
XVII. Sue Me
Era martes nuevamente, y Priscila se encontraba en clase de pociones.
Otra vez, probando los ingredientes. Con los malhumorados ojos de Regulus Black sobre ella. Priscila cortaba el jengibre y se chupaba los dedos con gusto, olfateando el aroma medio ácido del tubérculo con una sonrisa, perturbándole a él la tarea de machacar los escarabajos.
— ¿Puedes, por favor, dejar de comerte los ingredientes de la poción? —masculló entre dientes.
Priscila lo miró, haciendo ruido al sacar el dedo de su boca, para responder sin ninguna preocupación:
— Pero... solo necesitamos las raíces.
— Está sucio.
— No. Lo limpié —refutó, sonriendo de costado.
— Eres repugnante. Esté sucio o no.
— ¿Ya terminaste de machacar los escarabajos? —vio que no, y agregó: — No te metas en mi...
Priscila se interrumpió al darse cuenta de que la atención de Regulus no estaba en la discusión. Ya no. Estaba concentrado en lo que pasaba detrás de Priscila. Con disimulo, espió por encima de su hombro. El profesor Slughorn se encontraba en la mesada de su hermano, y hablaba con Sirius, aireados, señalándolos a ellos (A Regulus y Priscila). Tragó grueso y giró, agarrando nuevamente el cuchillo.
— Regulus, pon atención a nuestra poción.
Él sonrió, maquiavélico.
— ¿Qué? ¿Qué es lo que te puso tan nerviosa? —preguntó en voz baja, ladeando la cabeza, con un pequeño juego de cejas— ¿Hay algo que el traidor podría estar revelándole al profesor?
Volvió a tragar grueso, esta vez, levantando su mentón; fingiendo despreocupación.
— No dije eso. Solo que... que nos queda poco tiempo y no hemos comenzado.
Regulus, embriagado por el dominio de aquella situación, se acercó.
— Puedo oler lo...
— Tu mano es muy fría —le comunicó casi chocando sus narices, sacando su mano de debajo de la de Regulus.
Él observó aquel lugar por un instante, y luego subió la mirada a los ojos de Priscila. Eran verdes, notó. Pero la intensidad de su mirada iba más allá del color.
Priscila bufó.
Regulus hizo una mueca hosca.
Los dos volvieron a sus respectivos deberes sin volver a hablarse hasta que una nueva discusión ganó al silencio.
— Es en sentido de las agujas del reloj, lo arruinas, Prisilly —rugió, parándose detrás, agarrando el cucharón de madera aun cuando ella lo tenía entre sus manos.
Priscila blasfemó, soltando el cucharón de repente para levantar sus manos tensas a los lados de su cabeza, acumulando una bola de energía llena de odio entre la distancia que había entre las palmas, al mismo tiempo que gritaba como forma de queja.
— Sh. Vierte el jengibre —ordenó sin dejar de revolver.
— Hazlo. Me cansaste —rendida, pasó por debajo de los brazos de Regulus, rodeando la mitad de la mesa hasta llegar a su banco—. Te odio.
— Ay, Potter. Yo te odio más —contestó suave, sin dejar de ver al caldero, como cambiaba de color a medida que agregaba el jengibre, hasta que sintió un golpe y la miró— ¿Me pateaste?
— No...
Fastidiado, decidió ignorarla.
— Ven aquí. Los escarabajos hay que agregarlos sin dejar de...
— ¿Podemos hablar? —preguntó Sirius a Priscila, agarrándola como gancho de uno de sus brazos, sobresaltándola.
Regulus volvió a mostrar su sonrisa malévola, muy atento, lo miraba.
— Con Pri.
— Sí —respondió ella, saltando del banco al suelo, quedando frente a Sirius, dándole la espalda a Regulus— ¿Qué?
Aunque había vuelto a su poción, poniendo toda su atención allí, en agregar los escarabajos y revolver a la vez, Regulus, no evitó la mueca burlona en su rostro. Notaba que la voz de Sirius tambaleaba.
— Slughorn cree que podías ir a ayudarnos con nuestra poción, y por lo visto —levantó la mirada hacia su hermano—, no haces falta aquí.
Regulus rio. Acercándose.
— No. No puede. La necesito, la necesito tanto... es tan lista. ¡No sé qué haría sin ella! —decía irónicamente, mostrándole el labio inferior a su hermano mayor, apoyándose una mano en el pecho— Pero, cuando terminemos perfectamente nuestra poción de ingenio, te la donaremos así puedes bebértela con el resto de los traidores de tus amigos.
— Regulus, no te metas —le ordenó Priscila, levantándole la mano frente a su cara, sin apartar la mirada de Sirius—. ¿Ahora lo necesitan?
Pero, Sirius, ya tenía interés en otro lado.
— ¿Regulus? —preguntó, incrédulo— ¿El muy pretencioso de mi hermano deja que lo llames por su nombre de pila?
Regulus se rio. Fue una carcajada corta e irónica.
— Bueno, no seré el único de todo Hogwarts que se enfrente a la gran bocota de Potter, ¿verdad, Sirius?
Priscila viró los ojos.
— Él —señaló a Regulus con su dedo pulgar— no tiene el control de dictarme qué o qué no hacer. ¿Quieres que vaya ahora, o no? —sentenció.
Sirius, sin bajarle la mirada de los ojos, negó.
— No.
— Entonces no me molestes más. Lo pones insoportable a él, ¿entiendes?
Regulus volvió a reírse, murmurando:
— Culpable.
— ¡Revuelve la maldita poción! —exclamó girando. Sirius se quedó un momento allí, congelado, tragándose todo el aroma a canela al inhalar profundo antes de volverse.
— No te has disculpado, ¿Hmh?
— ¿Por qué me sigues hablando?
Regulus mostró sus comisuras curvadas hacia arriba una vez más. Aparentemente, todo salió al revés de lo que ambos pensaban. Priscila odiaba tanto que él le hable como que la ignore. Y él se regocijaba de ambas cosas porque le molestaban.
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Al otro día, durante el almuerzo, digámosle almuerzo porque Priscila se dirigía al lado contrario del Gran Comedor, Remus Lupin la detuvo.
— ¡Ey, Pri! —la llamó— ¿Estás ocupada? ¿Podemos hablar?
Remus parecía realmente inquieto, por lo que le lanzó una mirada a Regulus, que, a unos pocos metros de ellos, también había frenado; discretamente, le hacía muecas para que se deshiciera de Lupin de inmediato. Pero, ella, volviendo a Remus, asintió.
Regulus bufó, dejándose caer contra la pared de piedra, cruzándose de brazos.
— ¿Qué ocurre?
— Mmhm —apretó sus labios, con la mirada medio baja—. Deberías hablar con Sirius...
— No voy a pedirle disculpas.
— No dije que lo hagas. Solo que hables con él... —Remus tomó aire y lo soltó— No digas que te lo dije, pero el que necesitaba ayuda con pociones es él.
— Esa no me la creí ni me la creo para nada.
— Está bajando sus notas. No mantiene el ritmo... Y no quería pedírtelo a ti, créeme, mucho menos delante de su hermano, pero Slughorn prácticamente lo obligó a hacerlo porque ''nosotros lo distraemos''.
— Le pregunté si necesitaba ayuda y me dijo que no.
— Porque es un maldito orgulloso. Es Sirius de quien hablamos.
Priscila pareció analizarlo por un momento, moviendo sus labios arrugados de lado a lado.
— No tiene que ser ya. Y tampoco te obligo a que lo hagas. Ni a que le pidas disculpas por las cosas horribles que dijiste, pero... reconsidéralo. En serio lo necesita.
Regulus, impaciente, les quitó la vista de encima solo para fijarse la hora en su reloj de bolsillo. Solo tenían una hora y media, y ya perderían un buen rato hasta llegar a las mazmorras.
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Seguían desperezándose luego de una eterna clase de Historia de la Magia con el fantasma del profesor Binns cuando Severus Snape los interceptó, a ambos, en el pasillo del tercer piso.
— ¡Potter, ven aquí! —gruñó, estando ya con Regulus a su lado.
Primero se extrañó, no creyó que realmente le hablaba a ella. Pero sí. Lo hacía.
— Vengan. Rápido —les ordenó.
Luego, Priscila creyó que estaban jugando con ella, que le harían algo, una broma, alguna maldad, aunque buscando pistas en el rostro de Regulus, no encontró nada más que confusión y curiosidad. Él tampoco sabía para que los necesitaba Snape, y con tanta prisa. Tuvieron que esquivar personas e intentar bajar por la misma escalera antes de que esta cambiara de sitio. Bajaban. Iban directo a las mazmorras, dedujo Priscila.
— Tengo prácticas de Quidditch en una hora, Snape, ¿qué demonios quieres? —gruñó él.
— ¡Creo que tengo la respuesta!
— ¿La respuesta?
— Sí. A la poción de muertos en vida. Sé por qué salió mal.
Priscila sonrió ancho, emocionada. Acelerando sus pasos con ganas de llegar.
En cambio, Regulus, se espantó. ¿Acaso ese loco creía que eran un grupo? ¿Qué diablos se le pasó por la cabeza al llamarla a... ella?
— Estuve todo el día en un aula del séptimo piso probando diferentes ingredientes, diferentes técnicas.
— ¿Por qué me importa?
— Te diré porque, Black, porque sé cuál será el trabajo de fin de curso que nos pondrá Slughorn. Y, también sé que quiero a los mejores de la clase en mi equipo —confesó, lanzándole una mirada de disgusto a Priscila.
— ¿El trabajo de fin de curso? —preguntó ella.
Snape asintió.
— Vale más de la mitad de nuestras calificaciones. Y si queremos que sea perfecta, debemos practicar, deben practicar. Se saltearon un año entero, entonces, volveremos a la primera semana de clases, cuando yo les tenía que demostrar cada una de las cosas, cuando los ayudaba con los repasos de mi año anterior. Quiero ganar.
— La nota dirás. Que quieres la nota más alta.
— No solo se gana una nota —murmuró Regulus, asintiendo.
— Exacto. Y, para ganar, debemos conocer a la perfección cada poción, cada ingrediente. ¿Qué dices, Traidora?
— Quiero ganar —afirmó sin saber qué ganarían.
— Mi problema... —puso un pero, tomó aire y lo soltó antes de seguir hablando— Mi problema es que no encontré de nuevo aquel salón.
Regulus se rio, cruzándose de brazos.
— ¿Eres estúpido?
— En serio. No está. O no recuerdo donde...
— ¿En el séptimo piso, dijiste? —preguntó Priscila, perspicaz. Snape asintió— Sé de qué salón hablas. A veces está, otras no. Ahí hacen las fiestas los de Gryffindor.
En un silencio victorioso, los tres cruzaron miradas. No hacía falta aclarar que nadie podía saber lo que estaban haciendo. No solo por cuestiones de sangre y honor sino porque no podían realizar pociones fuera del horario de clases o fuera de la vista de un profesor, no estaba totalmente prohibido, pero casi que sí.
— Bien. Enséñanos muertos en vida —dijo Regulus, y Snape sacó su copia de ''Elaboración de pociones avanzadas'' de Libatius Borage, que estaba todo garabateado con correcciones.
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El miércoles siguiente se la pasó junto a Regulus Black, separándose, únicamente, cuando el Slytherin fue a la práctica de Quidditch, y ella a la biblioteca.
Priscila se encerraría allí hasta, por lo menos, las ocho de la noche. Primero debía realizar los deberes de las otras asignaturas, después hacer un borrador para la clase extracurricular de Arte y, por último, esperar a que llegaran los alumnos de las tutorías. Comenzó dibujando el patio de la torre del reloj, pero, de pronto, se encontró dibujando una cabellera negra y ojos ojerosos cuando las puertas se abrieron dándole el paso a charlas animadas y un par de quejas. La tutoría la comenzó sola. No hubo señales de Regulus hasta después de un buen rato.
Media hora después entraba por la puerta, llevando su escoba en una de las manos. Sin libros, sin su morral negro. Nada. Lo que llamó la atención de Priscila fue que siguiera con el uniforme verde esmeralda de Quidditch, que estaba medio embarrado, al igual que sus botas. La señora Pince mataría a Regulus Black.
Se sentó a su lado, respiraba agitado, aunque intentaba disimularlo, Priscila se daba cuenta de que necesitaba recuperar el aire.
— Lo siento —le murmuró minutos después, revisando las notas, sin separar a los Slytherin que habían estado esperándolo—. Todo se ha alargado. Queda poco para el partido contra Gryffindor, y quieren ganar. Bueno, yo también quiero ganarles —se rio, levantando la cabeza, pasándose sus manos por esta, alisando sus bucles, que se quedaron así, tiesos hacia atrás debido a la transpiración.
Al ver el rostro de Priscila, sus ojos enormes fijos y sorprendidos sobre él, sacó la sonrisa de inmediato.
— Estamos repasando la poción de Aliento de Fuego. Riley y Ponce ya le han agarrado la mano. Pero, tus chicos, no han querido hacer nada si tú no estabas aquí —dijo sin más. Si Regulus comenzaba a abrirse, Priscila, no haría un escándalo que provocara el efecto contrario.
Él, sin decirlo, lo agradeció. Ya se sentía lo bastante estúpido como para escucharla burlarse de él y arrebato de emoción.
— ¿Crees que puedas aguantar otra tutoría de DCAO esta noche? —susurró— Es que voy a necesitar el viernes entero.
— Bien. Sí. Pero... —Regulus rodó los ojos— Nueve y media. Veámonos nueve y media. Quiero comer.
— Sí. Está bien.
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Pasadas las once de la noche, tan exhausta como decidida, Priscila Potter, subía las escaleras hacia el séptimo piso. Hacia la Torre de Gryffindor. Contaba con las ínfimas oportunidades que tenía de cruzárselo a él, a Remus o alguien más, que, por favor, no fuera James. Había visto a Sirius durante la comida fugaz, a las nueve de la noche, y lucía menos Sirius Black de lo que había lucido siempre. Aquel no era su Sirius Black, era un desconocido que había perdido todo el brillo de sus ojos.
Entonces, ahí estaba ella, tragándose todo el orgullo, parada frente al retrato de la Dama Gorda con la intención de pedirle disculpas por todas las cosas que había dicho, por la manera en la que lo hizo, y quizás... eso serviría de algo.
— ¡Lily! —llamó, alterada, al verla.
— Ey... ¿qué haces aquí a esta hora? —arrugó sus cejas, moviendo la cabeza a un lado, con piscas de preocupación en el tono de su voz— ¿Ocurre algo? ¿Quieres que busque a James?
— Mhmmm... no. A Sirius. Por favor.
— Sí. Claro. No te prometo nada. Rara vez están en la sala común.
— Dale. Gracias.
Lily dijo la contraseña y el retrato de la Dama Gorda se movió a un lado para dejarla pasar. Priscila se sentó en el suelo, esperando con mucha paciencia, aunque se muriera del sueño. Pasó un rato hasta que volvió a abrirse. Y, por ella, salió Sirius sin la túnica y con la mitad del uniforme puesto; todo desacomodado; con la camisa a medio abrochar y por fuera del pantalón gris, la corbata cayéndole al costado de los hombros, estirada, sin anudar. Era un desastre. Un desastre perfecto.
Lo había estado observando como una boba hasta que él habló.
— ¿Qué quieres?
— Hablar.
Sirius rodó sus ojos, atándose el cabello en una colita, mientras caminaba hacia ella, para sentarse en el suelo, a su lado. Se quedaron en silencio por un rato. Priscila estaba notablemente ansiosa y no dejaba de jugar con sus propios cabellos castaños.
— Discúlpame, ¿sí? —dijo, finalmente, seguido de un suspiro. Sirius la miró de costado— Fui una arpía contigo. Quería vengarme. Quería que te sintieras como hiciste sentir a Ámbar.
— ¿Y por eso pones a la altura de una... ruptura o lo que ella crea que fue, que tu familia te quiera ver muerto?
Priscila tragó grueso. Escuchándolo decir eso, y el tono de voz medio roto con el que lo dijo, la hizo sentir fatal.
— Lo siento, ¿sí? —repitió, sorbiendo su nariz, sintiendo la presión que las lágrimas ponían en sus ojos para poder escaparse— Pero lo que tú hiciste fue repugnante. La usaste como a un objeto desechable, y te burlaste de ella. De todas.
— Eso no fue lo que pasó.
— Eso fue exactamente lo que pasó. Al menos con Ámbar; te acostaste con ella y luego la humillaste, burlándote de ella con tu equipo de Quidditch. Eso es lo que pasó. Estuve ahí. Lo escuché.
— Me reía con mis amigos de algo que pasó, y que me causó gracia. Porque, lo que yo le dije a ella fue muy claro. No me interesa. Y si fui un poco brusco, no lo siento, porque de esa manera lo entendió.
— Fuiste muy cruel. Y eso no es correcto.
— No seas hipócrita, Priscila.
— Yo no destruí tu autoestima, Sirius.
— No. Que ella fuera insegura de sí misma y que no sepa quién es, a menos que alguien se lo marque, no es mi culpa. Tú no destruiste mi autoestima porque sé muy bien quién soy. No tienes que decírmelo. Pero sí me heriste. Me dolió como puñal que todo eso saliera de tu boca, que lo dijeras con tanto odio. Pero así es, supongo. Querías vengarte, y diste en el clavo.
— Yo...
— Pero, míralo de mi lado —intervino, callándola—: tu amiga es la que me estuvo siguiendo durante todo el curso pasado, metiéndose en mi camino, porque estaba interesada en mí; quería tener sexo conmigo. Lo tuvimos. Listo. Yo no le prometí nada más. Ella se inventó algo que nunca fue. Y, otra vez, eso no es mi culpa. Por otra parte, sí. Acepto tus malditas disculpas.
Priscila, con el rabo metido entre las patas, con un movimiento encogido de hombros, soltó aire.
— Igualmente sería lindo que te disculparas con ella —murmuró.
Sirius la observó sin ganas.
— Si eso te hace sentir mejor...
— No, eso no es a lo que me refiero.
— Pri, yo no siento nada de lo que le dije a tu amiga. No pretendo disculparme porque mantengo la postura en el asunto, pero, si a ti te gustaría que lo haga, porque te hará sentir mejor contigo misma, lo haré.
— No importa lo que me parezca a mí. A mí me importa...
— A mí sí. Porque me importas tú, en general.
Priscila se echó hacia atrás, con el ceño fruncido y el corazón apretado.
— No hagas eso.
— ¿Hacer qué? —preguntó con una ceja en alto, sin señales de estar bromeando en su rostro— Priscila... ¿puedes decirme qué es lo que tanto haces con Snivellus y Regulus?
— ¿Lo que tanto hago? —repitió, riéndose, hasta que le pareció extraño— ¿Cómo sabes que...?
— Lo sé. Simplemente lo sé.
— Si lo sabes, entonces para qué quieres... ¿Por qué te molesta? —se interrumpió al ver la cara que había puesto.
— No me molesta, en absoluto. Para nada. Simplemente... creo que deberías recordar que son dos personas de mierda, a quienes no le importas en lo más mínimo. Te usarán, y si tienen que entregarte a los dragones, lo harán.
Priscila se rio, dejando salir una carcajada de nariz.
— Te hiciste una gran novela, ¿eh? —él la miró sin gracia, estaba más preocupado que otra cosa. Y eso la mataba— Sirius, somos compañeros en pociones, ¿recuerdas? Y doy tutorías tres días a la semana con Regulus. Es eso. Solo eso. Tu hermano es mi maldición. Mi sombra.
— ¿Sí? —dudó, mirándola a los ojos.
— ¿Por qué querría ser su amiga? —Sirius subió los hombros, con la vista en el suelo— Escucha, ¿aún quieres ayuda en pociones?
— Sí. Pero no en la biblioteca con el imbécil de mi hermano cerca y los come mocos de primero. Me sentiría un gran tarado. El rey de los tarados.
— Nah —dijo ella, moviendo su mano frente a los ojos de Sirius—. Solo serías el príncipe. Porque el rey de los tarados es James.
— Priscila Potter... —habló con voz de mamá— creo que te estás pasando mucho de listilla.
Los dos se rieron, provocando eco en cada rincón de las escaleras.
— Escucha. Escucha. Deja de reír... Aun iré a la fiesta esa de las eminencias contigo, eh, porque ni tu enorme boca ni tu novio grasiento ni tu amante fascista me lo impedirán.
Priscila exclamó, llevándose ambas manos al pecho, abriendo los ojos bien grandes con sorpresa.
— Sirius Black, me has devuelto el alma a su lugar. Yo que tanto temía de perder a mi cita del baile de navidad...
Primero pestañeó, echándose un solo centímetro hacia atrás. Luego puso su cara más burlona.
— ¿Era una cita? ¿Qué no simplemente íbamos a burlarnos de Regulus juntos?
Priscila cerró su maldita boca, con una mirada de lo más perturbada, nerviosa. Sentía el calor en sus majillas. En todo su cuerpo.
— Deberías ir a la cama. Te ves del asco, Priscila —dijo luego de examinarla de arriba abajo.
— ¿Puedes comunicarle al rey que ya puede hablarme?
— ¡Aunque estuviera loco! —se rio con malicia— James está totalmente fuera de sí intentando saber qué rayos pasa contigo. Y ahora qué sé que no es nada fuera de lo común, voy a mortificarlo —comentó levantándose del suelo, y luego estiró su mano para ayudarla—. ¿Cómo irás a la Torre de Ravenclaw? Ya es toque de queda...
— Caminando...
— Pero, y...
— Sirius, soy prefecta, y, además, no es la primera vez que salgo de la torre fuera del horario estipulado.
— No eres tan perfecta entonces —bromeó.
Priscila se rio, pero de lo malo que era aquel chiste con juego de palabras, empujándolo de un hombro y negando mientras rodaba sus ojos. Momento en el que Sirius aprovechó para darle una segunda repasada con su mirada, una curiosa. Quizás James tenía razón. Estaba distinta. No parecía la Priscila que siempre había sido. Al menos, no la que él conocía. Cuando se paró de puntas de pie para darle un beso en la mejilla y así despedirse, Sirius inhaló profundo, no de una manera espeluznante, fue casi sin pensar. Esa noche no olía a canela. Su boca olía a café puro... Pero ella, ella tenía otro aroma encima... Reconocería donde fuera aquel perfume de pachuli, cuero y jazmines. Sabía perfectamente que ese era el perfume de su hermano menor. Se echó hacia atrás de repente, ceñudo. Estaba empapada con aquel aroma.
— Adiós —le dijo.