
XIV. Purge the Poison
En la clase de arte muggle del sábado, Ámbar, no había aparecido.
Priscila y Sabrina sabían que estaría durmiendo. Desde el partido de Quidditch que no se levantaba de la cama ni intentando sacarla a los tirones.
— Necesito tiempo —dijo.
Pero tampoco asistió a ninguna de sus clases el lunes por la mañana.
Y, por si fuera poco, seguían pidiéndole más carga a sus horarios rebalsados. Me dirigía al Gran Comedor para comer, cuando el profesor Zev Sawski, de Defensa Contra las Artes Oscuras, me detuvo en medio del pasillo.
— Buen día, Potter.
— Buenos días —sonrió a la espera de que siguiera hablando pues para qué le hizo señas si no.
— Necesito hablar sobre mi asignatura. Sobre ti en mi asignatura —dijo sin sorpresa alguna. Priscila sabía que le pediría que buscara ayuda. Un tutor o tutora.
Pero sí terminó sorprendida. No le pedía que busque un tutor. Él ya le había encontrado uno, que sería perfecto. El profesor Sawski sabía lo BIEN que Priscila y Regulus se llevaban, sabía que eran compañeros INSEPARABLES de mesada en clase de pociones y que daban tutorías de esa materia por las tardes. Sería FANTASTICO si Priscila le preguntaba a SU AMIGO si podía ayudarla a mejorar, si podía enseñarle a perder la ‘‘fobia’’ que tenía para con la asignatura. Se nos haría fácil porque TENÍAMOS CONFIANZA, incluso comentó que el profesor Slughorn lo sugirió después de vernos en acción el jueves pasado.
¡FANTASTICO! Inseparables porque los une un hilo de mala suerte. El karma, pensaba. Es el karma volviendo hacia ella por la poción ácida. El karma tenía el nombre de Regulus Black.
La peor parte, y sí, había una parte que era peor, fue que debido a la gran confusión y a su estúpido corazón que se aceleraba con la idea de que Regulus Black la apuntara con su varita, asintió. Asintió. Dijo que sí.
Pasó todo el día del lunes preocupada. Preguntándose qué podía hacer.
Primero, claro, preguntarle a sus más cercanos si tenían tiempo libre, si eran lo suficiente buenos en la asignatura y pacientes. Le llevó minutos de charlas al estilos de entrevistas, apresuradas, yendo de un piso a otro, de un aula a otro.
Tenía que resolverlo antes de su próxima clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, el miércoles.
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El martes a las cinco de la tarde, se dirigía al campo de Quidditch para perder la mínima dignidad que le quedaba, pero con un chantaje bajo la manga en caso de que él se opusiera. Los Slytherin acababan de terminar el entrenamiento casi diario que los cuatro equipos del colegio tenían entre la semana. Regulus Black era su buscador. Así que debería estar por ahí. Intentó hablar con él durante las tutorías, pero no se había animado, y también durante alguna de todas esas clases que compartían, pero lo fue atrasando hasta que lo vio inevitable. . Regulus Black en serio era su última opción, sino debería dejar esa asignatura. Y, dejar una asignatura, no estaba dentro de sus planes.
Unas risas conocidas se hicieron presentes en los oídos de Priscila mientras caminaba en el límite del campo, cerca de las gradas. Eran los Gryffindor, que comenzaban a llegar para su hora de entrenamiento. Entre ellos, estaban James y Sirius. Evidentemente, las risas les pertenecían. No la habían visto así que tenía planeado seguir con su camino hacia el menor de los Black, que limpiaba el barro de su escoba próximo a la entrada a los vestuarios.
— Y me lanzó la camiseta diciendo ‘‘Tú no puedes tratarme así. A mí ni a nadie. No lo permitiré’’ —decía Sirius, imitando una voz femenina muy aguda, riéndose a carcajadas junto a sus otros compañeros, incluso el hermano de Priscila— ‘‘Si crees que caminaré como tu trofeo viviente, estas muy equivocado’’.
Priscila paró en seco, furiosa. Sabía exactamente de lo que él estaba hablando. Pero no fue que decidió intervenir hasta que lo escuchó decir:
— Definitivamente, las Ravenclaw están dementes. No meteré más la pata por ahí. Quedan descartadas las muy intensas.
Priscila tomó aire por la nariz, olvidándose por qué estaba allí, y caminó hacia los Gryffindor, que aún estaban en el suelo escuchando la grotesca anécdota. El primero que la vio fue James, que, debido a la mueca intrigante, llamó la atención de Sirius.
— Hola.
— Pri…
— Hola.
Saludaban todos ellos, pero ella no hablaba.
Marlene acababa de sumarse a la ronda, risueña.
— ¿Necesitas algo? —preguntó James.
— Quería hablar con Sirius —dijo al fin—. Porque… tenía una duda.
— No puedo darte tutorías. Ya me preguntaste.
— No era eso. Ya lo resolví, de hecho. Estoy haciendo una investigación, así por pura curiosidad, sobre las personas que tienen un grado excesivo del complejo de inferioridad y que por eso necesitan rebajar constantemente a las personas.
— ¿Eh?
— Sí. Eso… O sea, ¿quiero saber cuál es la finalidad de ser una persona tan de mierda que necesita tanta atención para no recaer y ahogarse en su propia mente? —decía jugueteando con sus manos, con el tono de voz más hiriente que podría salirle.
— Priscila —regañó James.
No había nadie que no estuviera prestando atención. Incluso los Slytherin que ya estaban dentro del vestuario salieron.
— Tengo un par de teorías —siguió sin darle importancia a James ni a la cara que había puesto Sirius— ¿Intentas llamar la atención porque en tu casa no te dieron la suficiente?
Regulus Black, al oír eso, no pudo no reír junto a otros de sus compañeros.
Priscila lo había escuchado, lanzándole una mirada fugaz por encima de su hombro, recordando un par de cosas.
— ¿Fue tu abuela la que nunca te dijo lo bonito que te veías con tu túnica nueva? ¿O son los problemas que tienes con tu papá y lo poco orgulloso que está de ti?
James se metió en el medio.
— Listo. Terminaste.
— Créeme que no terminé —enfrentó a James por primera vez en su vida, sin bajarle la mirada.
Sirius lo movió a un lado, parándose en frente de Priscila.
— No. Déjala, que siga. Quiero saber qué más —gruñó cruzándose de brazos, sacando pecho, sin un rastro de emoción en su mueca.
Ella dio un paso hacia adelante. Él podía sentir la respiración agitada de Priscila, lo pesado que respiraba, lo enojada que estaba.
— ¿Es que intentas llenar ese vacío en el pecho que dejó el saber que fuiste borrado de tu árbol familiar? —de pronto, Sirius bajó la mirada, sin pestañear, tragándose la información que acababa de recibir, antes desconocida.
Subió sus ojos otra vez, pero no a Priscila, que se peleaba con James, sino a su hermano, hizo fuerza para no llorar, mirando a Regulus, que lo saludó con una sonrisa de lo más satírica, disfrutaba verlo, moviendo sus dedos lentamente.
— Deberías superarlo y aprender a comportarte como una persona decente, Sirius, porque que tu vida haya sido un infierno no quiere decir que tengas el derecho de romper a las personas o usarlas a tu gusto.
— ¿Terminaste?
— Sí. Permiso —pasó de largo, sin mirar atrás, yendo directo hacia Regulus Black.
Regulus la miró de arriba abajo, quedándose en sus ojos, sonriendo con algo de provocación. Con un movimiento rápido de cejar, le dijo:
— Dime que seguirás conmigo.
— Necesito hablar contigo —le mantuvo la mirada, con el mentón en alto—. En privado.
Con burla, Regulus, le mostró la palma de su mano. Ignorándolo, caminó unos metros más, él fue detrás, no sin antes guiñarles un ojo a James y Sirius, que no les sacaban la mirada de encima.
— ¿Sawski ha hablado contigo?
— No. ¿De qué? —preguntó reposando su peso en la escoba.
Priscila maldijo por lo bajo.
— Él piensa que, como somos tan unidos —Regulus rio irónico—, tú deberías darme tutorías de Defensa Contra las Artes Oscuras. Créeme que le he preguntado a toda la escuela, eres mi última opción. Y en serio soy una mierda para las maldiciones.
— Sí, lo eres. Está bien.
Priscila sacudió su cabeza, confundida.
— Perdóname… ¿qué?
Regulus soltó una carcajada.
— No es secreto que apestas en DCAO.
— ¿Dijiste que sí?
— ¿Eres estúpida?
— No… Es que… Esperaba que tú… Tenía preparada una lista larga de chantajes para utilizar cuando te negaras.
— Me alcanza con lo que hiciste ahí —señaló con la cabeza el campo de Quidditch, riéndose al recordarlo.
Priscila rozaba el espanto. No reconocía a su eterno enemigo.
— Lo mereces porque ese traidor ha hecho llorar a mi madre suficientes veces. Además, ya paso demasiadas horas contigo, no es como que se me pegará mucha más suciedad por una más.
— ¿Okey? Creo… —murmuró con el ceño fruncido, mirando la mano de Regulus, que se alzaba e iba directamente a su cabeza, directo a acomodarle un mechón de cabeza detrás de su oreja.
— Habrá reglas. Las discutiremos luego, Prisilly. Ahora debería ir a cambiarme Regulus levantó sus ojos una vez más hacia los Gryffindor espectadores antes irse a los vestidores. Dejando a Priscila totalmente confundida.