
XVIII. Presente
Agosto, 1993
Era en el Caldero Chorreante que dos brujas de edad avanzada tomaban jerez como desayuno. Con ese titular en el diario El Profeta, era lo único que podían hacer para calmar sus nervios y el temor que se apoderaba de sus cuerpos con cada minuto que aquel demente estaba suelto. Sirius Black, el despiadado asesino, había escapado de Azkaban. El primer mago que lo había logrado. Nunca, nadie, había escapado de la prisión. Su foto, su rostro demacrado y sus ojos apagados, se exhibía en la portada. En todos lados. Los folletos de advertencia estaban por todas partes, incluso los muggles sabían que un asesino había escapado de una prisión de máxima seguridad. Era peligroso. Escalofriante.
Una de las señoras, la que tenía el ejemplar de El Profeta entre sus manos, aclaró su garganta antes de leer en voz alta:
‘‘El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado. «Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge''.
— Dios mío. Siento que me está mirando fijamente. ¿Puedes dejar eso de lado, Margaret, por favor? —farfulló haciéndole fondo al vaso.
Levantó su mano pidiendo una tercera ronda.
— Mira. Piel de gallina —dijo Margaret mostrando su antebrazo, precisamente, con los vellos erizados—. ¿Piensas que esto tendrá que ver con... con aquella chica? La que nunca atraparon. —murmuró, encogida de hombros, mirando hacia todos lados, como si pudiera saltar de la nada y lanzarle una maldición imperdonable.
— ¡Margaret! ¡Ni lo digas! Aquella chica… Esa… Esa loca… —se espantó tragándose todo el líquido que tenía en su copa, luego, fingió que agarraba algo de su boca, juntando el dedo pulgar y el índice, tirándolo al suelo; el pecado de pensar en su nombre.
— Era fiel a ellos. A él… pero… pero en especial… en especial era fiel a los Black.
— Los Black eran fieles a ella, Margaret. Esa demente era el cerebro detrás de todas las hazañas, aún recuerdo los gritos en Cabeza de Puerco —tembló.
Un hombre, en la mesa de junto, golpeó el suelo con su bastón.
— Aquella niñita no fue más que una tonta que necesitaba atención. Siempre fue un problema para su familia. No tenía idea de lo que hacía… de lo que hizo.
— ¡Traicionar a su propio hermano! ¿Quién sería capaz de semejante...?
— La mismísima admiradora y amante de los hermanos Black.
— De uno al otro, como si... ¡AY! —chilló.
Había sido mordida. La bruja pateó al animal con esa misma pierna, dónde aún sentía los dientes filosos incrustados. Al hacerse a un lado, vio la sangre que le corría hasta los pies, manchando el piso. El hombre se paró, echando al animal de la taberna con golpes de su bastón, dejándolo en las calles adoquinadas del Callejón Diagon.
Esa misma noche, llegaría a ese mismo lugar, Harry Potter, en el Autobús Noctambulo, y tendría su charla con Cornelius Fudge en el Caldero Chorreante. Allí, Harry, también pasaría sus últimas dos semanas de vacaciones con la única regla de no salir al Londres muggle ni irse muy lejos. Sirius Black estaba suelto y era un peligro para Harry, aunque... claro, él aún no conocía la historia. Disfrutó cada día. En el último de estos, se encontró con Hermione Granger y Ron Weasley en una heladería; ellos también se hospedarían en el Caldero Chorreante, e irían todos juntos a la estación de King's Cross para tomar juntos el expreso que los llevaría a Hogwarts.
— Tengo diez galeones —comentó Hermione mirando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres ya me dieron el dinero para un regalo.
— ¿Y qué? ¿Te comprarás un libro? –preguntó Ron en tono burlón, mirando hacia la pila que ya llevaba su amiga. Harry rio, pero ella los ignoró.
— No, quiero una lechuza. Tú tienes a Hedwig y tú a Errol...
Ron negó, e interrumpiéndola dijo:
— Errol es de la familia, no mío. Lo único que poseo es a Scabbers. Quiero llevarla con el veterinario, parece que el viaje a Egipto no le hizo bien —dijo sacándola de su bolsillo.
Scabbers estaba más fea, delgada y demacrada que nunca. No pareciera que le quedaran más de cinco minutos de vida. Así que los tres caminaron hacia la veterinaria. El lugar era pequeño y mal oliente, con una gran exhibición de animales que podrías llevarte. La bruja revisó a Scabbers y le hizo un par de preguntas a Ron, llegando a la conclusión de que se trataba de la vejez; las ratas suelen tener una esperanza de vida de tres años, y Scabbers se pasó por diez. Él preguntaba el precio del tónico para ratas cuando algo grande, peludo y de color canela se lanzó contra Scabbers.
— ¡No, Crooks, no! —gritó la bruja.
Scabbers salió disparada de las manos de Ron, y estuvieron como veinte minutos buscándola por toda la tienda. Finalmente, Ron la atrapó y la guardó en su bolsillo, luego miró a Harry mientras salían de allí, confundidos.
— ¿Qué era...?
— Un gato muy grande o un tigre muy pequeño —respondió el pelinegro con una pequeña sonrisa.
La calle estaba repleta de gente que iba y venía, minutos después vieron a Hermione salir de la tienda de mascotas.
No llevaba una lechuza.
— ¿Compraste a ese monstruo? —chilló Ron.
— Es hermoso, ¿no creen? Comenzó a rozarse con mis piernas, a ronronear y se tiró de panza al suelo para que lo acaricie. ¡Cómo iba a resistirme! —dijo con alegría.
El pelaje de ese gato era de color canela, con algunas líneas más oscuras, tipo atigrado; podían darse cuenta que era esponjoso y muy suave. La cara del animal fue lo que llamó la atención de Harry, sus ojos eran grandes e intensos, de color verde, que parecían estar juzgándolo. El gato lo estaba mirando fijo, sin pestañear. Harry perdió aquella no-competencia de miradas al bajarla. Aunque ronroneaba feliz en los brazos de Hermione, Ron le lanzaba malas miradas a ambos; al gato y a Hermione.
— Casi se come a Scabbers.
— ¿Y? no dormirá contigo, Ronald. Además, pobrecito... la bruja me dijo que lleva años por el callejón, nadie quiere adoptarlo.
— Debe ser una señal, ¿no crees?
En silencio, se dirigieron a la taberna, dónde se encontraron a los demás Weasley. Todos estaban allí para darle un cálido saludo a Harry.
Antes de ir a la cama, escuchó a Molly y Arthur, los padres de Ron, discutir. Discutían sobre él. Sobre Harry y algo que ver con Sirius Black. Tragó grueso al escuchar que el peligroso asesino iba tras él, y subió corriendo las escaleras, ocultándose en su habitación, haciéndose miles de preguntas. Durante la noche, no podía pegar un ojo, no dejaba de pensar en aquel animal que vio en la calle de sus tíos. Pensar en los ojos oscuros, en el tamaño que tenía le daba escalofríos.
Al otro día, en la estación de trenes, antes de subirse, el señor Weasley le advirtió sobre Sirius Black y los cuidados que debería mantener. Después del ruidoso silbido, el tren abandonó la estación.
Otro año escolar comenzaba.