Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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XVI. 1ra Confusión

Increíblemente, para Priscila, la peor parte de tener las tutorías con Regulus Black era la obligación de mantenerlo en secreto. No es que deseara decirlo, pero, a veces, costaba explicar por qué estaba cansada todo el tiempo, tanto así como para quedarse dormida con el uniforme puesto sobre la cama armada, o por qué desaparecía entre las comidas. Ni hablar de los hematomas que le aparecían en brazos y piernas; no es que él la golpeara, pero sí creía que la mejor forma de enseñarle algunos encantamientos y maldiciones era practicándolos. O sea, teniendo duelos. Y él no era muy delicado que digamos. Tampoco tiene tanta paciencia. En absoluto. Asimismo, le llamaba la atención que nunca la mirara a la cara cuando hablaban, cuando tenía que explicarle. Priscila sentía que se debía a sus prejuicios, que ella era una traidora y por eso la consideraba inferior, tratarla con desprecio, no mirarla y casi no hablar, sería suficiente para arreglar el error que había cometido al aceptar ayudarla. Porque, como había dicho Slughorn un mes atrás, Regulus Black era un aficionado por los desafíos, y no se rendiría.

Un poco más de tres semanas habían pasado desde que James no le dirigía la palabra. Ninguno de ellos; ni Remus, ni Peter, y por supuesto que tampoco Sirius. Los veía solo para las clases de pociones, y casi nada porque siempre estaba de espaldas a ellos. Se sentía un poco arrepentida, muy arrepentida, pero James por qué tenía que tratarla tan mal. Ni tenía por qué contarle a Euphemia y Fleamont lo que hizo. Los años pasaban, pero él seguía acusándola con sus padres al mínimo error que cometía.

El lunes 31 de octubre, Priscila Potter, llegó a su dormitorio a las once de la noche. Ámbar y Sabrina observaron todos sus paulatinos movimientos; el cómo arrastraba sus pies, las quejas adoloridas y las grandes y oscuras ojeras debajo de sus ojos, que señalaban su cama. Les sonrió pesarosa, sentándose en la punta de la cama.

— Te perdiste el banquete de Hallow…

El banquete de Halloween había sido el momento favorito de Priscila a lo largo de sus cinco años en Hogwarts, y ni siquiera había notado que se lo perdió. Tampoco pareció escuchar a Sabrina, no porque la ignorara sino porque no tenía las fuerzas para retener cosas en su cabeza.

— Voy a bañarme —les avisó con la voz medio ronca, con la postura encorvada.

Pero, sin haber pasado cinco minutos, Priscila se quedó dormida con el uniforme, la túnica y el morral cruzándose en su estómago.

 

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El martes pudo sentarse a cenar en la mesa del Gran Comedor junto al grupo de Ravenclaw de su mismo año. Casi no compartía nada con ellos desde que ese semestre había comenzado. No tenía la más mínima idea de lo que pasaba con sus vidas. Mientras se servía zapallo asado y le agregaba una salsa de hierbas, escuchaba muy atenta a Sam Boot, que les contaba el terrible momento que había pasado con la Sra. Norris mientras hacía una de sus rondas de prefecto.

Ámbar llegó un momento más tarde, sorprendiendo a sus dos amigas con una noticia. Con dos.

— Sirius Black ya es cosa del pasado —afirmó sentándose junto a Sabrina, frente a Priscila. Incrédulas, cruzaron miradas entre sí—. Me han invitado a tomar el té… A que no adivinan quién… —canturreaba muy sonriente hasta que notó las caras de Priscila y Sabrina—  ¿Qué? ¿Qué les pasa?

— Su hermano aún no le habla…

— Yo no le pedí que atacara a Sirius… Te lo agradezco, Pri, eso no se discute, pero…

— Además, fue gracioso —intervino Sam.

— No lo fue —murmuró Priscila, mirando fijamente a Ámbar, intentando entenderla.

Durante los primeros años de Hogwarts, Ámbar Davies no había sido así. Su personalidad cambió casi que completamente.

— A lo que voy… Ya superé a Sirius. Es lo que me dijeron que haga. Y lo hice.

Ámbar parecía muy orgullosa, sirviéndose solamente agua en una copa.

Priscila, de nuevo la observaba, analítica, preguntándose cómo podría superar tan rápido al ‘‘chico que ama desde que entraron a Hogwarts’’. Era una mentira. Intentaba encubrir lo mal que la hizo sentir, Priscila no tenía dudas. Por otro lado, era cierto que todas le habían rogado que ya supere a Sirius Black y toda su aventura con él. De más está decir que Ámbar tenía toda la razón. Nadie le pidió que enfrentara a Sirius. Priscila lo escuchó burlarse y explotó, como muchas otras veces le había pasado.  

Solo había un culpable al que señalar, y ese era el ego de Sirius. Ni siquiera Sirius. El ego inflado que tiene, característica que comparte con James.

— Es cierto. Que lo superes es algo bueno. Él no valía la pena —afirmó Sabrina.

— Sí. Estamos felices por ti —agregó Priscila intentando sonreírle. Pinchó con su tenedor varios cuadrados de zapallo y los metió en su boca.

Sabrina, Sam y otros Ravenclaw comenzaron a hablar de otro tema casi al instante. Se aproximaba otro partido. Ravenclaw vs Slytherin, el ganador jugaría contra Gryffindor a finales de noviembre o principios de diciembre.

Priscila no encontraba lugar en esa charla, por ende, terminó hundida en sus pensamientos. Recordando la noche anterior, que había cenado un sándwich sentada en el piso mugroso del salón de duelos en lo que esperaba a Regulus Black. Un papel doblado en forma de avión voló hacia sus manos desde el otro lado del salón. Hasta su cabeza, más bien, porque la punta del avión le pegó en la frente. Fregándose con la mano contraria, lo abrió y leyó:

 

‘‘No te des vuelta ahora, pero Sirius Black no te saca la vista de arriba -Z.G. ’’

 

Sintió como el calor le subía por el cuerpo. La mesa de Gryffindor quedaba detrás de la suya, y ella le daba la espalda desde su lugar. Al levantar la vista de aquel papel de pergamino arrancado, buscó con la mirada a Zaira Greengrass, que, desde la mesa de Slytherin, le hacía muecas discretas afirmando lo que en su nota había comentado. Priscila agarró la pluma que llevaba pegada a su diario y, en una de las hojas de este, escribió: ‘‘¿Debería disculparme con él? Ya pasó mucho tiempo. Ahora me siento mal. Sirius nunca se portó mal conmigo. Yo lo quiero… lo aprecio. Sé que me pasé con todo lo que le dije, no lo siento así. Sé que no es así. Fue un momento de enojo. Él no sabía sobre el árbol de los Black’’.  Priscila lo dobló a la mitad y lo envió a Zaira con un encantamiento, pero, Regulus Black fue más rápido que Zaira y lo agarró aun estando en el aire. Los dos Slytherin pelearon por un instante, pero él ya la estaba leyendo. Priscila maldecía, nerviosa. No quería que la leyera. ¿Por qué la leía? ¿Qué demonios le importaba lo que hablase con Zaira?

Regulus Black se sintió algo… decepcionado. Él había admirado la forma en la que destrozó a Sirius en la cancha de Quidditch, y que se arrepintiera le provocaba desilusión. Por más nauseas que aquello le provocara. Levantó sus ojos, cruzándolos con los de ella, que los mantenía puestos en él con el ceño fruncido, todas sus arrugas estaban marcadas y sus labios arrugados; le daba mucha gracia, le recordaba a un perrito. Negó. Negó en dirección a Priscila, dándole una respuesta. Poniendo atención cuando ella hizo una mueca, él entendió que aguantara, parecía buscar algo en su túnica, por debajo de la mesa sacó su dedo del medio extendido hacia él, sonriéndole falsamente. Zaira se rio de eso, recuperando el papel, escribiéndole una respuesta a su amiga Ravenclaw.

Era lo bastante tarde cuando el Gran Salón comenzaba a vaciarse, poco faltaba para que el toque de queda del castillo comenzara. Todos debían ir a su sala común lo más pronto posible. Priscila iba detrás de Ámbar y Sabrina, junto a Sam, escuchándolas hasta que luego de un empujón brusco, sintió algo metido entre sus manos. Lo apretó, mirando de reojo a Sam Boot cuando insultó a Regulus Black.

Ya en el pasillo, abrió su mano, observando algo nerviosa aquel pedazo de pergamino. Lo desdobló, asegurándose de que no le estuvieran prestando atención.

 

‘‘Y yo que te creí inteligente, Traidora, me decepcionas una vez más –R.A.B.’’

 

Lo descubrió observándola por encima de su hombro derecho, seguía en el pasillo, caminando lento detrás de los otros Slytherin. Priscila se acercó, sin dejar de mirarlo, siquiera pestañando, a una de las antorchas que sobresalían de la pared para quemar la nota de Regulus.   

— ¿Qué fue… eso? —preguntó Sam, tomándola del brazo con fuerza.

— Me insultó.

Él dudó por un momento, pero Priscila no le dio más importancia, apresuró sus pasos y lo perdió entre el gentío.

Al otro día, en transformaciones, vio un asiento vacío junto a Regulus. Mirando a ambos lados, una vez más, asegurándose de que nadie prestara atención. Las manos de Regulus estaban sobre la mesa, lo que la dejó ver como las apretaba en puños, arrastrando un poco sus uñas por la madera, cuando ella tomó lugar a su lado. Se quedó observándolo por un instante, sus manos y la tensión que ponía sobre ellas; en sus dedos largos y uñas prolijas, que eran decoradas por un anillo de plata con el escudo de la familia Black.

No la miró; él sabía que se lo había ganado por haberla provocado con aquel papel, que no tenía ni la más mínima idea de por qué lo escribió y mucho menos por qué se lo dio. Podía sentir los dos ojos grandotes e interrogantes de Priscila sobre su rostro, de reojo, la vio sonreír.  

— Vine a recordarte nuestras reglas, R.A.B. —dijo con suavidad— Una de ellas, recuerdo muy bien, creo que incluso tú la habías puesto, era no hablar de nada que no fuera pociones… y tampoco fuera de las mazmorras o la biblioteca... o el club.  

— No sé de qué rayos estás hablando —respondió moviendo un poco su cabeza, mirándola fugazmente.

Priscila se rio, negando.

— ¡Sabrina! —llamó, tomando sus cosas nuevamente, acomodándose su morral al ponerse de pie, abandonando a Regulus, quien la observó con discreción hasta que llegó al primer banco del salón y se sentó junto a su amiga, disimulando muy bien cuando Prisilly alzó su cabeza por encima de su hombro.

Más tarde, volvieron a encontrarse para las tutorías en la biblioteca. Repasaban rictusempra cuando todo se les salió de las manos: los de primero comenzaron a lanzar el encantamiento, cuando tenían prohibido practicarlos en las tutorías a menos que Regulus o Priscila estuvieran a su lado, y mucho menos podían lanzarse los conjuros entre ellos mismos.

Regulus quería matarlos a todos. Los amenazaba, los corría y Priscila creyó ver que a alguno lo agarró de la oreja o la túnica, lanzándolo hacia atrás. Por su parte, ella, también los corría por la biblioteca, pero intentando quitarles las varitas, tal vez también empujó a alguno, fastidiada por las carcajadas que la mayoría estaban lanzando, hasta que alguien le dio a Regulus. Era él quien no podía dejar de reír, doblándose del dolor de panza que eso le causaba.

Y Priscila, aunque no estuviera encantada por rictusempra, tampoco podía dejar de reírse. De Regulus, obviamente.

— Es tu culpa... Potter. No... debemos… usar... magia... —protestaba entre carcajadas, lo que la hacía reír más, ninguno podía parar, Priscila se quedaba sin aire.  

La señora Pince terminó echándolos a todos de la biblioteca. Una vez calmada, Priscila, comenzó a lanzar el contra hechizo a cada uno de los damnificados, dejando en último lugar a Regulus. Cuando te curabas, te ibas. Las tutorías habían finalizado antes aquel grandioso día.

Regulus y Priscila iban caminando juntos, aunque en silencio, por el pasillo que los llevaba a sus salas comunes.

— ¿Qué significa la ‘‘A’’? —preguntó curiosa.

Regulus frunció el ceño, moviendo su cabeza hacia ella, que no lo miraba. Priscila iba con la vista al frente. Después de mirarla de arriba abajo, dubitativo, respondió tan seco como pudo:

— Arcturus.

Priscila asintió. Solo eso. No dijo nada más.

Regulus no entendió el vacío que sintió. Se preguntó por qué no dijo nada. Él, inesperadamente, esperaba una respuesta. No era extraño, Priscila siempre tenía algo que decir, una última palabra. La mayoría de sus discusiones comenzaban por eso. Por su bocota. Porque no se callaba nunca. Mordió la carne interna de su labio, respetando el silencio, hasta que, antes de que separaran sus caminos, cuando ella ponía un pie en el primer escalón para irse a la Torre de Ravenclaw, la detuvo.  

— Si aún tienes dudas. No creo que le debas pedir disculpas. Él se comporta como un gran idiota, buscó y buscó hasta que se cruzó con la mujer a la que no pudo intimidar, debió saber que alguien que le escupiría todas las verdades en la cara sin miedo. Al llamarlo Traidor, solo decimos verdades. Es lo que es por dónde lo mires. En todas y cada una de sus actitudes.

Priscila lo observaba casi espantada. Nunca había escuchado a Regulus decir tantas palabras juntas, una tras la otra. Menos a ella.

— Tengo mis dudas. Es cierto. Pero no te las había compartido a ti —le dijo secamente, dejándolo cuadrado. Sonrió fugaz, sin mostrarle los dientes, y subió las escaleras.  

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