
The Cat Eye Sharp Enough to Kill a Man
Ese viernes, después de las tutorías, corrió a su dormitorio para arreglarse. Slughorn ofrecía la primera cena del año para su Slug Club. Por las noches, los pasillos de Hogwarts quedaban casi desiertos. Había reglas, a veces se cumplían o los prefectos que hacían rondas nocturnas las hacían cumplir. Unos pocos tenían excepciones.
No era tan tarde, pero a las ocho en punto, los zapatos de Priscila eran lo único que hacía eco por los adoquines del sexto piso. Las reuniones de las eminencias se llevaban a cabo en el despacho del profesor Slughorn y muy pocos tenían el privilegio de ser invitados. Aunque la puerta se encontrara cerrada, las conversaciones diversas y la música clásica escapaban del salón. No estaba bloqueada con llave ni ningún hechizo, pero antes de pasar, se alisó los pliegues del vestido color vino que llevaba puesto.
El despacho era amplio, y las decoraciones no habían cambiado nada desde el año anterior. Miró a su alrededor en busca de algún conocido. Como siempre, las risas provenían de parte de los Gryffindor y Hufflepuff que se proponían divertirse y disfrutar de la cena, sin prejuicios y miraditas, siempre hablando entre ellos y mezclándose. Los Ravenclaw, en cambio, conseguían hablar con los invitados especiales de Slughorn, intercambiando conversaciones intelectuales o debatiendo mientras revolean los ojos hacia atrás con cada escandalosa intervención del grupo anterior. Muchas veces, también terminan charlando o intercambiando miradas cómplices con los Slytherin menos antipáticos. Esas serpientes que no eligen quedarse frente al ventanal, cerrándose a todo aquel que pretendiera acercarse. Priscila había aprendido gracias a Sirius que desde pequeños sus padres los introducen y obligan a compartir con los descendientes de sus semejantes, a temprana edad ya forman sus grupos mediante fiestas elegantes y reuniones ostentosas de tradiciones que llevan impuestas desde el comienzo de los tiempos mágicos. Sirius no dejaba de quejarse de que se trataba de las mismas caras, los mismos genes y personalidades casi idénticas, algo tan monótono que ya sabía qué esperar. Sirius siempre había estado resentido con la vida que le había tocado, y si bien Priscila nunca supo toda la historia, era suficiente con lo que sí. Era demasiado nefasto para cualquiera, principalmente un niño de once años que fue rechazado por su familia. Una bandeja llena de copas con hidromiel flotó a su lado ofreciéndole una. Después de un sorbo, notó cuáles eran los cambios. Tenía muchos más cuadros y objetos firmados sobre sus repisas. No era secreto que Slughorn era un adulador de primera, que tenía como objetivo codearse con gente importante de todos los medios para su propia conveniencia. Estando en el colegio, si él veía alguna chispa en ti o tu familia la tuvo, por supuesto que serás invitado al Club Slug donde ambas partes quedan beneficiadas. El estudiante estrella conoce gente y Slughorn conoce al estudiante estrella en forma de un bucle que no acabaría mientras el profesor siguiera con vida.
Priscila reconoció la cabellera colorada de Lily Evans, una Gryffindor de séptimo y el más grande capricho amoroso de James. A Priscila le caía bien por el hecho de haber rechazado a su hermano una gran cantidad de veces, consiguiendo bajarle los humos de gloria al gran James Potter. Pero, no la conocía lo suficiente como para meterse en medio de la conversación que tenía con sus compañeros e interrumpir para saludarla. Para saludarla e inevitablemente quedara ahí. Dio otro sorbo, un poco más largo y se detuvo a observar cada uno de los suvenires.
— ¡La gran Priscila Potter! —exclamó Slughron acercándose a ella para darle la bienvenida— Sabes… las tutorías ya están dando sus frutos. Oh, tú y Black —lo señaló con su copa al otro lado del salón— sí que son extraordinarios.
Apretando los labios, tragándose la rabia hacia Regulus Black, asintió asomando una sonrisa. Lo miró. Él estaba de pie con una túnica negra de alta costura junto a Severus Snape, Priscila, frunció el ceño al notar que aunque los dos estaban junto a los otros Slytherin, no hablaban con ninguno, ni siquiera entre ellos. Solo compartían el espacio y el disgusto. A su lado, oyó un suspiro suave. Slughorn había girado hacia sus preciados tesoros.
— Algún día estarán aquí. Los dos. Lo sé.
— No creo que quepamos —murmuró irónicamente, imaginándose parada sobre el estante, y alguien dio una leve carcajada a su lado.
Esa chica rubia, de Slytherin, sí la había escuchado.
— ¿Completarás las frase?
— ¿Eh?
— Creí que dirías: ‘‘no creo que quepamos los dos’’ —agregó sorbiendo de su propia copa. Slughorn se alejaba abstraído para saludar a otro recién llegado que había captado su atención. La chica volvió a reír, Priscila, un poco nerviosa, se preguntaba por qué seguía ahí—. Los he visto casi matarse en pociones. No sería sorpresa que solo uno salga vivo, y me refiero a toda la clase.
¿Esa Slytherin bromeaba con ella y era simpática? No podía no sospechar de la situación.
— El que envenene al otro primero estará en la repisa.
— Bien… te cubro. Si primero envenenas a Slughorn. Si llego a escuchar una vez más lo grandiosa que era mi abuela, le daré un cabezazo a la repisa.
Soltó aire dramáticamente. Las dos rieron mirando a aquel retrato del jugador de Quidditch que las saludaba con una sonrisa.
— Por cierto, soy Zaira. Zaira Greengrass.
— Priscila Potter —respondió curiosa.
— Lo supuse cuando oí a Regulus: ‘‘PPPPPPPotter. Dejalo. Lo arruinarás. Idiota’’ —imitó casi a la perfección, con la nariz arrugada por el disgusto y todo—. Se nota a kilómetros que se odian, ¿por qué trabajan juntos?
— Idea de Slughorn.
— ¡Entonces sí lo envenenarás y no tendré que sentir culpa!
— ¿Por qué no te había visto antes? —preguntó de una vez, omitiendo la cantidad de veces que había propuesto acabar con la vida del profesor.
— Vine por el intercambio del último año. De Beauxbatons.
Priscila asintió con la boca en forma de ‘‘o’’, entendiendo por qué no seguía la regla de ser un Slytherin y odiar a Priscila Potter por órdenes implícitas del graduado Lucius Malfoy.
Bueno, en realidad, aquella orden valía para cada mestizo, mago hijo de muggles o traidor y no provenía de Lucius Malfoy específicamente. En realidad, no entendía realmente por qué le hablaba. Como si ser Slytherin significaba excluyentemente ser un separatista fóbico. Le sonrió con cautela.
El gran banquete apareció sobre la mesa ovalada, ubicada en medio del salón, y Slughorn no tardó en indicar que se sentaran. Por suerte, cada uno podía elegir su sitio. Se apresuró para tomar asiento junto a Lily Evans, y a su otro lado se sentó Zaira Greengrass. Frente a ella, sin tanta suerte, estaba Regulus Black. Nunca podría librarse de él y sus estúpidos ojos verdes. Sus ojos verdes que le habían llamado la atención… Esa noche brillaban.
Perspicaz, casi susurrando, le preguntó a Lily:
— ¿Por qué no vino Sirius?
— No fue invitado —respondió de la misma manera, imitando la mirada fugaz que Priscila le hizo a Regulus Black—. Pero James tampoco y tú sí, quizás no tiene que ver con los apellidos o sus familias sino que con las pociones. Como yo, o como Severus.
Tenía sentido, pero Priscila se permitió dudar.
Después del plato principal, que iba acompañado de preguntas sobre familiares o futuros, llegó el postre. Como parte de algún chiste, cuando Priscila se comió la cereza que decoraba la torre de helado, Regulus Black habló. De manera tal que la hizo cuestionarse si la habría escuchado cuando habló con Lily, aclaró las dudas sobre Sirius. Alardeó y se rio del motivo por el que no había sido invitado siendo un Black, con lo que significaba llevar ese apellido en el mundo mágico, observó a Priscila con un asomo de sonrisa maliciosa mientras él se comía su propia cereza, disfrutando más de la reacción de Priscila que del sabor dulce del fruto.
— Así que… ¿lo que tu mamá teme es que el gran traidor de la familia se convierta también en el mago más exitoso y prometedor? —preguntó con falsa curiosidad, metiéndose una gran cucharada de helado de vainilla en la boca sin dejar de mirarlo con sus grandes ojos.
El despacho del profesor se había sumido en el silencio. Todas las miradas estaban puestas sobre ellos. Slughorn no pudo evitar que se le escapara una sonrisa, que borró rápidamente al ver a Regulus meter una mano por debajo de la mesa.
— MI… AU —susurró Zaira como felino, flexionando los codos sobre la mesa, apoyando su boca en sus manos juntas.
— Si no fueras una más de las estúpidas niñitas enamoradas de mi hermano, te darías cuenta que es más estúpido que un troll, Potter. Lo que no queremos, es arruinar el precioso linaje honorifico de los Black.
— Bueno, Regulus, aunque un poco más insultante de lo que yo diría, tiene un punto. El mayor de los hermanos Black era el menos prometedor —comentó Slughorn, intentando que Regulus no subiera la varita. Lo que no sabía, lo que Regulus Black hacía debajo de la mesa, oculto, era tocar sus dedos, jugar con los anillos, apretar las manos. Lo necesario para distraer la inquietud.
Algunos se rieron, pero la tensión del ambiente crecía, llena de murmullos y miradas temerosas.
— ¿Quién quiere más helado?
Le dio bronca no poder seguir defendiendo a Sirius. Porque era verdad, Sirius apestaba en casi todas las asignaturas. No por ser un burro, sino por desinteresado por vago. Si tan solo pusiera el mismo esfuerzo que con sus bromas… Ella sabía lo grandioso que era, o que podía ser.
Frente a ella, los cascabeles sonaban. Estaría en problemas.
¿¡Por qué no podía mantener la boca cerrada!?
— ¡Potter! —llamó Slughorn cuando ya todos estaban yéndose. No mucho después del postre.
Ella se detuvo, aquello había sonado a regaño.
— Ten. Encanté la caja para que no se derrita —le había obsequiado un poco del helado sobrante. Esperó con un poco de impaciencia a que los dos alumnos rezagados tomaran sus abrigos y se alejaran para decir: —. Te daré 20 puntos. 20 puntos para Ravenclaw.
Fue una sorpresa.
— ¿Por qué…?
— Defender a Sirius fue un gesto digno de tu parte. Honorifico.
— Bueno, él es…
— Todos deberían tratar al inferior como les gustaría que lo trate su superior —agregó.
— ¿Qué? Eso…
— Mira la hora. Deberías ir antes que Filch se ponga como loco…
Durante todo el camino hacia la Torre de Ravenclaw, además de perseguirse con que los Slytherin le pisaban los talones, no dejó de pensar en aquel comentario. Definitivamente ella no se sentía superior a Sirius, ni lo sentía a él inferior a nadie. Con nadie. Menos siendo todos estudiantes, aprendices. Era injusto. Sabrina y Ambar, comiéndose el helado a grandes cucharadas, tuvieron que escucharla toda la noche haciendo catarsis sobre eso.