
La Venganza del Lago Negro
Regulus Black decidió aparecer en la biblioteca recién al tercer día de las tutorías. Media hora más tarde y con su típico mal humor sobrado. Estaba ahí, ayudaría; se repetía Priscila para reconfortarse. Pero, quizás, los días anteriores no lo había delatado porque prefería hacerlo por su cuenta. De esa forma podía controlar la situación a su manera. Regulus Black no llevaba más que problemas y caos.
Ese miércoles, tendrían a su cargo a doce estudiantes de distintas casas, algunos eran de primer año y otros de segundo. Al llegar, Regulus Black, observó con cautela a cada uno de ellos, entrecerrando sus ojos, con el ceño medio fruncido, incluso a los que pertenecían a su propia casa. Después de dar un discurso tan absurdo como discriminador, lanzándoles algunos improperios a los que no eran ‘‘sangre pura’’ y a los que pertenecían a familias ‘‘traidoras’’. Sí, a Priscila incluida. Intentó mangonear por un rato con aires de superioridad hasta que terminó por separar a los dos Slytherin del grupo y al Ravenclaw que cumplía con sus requisitos. Solo les daría clases a ellos tres, los nueve restantes quedarían en manos las manos manchadas de Priscila Potter.
No. Eso tampoco se lo dijo a Slughorn. Quería hacerlo para defender la dignidad y el orgullo de los pobres niños que habían sufrido los insultos de aquel fascista, pero eso solo significaba más problemas para ella, y estaba muy exhausta como para afrontarlo en ese momento. Prefirió consolarlos e insultarlo por lo bajo, además de burlarse de Regulus Black con ellos mientras aprendían el encantamiento leviosa.
Al principio, y estando cada uno en su punta de la mesa, todo estuvo bien. Tranquilo. Hasta que ya no. La señora Pince terminó regañando a Priscila tres veces, amenazando con echarlos a todos de la biblioteca. Todo por culpa de Regulus, que -principalmente- se ocupaba de ponerla de los nervios. Creyó que terminaría por desinflarse de la cantidad de veces que había soltado aire por la boca o bufado por la nariz, resistiéndose a no partirle el libro de ‘‘Filtros y pociones mágicas’’ en medio de la cabeza.
Esa misma noche, en su dormitorio, mientras hablaba con Ambar de la fiesta de Quidditch que organizarían los chicos del último año de Gryffindor, Sabrina notó que algo oscuro chorreaba del morral color ciruela de Priscila. Era tinta negra. Ella no usaba tinta negra, sino azul, y siempre se aseguraba por demás que quedaba bien cerrada. De hecho, su tinta azul, ahora teñida de negro, estaba en perfectas condiciones. El resto de sus cosas… no. Todo estaba manchado con tinta negra. Sus cuadernos, los libros, sus plumas, las golosinas que llevaba. Absolutamente todo estaba arruinado.
Si bien no había nada que lo señalara, no le quedaban dudas de quién era el culpable.
:・゚ ✧ :・. ☽ ˚。・゚ ✧: ・. :
El jueves, después de otra clase infernal de pociones avanzadas junto a Regulus Black, subió hasta el tercer piso del castillo, caminaba lento y arrastrando los pies hacia el aula 3C. Hufflepuff y Slytherin cursaban juntos Defensa Contra las Artes Oscuras. La túnica azul de Priscila sobresalía entre las amarillas y verdes. Era la única Ravenclaw por obvias razones.
Zev Sawski era el profesor que había aceptado el puesto como profesor de la asignatura ese año. Cada año, un profesor nuevo, y cada vez se hacía más clara la incompetencia o la falta de experiencia o el terror que daba la maldición de los profesores de las Artes Oscuras en Hogwarts. Priscila consideraba a Sawski el mejor que habían tenido hasta el momento. Él se había presentado como un historiador por lo que no era extraño que le diera más importancia a la teoría y que sus clases se basaran en largas explicaciones orales y relatos fantásticos. A la mayoría de sus compañeros mucho no les interesaba. Ellos querían acción, practica, lanzar conjuros y algunas maldiciones, al contrario de Priscila, que estaba muy contenta.
Todos se sentaron en los lugares que les eran usuales desde que el curso había comenzado. Y, como no, Priscila y Regulus estaban en la primera fila. Sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, el curso estaba listo para comenzar a tomar apuntes cuando el profesor los sorprendió.
— Pueden guardar los útiles. Hoy será una clase práctica. Solo quédense con sus varitas en mano y levántense, por favor.
Con un movimiento rápido de su propia varita, movió todos los bancos y las sillas hacia un lado, dejando un espacio libre y abierto.
— Potter, ¿podría ayudarme?
Todas las cabezas giraron al final del salón, dónde Priscila pretendía esconderse. Colorada como un tomate, pasó entre sus compañeros, escuchando risas y murmullos por parte de la mayoría de las serpientes. El año anterior, Slytherin y Ravenclaw habían compartido curso. Así que cada persona allí sabía lo mucho que apestaba en Defensa Contra las Artes Oscuras. Muchos rumores se habían corrido sobre cómo obtuvo un ‘‘Aceptable’’ en el examen final, algunos más terribles que otros; el más famoso y el que más le molestaba: aprobó por lástima.
Junto al profesor Sawski había un cajón grande y antiguo de madera que sacudió brusco de repente. Priscila se hizo hacia atrás, arrugando los labios. El profesor rio divertido, no burlándose, pero rozándolo.
— No hay por qué preocuparse —le aseguró con tranquilidad, y miró al resto de la clase, que aunque intentaran disimularlo, estaban atentos y cautelosos con lo que pasaba dentro de la caja—. Les traje un boggart.
Genial; pensó Priscila.
Sabía lo que era un boggart, y deseaba no tener que hacer ninguna demostración ante los estúpidos de la clase.
— A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados, bien. ¿Sabes lo que es un boggart?
Tragó, nerviosa, y asintió.
— Un cambiaformas —Priscila intentó sonar lo más segura que podía, no tartamudear. Sawski hizo un leve movimiento con la cabeza, mirándola fijo—. Toma la forma del mayor temor de la persona que tenga en frente.
— Exacto. El que está ahí, todavía no tiene forma alguna y nadie sabe cuál es su forma cuando está solo. Hay teorías, pero nada certero. Cuando lo deje salir, se convertirá rápidamente en el miedo de la persona que tenga al otro lado. Al ser una clase numerosa, un grupo de personas, tardará en adoptar una forma, así es la mejor forma de atraparlo. El hechizo para hacerlo es muy sencillo, de hecho. Es la risa. Lo convertimos en una versión graciosa de la forma que adopta. Repitan: ¡Riddíkulo!
— ¡Riddíkulo! —dijeron todos a la vez.
El cajón tembló una vez más capturando todas las miradas.
— Perfecto. Ahora, subiremos el nivel de dificultad.
Ay, no.
Ay, sí.
— Potter, ¿te molestaría ponerte justo frente al…? —dejó de hablar, levantando su vista al sitio de dónde había provenido una sutil carcajada— ¡Black! Ven.
Lamentándose, caminó al frente. Alzó pocos milímetros su cabeza para mirar a los ojos al profesor Sawski, era tan alto como él.
Priscila dio unos pasos hacia atrás, indicada por las manos del profesor.
— ¿Qué es a lo que más le temes? —Regulus no dijo nada y tampoco le quitó los ojos de los suyos, pero Sawski no se intimidaba. Para nada. Incluso sonrió— ¿Eres así de rudo? —amenazó, abriendo el cajón sin dar pistas de que lo haría.
Una mujer salió de él; llevaba un sombrero enorme de color negro y una túnica del mismo color, lo que más resaltaba eran las joyas doradas casi cegadoras. Regulus se tensó, palidecido, mientras la mujer gritaba descontroladamente, furiosa y violenta, moviendo sus manos en un intento de arañar o arrancar. Fue tan solo un segundo y estaba de espaldas a ella, pero Regulus Black realmente se había helado al verla, costándole subir su varita y costándole conjurar:
— ¡Riddíkulo!
Aquel gran sombrero se hizo de goma, cubriéndola hasta los pies, envolviéndola y amasándola hasta dejarla con la forma de una pelota negra que rebotó por todo el salón. Golpeó a Priscila, marcándola como su nueva víctima. El boggart tomó la peculiar forma de un paisaje del castillo de Hogwarts.
Regulus Black estaba llegando a la puerta del salón dispuesto a irse de la clase, furioso y un poco humillado, cuando escuchó un golpe seco en el suelo y exclamaciones. Giró la cabeza por encima de su hombro por reflejo de su cuerpo; primero vio el lago negro congelado flotando sobre el cuerpo inconsciente de Priscila Potter. Su corazón latió arrítmicamente, dio un golpe a la puerta, escapando de allí.
Era el 15 de enero de 1972. La mayoría de los alumnos de Hogwarts se dirigían a su salida semanal de Hogsmeade. Más no Priscila Potter, porque estaba en su primer año y los dos primeros cursos del colegio no tenían autorizadas las salidas. Sabrina y Ambar se habían encerrado en la biblioteca para terminar la tarea de pociones que Priscila ya había acabado. Entonces, por su cuenta, decidió ir a patinar en el lago negro, que se encontraba congelado debido al invierno.
Entró rápidamente en calor, luego de ir de acá para allá y animarse a hacer algunos saltos. Todas las capas de ropa que se había puesto no tardaron en quedar al otro lado del lago, en el suelo, junto a sus demás pertenencias como el morral, sus zapatillas y la varita. Se cayó un par de veces intentando girar o agacharse, pero no había nadie cerca que pudiera reírse más que ella misma.
Para su mala suerte, no notó que un grupo de serpientes se acercaba. Liderados por Lucius Malfoy, también llevaban a sus dos nuevas inquisiciones: Severus Snape y Regulus Black.
— ¡Pretificus Totalus! —exclamó Malfoy, apuntando a Priscila con su varita.
Sobresaltada, sintió como cada una de sus extremidades se congelaba. Al caer, creyó que su cuerpo iba a romperse en miles de pedazos al chocar contra el suelo. Así como un vidrio finito y de cristal, así se sentía. Incluso su boca se había paralizado. No podía pedir ayuda. Ni siquiera sus ojos obedecían las órdenes de su cerebro. Tiesa.
Se trataba de los mismos seis que gozan del pánico y dolor de la gente, los que la habían elegido como punto desde que enfrentó a Lucius Malfoy en el Gran Comedor. Aunque ninguna de las cosas que habían hecho, que eran muchas, como explosiones repentinas, maleficios que la dejaban por horas en la enfermería, amenazas, ninguna fue como la venganza del lago negro. Las risas de aquel grupo sonarían como eco a lo largo de toda su vida, provocándole escalofríos, palpitaciones, TERROR.
— ¿Estas son tus cosas, pedazo de aberración, eh, inmunda?
— No creo que las necesite por mucho tiempo más —comentó otra voz, varonil; gruesa y rasposa.
Lucius Malfoy volvió a reír.
— Ay, traidora… —suspiró Malfoy—. No debes dejar tu varita desprotegida. Deberías aprender a ser una buena bruja, deberías de no haberte juntado con los repugnantes traidores y sangres-sucia que te derriten el cerebro y lo envenenan —parloteó.
— ¿Qué deberíamos hacer con ella, Malfoy?
— Puedes empezar por romper su varita.
Negó.
Después de un momento silencioso de análisis, levantó su brazo para impulsar el tiro. Priscila vio por encima de sus ojos como la varita volaba en dirección al bosque prohibido.
— Ahora la inteligencia no te servirá de nada.
— Espera, Malfoy… Creo… creo que está diciendo que quiere nadar.
— Qué valiente... ¿Nadar con este frío, Traidora? Tus deseos son órdenes —y el pisó tembló, abriéndose un hueco por debajo de su cuerpo. Priscila volvió a caer. Esa vez sumergiéndose en las heladas e infinitas profundidades del lago negro; no se sentía mojada, sentía que le quemaba.
— ¡Qué… Qué hiciste! —exclamó Regulus Black, nervioso.
Con algo que mezclaba la burla, la desconfianza y la confusión, todos los Slytherin lo miraron.
— Pero qué dices… si fue un accidente.
Él sabía que los traidores de la sangre debían sufrir las consecuencias de sus actos, que debían pagar por tal grado de deshonra. Pero Regulus Black no estaba tan seguro de que aquella fuera la manera. Priscila Potter no podía pagar el precio por su familia. Su sangre era tan pura y limpia como la suya, como la de Lucius Malfoy. Aún podía entrar en razón.
Algo dentro de él gritaba que debía accionar. Que tenía que hacer algo.
No quería ser un asesino.
Desesperado, ignorando lo que le harían a él si se llegaran a enterar, corrió hacia las puertas castillo. Buscaría ayuda, jurando que cubriría a los suyos aun haciéndolo, la lealtad para su familia, para la gente como él, era lo más preciado. Las lágrimas le caían por la mejilla, no había nadie cerca y el tiempo no era infinito.
Como cosa del destino, se chocó con su hermano. Sirius Black lo frenó de los hombros, zamarreándolo con preocupación. Él no podía hablar, el nudo en su garganta no lo dejaba. Pero dos palabras clave fueron suficientes para Sirius: ‘‘Potter’’ y ‘‘Lago’’.
Sirius Black fue rápido y valiente, Regulus Black fue detrás. No dudo ni un segundo al ver aquel morral morado que él mismo había subido al expreso de Hogwarts. Con los brazos juntos sobre su cabeza, se lanzó al lago negro por el mismo hueco que ella cayó. El calamar gigante tenía atrapado el cuerpo inmóvil e inconsciente entre sus tentáculos, la subía a la superficie.
Regulus Black, desde el hielo, esperaba impaciente hasta que alzó la vista. Se encontró con las miradas decepcionadas y severas de los Slytherin. Estaba muerto.
:・゚ ✧ :・. ☽ ˚。・゚ ✧: ・. :
Priscila Potter despertó dos días después; su piel seguía pálida, con algunas quemaduras por el frío y moretones medianos. Le dolía el cuerpo, los músculos, incluso los órganos. Se quejó, llamando la atención de madame Pomfrey y la de James; su hermano dormía acurrucado sobre un sillón junto a la cama.
— ¡Pri! —exclamó James, dando un salto hacia la cama.
— Hola, querida. ¿Cómo te sientes?
No fue capaz de responderle más que con sonidos guturales de dolor, cerrando los ojos con fuerza, negando con la cabeza. Nada bien.
— ¿Recuerdas qué te pasó? —la miró— Te caíste al lago. Patinabas y el hielo se quebró. Tienes suerte que uno de tus compañeros estaba allí para pedir ayuda.
El cuento de Regulus Black.
— Iré a llamar a papá y a mamá. Están aquí. Bueno… no aquí —intentó bromear—. Están en la oficina de Dumbledore, hablando con él.
Ambas lo observaron irse de la enfermería. Priscila suspiró, intentando sentarse para aceptar el té que madame Pomfrey le ofrecía junto a varias píldoras.
— Oh, tengo esto para ti —agregó metiendo sus manos en el bolsillo del guardapolvo blanco—. Ayer el joven Black estuvo aquí, dijo que encontró tu varita cerca del lago y muy amablemente la devolvió. Habrá que avisarle que ya despertaste, ¿verdad?
Por un momento, creyó que Pomfrey hablaba de Sirius. Que él había ido a verla, que se preocupó por cómo estaba. Pero Sirius no sabría lo de la varita. ¿Era posible que el maleducado de Regulus Black tuviera una chispa de decencia en su cuerpo? ¿De culpa?
Soltó aire, mientras que un grito la sacó de los pensamientos intrusivos. Sirius Black se había enterado que despertó, llevándole de contrabando café con leche y rolls de canela.