Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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Judas
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XX. Snow On The Beach

Noviembre ya finalizaba, y el pueblo de Hogsmeade comenzaba a cubrirse de nieve. El domingo se paseó por las calles, comiendo una excesiva cantidad de dulces, junto a Sabrina y Zaira; Ámbar se encontraba en una cuarta cita con el Hufflepuff de quinto año, León Beey. Priscila iba distraída, como siempre, sumida en sus pensamientos. Éstos la intranquilizaban. El viernes por la noche, seguía en el séptimo piso, acababa de salir del salón que viene y que va, luego de que la reunión de pociones la dejara tan asqueada como obsesionada. Decidió que daría unas vueltas por el castillo con la excusa de sus rondas de prefecta una vez más. A veces, la mejor forma de pensar, de mover el cerebro y tener ideas buenas, es caminando.

El castillo de Hogwarts está lleno de fantasmas y retratos parlanchines, sobre todo en los pasillos, entonces, consciente de esto, lo que creyó escuchar provenía de un fantasma ni un retrato. Tomó aire, mirando a ambos lados del pasillo, preguntándose si Regulus y Severus seguirían por ahí. Juraba haber escuchado voces. Se sobresaltó al sentir una brisa pasarle por delante, y fue suficiente como para que quisiera correr. Sin embargo, sus piernas no le hicieron caso sino hasta que escuchó un ruido de piedra rascando contra el suelo no tan lejos de ella.  Se apresuró a llegar a la Torre de Ravenclaw, olvidándose de la ronda de guardia, de sus pensamientos y de la maldita idea de besar a Regulus Black, que había aparecido en su cabeza un par de veces después de la no-propuesta.

— No lo sé. Por eso quiero enviarle una lechuza de la oficina de correo —les decía Zaira, preocupada porque su lechuza no aparecía en el castillo hacía una semana, y quería consultar con sus padres qué le había pasado o si simplemente no les apeteció responder su última carta.

— Las alcanzo luego —avisó Priscila, distrayéndose con la vidriera de Zonko.

La última vez que estuvo allí compró los polvos ácidos que volcó en la poción de Regulus; pensó que podrían tener algo para el veneno o simplemente algo que la inspirara. Al entrar a la abarrotada tienda, se quitó los guantes y el cubre bocas que llevaba puesto debido al frío entumecedor que hacía fuera para más comodidad. Las repisas ya no desbordaban de objetos de bromas, estaban acabando con la tienda, se lo llevaban todo en grandes cantidades. Como si Filch no lo confiscara casi al instante de llegar. Llevando mucho, era más fácil, más obvio, que se darían cuenta; pensó mientras leía etiquetas y analizaba. En la repisa ancha, que estaba de frente a las góndolas, al final de la tienda, reconoció una capa refinada de color verde botella. En esa parte de Zonko’s, se exhibían una diversa cantidad de plumas y tintas, que provocaban diferentes efectos según cuál escogieras. Quizás tuvieron la misma idea, se dijo. Porque Priscila no creía que Regulus Black era el tipo de mago al que encontraría en la tienda de artículos de broma de Zonko; lo encontraría de mal gusto, un lugar tosco, al que iban niños idiotas. Regulus Black era muy exquisito, selectivo y meticuloso. ¿Se lo imaginarían comprando un disco volador con colmillos? ¿O zumo con sabor a vómito? Por supuesto que no. Regulus se las ingeniaría de otra manera; una más inteligente, una idea más astuta que una cuchara derramadora. De pronto, se encontró de pie junto a él.

— ¿Qué haces aquí? —le gruñó, seco, sin mirarla, agarrando un tercer pomo de tinta invisible. En sus manos, llevaba la misma cantidad de tinta reveladora que de tinta invisible.

— Busco ingredientes nuevos. ¿Tú? ¿Qué haces?

— No te importa.

— ¿Eso es para nosotros?

— ¿No tienes amigos a los que molestar?

— No creí que te gustaran las plumas de caramelo —comentó al verlo pasar la mano sobre estas. Regulus movió su cabeza, clavando sus ojos rabiosos en Priscila.

— Ay, lo juro por Salazar. ¿Alguien te ha dado pastillas charlatanas, acaso?

— Intentaba molestarte —confesó, riéndose.

— Felicidades —suspiró, rodando los ojos—. En realidad, sí, buscaba algo que pudiera distraer a Peeves. No he dejado de pensar un plan desde el viernes. No se me ocurre nada. Estoy en blanco. Creí que esta tiendita de cuarta ayudaría, pero ¡sorpresa! No.

— Sí… A mí tampoco. No dejo de pensar en lo que propusiste —dijo con gracia, riéndose de sí misma.

Juntos, caminaban en dirección del mostrador. Había algo de fila.

— Otro caso de no te comas nuestra tarea —bromeó en un murmullo, pero Priscila lo escuchó. Se rieron, juntos, con las miradas tan gachas que sus mentones casi les tocaban el pecho.

Esperando, Priscila volvió a alzar su cabeza. Regulus ya no sonreía, estaba bastante ceñudo, de hecho. Algo le decía que no le gustaba hacer fila, o que no estaría acostumbrado a hacerlas. Pero se quedó con la vista en el gorro de lana que él llevaba, como los cabellos sobresalían de éste e igualmente se ondeaban; no sabía qué tan bien le quedarían las ondas a Sirius, el mayor de los hermano Black, no tenía las facciones para llevar ondas en su cabello. Porque Regulus tenía la mandíbula muy marcada, así como sus pómulos; Sirius no, o no tanto. Sus narices sí que eran muy parecidas, así como lo era la forma de sus ojos; aunque de diferentes colores y mensajes; los ojos de Sirius eran graciosos, como si detrás de éstos se escondieran todas sus burlas y bromas, sonreías al verlo y te cautivaban; en cambio, los ojos de Regulus eran profundos, misteriosos así como perezosos y… un poco tristes, pero hipnotizantes, te dejaban con ganas de más, de sumergirte en su cabeza para descubrir qué había en ella. Y, últimamente, Priscila deseaba saber más de Regulus Black.

— Aunque tú también te lo tomaste literal, al igual que Severus. Intentaba molestarlos, pero de llevarla a cabo, no deberían besarse en serio. Te odio, pero no sé si tanto como obligarte a besar a Snape —agregó entre muecas de asco.

— Eres un poco malvado con Severus.

Pagando los tinteros, la miró de reojo.

No dijo nada sino hasta que estuvieron fuera de la tienda.

— Soy sincero. ¿Besarías a Snape?

De qué demonios estaban hablando.

— No… Pero… Pero es porque él no me gusta.

Regulus subió un poco las cejas, con labios de mueca burlona. Dejándole ver que ni ella se creía eso que dijo, que tan solo intentaba ser amable. O llevarle la contra. Esperó con paciencia y en silencio mientras Priscila se colocaba los guantes de lana, así como un tapabocas que le cubría hasta la nariz y quien sabía de dónde había sacado la bufanda de Ravenclaw, pero también se la puso. Regulus escondió parte de la boca debajo del cuello de tortuga de su polera, riéndose por lo exagerada de era ella. No hacía tanto frío. Pasaron por heladas más importantes. Despegaban con algo de dificultad las botas del suelo medio nevado, intentando no resbalarse tampoco, mientras iban en una ignorada dirección. Juntos. Sin hablar.

Hasta que Priscila no soportó.

— ¿A dónde vas? —indagó.

— ¿Eh?

— Yo voy a la biblioteca… ¿Y tú? —intentó no reírse de él, pero debajo de las mil prendas de ropa, tenía una sonrisa vacilona.

— No lo sé.

Se extrañó al escuchar la respuesta. No sabía. Por ende, había estado siguiéndola a ella. No sabía si tenía que tener miedo. O qué. Hubo un silencio perturbado por parte de Regulus, con una creciente tensión en el aire. Parecía perdido. ¿Estaba bien? Quizás tenía la gripe, o fiebre.

— No lo sé porque éstos fueron a Las Tres Escobas a beber porrones de cerveza de mantequilla. Y a mí no me gusta la cerveza de mantequilla. Ni esa taberna.

— Así que… ¿me estabas siguiendo?

Regulus tensó su rostro, queriendo matarla por decirlo en voz alta. Ambos sabían que sí. Cuál era su necesidad de decirlo en voz alta. De sonreír. Podía ver en sus ojos, la única parte de su cara que tenía descubierta, que estaba sonriendo.

— Reeguluusss… —al escuchar como alargó su nombre, inhaló profundo por la nariz, cerrando los ojos, contando hasta diez, para no lanzarle una maldición— ¿quieres venir a la biblioteca?

— Supongo. No tengo nada más qué hacer.

Y sus caras estaban cubiertas. Sobre todo ella, que parecía un esquimal. Nadie la reconocería. Nadie más lo sabría. Arrugó la nariz, observando el perímetro, todos parecían meterse en sus propios asuntos.

— Iré porque necesitamos pensar en qué hacer con Peeves —se justificó, clavando la mirada en la otra taberna de Hogsmeade. No. Clavando su mirada en quien se acercaba a la taberna—. Ven. Ven. Vamos…

La agarró del antebrazo y tiró de ella, obligándola a seguirlo sin decirle a dónde ni por qué. Aquella no era la dirección de la vieja biblioteca. Y le era difícil seguirle el ritmo. Regulus medía como un metro ochenta y ella uno sesenta y dos. Sus pasos no eran los mismos.

— ¡Profesor! —llamó— ¡Profesor Sawski! —y Priscila entendió.

El profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, vistiendo prendas impecables y abrigadas, estaba a punto de entrar a Cabeza de Puerco pero se detuvo al escuchar su nombre. Cerró la puerta y volteó, encontrándoselos a un metro de distancia.

— ¡Qué bueno que lo encontramos! —dijo Regulus muy amablemente, tan extraño que le dio miedo.

Priscila asintió. Dejaría que Regulus hable y estaría de acuerdo, si los llevó hasta ahí, es porque la serpiente sabía qué decirle. Tenía un plan, que ella no interrumpiría.   

— Prissssscila y yo estábamos por aquí porque justo nos dirigíamos a la biblioteca de la villa en busca de nuevos libros con relación a su asignatura —el profesor arrugó sus cejas con curiosidad—. Es que, bueno, hasta anoche estuvimos estudiando sin ningún problema, practicando con el modulo que usted propuso para este año; y fue de mucha ayuda, estaremos de acuerdo en que mejoró. Un gran libro, tengo que admitir, sobre encantamientos y maldiciones, pero no tanto en relación a las criaturas del plan de estudios. Al menos no con las que estamos repasando, del año anterior, observé, que son prácticamente inexistentes. Descuide, —agregó cuando se dio cuenta que el profesor iba a objetar— estoy consciente de la incompetencia del profesor Thorne. Vimos más criaturas en el quinto año de lo que habíamos visto en los cuatro anteriores juntos. ¿Usted escuchó del incidente que tuvimos con la demostración de los Pixies?

— Sí, un poco imprudente de su parte.

— Muy imprudente. Un compañero quedó en enfermería durante un par de semanas, de hecho…

Priscila lo miró de reojo. Un Ravenclaw había sido atacado por uno, y recordaba muy bien que Regulus se rio de él junto a los demás Slytherins.

— Dejando de lado los incidentes y las malas enseñanzas, nos preguntábamos si usted podía ayudarnos con esto. Claro, si es que no encontramos nada aquí en Hogsmeade.

— Sí. Por supuesto, chicos, díganme.

Regulus miró a Priscila, dándole el pie con una mueca. Ella se bajó el cubre bocas, sonriéndole.

— A mí se me ocurrió que, tal vez, en la sección prohibida de la biblioteca del colegio podría haber de estos libros. Reggie y yo tenemos en cuenta que usted no nos tomará lo que vimos con el profesor Thorne, pero sí creemos que entrará en el ÉXTASIS del siguiente año. Aunque fuera un permiso que durara una hora, media… lo que fuera realmente me ayudaría.

El profesor pareció meditarlos por un momento, observándolos a ambos con ojos escrutadores.

— Mmmm… Pasen mañana por mi despacho. Veré qué puedo hacer —les sonrió sin mostrar los dientes y entró a la taberna.

— Vuelve a llamarme ‘‘Reggie’’ y lo lamentarás —amenazó entre dientes.

Habían regresado al camino peatonal de Hogsmeade cuando volvieron a hablar.

— Es un crédulo.

— Me preocupa un poco que no pareciera haber dudado tanto. Que no nos hiciera más preguntas.   

— Mañana sabremos.

— ¿Crees que solo quiso sacarnos de encima?

— Espero que no. Si nos ponemos insistentes, sospechará.

Regulus empujó la puerta de la biblioteca para pasar, dejándola cerrarse por su cuenta, descuidando que Priscila iba detrás de él, dejándole un gran golpe en la frente. Sin percatarse nunca de nada. La campanilla había sonado, pero el lugar parecía abandonado; tan lleno de polvos como de viejos libros olvidados. Regulus nunca había estado allí, por supuesto.

— ¡Oh, Priscila! —exclamó una mujer apareciendo por detrás del mostrador.

— Hola, Sylvia.

— ¿Vienes por el libro que Ámbar encargó?

— Sí, y también quería preguntarte si ya…

— Lo tengo.

— ¿Lo conseguiste? —chilló, y la bruja de cabellos rojizos asintió, tan emocionada como Priscila.

— Llegó ayer. Así que es tu día de suerte. ¿Querían ver algo más? —preguntó con los ojos puestos en Regulus— ¿Un nuevo amigo? —le habló a Priscila, pero respondió él.

— No. No somos amigos.

— No le hagas caso. Y sí, quería… —le lanzó una mirada a Regulus— quisiera algo más bien trágico.

— Tragedia… Mmhm… Tercer pasillo —señaló.

Regulus estuvo apoyado, por lo menos, quince minutos contra la mesa. Esperando que se decidiera por algo. Preguntándose por qué estaba ahí. Con ella. Odiando que su propia voz mental respondiera que quizás no le caía mal esa maldita traidora estúpida. Tenía que distraerse, se irguió y comenzó a imitarla, viendo los libros. Muchos de los autores, supuso, eran muggles.

— ¿Sabes qué te gustaría a ti? —dijo ella con una sonrisa.

— ¿Tú crees que sabes lo que me gustaría a mí? —preguntó con gracia, y también con algo de soberbia.

— Sí. Si no fueras un prejuicioso con los muggles, claro. Estoy segura de que encantarías con Edgar Allan Poe.

— Edgar Allan Poe no fue un muggle, Priscila —se rio, negando—. De hecho, creo que tenía sangre Black corriendo por sus venas. Desertores, puesto a que su abuelo, creo, era un muggle. Huyeron a America antes de que él naciera —comentó con desinterés, pasando sus dedos por el lomo de relieves dorados de un libro.

— Entonces… ¿has leído a…?

— Guarda silencio en soledad. Lo cual no es soledad, porque los espíritus de los muertos, que estuvieron vivos antes de ti, están acechando a tú alrededor, y su voluntad es cubrirte con su sombra: quédate callado —recitó un poema de ‘‘Los espíritus de la muerte’’ con la mirada perdida en el final del pasillo, en su oscuridad.

Priscila tragó grueso. No podía sacarle los ojos de encima, otra vez. Pero, ahora, sentía algo más. Algo atrayente en Regulus, más que el escalofrío que le recorrió el cuerpo al escucharlo. Él sacudió su cabeza, y la miró. Priscila sonreía.

— Déjame adivinar —dijo.

— ¿Qué?

— Tu favorito.

— No tengo un relato ni poema favorito.

— Todos tienen uno. Aún más si lees varios trabajos de un mismo autor.

Lanzando un suspiro de fastidio y con incrédula provocación, le dio lugar a que lo intentara.

La casa Usher —soltó sin dudarlo. Regulus relajó su cara, dejándola sin expresiones, desviando la mirada de Priscila. Siendo muy obvio, aunque no dijo si le había dado en el clavo o no.

Volviéndose a Priscila, con burla, intentando ser irónico, dijo:

Annabel Lee ha de ser el tuyo.

Y al verle la mueca de desconcierto, supo que también había adivinado correctamente.

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