
— No. Me matarán, ¿sabes? Mis padres. Y él también.
— ¿Y qué? ¿No piensas defenderte? —preguntó tan brusco como confundido.
Su reacción lo dejó ver que no. Que no respondería nada.
— Por favor —suspiró, no cómo suplica sino porque no podía creerlo—. Tú no eres así.
— ¿Cómo sabes cómo soy? No lo sabes —gruñó.
— Sé que así no. ¿Qué? ¿Les temes a tus padres? ¿A Potter?
— No quiero pelear con ellos, Regulus. No quiero… —tomó aire, no quería decirlo. No quería decírselo a él— no quiero darles problemas.
No quería que el tiempo le diera la razón a su varita.
En realidad, no quería decepcionar a sus padres.
No quería darle la razón a James sobre trabajar con Regulus Black.
— No cruzaré esa línea.
— Ya lo hiciste, Prisilly. Ya la cruzaste. No voy a dejar que nos arruines los planes solo porque le temes a tus papis y a James.
— ¿Con qué cara te atreves a decir eso? ¿Crees que no reconocí a la mujer de tu boggart? Todos vimos -y supimos- que se convirtió en tu madre, Regulus. ¿Hablaremos de qué pasará con nosotros por temerles a nuestros padres? ¿Haremos eso? Ok. Tú nunca llegarás a ser el gran mago que anhelas, el que sé que podrías ser, porque le temes a tu madre, a tu miserable familia, a perder lo único que conoces —rio, irónica, antes de agregar: — ¿También quieres mencionar a nuestros hermanos? Bien. La diferencia entre Sirius y tú es que él si fue lo suficientemente valiente. Y tú no. Tú, Regulus Black, eres un cobarde.