
XXII. Cinnamon Girl
Llegando a su sala común, Regulus, se pasó la lengua por todos los dientes. Aun sentía el sabor empalagoso de los rollos de canela dentro de su boca. Severus Snape estaba sentado sobre una de las sillas talladas, frente al fuego radiante de la chimenea, escuchando parlotear a Mulciber junto a un grupo de diferentes años, incluso había chicos de primero. Intentó llamar su atención con su mera presencia, pero Snape estaba inmerso en la conversación. Chasqueó su lengua y se acercó.
— Snape.
— ¿Dónde te habías metido? —preguntó Barthy.
Regulus lo ignoró.
— Vamos. Tenemos que hablar.
— ¿De qué?
— Ven —gruñó sin decirle nada más.
Sin esperarlo, caminó hacia las escaleras y subió un piso hasta llegar a la entrada de su dormitorio. Un minuto después, Severus Snape lo alcanzó, arrastrando los pies.
— Mulciber agarró al idiota de Pettigrew y…
— Me importa un cuerno. Hablé con ella esta tarde. Ya decidimos lo que vamos a hacer con el poltergeist.
— ¿Ustedes qué?
— Seguiremos con el plan que propuse —miró hacia ambos lados del pasillo antes de aclararlo—. Ustedes dos seguirán el plan que propuse.
— ¿Y si me niego? —Regulus se rio sin separar los labios— Regulus, no voy a… No voy a hacer eso. ¿Y por qué demonios me dejaste afuera de la conversación para aliarte con esa traidora?
Los ojos de Regulus se encendieron en llamas. Lo agarró del cuello de su túnica y lo pegó a la pared, dándole un buen golpe en la cabeza, amenazándolo con la varita puesta debajo de su mentir.
— No vuelvas a repetir eso. Nunca. Ni siquiera en tu cabeza, Snape.
— ¿O qué?
— No querrías saberlo, mestizo asqueroso. ¿O debo recordarte que esa traidora inmunda lleva dentro sus venas sangre mucho más honorable que la tuya, pura, con algo de valor? —Snape tragó grueso, tensionando los músculos de su mandíbula— Eso pensé. Además, amigo, solo tienen que fingir. El poltergeist desaparecerá al instante de escucharlos.
— No estamos seguros de que le importará. No sabemos si irá a contárselo a… quien sabes.
— Entonces, quizás, si tendrás que besarla. De todas formas, ninguno tendrá nada que perder —agregó, mirándolo de arriba abajo, despectivo, refiriéndose a lo que antes había dicho; un mestizo y una traidora.
Regulus giró el pomo de la puerta de su dormitorio y la abrió, dejándolo allí, de pie como una estatua, con algunas palabras en su boca. Sin embargo, la lengua larga y rápida de la serpiente permitió que, antes de encerrarse, escuchara:
— Dúchate. Hueles a ella, idiota.
Levantó la tela de la polera, también la de la túnica de abrigo, llevándolas hacia su nariz. Era cierto. Su ropa tenía cierto olor dulce, como caramelo o vainilla, pero combinado con canela. Tendría que prender fuego esas prendas. Pero, durante la noche, seguía siendo atormentado, y no precisamente por su aroma. Sino por lo que había dicho mientras subían por la cresta que daba a la casa tenebrosa de Hogsmeade, alejada del centro del pueblo, rodeada por una bosqueja.
— Nadie creerá que Snape me ha besado —le había dicho rodando sus ojos, con la boca llena del glaseado de los rollos de canela. Se pasó el dedo por los labios, limpiándose, luego la lengua y por último se lamió la interior del pulgar. Lejos de asquearse, como recordaba hacerlo en las clases de pociones, Regulus no había podido apartar la vista de aquel sitio.
Y, allí, ya acostado, a punto de dormirse, no podía apartarse del recuerdo vivo.
Claro que él no había respondido a ese comentario. Priscila ya le había reñido una vez cuando aludió a lo asqueroso que encontraba a Severus Snape. Sabía lo que pensaba. O algo así. Porque, lo que Regulus pensaba en ese momento, era que estaba muy equivocada. Nadie pensaría que ella podría besar a Snape. Vamos, podía afirmar que Priscila Potter no era fea. Para nada. ¿Le asqueaba esa idea? Por supuesto que sí, pero no podía engañarse a sí mismo.
Le habría incomodado el silencio o lo habría recordado en ese instante, pero ella agregó:
— Aunque… bueno, Sirius ya me ha preguntado por qué paso tanto tiempo con ustedes. Contigo. Y debo suponer que James lo sabe, porque comparten una misma neurona —los dos se rieron.
En su cama, Regulus, volvió a sonreír debido a aquel comentario burlón.
Siguieron discutiendo el plan, que llevarían a cabo al día siguiente, el lunes 28 de noviembre. Paso por paso, lo repasaron muchas veces. Incluso ella había querido buscar a Severus para que estuviera presente. Pero el café se les enfriaría y ya estaban acabando los cuatro rollos de canela que habían comprado para llevar en el Salón de té de Madame Pudipié. ¿Para qué lo buscarían? Regulus podía comunicárselo todo al volver al castillo.
Se giró sobre su eje, chasqueando la lengua, metiendo la cabeza debajo de la almohada. ¡Quería dormirse! Tenía clases que cursar por la mañana, el entrenamiento de Qudditch luego del almuerzo, la reunión con Sawski, tutorías que dar por la tarde, preparar junto a Priscila la poción adormecedora para la Sra. Norris y finalmente llevar a cabo el plan durante la cena. Tenía que descansar. Pero ese maldito beso lo tenía sin cuidado. Listo, lo confesaba, lo admitía. Analizó si no debía ser él. Imaginó qué pasaría. Cómo. Y qué se sentiría besarla; fantaseando con que el gusto de sus labios sabría igual que un rollo de canela. Gruñó, volviendo a girar, tirando bruscamente de las sábanas, cubriéndose todo el cuerpo, incluso la cabeza (que seguía debajo de la almohada).
Se escondía.
:・゚ ✧ :・. ☽ ˚。・゚ ✧: ・. :
22:03 hs.
Severus Snape, Regulus Black y Priscila Potter caminaban por la primera planta con las capuchas de sus túnicas cubriéndoles las cabezas. El resto de los estudiantes de Hogwarts, o la mayoría de ellos, se encontraban en el Gran Comedor, cenando.
— ¿Y tú qué vas a hacer mientras tanto? —resopló Snape cuando ya estaban cerca, escondidos detrás de una columna ancha de piedra.
— Primero, me aseguraré de que ustedes cumplan con su parte. Que el poltergeist les crea. Una vez que estén dentro del despacho de Filch, iré a la biblioteca y buscaré libros de pociones y venenos. Si alguno no llega al punto de reunión, nos veremos mañana. O nunca más.
Priscila y Snape cruzaron sus miradas y después aniquilaron a Regulus con éstas mismas. No podían perder más tiempo. Filch estaría corriendo a la enfermería con su gata inconsciente, pero no tardaría mucho en deducir, o se lo diría madame Pomfrey, que le habían hecho una broma y que solo se trataba de una ‘‘inocente’’ poción adormecedora. Priscila tenía náuseas provocadas por los nervios que sentía. Estaba consiente que muchas cosas podían salirle mal, y no precisamente en cuanto al trabajo de pociones o con Filch.
— ¿Listos? —preguntó Regulus, impaciente.
— No. No creo que encontremos nada interesante allí adentro. Y ensuciaremos nuestros nombres para nada —refutó Snape, que seguía en desacuerdo.
— Qué pena. Ya llegamos hasta aquí. Van a hacerlo.
Snape hizo una mueca.
— Hagámoslo —asintió Priscila, totalmente arrepentida de su propia idea.
De hecho, en aquel momento, creía que la idea era una gran pavada, y le daba la razón a Snape. Posiblemente, no encontrarían NADA. Asimismo, ya estaban ahí, y a contrarreloj.
— No lo arruinen —murmuró con autoridad mientras Snape y Priscila caminaban.
— Podemos matarlo luego. Juntos —aseguró ella en un susurró, a lo que Snape asintió—. Pero, ahora, dame tu mano. Entrelázala con la mía.
La mueca de Snape era de inconfundible asco. Priscila rodó sus ojos, obligándolo. Ambos bajaron sus capas y comenzaron con el guion preparado.
Priscila iba unos pasos más adelante, para que se viera que estaban tomados de la mano, tironeando de Snape, que, aunque en serio lo intentaba, no podía cambiar su cara. Era su cara de siempre, desde luego, no sería extraño que la llevara aún ‘‘enamorado’’ o lo que quisieran demostrar al poltergeist. Se espantó al oírla reírse como una boba, pero nada se igualó a la repulsión que le dio cuando en un suspiro dijo:
— Ay, Sev… —tenían que fingir desinterés hacia Peeves. Esa era la clave para que todo funcionara— Si mi hermano… Si James llegara a saber de nosotros estaríamos en grandes problemas —se puso frente a Snape, mirándolo a los ojos con una mueca de preocupación. Volvió a suspirar, melancólica— Detesto tener que vernos a escondidas.
Él no sabía si podía actuar tan bien como la pequeña Potter. Pero, inhalando profundo para relajarse, para no tartamudear al responderle:
— Su inmenso ego de Potter no permite que vea nada más allá de sí mismo, pero no deberíamos arriesgarnos.
Regulus sonrió victorioso al ver que Peeves ya había parado sus orejas, siguiéndolos con sigilo. Pero, luego, se distrajo viendo como Priscila apoyaba una de sus manos en la mejilla de Snape, provocándole ardor en las propias.
Severus Snape aclaró su voz, soltó aire y apoyó su mano derecha en la cintura de Priscila, acercándola más a él, cortando toda distancia entre sus cuerpos. Los dos podían sentir al otro temblar, también como podían percatarse de que ambos tenían desequilibrada la respiración. Priscila colocó ambas manos en el pecho de Snape, que subía y bajaba con rapidez, parándose de puntas de pie para igualarle un poco más la gran altura; era incluso más alto de Regulus, casi tanto como Remus; el varón más alto que ella conocía. De pronto, Snape sonrió de costado, acomodándole el cabello detrás de la oreja para acercarse -lentamente- a su oído.
— Peeves pierde el interés —le susurró.
Priscila rio para disimular; comenzaba a analizar que tal vez, deberían hacerlo. Cuando Snape comenzaba a erguirse, ella lo atrapó por la cara, con ambas manos abiertas, acercándolo a su rostro, él intentó echarse hacia atrás por impulso, pero, aunque no pareciera, Priscila tenía fuerza y lo llevó a sus labios. Lo besó; comenzó siendo un beso suave, inexperto, y algo seco, hasta que abrió su boca.
Ah, y ella que siempre soñó con dar su primer beso a Sirius, debería conformarse con Severus. Al menos sus nombres comenzaban con las mismas letras, intentó animarse. Dejó de ser un beso torpe cuando parecieron acostumbrarse a éste, Snape tomaba confianza con el cuerpo de Priscila, y ella le abrazó el cuello.
Funcionó. Después de cantar sobre el amor prohibido con referencias a Romeo y Julieta, Peeves, desapareció. Priscila y Snape se separaron, riéndose para celebrar su victoria, totalmente asqueados por lo que habían hecho. Se apresuraron a correr hacia la puerta del despacho de Filch, y con un hechizo, Snape la abrió.
Levantaron sus varitas, diciendo casi al unísono:
— Lumus.
Las puntas de sus varitas se iluminaron y comenzaron a hurgar en cada cajón, en cada esquina y cada uno de los huecos donde podría tener algo.
— ¡Ey, Severus! —exclamó, sonriente con un pergamino en sus manos— Mira esto.
Él se acercó, tomándolo en sus manos, leyendo de qué se trataba.
— ¿Es una lista de criaturas?
— Es una lista de todas las criaturas que se han visto en el bosque prohibido, por las cercanías del castillo. ¡Eso es fantástico!
— Explícate mejor, y deja de gritar.
— Garras, colmillos, sangre, lo que sea y de la criatura que queramos. Imagina la cantidad de ingredientes y sus propiedades, incluso podríamos descubrir nuevos.
Ah. Detestaba tener que darle la razón. Detestaba que aquello lo emocionara tanto como la emocionaba a ella. Entonces, con una ceja en alto, le dijo:
— ¿Asesinarías un animal?
Priscila dejó salir un sonido, algo como un bufido, y negó totalmente extrañada, como si la pregunta fuera de lo más idiota.
— No. Ustedes se encargarían de eso. Yo solo tuve la fantástica idea, y es suficiente. Nunca asesinaría a un animal por más peligroso que fuera, pobrecito —dijo entre negaciones, devota a la misión, colgándose de una repisa—. Tienes que estar loco para creer que haría algo así.
:・゚ ✧ :・. ☽ ˚。・゚ ✧: ・. :
Exactamente media hora más tarde, los tres se encontraron en el Ala Norte del séptimo piso. En el salón abierto no los esperaba nadie más que Regulus, sentado en uno de los sillones, leyendo uno de los libros que había sacado de la sección prohibida. Al verlos, se puso de pie de un salto.
— ¿Encontraron algo?
Con la mueca de me extraña araña, Snape le mostró el morral casi lleno que se cruzaba la espalda. Regulus asentía con aprobación, acercándose.
— Bien. Bien… Lo han hecho bien.
— ¿Y tú?
— También. Saqué tres libros; plantas tóxicas, venenos y pociones, e ingredientes que fueron prohibidos y sus razones
Carraspeo, y al verla tan sonriente, y él mismo con la excitación momentane que sentía, agregó:
— Prisilly —al mirarlo, sus ojos se clavaron en la palma abierta y en alto de Regulus.
Ahogó una exclamación, chillando emocionada, pero, en vez de chocar los cinco, como varias veces había intentado durante sus exitosas pociones en clases, Priscila se dejó llevar y lo abrazó. Regulus tensó todo su cuerpo, por un momento, no se opuso al arrebato de energía y el exceso de confianza que nunca le había concedido, pero no se resistió. No cuando el aroma dulce invadió su sistema respiratorio.
— Creo que viene alguien —avisó Snape, bajándolos a tierra.
— Suéltame, Potter —gruñó entre dientes, amenazante—. No vuelvas a tocarme, rata inmunda.
Priscila se rio en voz alta.
— Lo siento. Lo siento. ¡Ay, ya quiero que comencemos! —dijo como si estuviera sufriendo una embolia cerebral; con la voz tensa, apretando la mandíbula con ojos saltones, temblando.
— Sí, alguien se acerca —confirmó Regulus.
— ¡Corran! —exclamó Snape.
— ¡POTTER!
— ¡Ay, por Dios! ¡POTTER, corre!
Los dos, al mismo tiempo, la tomaron de las manos, obligándola a moverse.
— ¡Corran, corran! —les gritó.
Corrieron por aquella tironeándose entre sí hasta salir al pasillo y perderse.