
Its Nice to Have a Friend
Sabrina tensó su cara mientras cambiaba las vendas de las manos de Priscila. La crema que madame Pomfrey le había dado no parecía estar sirviendo de mucho. Las ampollas estaban grandes y amarillentas, parecía que explotarían con el mínimo roce, y la piel de alrededor estaba roja. Priscila se quejó, adolorida.
— Deberías ir a pedir otra cosa un poco más… eficaz.
Priscila hizo una mueca y levantó sus hombros. Ya estaba cansada de compartir meriendas con madame Pomfrey.
— O podríamos asesinar a Regulus Black.
— Eso sí sería eficaz.
— Deberían suspenderlo. Muchas veces se ha pasado, pero ahora…
— Esto fue un error —intervino. Sabrina viró los ojos, no la convencía para nada—. Él encendió las llamas cuando yo no estaba y, cuando volví a la mesada, agarré el caldero con ambas manos sin ningún tipo de protección.
— Priscila eso es…
— ¡YA SÉ QUE FUE A PROPOSITO! —estalló— Es Regulus Black. Sé que fue a propósito. Pero eso no quita que yo no me haya fijado.
— Detesto cuando vuelves aquí así. En serio. No entiendo por qué nadie hace nada. Podríamos hablar con Dumbledore, con otros estudiantes… Ámbar conoce un montón de gente. ¿Qué hay de tu hermano? ¿Qué dice James y por qué todavía no le partió la cara?
Priscila la observó a través del espejo sin decir nada. Tragó grueso.
— Sabrina, no quiero más problemas. ¿Sí?
— Si no haces nada tendrás más problemas.
— Y si hago también. Ya se cansará.
— ¿Cuándo?
— ¡Ay, por Merlín! Sus gritos se escuchan desde las escaleras —les dijo Ámbar entrando al dormitorio con una camiseta genérica del equipo de Quidditch de Gryffindor. Priscila y Sabrina entrecerraron sus ojos— ¿Aún no están listas? ¡Se hará tarde! ¡Vamos!
Priscila suspiró. Al menos el tema ‘‘Regulus Black’’ había acabado.
La famosa y clandestina fiesta de bienvenida James Potter y Sirius Black sería esa noche de sábado. Como no faltaba mucho para el comienzo de la temporada, eligieron la temática de Quidditch. En manos de Priscila cayó una camiseta azul con el número 7 y el apellido McDougal en la espalda. Era la camiseta de Sabrina, más bien conocida como la mejor guardiana de Quidditch que Ravenclaw había tenido en mucho tiempo.
Dejándose el bralette de encaje color blanco debajo, se puso la camiseta. Se miró en el espejo por un momento. Le quedaba larguísima, casi hasta las rodillas, pero no podía culpar a Sabrina y su metro ochenta y dos.
— ¿Qué tan horrenda me queda? Sean sinceras.
— Con una cola de caballo alta, media desordenada al frente, y un nudito en la camisa para hacer que te quede por debajo de los muslos se arregla todo —opinó Ámbar saltando al rescate de su imagen.
— Y eso que Hooch dijo que nunca te veríamos con el uniforme de Quidditch —se burló Sabrina, recordando la primera clase de vuelo, cuando la profesora no podía creer que fuera la hermana de James Potter y no tuviera ningún tipo de talento para el Quidditch... o volar.
— Deberíamos desfilar por el campo de deportes antes de ir a la fiesta —rieron e imitaron una pasarela frente al espejo de pie de Ámbar.
Para ahorrarle algún tipo de castigo extra -además de los trecientos que Slughorn ya le había puesto-, por primera vez, James le prestó a Priscila la capa de invisibilidad para poder llegar libremente hasta el salón de los menesteres en el séptimo piso del castillo. Ámbar y Sabrina habían asistido a cientos de fiestas en el castillo, pero aquella era la primera de Priscila, y le costaba ocultar la ansiedad que sentía. Se pararon frente a una pared de ladrillos, en la cual, después de un momento, apareció una puerta.
Entró tomada del brazo de Sabrina, asombrada con el lugar. Era enorme y habría más de cien personas allí, entre el humo y las luces con los colores de las cuatro casas. Ámbar las guiaba, saludando a todos con una gran sonrisa aunque no los conociera.
— Ey… bienvenidas —saludó James, abrazando a Sabrina y Priscila por los hombros—. ¿Ya tienen algo de beber?
— No. ¿Dónde…?
— Accio —dijo él, y tres botellas llegaron a sus manos—. La única regla es intentar no emborracharse, ya saben… así no nos descubren y podemos seguir con esto.
— ¿Y cómo le va a él? —señaló Priscila, sorbiendo un poco de aquel líquido amargo que le dejó un ardor medio placentero en la garganta.
— Peter no cuenta. ¿Qué te pasó en la mano?
— Me quemé ayer…
— Ah… sí —se rio—. Debiste escuchar como gritó.
— Buenas —apareció Sirius, sonriente y con los ojos medio achinados.
— Sirius, Hola —saludó Ámbar llegando hasta él, dándole dos besos en las mejillas. Priscila le sonrió sin mostrarle los dientes, encogida de hombros, se sentía algo extraña con lo que llevaba puesto y el cabello tan tirante. Sorbió, un trago largo. Intentaba no mirar como Sirius y Ámbar se susurraban cosas al oído, reían, como se miraban. Sorbió una vez más.
— ¡Potter! —gritaron, y fue James quien giró. Pero no reconoció a la rubia de pelo liso que lo llamaba— ¡Pri!
Notó como todos en aquella ronda se extrañaron. Incluso ella se había extrañado.
¿Quién la buscaba? ¿Por qué?
Zaira Greengrass.
— Me encanta esta canción, pero no conozco a nadie para bailar. ¡Ven! —chilló ignorándolos a todos, tirándole de la muñeca de la mano que tenía desocupada.
‘‘Amortentia del número 5’’ se llamaba la canción, era de un estilo pop, y a Priscila también le gustaba muchísimo. Bebió lo que restaba de la botella y se animó a bailar junto a Zaira.
‘‘caña, caña, caña… la cosa se pone ruda’’
— ¿Quién es…? La serpiente —señaló James con su cabeza, preguntándole a Sabrina.
— No estoy… No sé.
Sirius sí sabía quién era. Primero, por sus familias. Segundo, porque la había visto en pociones. Observaba tan ceñudo como James como abrían una segunda botella para compartir, riéndose, bailando. Probablemente, no habría reconocido a Priscila. Estaba distinta. De repente, una mano lo obligó a girar la cabeza. Era Ámbar, agarrándolo por la mejilla para besarlo.
Ámbar besaba a Sirius.
Sirius a Ámbar.
Le dolió. Le dolió solo un poco. En medio del pecho.
— Así que… entiendo por qué lo defendiste —le susurró Zaira al oído, riéndose.
— ¿Eh?
— Lo de boba no te queda bien con ese azul.
— Ja. Ella… tiene ese encaprichamiento hace tiempo. Finalmente… lo hizo. No me sorprende… Es Ámbar Davies.
Zaira la observó con gracia por un instante. Nada le podía importar menos que quién era Ámbar Davies. Aparentemente, una chica bonita y algo popular que no prestaba la atención suficiente para darse cuenta que su mejor amiga estaba enamorada de Sirius Black AKA el chico que besaba.
— Ey, Lil Pi —saludó Dorcas Meadowes sacándole la imagen mental— ¿Se conocen?
— Sí, por el Slug Club.
— ¡Oh, claro! ¡Las Eminencias! —exclamó haciendo una reverencia, provocando un par de risas. Pronto, Marlene McKinnon y Emmeline Vance se les habían unido al grupo. Al parecer, todas ellas se llevaban bien con Zaira Greengrass.
Después de casi tres botellas, Priscila, encontraba todo muy gracioso. Estar un poco ebria se sentía más liviano, un poco más tranquilo. Su cerebro y pensamientos estaban sedados.
— ¿Sirius no estuvo ayer con Rose de quinto?
— ¿Vamos a discutir con quiénes está Sirius? Tenemos para rato —le contestó Emmeline— Comenzando por Marlene —se burló.
— Ja. Ja.
— ¿Saliste con Sirius? —curioseó Priscila.
— Si se le puede llamar ‘‘salir’’ a estar con Sirius… Sí, hace dos años. Es un gran idiota desde entonces y hasta el final.
— Le rompió el corazón a Marlenita —murmuró Dorcas con los labios arrugados, limpiándose una lágrima falsa. Las tres rieron, golpeándose entre sí. Priscila se quedó a un lado, pensativa, acabándose la tercera botella.
— Fuck —susurró, intentando espabilarse. Dejó atrás a las chicas de séptimo y volvió con sus amigas, seguían en mismo lugar, solo que James se había ido y en su lugar estaba Remus Lupin cuidando de un ebrio Peter Pettigrew.
Impaciente, les dijo:
— ¿Vamos?
Sabrina la miró.
— ¿Te sentís mal? —preguntó llamándoles la atención a Sirius y Ámbar, que se separaron.
— No… Pero… Pero es la primera salida a Hogsmeade en la mañana.
— Pero esto recién empieza, Pri —se quejó Ámbar.
— Yo sí me voy. Y me llevaré a Peter conmigo —avisó Remus a Sirius, y se dirigió a Priscila—. Sal con nosotros.
— ¿Se quedarán? —Sabrina y Ámbar cruzaron miradas. Ninguna quería irse— Bien. Estoy… algo mareada. Yo me voy. Sirius, dale esto a James. Es lo que me prestó.
— Lo necesitarás…
— Soy prefecta. No lo necesito.
— Como quieras.
— Mhm.
Giró y caminó a la salida, dejando atrás a Remus y Peter.
Los pasillos estaban oscuros, pero cada tanto los relámpagos los iluminaban desde las ventanas. Se había largado una gran tormenta.
— ¡Potter! ¿Y esos celos? —preguntó Zaira, alcanzándola con un trote.
Priscila respondió con una mueca sin mucha gracia.
— No son celos. ¿No escuchaste lo que decían Marlene, Dorcas y Emmeline sobre Sirius?
— ¿Y?
— Ámbar es mi amiga.
— Y estás celosa.
— ¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres? —Zaira levantó los hombros.
— Admite que estás un poco molesta porque la besó y yo te daré una solución.
Impaciente, levantó una ceja.
— Si Filch nos encuentra, estaremos muertas.
— Ven. Sé cómo arreglar ese humor.
— ¡Ay! —se soltó.
— Lo siento. Olvidé las… quemaduras.
Subieron, subieron y subieron hasta llegar a la torre más alta. El salón de astronomía. Priscila la siguió por las escaleras caracol con curiosidad.
— Con esta tormenta, nadie nos escuchará.
— ¿Esto es un plan de Regulus Black para finalmente asesinarme?
Zaira dio una carcajada, negando.
— En Beauxbatons tenías que ser perfecto todo el tiempo. Era una presión absoluta. Muchas noches terminaba llorando por el estrés, hasta que encontré el lugar más alto y desierto del palacio donde podía desahogarme.
— ¿Cómo…?
— Gritando.
— ¿Gritando? —repitió incrédula.
Zaira asintió.
— ¿Quieres que grite porque Sirius besó a mi amiga y no a mí, cuando yo no hice ningún tipo de esfuerzo para que alguna vez me note?
— Eso es un avance de sinceridad —señaló.
— ¿O quieres que grite porque Regulus Black fue enviado a la Tierra con el labor de arruinarme la vida?
— Puedes gritar dos veces.
— O empujarte por el precipicio.
— Eres muy blandita para empujarme por el precipicio. Y sé defenderme, Potter.
— No me digas ‘‘Potter’’ —viró los ojos, cruzándose de brazos.
— Priscila.
— Gritaré. Pero no le encuentro ningún sentido.
— Creí que eras una artista. ¿El sentido es la regla? —Priscila la miró de reojo, estaban agarradas de la baranda, observando el cielo, mojándose las caras con las gotas gordas de la lluvia. Gritó; primero fue un grito débil, vergonzoso. Después se soltó, quebrándose la voz. Las dos gritaron al cielo grisáceo que parecía responderles con truenos feroces.
Priscila llegó a la Torre de Ravenclaw a las cuatro y media de la mañana. Sabrina y Ámbar saltaron del sillón de la sala común al verla pasar por la puerta.
— ¿¡Dónde estabas!?
— Me retrasé… ¿qué hacen…?
— La fiesta terminó.
— Hace una hora.
— Te estuvimos buscando. No sabíamos si te atrapó Filch, Black o no sé… ¡estábamos preocupadas!
— ¿Ah, sí? —levantó una ceja— Estuve con Zaira.
— ¿Zaira?
— ¿La chica de la fiesta?
— Sí. Zaira Greengrass.
— ¿En dónde?
Le causó gracia el interrogatorio.
— ¿Vamos a dormir? —preguntó entre risas, señalando las escaleras— A las ocho tenemos que estar en el patio para ser de los primeros grupos en ir a Hogsmeade.
— Iremos a las doce. Sirius y yo tendremos una cita.
— Y nosotras iremos a tomar algo con James, Remus y Peter.
— ¿Eh? ¿Por qué?
— Tengo un plan… —comentó Ámbar un poco sospechosa.
Molesta, pero sin ganas de discutir, subió por las escaleras detrás de sus amigas hacia los dormitorios de las chicas; hacia el que compartían las tres desde el primer año.
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