
Mastermind (parte 2)
Era martes. La siguiente clase de pociones estaba a punto de comenzar. Correría el riesgo de que quizás se convirtiera en la última.
Regulus Black solía amar las pociones que explotaban en la cara de Priscila. Ahora era su turno. Si alguien le prestara atención, hubiera notado que esa mañana llegó bastante tarde a las mazmorras. Casi siempre era la primera esperando a la clase; siempre repasando, siempre leyendo cerca de la puerta. Al igual que Regulus Black. Al llegar, él fue al primero que buscó. Allí estaba, junto a las serpientes, pero aislado de todos ellos, inmerso en su libro de tapa negra, sin esperarse lo que se le avecinaba.
James le pellizco el brazo para llamar su atención y saludarla. Ella lo golpeó. Mientras que Remus y Sirius optaron por saludarla con un beso en la mejilla cada uno.
— ¡Espera! —exclamó Sirius, alterándola— ¿Qué tienes ahí?
Sirius metió la mano entre su cabello y la oreja derecha de Priscila, rozándole la piel del cuello con la muñeca, erizándole cada uno de los vellos del cuerpo.
— ¡Es un sickle!
Priscila rio, alto, mirando con desconcierto a James y Remus. Sirius había sacado una moneda de la nada. Sin conjurar nada. Sirius se pavoneó con una sonrisa llena de orgullo.
— Está practicando ‘‘magia muggle’’ —explicó Remus.
— Ojalá pusieras la mitad de este esfuerzo en las materias —le dijo Priscila un poco provocante. Haciendo reír a James y Remus.
Él, Sirius, apoyó un dedo sobre su boca para callarla.
— Tengo otra cosa. ¿Quieres ver?
Ella asintió. No se lo iba a perder. Además, se veía emocionado por mostrar lo que aprendía.
— Pero tienes que prestar mucha atención. ¿Sí?
Puso cara de intriga, alentándolo a que prosiga.
Primero, le mostró sus manos vacías. Después las cerró y pidió que se las soplara. Priscila se rio muy alto, logrando que se le escapara la risa de cerdo, llamando la atención de todos a su alrededor.
— Qué escandalosa. Uno no puede concentrarse con personas tan molestas —escuchó que alguien comentó por ahí.
Sirius abrió su mano derecha, en la que no había nada. Abrió su mano izquierda, en la que había aparecido otro sickle. Priscila lo miró con una sonrisa boba. Se había dado cuenta que lo tenía escondido en la manga de la túnica, pero no le dijo nada.
Por un momento, casi se olvida de su plan de escarmiento.
Regulus Black gritó adolorido, levantándose de repente de la silla, dejándola caer al suelo. El líquido del caldero chorreaba por su cara, por su cuerpo y por toda la mesada hacia el piso. Estando de espaldas a la clase atenta a lo que pasaba, Priscila, sonrió dibujando garabatos en su diario.
— ¡Voy a matarte, Potter! ¡Juro que voy a matarte! —le gritó Regulus con la voz tomada por el dolor, revoleando todo lo que había en su camino hasta llegar a ella, al otro lado de la mesada.
Para el momento en el que la agarró de la muñeca, obligándola a pararse, James y Sirius habían llegado para enfrentarlo.
— ¿A quién vas a matar, eh? —gritó James, poniéndose por delante de Priscila. Luego de que Sirius le hubiera apretado el brazo para que la soltara.
La túnica de Regulus comenzaba a agujerearse y su cara se llenaba de ampollas rojas.
— ¡Voy a matarte, engendro! —seguía gritándole a Priscila, intentando pasar entre James y Sirius.
— Te calmas o juro que seré yo el que lo haga —amenazó James agarrándolo por el cuello del suéter, levantando camisa y corbata con éste. El líquido de la poción quemó la mano de James, y lo soltó.
— Que se calme ella. O no seré tan llorón para detenerme —respondió juntando su frente a la de James, quemándolo allí también— ¡Vacía tus bolsillos! ¡VACIALOS!
Sirius lo giró y sin temblar le dio un puñetazo en medio de la cara. Los dos peleaban. Con la suerte de haber olvidado que existían las varitas y las maldiciones.
— ¡Ya verán cuando vuelva Slughorn! —gritaba.
El salón era un caos. Todos peleaban con todos. Aprovechando que James y Sirius se habían agarrado con Barty y Evan, Regulus agarró a Priscila finalmente. La empujó contra la estantería de ingredientes, tirando todo, rompiendo los tarros, cortándose ambos con los vidrios. Apoyó su varita por debajo de la barbilla de Priscila, mirándola con demencia y dolor.
— Vas a arrepentirte —aseguró entre dientes. Con la mano que tenía libre, intentó revisarle los bolsillos de la túnica, pero Priscila levantó su rodilla y la incrustó en la entrepierna de Regulus Black.
— ¿¡QUÉ CREEN QUE ESTÁN HACIENDO!? —gritó Slughorn, que había vuelto de su llamado urgente.
Priscila se quedó helada, mirándolo. Muchas cosas podrían pasar en los minutos siguientes.
— TODOS. A SUS LUGARES. YA. ¿ESTÁN DEMENTES? ANIMALES.
Slughorn se acercó casi corriendo a Regulus Black. Sangraba, su túnica estaba desintegrándose y su cara casi que también.
— ¿Qué te ha pasado?
— Priscila Potter, profesor. Ella. Puso algo dentro de la poción e hizo que me explote en la cara —dijo con dificultad.
— Ve a la enfermería de inmediato, Regulus. Por favor. Snape, acompáñalo.
— Guardó algo en su bolsillo —agregó, fregándose la cara con una de sus mangas, dejando ver lo roja y escamada que estaba su cara.
Slughorn giró hacia Priscila. Ella seguía junto a la repisa, tragando grueso, pálida. Podría vomitar en cualquier instante. Lo hizo.
— ¡Potter! —chilló el profesor, asistiéndola.
James y Sirius también corrieron a ayudar. No se veía nada bien, e incluso se tambaleó hacia un lado, casi desmayándose. Sirius, sospechando y con cautela, metió la mano en los bolsillos de la falda de Priscila.
Estaba sentada, más tranquila, bebiendo agua mientras el resto de la clase juntaba y limpiaba todo en el salón como castigo, cuando Slughorn volvió a acercarse a ella.
— Potter, ¿podrías vaciar tus bolsillos?
— Ella no tiene porque…
— Potter, no se meta —respondió a James—. Black y tú pueden volver de inmediato a lo que hacían. Priscila, por favor.
— ¿Por favor? ¿Cuántas veces Regulus Black le ha hecho explotar los calderos a Priscila? ¿Cuántas veces han hecho algo con eso? En orden: MUCHAS Y NINGUNA —gritó Sirius.
— ¿Quieren otro castigo acaso? ¿Uno para toda la clase y TODO GRYFFINDOR?
Ninguno de los dos se movió del lugar, pero sí se quedaron en silencio.
— Está bien —murmuró Priscila, parándose.
En los bolsillos de la túnica no tenía nada; se la quitó. El suéter no tenía bolsillos; se lo quitó. En el único bolsillo de la camisa blanca tenía una goma de mascar sin abrir; no se quitó la camisa. Nerviosa, metió las manos en los bolsillos de su falda. En el derecho no había nada, en el izquierdo un sickle. Levantó sus ojos, encontrándose con los de Sirius. Tragó saliva y miró a Slughorn.
— Buscaba la goma de mascar cuando la poción de Regulus Black explotó —dijo poniendo todas sus fuerzas en no tartamudear. Aprovechó el momento para finalmente dejar salir el llanto que aguantaba hace rato—. Yo no hice nada. No fue mi culpa. No lastimaría a nadie. Por favor.
James, sin miedo, empujó a Slughorn con su hombro al pasar para abrazar a su hermana.
— No puedo creer que la hagan pasar por esto. Usted sabe muy bien cómo es Regulus Black. Como son todos ellos, y como tratan a la gente que no les gusta.
Slughorn asintió, cabizbajo. Después de disculparse con los Potter, dejó ir a toda la clase. Priscila se había saludo con la suya, pero aún le faltaba la parte final de su plan. Tenía que amenazar a Regulus Black. Pero eso le llevaría todo un día. Quería hacerlo cuando estuvieran solos en la biblioteca, antes o después de las tutorías. Pero el miércoles aún no había salido de la enfermería, incluso el jueves faltó a todas las clases. SEGUÍA EN ENFERMERÍA. Quizás se le había ido un poco de las manos.
Esa había sido su mejor clase de pociones. LA MEJOR. Pudo hacer todo por su cuenta, sin gritos, sin órdenes ni insultos. Fue una clase totalmente placentera. La tarde de ese mismo jueves, 22 de septiembre, fue a la enfermería con la excusa de pasarle los apuntes de la clase de pociones.
Madame Pomfrey le indicó la camilla al final de la enfermería. Regulus Black dormía; su piel ya no se veía tan mal, no debajo de los ungüentos, al menos. Movió un sillón y lo ubicó junto a la camilla. Se sentó y esperó con mucha paciencia. No iba a molestarlo, pobre.
Al abrir sus ojos, le costó reconocer lo que pasaba. La observó por un momento, hasta que ella le regaló una sonrisa, y él se sobresaltó.
— Hola —dijo, observándolo con su par de ojos grandes y redondos, sin pestañear y sin dejar de sonreír.
Se notaba que Regulus Black estaba exhausto. Debía sentirse realmente mal porque no hizo más que bufar y dejarse caer con la mirada puesta en el techo.
— ¿Qué quieres? ¿Te han enviado a disculparte antes de irte del colegio por haber atentado un homicidio? —Priscila se rio. Él la miró de reojo.
— No me expulsaron. No encontraron nada que pudiera inculparme de algo. Es gracioso, porque, hecho, tú tendrás que disculparte conmigo luego. Al igual que lo hizo Slughorn, por haberme hecho pasar un momento TAN feo.
— ¿Qué quieres, Potter?
— Llegar a un acuerdo.
Regulus se rio, aunque le causó algo dolor.
— No tienes idea de lo fuerte que es perseverancia. No te imaginas lo mal que puedo hacértela pasar —le dijo, sorprendiéndolo un poco—. Si no llegamos a un acuerdo, no solo voy a hacer de tu año un infierno, también voy a arruinarte la vida… Con lo fácil que es arruinarle la vida a la gente como tú. Ya no tenemos once años y ya no quiero soportarte más. No me interesa tu apellido de mierda, para mí, ni tu ni tu familia es nada. Un buen show como el que hice en las mazmorras los hundiría a todos ustedes. Puedo ser peor que tú. Que todos ustedes. Sé exactamente cómo salirme con la mía.
— Sabes muchas palabras, Potter. Pero no estás diciendo nada.
— Quiero que nos comportemos como dos personas en pociones. Solo eso. No quiero más insultos ni ser un adorno en la mesada. Merezco el puesto tanto como tú. Quiero pasar mis exámenes, terminar la escuela y no ver tu estúpida cara hinchada nunca más.
Regulus Black se quedó callado, completamente en silencio por unos minutos, mirándola con los ojos medio cerrados.
— La próxima vez que amenaces a alguien, no debes decirlo en voz alta o en un lugar público, Potter.
— Yo no te amenazaba. Es lo que haré si no aceptas mis términos. Te lo estoy avisando.
Regulus se rio, rindiéndose, sin creer que le diría que sí. Sabía que no llegaría a arruinar su vida como había dicho, pero sí sabía que podía ser un dolor de culo. Ya lo era, de hecho.
— Bien. Pero pondré reglas.
— Te escuchó.
— No hablaremos fuera del salón de pociones, y en el salón de pociones definitivamente no hablaremos de otra cosa que no sea pociones. No me tocaras, no me miraras y no chillaras como vives haciendo.
— Está bien.
— Y no le dirás a nadie. A nadie.
— ¿Qué nos llevamos bien?
— Y definitivamente no seré tu amigo.
— ¿NO? —preguntó con falsa sorpresa.
Priscila le sonrió y se levantó del sillón.
— Espero que te mejores. Te esperaremos con ansias en las tutorías de mañana, al igual que los veinticinco puntos que Slughorn va a restarte por intentar golpearme y romper todos los frascos de ingredientes. ¡Adiós!