Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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Judas
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The Heartbreak Prince

El desayuno de Priscila del día viernes se había visto interrumpido por James y sus preguntas acerca de cómo se sentía al respecto de lo que pasó el martes en pociones. Qué era lo que ella esperaba que pase a continuación con la situación ‘‘hermano de Sirius’’. Priscila ya le había respondido que ‘‘nada’’, o que ella se encargaría, pero no eran las respuestas que su hermano mayor quería oír. Seguía ahí, intenso. Con la mirada decaída puesta en nada, Priscila, llevó una gran cucharada de leche con cereales a su boca. Con tres personas en la mesa de Ravenclaw se completaba el circo. Sirius acababa de sentarse al otro lado de Priscila.

— Haré de la vida de tu hermano un infierno —aseguró James sin decirle buenos días. Sirius hizo una mueca de desinterés y robó el último pedazo del roll de canela que Priscila se estaba guardando en el plato—. En serio. En quince minutos tengo una reunión con Dumbledore.

— ¡James! Dije que no te metas —le gruñó.

— Como sea. Pero, primero, deberías hablar con la… ‘‘victima’’.

Metió la mano en su bolsillo y dejó la bolsita de los polvos de Zonko frente a los ojos de James.

— Lo saqué de su uniforme el martes —agregó.

Si pudiera haberlo ahogado en el plato hondo de leche con cereales lo hubiera hecho con gusto, pero ya casi se lo acababa. Los dos la observaban fijo.

— ¿Priscila? —habló James en busca de respuestas, incrédulo, con la mandíbula casi cayéndosele de la cabeza.

— Sí. Lo hice. Yo hice explotar la reunión —confesó, con más cansancio que arrepentimiento. Viró los ojos. Su hermano seguía esperando una explicación—. Estoy harta, James. Harta. Cansada. Agotada. Exhausta. Tenía que hacer algo o nunca acabaría.

— Ahora no acabará nunca. Iniciaste una guerra con ellos, ¿entiendes?

Volvió a virar los ojos.

Sirius estaba muy callado, observándolos.

— No tienes idea de lo que es. Te juro que no. He aguantado suficiente. Ya no. No mientras tenga que compartir más de diez horas por día con él; todas mis clases, tutorías, mis notas, el Slug Club, y podría seguir contando. A dónde voy, Regulus Black está ahí, como si fuera mi maldita sombra. Y sus tratos son los mismos en todos lados. Ahora lo pensará dos veces —Sirius sonrió mirando hacia abajo.

James hizo un momento de silencio, ahora, el mapa de los merodeadores y las ubicaciones de Priscila y Regulus tenían algo más de sentido. Casi cuatro semanas haciéndose la cabeza. Un poco más tranquilo estaba, no le agradaba la idea, pero era suficiente que no estuviera molestándola. No a propósito. Sino que por las asignaturas.

— Si te sirve de algo —virar los ojos cerca de James era su costumbre más notable—, no creí que los ácidos fueran tan fuertes.

— ¿Por qué no me pediste ayuda?

— ¡Tengo 16 años! Puedo defenderme yo sola.

— Ácido —murmuró dándole vueltas al paquete de plástico casi vacío— ¡Ácido!

— Tiene una cura.

James se rio, incrédulo.

— ¡Qué bien por ti que la tenga! Sigue siendo ácido —susurró lo último con alteración.

— No debatiré sobre moral contigo —dijo mostrando sus palmas, negando.  

— Debo irme. Pero te aseguro que hablaremos más tarde —amenazó, señalándola, mientras se paraba y guardaba los polvos ácidos en el bolsillo de su pantalón—. Dumbledore me espera.

— ESPERA, ¿¡VAS A DECIRLE!?

— No. Yo no soy tú —escupió, molesto—. Si no llego, avísale a McGonagall, Sirius. 

Priscila se quedó en silencio, con la vista fija en el tazón casi vacío, hasta que escuchó una risilla de su lado. Lo de miró de lado, con una ceja en alto. Sirius se había apoyado sobre uno de sus codos.

— ¿Cómo hiciste para que Slughorn saliera del salón? —preguntó con una sonrisa ancha, contagiándola.

— Más temprano había preparado otra poción. Una humeante, con esos mismos ácidos para que escamara y captara la atención de Filch o quien fuera, y llamaría de inmediato al profesor para asegurarse de que no fuera tóxica…   Así que la dejé caer en uno de los pasillos justo antes de la clase.

Sirius se mordió el labio inferior, reprimiendo más sonrisas, no quería traicionar a James y pensar que Priscila fue muy divertida. Pero dijo:

— Quizás no seas tan sosa como yo pensaba, Priscila.

Con una mueca, le respondió:

— Oh, ¿tú piensas? —él se rio, ella no— ¿Por qué me delataste con James?

— Porque molestarte a ti es una de mis actividades favoritas.

Lo observó, vacilante, hasta que una pequeña risa la venció. Chocaron miradas hasta que Priscila rompió el silencio.

— ¿Sabes qué sería divertido? ¿A quién podríamos molestar ahora?

— Te escucho —murmuró, acercándose más, poniéndole toda su atención.

— A tu familia —la sonrisa de Sirius se desvaneció. Negó.

— No creo que…

— Indirectamente.  No nos meteremos con ellos. No soy una idiota, Sirius. Sé que no te han invitado al Slug Club por tu madre…

— Sí, eso no es un secre…

Lo siseó.

— Ven conmigo a la fiesta de navidad del Slug Club —la atención de Sirius volvió completamente a ella, a su boca, por donde las palabras salían con cierta emoción—. Tu hermano estará ahí, le contará que tú fuiste y será divertido imaginar la cara de Walburga hirviendo de la furia.

— Siempre hueles a canela —comentó, descolocándola.

Ella se quedó en silencio, observándolo con el ceño medio fruncido. ¿Estaba evitando darle una respuesta? ¿No quería? ¿Por qué no se lo decía directamente?

Sin embargo, Sirius no apartaba sus ojos de ella y tampoco se levantaba de la mesa.

Priscila no entendía nada.

— ¡Sirius, hola! —saludó Ámbar, que acababa de entrar al gran comedor junto a Sabrina y Sam. La mueca de Sirius cambió, se tensó completamente. Suspiró con fatiga. Ahí fue cuando se levantó de la mesa de Ravenclaw, dejando a Priscila con muchas dudas. Saludó y luego se fue a su mesa, aunque no sin antes mirarla por encima del hombro y guiñarle un ojo. ¿Qué significaba todo lo que había pasado? ¿Por qué?

Entre charlas indiferentes, los amigos de Priscila, se sentaron junto a ella, recién comenzando con su desayuno. Cuando volvió a prestar atención al mundo, hablaban de una nueva fiesta en el salón de los menesteres.

— Mañana —afirmaba Ámbar.

— Peter nos invitó —agregó Sabrina.

— Seguro Sirius le dijo que nos invite.

— ¿Por qué no te lo dijo directamente? —preguntó Sam.

— Y porque… no lo he visto mucho últimamente. Está siempre ocupado. Es su último año, juega al Quidditch… Tiene muchas cosas en la cabeza.

En la mesa de Gryffindor, Sirius hacía malabares con tres tazas que les había robado a Marlene, Dorcas y Lily. Muy ocupado. Con muchas cosas en la cabeza. Priscila inhaló y soltó el aire. No comentó nada. Seguía mirándolo a él.

El concepto ‘‘Sirius Black’’ debía quedarse como algo platónico, pensaba. Porque si pasa a la realidad, te golpeas y te abres la cabeza hasta desangrarte morir. En el fondo, sabía muy bien que debía reprimir cada sonrisa y cada suspiro por él. Vivía con él, sabía lo que hacía, quién era. No una mala persona, por supuesto, pero sí una muy… curiosa. No obstante, se molestó. ¿Por qué no podía decirle a Ámbar lo que realmente quería? ¿Lo que significaban sus actitudes extrañas? Sin querer, golpeó la mesa con ambos puños.

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