Judas

Harry Potter - J. K. Rowling
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Pociones #1

La noche del seis de septiembre Priscila no pudo pegar un ojo. La mañana siguiente tendría su primera clase de pociones avanzadas. Creyó que nadie saldría vivo del salón al ver que los cursos con los que compartiría el resto de sus clases serían Gryffindor y Slytherin. Cuando llegó, las túnicas verdes y escarlatas ya se mezclaban por los pasillos de las mazmorras. Se achicó en el lugar, observando el perímetro. Rápidamente visualizó a James, Sirius y Remus. Caminó apurada. Les sonrió, pero ellos no. Parecían algo confundidos.

— Te has equivocado —señaló James, con el ceño fruncido.

Priscila, aun tragándose el orgullo, apretó los labios y negó. Él y Sirius cruzaron sus miradas, cuando ella agregó:

— Ahora tengo pociones.

— ¿Nos equivocamos nosotros? —preguntó prendidísimo, buscando a Remus, que negó muy seguro.

— No. Cursaré con ustedes. Slughorn me adelantó… —alargó la última palabra al verlo apoyado contra la pared, lo rodeaban las otras serpientes, Sirius y James voltearon a ver sin pena alguna porque Priscila había dejado de hablar, quedando totalmente helada.

— ¿Pri?

— ¿Qué hace aquí?

— Me… Slughorn… nos adelantó un año. Tomaré, tomaremos pociones avanzadas —finalizó, y ellos volvieron la atención a Priscila, ignorando completamente al hermano de Sirius.  

— ¡Claro que sí! —exclamó Sirius, como si realmente creyera que era muy buena en la asignatura, como que era lógico que la hubieran avanzado, y la abrazó.

Increíblemente, después de tantos años, seguía sintiendo los mismos nervios al tocar a Sirius. Lo alejó, riendo. Tenía que mantener el eje. Intentó ocultar su rostro colorado mirando al suelo, pero las felicitaciones seguían llegándole a los oídos.

— ¿Hablas en serio? Felicidades, engendro —dijo James con sorpresa.

Remus también la felicitó, y luego le preguntó si ya había conseguido un tutor de D.C.A.O. porque él ya no podría ayudarla. Al igual que James y Sirius, Remus, estaba en último año, era de entender que estaba muy ocupado.  

La respuesta fue un rotundo ‘‘no’’. Aún no conseguía a nadie que le pareciera calificado para hacerlo. Aprobó el examen del año pasado por pura suerte, y ahora, el primer día, le fue terrible. Pero no podía hacerse problemas por eso, no en ese momento en el que seguía medio boba y encantada por la confianza que Sirius expresó, por el abrazo, por su aroma a uva mezclado con asquerosos cigarrillos… hasta que Slughorn arruinó toda la magia.

— ¡Potter!, ¡Black! —llamó, asomándose por la puerta, dándose cuenta de su error cuando James y Sirius levantaron sus cabezas entre la gente— Lo siento. Me refiero a Priscila Potter y Regulus Black. Vengan. Pasen.

Finalmente, comprendió por qué había compartido absolutamente todas las asignaturas del día con Regulus Black, y que cada día de aquel año sería igual. Los dos tuvieron aquel cambio repentino de horarios debido a pociones avanzadas y además seguirían la misma carrera al salir de Hogwarts.  

De un lado, entre las serpientes, caminaba Regulus. Del otro, entre los leones, iba Priscila. Ambos enfrentándose en la puerta del salón. Ella le sonrió con burla, sin miedo a sostenerle la mirada, él no se inmutó para nada, pero sus ojeras parecían un poco más marcadas, con sus ojos verdes que eran más oscuros y aterradores que cualquier tipo de mueca que pudiera hacer.

Priscila se rio por lo bajo cuando Slughorn cerró la puerta detrás de sus espaldas. Se sentía segura en ese sitio; respaldada por el profesor, por su hermano y Sirius.

— ¿Te retractaste, Regulus Black? —susurró.

Priscila no tenía intenciones de provocarlo, pero un poco sí, en lo más profundo de su alma. Lo detestaba, necesitaba ponerlo de los nervios aunque le jugara una mala pasada. Las pequeñas motas de adrenalina le hacían bien. Cuando lo enfrentaba, se sentía tan viva como aquella primera mañana en Hogwarts, esa vez en la que Lucius Malfoy casi le lanza una maldición imperdonable en el Gran Comedor.  Volvió a mirarlo, notando en su boca como mordía el interior de sus mejillas, reservándose las agresiones, entonces le sonrió. Luego, cada uno buscó lugar, uno muy alejado del otro, sin imaginarse lo que se venía. Slughorn les había ocultado detalles de su GRAN OPORTUNIDAD.

— Priscila, siéntate allí —su gesto no debió ser muy discreto, porque agregó:—. Sí, junto a Regulus.

Giró, arrastrando su orgullo y dignidad hacia la silla vacía.

— Quería comentar algunos asuntos de la materia con ustedes dos antes de comenzar la clase. Antes de hacer pasar el resto —se rio, porque ya sabía que discutirían su no-propuesta. 

Astuto, en la reunión del día anterior no se los dijo porque sabía que entonces se negarían, no tomarían pociones avanzadas por sus diferencias. Pero ya estaban ahí, todo se había modificado a la disposición de ambos, ya no tendrían opciones.

— Para hacerlo rápido, y no perder más tiempo, en resumen…

Estaba haciéndolo muy lento, con mucha cautela. Regulus y Priscila lo miraban con impaciencia, como si estar sentados uno al lado del otro hiciera que se repelieran.

— Trabajarán juntos. Serán equipo. Eso sig… —lo interrumpieron con muchas quejas, algunos insultos— Es hasta que se acostumbren al resto de la clase. Entiendan.

No querían entender su punto. Querían destrozarlo.

— Entiendan que se saltearon todo un año. Y… y…

Slughorn agarró un libro pesado y lo dejó caer sobre la mesa, obligándolos a callar.

— Y una vez a la semana, otro de mis mejores estudiantes, pero del séptimo año, Severus Snape —Priscila dejó salir una queja entre sus labios, y el profesor le lanzó una mirada severa—. Severus Snape los supervisará al practicar las pociones del sexto año. Sugeriría que arreglen sus asuntos, porque pasaran mucho tiempo juntos. Ustedes dos. 

— ¿Usted sabe de lo que está hablando? ¿Quién es él? —gritó, alterada. Regulus se rio, sarcástico— Ha estado presente cuando, junto a sus amiguitos, él…

— No trabajaré con una traidora —interrumpió poniendo una de sus manos frente a los ojos de Priscila.

Ella le pegó, bajándola.

— ¡¿LO VE?!

— Regulus —regañó—. No quisiera sacarte puntos.

Luego los observó, sereno, en silencio. El profesor tenía una decisión tomada. Si se negaban, adiós a pociones avanzadas. Después de un momento de análisis y debatirse a sí misma, soltó aire, Priscila se había rendido. Estaba dispuesta si eso significaba alcanzar sus metas. Eran lo bastante mayores como para pasar UNA materia sin conflictos. O eso creía ella.

— Bien. Solo si él promete no poner más polvos explosivos en mis pociones.

— No lo hará, ¿saben por qué?

¿Había más? Se preguntaron entre quejas silenciosas.

Había más.

— Las primeras notas dependerán del otro. El trabajo es de dos, entonces la nota se comparte. Serán compañeros. Piénsenlo como un juramento inquebrantable.

Los dos, como los compañeros de pociones que eran, se espantaron.

— Eso sí que es injusto —rebatió Priscila, dejando caer la silla al suelo cuando se levantó bruscamente.  

— Prefiero tratar con mandrágoras sin orejeras antes que 'depender' de una traidora como Potter.

— Si eran los mejores por separado, imagínense juntos. Muero por ver lo que lograrán. ¡UY! Son las nueve en punto, tomen asiento —ordenó ignorándoles las quejas una vez más, caminando hacia la puerta, dejándolos con las palabras cayendo al vacío.

Le siguieron los pasos, casi dislocando sus cuellos. Antes de abrir la puerta, les lanzó una última mirada, levantando sus hombros. Estaba decidido y no cambiaría bajo ningún término las condiciones. No habría debate alguno.

Priscila se sentó, lamentándose con la cabeza metida entre sus brazos, escuchando los murmullos de sus nuevos compañeros de clase que se hacían presentes en el salón. Sintió que la silla a su lado se ocupaba, tratándose de Regulus Black. También se había rendido ante sus propias metas, quejándose por lo bajo, severamente, medio agresivo. Un nuevo escalofrío le recorrió el cuerpo, sentía las miradas sobre su nuca. Al girar la cabeza por encima de su hombro, vio que todos mantenían sus ojos fijos en ellos dos. Regulus Black no se quedaba atrás. Sentía lo mismo que ella. Se encogía de hombros, intentaba ocultarse. Priscila tomó la oportunidad para demostrarle quién llevaría las riendas del dúo saludando muy energética a quienes conocía. Y era a casi todos, porque era la maldita hermana de James Potter.

Desde su mesada, al otro lado del salón, James le hacía muecas. Quería saber qué hacía junto a Regulus Black, y si tan solo ella pudiera encontrar una respuesta que sonara lógica, y no lo poco que Slughorn les había explicado sobre sus planes, se lo respondería con gusto. James y Sirius incluso señalaban el asiento vacío a su lado, Priscila, supuso que era el lugar de Peter Pettigrew que aún no llegaba, pero tuvo que negarse. 

Tutorías, clases, ‘‘equipo’’ y mesada. Con tan solo pensarlo le entraban nauseas. Se rio de sí misma por pensar, siquiera por un momento, que sería un buen año. Mantenía la esperanza de que se limitara a eso, a las pequeñas interacciones que tendrían debido a pociones y nada más.

Slughorn acalló los murmullos al hablar.

— Se preguntarán qué hacen los menores Black y Potter aquí —dijo, señalándolos—. Tengo el honor de decir que se debe a que ambos sobresalen en mis clases y pasaron los exámenes con las notas máximas, y, por eso, los adelantamos un curso. Tomarán las clases de pociones con ustedes. Saquen los libros.

James miró a su hermana con una sonrisa ancha de orgullo, levantándole los pulgares. Las emociones dieron vuelcos dentro de Priscila, él nunca había hecho algo así, algo que demostrara que no solo se trataba de James y sus logros, que ella también valía, que tenía todo su apoyo. Sonrió tímida, volviéndose a perturbar con las ideas de Slughorn.

— Snape, ¿podría sentarse junto a Potter y Black? —preguntó, pero no era una pregunta en realidad.

Los tres nombrados estaban a punto de objetar a los gritos cuando Slughorn se corrigió, para peor.

— Quise decir Priscila Potter y Regulus Black. Costará, pero ya me acostumbraré a no confundirlos cuando los llame. Severus, por otro lado, quisiera que los guíes el día de hoy, ya que no estuvieron presentes durante la primera clase.

Severus Snape se veía menos contento que Regulus y Priscila, y eso era mucho que decir. Pero, al igual que ellos, no podía negarse. Lamentablemente, los tres eran los lame botas de Horace Slughorn.

De nuevo, Priscila tenía que comerse la rabia que le invadía cada célula de su cuerpo. Al sentarse al otro lado de Regulus, no tardó en rebajar con su mirada recelosa a Priscila, y ella no temió en mantenérsela hasta que él la bajó. Severus Snape no la asustaba, no realmente. No generaba nada en ella. Él era un solitario, alguien que vivía debajo de sus libros.

De su morral, Snape, sacó el libro de pociones y un cuadernillo con anotaciones,  deslizándolo hacia Regulus.

— Esas son mis notas. Puedes copiarlas —ofreció, remarcando el ‘‘puedes’’ junto a una fugaz mala mirada hacia Priscila.

Ella no podía copiarlas. Ni siquiera ojear. Pero, claro, él no tenía idea que ella era una extensión de Regulus (y viceversa).

«¡QUÉ ASCO!» Pensó entre arcadas.

Ignorándolos, comenzó a leer sobre el tema del día: 'Pociones con base de Queso'. Del cual no pudo hacer ni opinar nada. Temían que Potter ensucie el trabajo. Ella no tardó en distraerse con James y Sirius, que no apartaban la vista de la mesada de Priscila. Atentos a cualquier cosa que las dos serpientes intentaran, dispuestos a enfrentarse en cualquier momento. Ella sabía muy bien que usarían cualquier pequeña cosa para ir a molestar a Severus Snape. Ese era su objetivo detrás de ser los hermanos protectores que definitivamente no eran.

Se reí, bajo, negando.

— ¿Puedes prestar atención, Potter? —gruñó Regulus. Lo miró con ironía, con toques medio burlones. Él bufó— Será un infierno tener que trabajar contigo, así que… pongámonos rápido al día con los demás imbéciles de esta clase.

Priscila se le rio en la cara.

— ¿Aún no te das cuenta? —preguntó levantando una ceja, cruzada de brazos, y aunque pareció asquearle, le respondió.

— ¿De qué?

— Mi nota final depende de la tuya. Cincuenta-cincuenta. ¿Qué te dice nota FINAL?

Por un segundo, creyó que Regulus Black se desvanecería y moriría envuelto en la suciedad del piso de las mazmorras.

Snape los observaba, confundido.

— ¡Muy bien! —le festejó con ironía, como si se tratara de un niño— Esto —señaló a ambos con sus dedos reiteradas veces— será hasta final del curso.

— No tiene por qué ser así, que tu madre envíe una lechuza —le dijo Snape, aunque no terminaba de entender.

— No. Será un secreto, ¿escucharon? —gruñó muy autoritario— Ya será suficiente para ella cuando se estere que estoy en la misma clase que el traidor de mi hermano.  Enterarse que trabajo con una Potter… —hizo una mueca.

— Descuida, estamos en la misma posición de desgracia. Nadie se enterará.

— Tú y yo nunca estaremos en la misma posición, Potter. Nunca.

Priscila viró los ojos, tragándose un pedazo de queso, consciente de que le gritarían por hacerlo, pero aquello no acabaría nunca mientras estuvieran juntos así que… qué más le daba hacer lo que le diera la gana.

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