
XIX. ¿Le temes a la oscuridad?
El 10 de noviembre habían comenzado con el complot de pociones. Pero, no fue hasta el 24 de noviembre que pudieron ponerlo en práctica... legalmente. Aquel jueves al finalizar la clase, el profesor Slughorn dictó la consigna:
— El equipo, de tres personas (ni dos ni cuatro ni diez, tres personas) deberá teorizar sobre una nueva poción; deben escribir su fin y cuáles serían los hipotéticos ingredientes que utilizarían, asimismo, quiero las instrucciones que se deberían seguir para realizarla. ¿Es una poción avanzada o para principiantes? ¿Tiene una contraparte? ¿Cuál es su historia? ¿Su nombre?
» Cada integrante del equipo ganador, con la nota más alta, se llevara una botellita de Felix Felicis para utilizar a gusto, junto a una clase especial, dónde les enseñaré a prepararla a la perfección. Pero, está totalmente prohibido experimentar con esta poción. Solo quiero una teoría coherente, ¿entienden? De ser así, quedarían descalificados y por supuesto que se llevarán un gran castigo. No me pongan a prueba. Ahora, enlístense y pásenme los pergaminos.
Slughorn leía los nombres de los integrantes de cada grupo en voz alta mientras los pasaba a su propia libreta. Antes de leer al que correspondería el número 6, lanzó una carcajada satisfecha.
— Grupo 6: Regulus Black, Severus Snape y Priscila Potter. Ahora sí, estoy ansioso porque llegue el próximo semestre. Suerte.
No obstante, ellos tres no lo escucharon, estaban cuchicheando, cerrados al resto de sus compañeros en las mazmorras, decidiendo, finalmente, que la poción que crearían sería un veneno mortal. Priscila observaba a Regulus con las pupilas dilatadas, embriagada de poder. Él era insaciable, quería todo y mucho más.
— También quiero la cura de nuestro veneno —dijo.
Muchas cosas podían salirles mal. Estaban conscientes de eso. Pero, si salía bien… Harían historia. Sus nombres pasarían a ser inmortales. Los jóvenes magos más importantes. Y, si no llegaban a tocar la gloria, al menos, reinarían en el infierno.
Había llovido durante todo el viernes, y sus planes de escabullirse a los invernaderos tuvieron que amoldarse. Severus Snape, Regulus Black y Priscila Potter habían estado durante horas metidos en el salón que viene y que va del séptimo piso, que los había aparecido ante ellos con un gran armamento de pociones preparado. Estaban tan agotados que no podían ni mirarse sin ladrarse. Sin embargo, ninguno proponía que podrían seguir al día siguiente. Un trueno azotó al castillo al mismo tiempo que el frasco de frijoles que Regulus había revoleado estallaba contra la pared. Estaba enfadado, indudablemente. Por su parte, Priscila se encontraba echada en el suelo, leyendo de cabeza ‘‘La guía completa de la magia de las hierbas, flores y aceites naturales’’ de La Bruja Verde. Snape separaba ingrediente por ingrediente, cortándolos con mucho cuidado, para guardarlos en cajas de madera y tenerlos preparados para cuando quisieran usarlos. Ahora, recoger su desorden, Regulus se había puesto a observar ceñudo a Priscila, sin descanso alguno; fue la provocante del último arrebato de nervios del Slytherin. De repente, Priscila exclamó, levantándose. Tenía una idea.
— ¡Ya sé! —advirtió.
— Ilumínanos —murmuró Regulus cruzándose de brazos al acercarse a la mesa junto al resto del grupo.
— Bueno… No sé qué…
— No dudes. Si dudas, no lo digas.
— Por Merlin, habla de una vez, Potter —gruñó Severus.
— No me digas Potter. Se me ocurrió que… ¿Ustedes creen que Filch use algún tipo de encantamiento de bloqueo en la cerradura de su oficina? ¿Algo que quizás bloquee alohomora?
Ambos chicos soltaron una carcajada burlona.
— Sabes que es un asqueroso squib, ¿cierto?
— Que no pueda generar magia no significa que no haya pedido a alguien que lo hiciera por él. Para proteger lo que hay dentro de su oficina…
Severus la escudriñó con sus ojos durante un momento.
— Habla, Priscila. De una maldita vez —intentaba sonar duro, pero la curiosidad le brotaba como borbotones.
— En dos cosas. La primera, es que sí, en su oficina guarda TODO lo que confisca. Desde objetos de Zonko hasta los prohibidos que trafican en el tren. Todo. Lo sé de una muy buena fuente… —afirmó.
La fuente eran ‘‘Los Merodeadores’’ como los escuchó llamarse estúpidamente alguna vez a James, Sirius, Peter y Remus, ellos habían perdido muchas cosas en manos de Filch y su gata.
Regulus y Severus tenían toda la atención puesta en ella. La segunda idea, tal vez, no le gustaría mucho a Regulus. Al menos, no que la dijera en voz alta. Frente a Severus. Pero lo hizo de todas formas.
— La segunda… Hay mucha más información de la que imaginamos en la sección prohibida de la biblioteca.
— ¿Y cómo planeas entrar? No nos darán los permisos. Mucho menos a nosotros, los profesores no confían en nosotros.
— Bueno… en mí sí confían. Pero, es más fácil de lo que crees. Sawski nos podría firmar los permisos si se lo pedimos.
— ¿Por qué lo haría? —se rio Severus, incrédulo. Odiaba a Zev Sawski.
Regulus apretó su mandíbula.
— Porque le doy tutorías de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo, asintiendo. Tragándose el orgullo puesto a que sí era una buena idea. Severus Snape no se chivaría. No lo haría, con lo que estaban haciendo.
— Estará lleno de libros sobre venenos mortales —soñó Priscila.
— Dejando a un lado la sección prohibida. Que ya está resuelto —comentó Severus, levantando las cejas al lanzarle una fugaz mirada al Regulus que comenzaba a desconocer—. Con Filch tendremos más que un obstáculo. Además de su cerradura, fuera la que fuera, su gata estará al acecho, y ni hablar de Peeves. Peeves siempre está flotando por el pasillo a la espera de molestar a Filch, y, créeme, no nos hará el favor. Peeves nos delataría al instante aunque le dijéramos que también estábamos ahí para una broma.
Priscila se mordió el labio inferior, pensativa.
— Hay que engañar a Peeves —soltó queriendo sonar completamente cuerda.
— ¿Quieres vencer a Peeves en su propio juego? —interrogó Regulus, escéptico.
— ¿No te consideras capaz de hacerlo? —preguntó, y Snape soltó una carcajada con la nariz, tapándose la boca para que no viera que sonreía burlón.
Regulus se pasó la lengua por los dientes, inclinándose sobre la mesada, frente a ella.
— Entonces… ¿cuál es tú plan, mente maestra? ¿Cómo engañaremos a Filch? —Priscila le sonrió en la cara. Claro que lo había pensado. Regulus se cuestionó si siquiera había estado leyendo el libro de Earth Magic, o si es que estuvo planificándolo durante todo ese rato, además de darse el lujo de sacarlo de sus casillas entre tanto.
— Algo más grande que nosotros tres queriendo entrar a la oficina de Filch. Algo que no resista… tiene que salir volando a contárselo a todo el mundo.
— ¿Algo cómo…?
— Un rumor. Filch es la fuente número uno de chismes en el castillo. ¿Recuerdas la canción que te hizo hace dos años? —le recordó a Severus, que la observó sin mucha gracia.
Regulus, en cambio, sonrió con maldad.
— Potter y tú se odian —agregó.
Dedujeron que Regulus hablaba de James, y el rencor que compartía con Severus con James desde el día uno de Hogwarts era de público conocimiento. No dijeron nada, dejaron que Regulus siguiera con su punto, aunque a él, simplemente, le dieron ganas de molestar con lo primero que se le vino a la mente:
— ¿Qué tal si te encuentra besando a su hermanita en secreto?
Priscila rodó sus ojos.
— ¿Qué dirías si yo hiciera ese chiste, eh? Estarías revoleando el frasco de babosas al escabeche con la única pared que queda limpia.
— Bésala tú —refutó Severus—. Imagínate, el príncipe de Slytherin, un honorifico Black, que se besa con una traidora.
Regulus y Severus se fulminaban con la mirada. Priscila suspiró.
— ¿Por qué no se besan entre ustedes? Eso sí llamaría la atención de Peeves.
Se quedaron en silencio, pesando qué podría ser atractivo para el poltergeist del castillo.
— En realidad, sí era una buena idea, la de Regulus —confesó Priscila, llevándose miradas de espanto—. Digo, no debería besarme en serio con ninguno de ustedes…
— No.
— Qué asco.
— Sin embargo, —intensificó su voz, ignorando aquellos comentarios— no sabría cómo reaccionaría James. Se volvería loco. No tienen idea de cómo peleo con Dumbledore, las cartas, las peticiones que hizo para que me separen de ti. Pero, a lo que voy, es que debería ser algo así. De esa magnitud…
Regulus se rio.
— No creerá que estás besando a Snape —comentó, despectivo.
— Oh… ¿entonces creerá que te besa a ti?
— ¡Basta! No quiero besar a ninguno de ustedes tampoco. ¡También me parecen repulsivos!