Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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XII. Seven

Trabajaban en silencio; Priscila revolvía la poción y Regulus cortaba los ingredientes. En equipo. Sin cruzar siquiera una mirada. El que sí lo había hecho fue Snape, cuando Regulus le había dado a Priscila las indicaciones de cómo trabajarían y de qué se encargaría cada uno, antes de sellar su boca por casi media hora. Entendería que algo había pasado, probablemente Slughorn los habría regañado. Era el pensamiento más lógico.   

— Traidora, ¿me pasarías gentilmente el aceite de ricino —pidió él entre dientes y un tono sarcásticamente amable.

— Con gusto, Regulus —respondió ella, de la misma manera, dejando el frasco frente a sus ojos.

— Traidora, necesito los dos frascos.

— Con uno estará bien.

— Necesito los dos.

— UNO.

— En el libro pide dos —masculló.

— Y yo sé que con uno alcanza.

Severus Snape, sentado frente a ellos, preparando su propia poción, murmuró insultos y otras cosas inaudibles. Todos habían ocupado un lugar en la mazmorra de pociones, eligiéndolo como su lugar habitual de cada clase en lo que quedaba del año. Severus Snape no tuvo la suerte de elegir. Su lugar sería junto a Regulus Black y Priscila Potter porque nadie querría intercambiarlo. Y menos a Severus Snape. Todos los días no eran malos para él y sus dos compañeros. No cuando Regulus Black tenía buen humor y le hablaba, a veces charlaban durante las dos horas de clase sin ningún problema. Pero, cuando la Traidora se lo proponía, sacaba a Regulus de sus casillas y ya no era tan ameno para Snape. Para casi nadie. Esos días, como aquella misma mañana, los dos estaban completamente irritantes.

— ¿Lo ves? Con dos frascos iba a estar perfecta.

— Con uno también —respondió mirando de reojo como Regulus revolvía la poción que pertenecía a ambos. Al mismo tiempo, soltaron aire y viraron sus ojos. Priscila pasó por detrás de Regulus y se posicionó donde antes estaba él, lista para seguir preparando los ingredientes. Se volvieron a mirar de reojo, provocándose, listos para responder si el otro decía algo primero. Listos para discutir para pelear. 

Sirius, James, Peter y Remus gritaron junto al gran estruendo. Después se rieron, con los pelos parados y las caras manchadas con carbonilla negra. Habían hecho explotar la poción. A propósito, pensaron los hermanos menores.

Regulus Black se rio por lo bajo. Snape, que estaba a su lado, también le prestó atención.

— Parece un deja vu de cuando mi madre hizo explotar su cara en el Árbol de La Casa Black —murmuró hacia Snape, y de nuevo se rio bajo, con maldad, como si lo disfrutara. Aunque, esa vez, Severus Snape lo acompañó con una sonrisa.

Priscila se lo quedó mirando por un momento. Sirius les había contado de aquel árbol genealógico que se encontraba en la casa de su familia, de lo que habían hecho con su prima Andrómeda Black, o cualquiera que los Traicionara. Como él había hecho. Tragó grueso y volvió a lo suyo, mordiéndose la piel de los labios. No podía sacarse de la cabeza todas esas cosas que había escuchado contarle Sirius a James, o Sirius a Fleamont y Euphemia. Priscila misma, nunca se olvidaría de la noche que llegó a su casa luego de haberse escapado de la suya; mojado, muerto de frío, asustado. Desde entonces vivía con ellos. Con los Potter.

Y Regulus Black estaba ahí, riéndose. Riéndose sin tener ni la más mínima idea de las cosas por las que tuvo que pasar su hermano mayor. Se preguntaba si siquiera lo extraña un poco. Si sentía algo más que desprecio por él. Si su vida, si su familia le gustaba tanto como lo demostraba. Después de todo él siempre estaba solo, con los ojos cansados y muecas desanimadas.

Debía ser muy triste pertenecer a la familia Black. Atemorizante también, concluyó pasándole los ingredientes listos para agregar al caldero. Regulus los arrancó de sus manos, brusco. El antídoto para los filtros de amor les había quedado muy bien. No perfecta no excelente. Muy bien. Priscila y Regulus no habían dudado en seguir discutiendo por ese maldito frasco de aceite de ricino. Mientras salían -los tres juntos- de las mazmorras, Severus Snape les pedía por favor que se callaran. Pronto se separaron para ir cada uno por su lado.

 

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Eran las 12:45. Eso significaba ‘‘almuerzo’’. Priscila entró sola al Gran Comedor, en la mesa de Ravenclaw estaban Ámbar y Sabrina, pero ni la miraron ni le prestaron atención. Las cosas entre ellas seguían raras desde el sábado que habían discutido. No les había hablado mucho, por no decir nada. Ni Ámbar a Priscila. Sabrina sí lo intentó porque no estaba realmente enojada con ella, pero como Ámbar se encontraba tan triste, decidió quedarse de su lado por un tiempo, hasta que se le pasara la fiebre de Sirius o hasta que se acabara la ley del hielo con Priscila. O hasta que no aguantara más.

Priscila se sentó alejada de todos sus compañeros, casi al final de la mesa larguísima de la casa azul; se sirvió pechuga de pollo con hierbas y algunas rodajas de zapallo asado. Hacía algunos bocetos en su pequeño cuaderno mientras comía, hasta que su cabello largo y castaño había atraído la atención del Gryffindor que había perdido a sus amigos luego de ducharse tras el accidente de pociones. Sirius se levantó con su plato en una mano y el vaso en la otra, cruzando el banco de su casa y el pequeñito espacio entre las mesas de Gryffindor y Ravenclaw, que ese año estaban ubicadas una al lado de la otra. 

Se sentó y apoyó las cosas junto a ella. Sin decir nada. Observando lo que Priscila dibujaba: Hogsmeade en invierno. Abstraída de la realidad, aún no lo había notado. Se rio. 

— Ey —saludó con una sonrisa ancha.

— Hola —dijo ella con cara de pocos amigos.

— ¿Almuerzas sola? Eso es…

— Tú culpa.

Sirus volvió a reírse, mojando sus labios.

— ¿Cómo puede ser mi culpa? —Priscila lo miró de reojo, seria. Sirius seguía vacilón— Yo no hice nada.

— Sabes de lo que estoy hablando.

— No… no lo sé… ¿Me dices?

— Eres un idiota.

— Nah. Eso sí lo sabía. Ya me lo habías dicho en… —contó con sus dedos— reiteradas ocasiones.

— ¿No puedes ir a mortificar a alguien más?

— No sé dónde fueron.

— Seguro se esconden de ti.

Priscila siguió con la mirada a Ámbar, que abandonaba el Gran Comedor a pasos apurados, con la cabeza baja y los brazos cruzados. Sirius no. Sirius le había quitado el cuaderno de dibujos y los miraba.

— ¡Dame eso!

— Pri, ¿podemos hablar? —preguntó Sabrina, lanzándole una mirada fugaz a Sirius— Solo nosotras. Es sobre ya sabes quién y la zorra del Colegio Hogwarts.

Sirius la miró, levantando su cabeza, sonriendo grande y burlona. Cabía la posibilidad que supiera que estaba refiriéndose a él. Porque así era.

Priscila asintió; dejó la comida de lado, agarró su cuaderno y la siguió hasta el patio de la torre del reloj sin despedirse de Sirius.  

— Ámbar no está nada bien… —comenzó.

Que Sirius hiciera la técnica del fantasma con ella la había hecho imaginar que ese era el problema. Ella. Comía muy poco, no estudiaba ni hacía deberes. Estaba de mal humor todo el tiempo y mentía mucho. Sabrina insistía para que fuera a hablar con madame Pomfrey, pero Ámbar no la escuchaba. Tendrían que interceptarla. 

 

:・゚ ✧ :・. Al otro día ˚。・゚ ✧: ・. :

 

Primero habían hablado con el jefe de su casa y profesor de encantamientos, Filius Flitwick. Le comentaron que Ámbar Davies no estaba pasando un buen momento y pidieron tomar el almuerzo del día miércoles en el patio así podían hablar más cómodas. Aceptó de inmediato.

El problema era llevarla hacia el patio de la torre del reloj. Pero Sam Boot las ayudó. Él la llevó.

Al verlas allí, con una manta en el suelo y comida, suspiró. En especial por Priscila.

— Genial… Nos vemos.

— ¡NO! Ven aquí —ordenó Priscila— Estamos estudiando… comiendo.

— ¿Esta fue tu idea? —preguntó a Sabrina.

— De las dos.

— Sí. Porque tenemos que hablar Ámbar, no quiero seguir enojada contigo. Somos amigas. Y apuesto a que tú me extrañas también.

Ámbar miró fijo a Priscila por un momento, y viceversa. Ámbar suspiró de nuevo y luego cedió. Se sentó junto a ellas en la manta, en medio de ambas. Sam se les unió.

No atacarían directamente, tenían que disimular para que no se pusiera a la defensiva. Simularían estudiar por un rato.

— Sirve para curar síntomas del resfriado común. ¿Qué poción es? —preguntó Priscila a Sabrina, que estudiaba con tarjetas de preguntas y respuestas.

— Poción Pimentónica. Pueden responder ustedes si quieren. ¿Eh, Sam? ¿Ámbar?

Los tres miraron a Ámbar, que estaba muy callada, jugueteando con su comida. Al contrario de Sam, que no respondía porque era malísimo en pociones, ella ni siquiera las había estado escuchando.

— ¿Qué estás haciendo con tu comida? —le preguntó Priscila.

— Separo la ensalada —respondió sin levantar su mirada.

— ¿Para qué?

Ámbar las miró, sonriente, y para no contestarles -o callarlas- se metió un gran bocado de lechuga en la boca.

Priscila chasqueó la lengua.

— Sabes que no estamos aquí porque ustedes necesitan tutorías de pociones, ¿verdad? —soltó— Estamos aquí para hablar de cómo te sientes al respecto de la fiesta del sábado pasado, con respecto al beso de…

— Oh, sí… no importa —sacudió su mano, comiéndose un tomate cherry entero—. Para eso son las fiestas. Todos se besan con todos. Silvie y Zane, Potter y Evans… incluso vimos como Dorcas y Marlene se dieron un beso —rio—, y sí… Sirius se besó con esa chica. Además hoy me habló. Todo está bien.

— ¿Quién te habló?

— Sirius.

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