
Big Mouth
Su sala común le parecía el lugar más lindo del castillo, pero el segundo puesto definitivamente se lo llevaba el Gran Comedor con su techo tan original como realista. La primera mañana de clases, de 1972, unas nubes grises –que resplandecían seguidas de estruendos- avistaban una gran tormenta. Definitivamente sería un día gris, o el inicio de sus días grises.
Aquel año, la mesa de Slytherin estaba junto a la de Ravenclaw del lado izquierdo del Gran Comedor. Los estudiantes llegaban arrastrando sus pies, entre bostezos, tomaban asiento en sus respectivos lugares listos para devorar el desayuno. Priscila se había servido café con leche para beber mientras que para comer optó por varias cosas dulces, entre ellas, rolls de canela y cocoa y otros de calabaza con canela. Sus papilas gustativas danzaban en su boca con cada mordisco, todo estaba delicioso. Pero ella no olvidaba su verdadero objetivo de la mañana.
La noche anterior conoció al hermano menor de Sirius, Regulus Black, cuando fue llamado para la selección de casas. Quedó en Slytherin, seguro su familia estaría contenta con él, incluso podrían perdonar a Sirius u olvidar aquella situación. Priscila no perdería la oportunidad de tener un amigo genial, así como James, ella tendría a su propio Black de quien presumir con su familia. Rogaba que fuera así tal como Sirius. Lo que la mantenía con esperanza fueron la cantidad de aplausos que recibió cuando el sombrero seleccionador gritó ‘‘Slytherin’’. Tenía que ser un chico genial. Por eso los aplausos.
Lamió los restos de azúcar de sus dedos y tocó el hombro de Regulus Black. Que por ninguna casualidad justo estaba sentado de espaldas a ella. Anoche, viéndolo a una corta distancia, le había parecido idéntico a Sirius, pero, al girar la cabeza por encima de sus hombros, se dio cuenta de que no era así. Regulus Black era mucho más pálido que Sirius, su cabello caía sobre su frente, ondulado y oscuro -pero no negro-, sus narices sí que eran iguales, pero la de Regulus estaba salpicada de pecas, y, sobre esta, dos ojos verdes como el forro de la túnica de Slytherin, cubiertas por una capa gruesa de pestañas muy arqueadas. Por un momento, se le había ocurrido que hasta podría ser mucho más bonito que Sirius.
— Soy Priscila. Priscila Potter —dijo muy sonriente, estirando su mano para que él la estrechara al presentarse.
Eso no pasó. Regulus Black respondió con un intento de sonrisa y volvió a girar hacia su mesa.
Bonito, pero mal educado. La actitud del hermano de Sirius le había chocado, Priscila no esperaba que fuera grosero. Sirius podría ser charlatán y engreído, pero no le había parecido grosero. Bufó, y sin darle más importancia, ella también giró hacia su mesa. Agarró la taza de café con leche y sorbió de ésta, mientras Mel, su prefecta, se le acercaba al oído.
— No le hagas caso. A ninguno de ellos. Los Slytherin, ya te darás cuenta, se creen la gran cosa. Sobre todo los Black —viró los ojos, separándose—. Hay gente muchísimo mejor y más interesante, descuida.
Priscila frunció su ceño con duda.
— Yo conozco a Sirius Black y no es así. Es fantástico, divertido y… no es Slytherin —murmuró lo último, pensativa.
— Fantástico, divertido y… traidor —dijeron a sus espaldas, con burla. Era una voz gruesa, de hombre—. Una escoria.
Priscila giró lento su cabeza. Se trataba del chico de cabello rubio que estaba sentado junto a Regulus Black. Ella se limitó a mirarlo fijo mientras rompía un pedazo de roll de canela y se lo metía en la boca, esperaba que dijera algo más, de verdad tenía curiosidad por la familia de Sirius. Asumió que aquel chico era un Black. Él no dijo más nada, entonces Priscila subió los hombros medio incomoda y volvió a girar, haciéndole una mueca a Sabrina, su compañera de cuarto, restándole importancia al Slytherin, casi burlándose de él por haber intervenido.
Detrás, escuchó: «Lucius, es pequeña. Está en primero»
‘‘Lucius’’ acaba de ser reprochado por una chica de cabello castaño. Eso pareció molestarlo. Discutió con ella.
— Con más razón. Si su prefecta no les enseña cómo se hacen las cosas aquí, alguien más debe hacerlo.
Priscila observó a Mel, que viraba los ojos, pero no levantaba la cabeza del plato. Intentaba pasar desapercibida.
— Alguien debería enseñarles que estos inmundos no pueden dirigirse a noso...
— Pero es que no te hablaba a ti —intervino Priscila, convirtiéndose en la dueña del silencio que se formó a su alrededor—. A ninguno de todos ustedes. Yo hablaba con mi amiga cuando tú te metiste a cotillear sobre Sirius.
Todas las miradas de la mesa de Ravenclaw y Slytherin estaban sobre Priscila Potter, siquiera se oían las respiraciones, y ella lo supo. Debía callarse. Le sonrió sin mostrar los dientes, atemorizada porque los demás parecían estarlo. La mirada de Priscila se clavó en su plato, silenciosa, así como Mel, intentando desaparecer, cuando sintió una mano sobre su hombro. De reojo, con el corazón queriéndosele escapar por la boca, vio cómo su prefecto se levantaba.
— No la toques —amenazó Damon Scott, mirándolo fijamente.
— Simplemente quería preguntarle su nombre para así poder restarle puntos por faltarme el respeto de esa manera.
— Priscila Potter —respondió Regulus Black, riéndose.
Lucius dio una pequeña carcajada llena de ironía.
— Una traidora intentando darnos una lección, recuérdenlo.
Los Slytherin rieron.
— Okey… ¿Puedes sacarme los puntos así termino mi desayuno de una vez?
— ¡Potter! —regañó Damon Scott, negando aireadamente, rogando para que dejara de contestarle, supuso.
— Traidora inmunda —le gruñó una chica.
Se debía a eso. Ahora tenía algún tipo de sentido en su cabeza. Hasta ese momento nunca había conocido a alguien que pensara así, realmente existían.
— ¿En serio? —se rio, incrédula— Ahora ya entiendo por qué el sombrero no me puso en Slytherin, y cuál era su punto al resaltar la inteligencia, ahora, al escucharlos hablar así... creo que la inteligencia no es algo que vaya con su casa, ¿no?
El Gran Comedor, luego de una exclamación colectiva, se hundió en murmullos, todos estaban mirando, todos habían escuchado.
Se había pasado. Se había recontra pasado y Priscila lo sabía muy bien. Abrió la boca para disculparse cuando sus ojos bajaron a las manos de Lucius, que iban directo al interior de su túnica. Directo a su varita.
— ¿Malfoy? —habló Dumbledore, pues todos los profesores estaban allí. De repente no sintió más temor. Estaría protegida. Aunque las piernas no dejaban de temblarle.
Lucius Malfoy, con las manos y mandíbula apretada, volvió a mirarla directo a los ojos.
— 50 puntos menos para Ravenclaw —avisó y luego se inclinó, rozando las narices—. Deberías agradecer que nos encontremos en el gran comedor.
Asintió, sumisa del terror.
Al día siguiente, Priscila recibió una carta vociferadora de su madre. James la había delatado, pero, por suerte, estaba cerca de la puerta y pudo correr hasta el primer rincón vacío para escucharla. El sobre también iba acompañado de una carta escrita a mano, más calmada, de su padre, explicándole por qué no tenía que meterse con esos chicos. ¡Claro que lo sabía! ¡AHORA LO SABÍA!
Por otro lado, léase con ojos de corazón, Sirius Black le había dicho que estuvo bien en ponerlos en su lugar, guiñándole un ojo, pidiéndole confidencia en cuanto a no decirle a James ya que se enojaría con él por alentarla a provocar más problemas.
— No. No. NO —gritó Regulus Black aferrando su mano a la muñeca de Priscila con firmeza. Apretándola para que soltara los ingredientes de la poción.
Ella soltó un gemido de dolor casi inaudible, soltándose brusca del agarre. Las ramas de Valeriana volaron sobre las cabezas de todos en el salón, esparciéndose por el suelo y arruinando algunas pociones. Slughorn les llamó la atención por esto, regañándolos, pero nunca prestaron atención. Priscila tiraba de una de las manijas del caldero, Regulus de la otra; ella quería seguir las instrucciones del libro de Filtros y Pociones Mágicas y él las instrucciones del Libro de las Pociones. Cada receta era totalmente diferente, pero estaba confirmado que se obtenían los mismos resultados para una ‘‘Pócima para Dormir’’ perfecta.
Regulus Black soltó de repente la manija de su lado, provocando que Priscila cayera hacia atrás debido a la fuerza que estaba poniendo, llevándose todos los ingredientes de la mesada con ella hacia el suelo. Con la poca dignidad que le quedaba, intentando no cortarse con los vidrios de las botellitas rotas, se paró, limpiándose el moco de gusarajo que se le resbalaba por la cara con ambas manos y se las fregó en la túnica de Regulus.
— ¡BASTA!, ¡BASTA!, ¡BASTA! —gritó Slughorn, enfadado— Tendrán veinte puntos menos cada uno y por supuesto que les daré un castigo. Se quedarán después de clases a limpiar cada rincón de esta mazmorra. No creí que fueran tan imprudentes, qué pasaría si se tratara de otra poción… ¡de la poción de muertos en vida! ¿Eh?
— Ahorraríamos muchos problemas —murmuró Regulus, y Priscila volcó toda una botellita de ingrediente estándar al mortero dónde él había estado exprimiendo y moliendo sus propios ingredientes, provocando una pequeña explosión.
La cara de Slughorn estaba roja de la furia. Por un momento, los dos temieron que los descendiera del curso.
—Y cumplirán con un castigo extra que les proporcionará Filch.
— P-pe…
— NO —finalizó, haciendo aparecer trapeadores, baldes y todo lo que necesitarían para limpiar el salón.
No necesitó un minuto extra. Cuando todos sus compañeros se fueron del salón, Priscila rompió en llanto. Era la primera vez que la castigaban, y eso iría directo a su legajo.
— ¿No crees que es suficiente con este castigo que además tengo que escuchar tus lamentos, Potter? —lo miró por encima de su hombro, pero siguió trapeando sin contestar nada, sorbiendo su nariz cada tanto, escuchando bufidos sonoros de Regulus cada vez más seguidos.
Priscila había comenzado a levantar los ingredientes que podían salvarse del suelo, barriendo los vidrios e intentando separar la mugre.
— Debiste prestarme atención —agregó.
— Muerete.
Sintió un golpe en su espalda, algo líquido. Le había lanzado baba de aguijón de billywig.
— Eres muy maduro, ¿no?
— Con todos los ingredientes que te cayeron encima, creí que necesitarías un poco del antídoto. Quizás hasta te sirva hasta para arreglar el cabello de arpía que tienes.
Priscila arrugó sus cejas, no queriendo tocarse la cabeza, pero sí, unas gotas espesas comenzaban a caer al suelo. Regulus no habría calculado que ella se encontraba cerca del armario de los ingredientes o quizás la subestimó demasiado. Priscila agarró las bolsitas de bilis de armadillo y comenzó a lanzárselas con una puntería casi perfecta, como sí si fuera buena en los deportes. Lo verdaderamente asqueroso, fue cuando uno encontró la pus de bubotubérculo y el otro el estiércol de dragón, pero ninguno de los ingredientes terminaron sobre ellos sino sobre Severus Snape, que había sido enviado a vigilarlos.
— Váyanse —les ordenó entre dientes.