Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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Judas
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Bad Blood

La noche del sábado no había ido a la fiesta de disfraces de criaturas. Tenía mucho que estudiar y tarea extra de pociones. En la biblioteca no había mucha gente, y no era raro debido al día y que había una fiesta clandestina. No entendía de dónde salía tanta tensión en el propio ambiente. Por qué sentía… temor.

Estaba sentada en la mesa del medio. A sus lados no había nadie, tampoco en las mesas contiguas. Levantó la cabeza del pergamino, dejando la pluma sobre la mesa, manchando un poco el papel. Ahí estaba la razón. En el pasillo estaba él. Al final del oscuro y no tan largo pasillo de repisas. Regulus Black.

Por algún motivo, no podía despegar sus ojos de él. Lo disimuló. Pero de todos modos no estaba prestándole atención. Regulus también estaba sentado con la cabeza gacha, metida en su libro, en el lado derecho de aquel pasillo. Con una mano se sostenía la cabeza, con la otra pasaba las páginas. Se mordía el labio inferior, algo así como con nerviosismo, arrancándose la piel, probablemente.

La puerta de la biblioteca hizo un estruendo, llamándoles la atención a los dos.

Priscila se extrañó. Era Zaira Greengrass, vestida de negro con unas ¿alas?

— ¿Qué se supone…?

— Soy un Thestral —interrumpió, decaída. Llegó hasta su mesa y se sentó en la silla de junto.

Tomó aire y lo soltó como un suspiro lleno de culpa.

— Metimos la pata con Ámbar.

— ¿Qué?

Se escuchó un siseo no muy lejano. Y no se trataba de Pince.

— ¿Qué? —repitió, susurrando.

— Estábamos preparándonos en el baño de chicas junto a Marlene y Dorcas, acomodando los disfraces, hablando… Nos reímos de Sirius y dijimos cosas. Cosas que Ámbar escuchó. Tipo como cosas que no eran muy agradables si piensas que vas a empezar una relación con él.

Otro siseo. Zaira lo miró mal. 

— ¿Y?

— Y discutimos. Ella nos dijo que él sí la quería, que no la estaba usando. Solo que quizás irían más lento y que se yo. Marlene intentó explicarle con paciencia y cautela, fue amable. Yo no tanto.

— Ay, Merlín…

— Sí. Le dije que Sirius no estaba interesado en ella, que no le importa. Y no es mentira, Sabrina, tú y yo escuchamos el chiste que hizo Pettigrew aquel día en Hogsmeade. Las Gryffindor se pusieron de mi lado, pero Ámbar y Sabrina me gritaron, me dijeron muchas cosas y se fueron.

— ¿Sabrina gritó? —preguntó Priscila confundida. Sí que debió molestarle en serio. Sabrina nunca levantaba la voz a menos que se tratara de un partido de Quidditch… o un debate de Quidditch— Pero es que… es que Ámbar es muy sensible y ella…

— Me di cuenta de eso. Y por eso se lo dije yo. Alguien tenía que hacerlo.

Priscila ladeó la cabeza, tomando aire por la nariz antes de abrir la boca para responderle, pero Regulus Black golpeó la mesa con ambas manos frente a ellas.

— ¡Maldición! ¿No pueden cerrar la boca siquiera en la biblioteca, par de engendros traidores? —gruñó.

— No molestes, Black —respondió Zaira. Priscila ni siquiera levantó su mirada hasta que él se fue de la biblioteca—. No dejes que te moleste —agregó a ella, y le sonó un poco amenazante.

 

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Todo en el dormitorio estaba apagado, oscuro. Priscila dormía hacía no mucho, quizás dos horas. O una. Siempre le había costado dormir. Primero fue un portazo, después el llanto. Seguido de otro portazo y susurros chillones, si es que tenía algún sentido que fueran así. Eran Ámbar y Sabrina. Priscila espío con un solo ojo, lo único que iluminaba la habitación de las tres Ravenclaw era la luz de la luna y las estrellas que se filtraban por la gran ventana sobre la cama de Priscila. Ámbar era la que lloraba, por si quedaban dudas.

Dio un salto de su cama para ayudar a consolar a Ámbar.  Había pasado lo inevitable. Sirius no le había prestado la más mínima atención en la fiesta, e incluso había besado a una Hufflepuff de quinto disfrazada de pixie frente a Ámbar.

— No lo entiendo —repetía.

— Sabíamos que Sirius no era muy confiable.

— ¿Tú también?

— Solo digo. Creo que sabíamos que es un idiota.

— No lo era cuando estaba conmigo, Priscila.

— Lo fue.

— ¿Por qué todas son tan crueles conmigo? —chilló a Sabrina, tirándose sobre sus piernas.

Priscila viró los ojos. Sabrina la vio y le hizo muecas, no era momento para decirle la verdad. Sino simplemente escucharla y decirle que sí. Priscila no estaba de acuerdo.

— No somos crueles. Intentamos que veas la realidad. Sirius no quiere nada serio, ¿no puedes verlo?

— Pero… ¿qué? ¿Nunca hay que confiar en nadie, entonces?

— No es lo que digo, Sabrina. Solo que fue muy rápido.

— ¿Qué cosa?

— Te obsesionaste con él, Ámbar. En lo que creías que él era. En lo que imaginabas.

— Vate al carajo, Priscila.

— Como sea.

— ¿Estás feliz, verdad?

— ¿Eh?

— Sí. Si Sirius y yo rompemos…

— No hay nada que romper entre Sirius y tú.

— Priscila —murmuró Sabrina entre dientes, abriendo sus ojos como dos platos mientras negaba.

— Si Sirius y yo rompemos, crees que lo tendrás todo para ti. ¿Crees que nosotras tampoco sabemos cosas? —escupió mirándola fijo y con el ceño fruncido— Sé… Sabemos cuánto te gusta Sirius. Y ahora te has acercado más y si yo me hago a un lado, en tu cabeza, pensarás que lo tendrás para ti.

— No puedo creer la cantidad de idioteces que dices.

— Por favor…

Sabrina se había quedado en silencio. Observándolas. Creyendo que iban a matarse.

— Si me gustara, que no es así, ¿qué tiene que ver con esto? Él se ha portado como un tonto contigo y decenas de chicas más, no yo. Yo intenté no alentar tu fantasía, intenté hacerte entrar en razón, pero no, tú estabas muy decidida. También puedes irte al carajo si quieres —gruñó abriendo la puerta del dormitorio, mal humorada.

— ¡Eres una cobarde, huyes de todas las situaciones que no son agradables para ti! ¡No tienes lo que se necesita para afrontarme! —escuchó mientras bajaba las escaleras hacia la sala común.

Salió de la Torre de Ravenclaw y aprovechó la ronda nocturna de prefectos que tenía pendiente para así tomar aire y hacer catarsis antes que seguir peleando con Ámbar. Claramente estaba alterada por toda la situación. No creía que las palabras que habían salido de la boca de una de sus amigas más cercanas de todos esos años fueran reales. Estaba triste. Sabía muy bien que las personas enojadas o tristes explotan en contra de cualquiera, puntualmente con quien les dice aquello que no quiere oír. Pero esa noche, quería gritar y descargarse. Estaba enojada. ¿Quizás porque Ámbar tenía un poquito de razón?

No. Definitivamente no.

Sí le gustaba un poco Sirius. No intentaba mantenerlo en secreto, simplemente nunca se los había comentado. Sin embargo, no veía como una oportunidad la situación de Ámbar. No había ningún profesor ni Filch o su gata, la señora Norris, así que dejó de lado la caminata y se sentó en uno de los bancos de piedra frente a la fuente del patio de la torre del reloj. Se acostó sobre éste, mirando las estrellas.

Pronto se dio cuenta que había salido con tan solo su pijama.

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