
9 ¾
Priscila Potter se obligaba a mirar por la ventanilla de su compartimiento. Ignoraba las risas escandalosas de su hermano y sus amigos. Los miró de reojo y bufó. Sirius Black hacía una bochornosa imitación de uno de sus compañeros de clase, Severus Snape. Volvió a los campos desiertos e infinitos que le ofrecía el paisaje. Iban camino al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Un año más, el sexto para Priscila. Por el reflejo del vidrio seguía la silueta de Sirius, podía distinguir como se peinaba con su cabello largo y oscuro, de hecho, parecido al de aquella serpiente que intentaba parodiar, aunque era más sedoso y cuidado, perfecto. Movió los ojos cuando sintió que las mejillas le ardían.
— ¡AL FIN! —exclamó Peter Pettigrew abriendo la puerta de golpe.
La mujer del carrito de dulces se acercaba.
— Pri, ¿vas a querer algo? —preguntó Sirius, dejándose caer a su lado, y se rio. Porque obviamente se burlaba de ella, sabiendo de la obsesión que llevaba con las cosas dulces. Priscila lo miró de reojo con impaciencia y se puso de pie, ignorándolo.
Además de molestarse por la tomada de pelo, estaba furiosa con Sirius y con James por retrasarse aquella mañana y casi perder el tren. Por eso estaba sentada en ese compartimiento, pesado del año CON los más pesados del colegio, y de su vida.
Por otro lado, Sirius Black no se equivocaba. Ella compró: tiras agridulces surtidas y dos paquetes exclusivamente de tiras acidas de fresas, polvo de hadas explosivo, plumas de caramelo, rocas frutales, alas de hadas azucaradas, paletas hocus pocus y todo lo que tuviera ‘‘gelatina’’ en su nombre. Sirius la observó pasar por delante hasta que llegó nuevamente a su asiento, apretando los labios para no reírse, mordiéndose la lengua. Sirius explotaría si no hacía un chiste.
— ¡Pri compró para compartir! —dijo, riendo.
— De hecho, sí.
Sirius, James, Remus y Peter parecieron sorprenderse.
— Cierra los ojos.
Dubitativo, Sirius le hizo caso, abriendo la boca. Frente a ellos, sus amigos fueron cómplices del silencio al verla abrir un paquete de pastillas de pimienta, expectantes por ver a Sirius queriendo arrancarse la lengua. Luego de colocar la bolita sobre la lengua de Sirius, le apretó la boca para que no pudiera escupirla. Él abrió los ojos de repente como si fueran dos platos, encontrándose con una sonrisa de lo más demoniaca del otro lado.
No solo le ardió, sentía que la pimienta estaba quemándole las papilas gustativas, que se le caería la lengua, que terminaría escupiendo cenizas de dientes, mientras el resto se reía a carcajadas. Priscila le sonrió.
— Delicioso, ¿verdad? Me voy —avisó pasando entre las piernas de los chicos.
— ¿A dónde? —preguntó su hermano, James.
— Soy prefecta —respondió, obvia, enseñándole la placa de azul y plateado—. Tengo que hacer rondas e ir al vagón de Slughorn para la merienda del Club de las Eminencias.
Para cuando terminó de hablar, James, imitaba que dormía con ronquidos y todo. Priscila metió dos bolitas de pimienta en su boca y se fue victoriosa de aquel compartimiento, escuchando los gritos de su hermano mayor.
Aquel no fue la primera vez que viajó con ellos. También lo hizo en 1972, en primer año de colegio, cuando su mamá, Euphemia, sugirió que como no conocía a nadie aún, lo mejor sería viajar a Hogwarts junto a su hermano. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, recordando. La había pasado tan mal que se fue del compartimiento mucho antes de llegar, llorando, metiéndose a otro junto a dos desconocidas de años superiores que la ignoraron durante esas horas larguísimas.
También había conocido a Sirius...
En la plataforma 9 ¾, Priscila iba sentada sobre los baúles del carrito que su papá empujaba, todavía saboreaba el té y los bizcochos dulces del desayuno, cuando ese chico de cabello oscuro bajó del expreso de Hogwarts de un salto, corrió hacia los Potter y le robó el corazón de una simple mirada.
Rápidamente se dio cuenta de que era igual de molesto que James. El alma gemela de James. Sirius Black primero se presentó ante Fleamont y Euphemia entre risas nerviosas, explicando que corrió por todo el tren hasta encontrar a James, porque él y su gente, también su familia suelen viajar en los primeros vagones, lo que había llamado la atención de Priscila fueron las comillas que él hizo al decir aquellas palabras. ‘‘Su gente’’.
Priscila escuchaba la conversación de James y Sirius en lo que no subían al tren. Contó que su hermano menor, de once años, ingresaba a Hogwarts, y que sus papás estaban tensos por ‘‘lo que había pasado con él el año anterior’’. Priscila no supo a qué se refería, de hecho, la intrigó.
— ¿Qué pasó el año pasado?
Sirius abrió la boca, pero James fue más rápido.
— No te metas.
Priscila mantuvo sus ojos sobre los de Sirius, él alzó los hombros, lanzándole una fugaz mirada a James, no iba a traicionar a su mejor amigo. Priscila viró los ojos exageradamente.
— Ojalá te caigas de la escoba en las pruebas del equipo —deseó.
— ¡Priscila! —regañó Euphemia.
Más tarde, cuando la campanilla daba sus últimas señales para abordar, los tres magos se despidieron de Fleamont y Euphemia y comenzaron a caminar hacia el vagón que menos arrebatado estaba. Sirius, que ya no llevaba sus maletas, se regazó de James y ayudó a Priscila con las suyas, y como no era capaz de mantener la boca cerrada, le dio charla. Le hacía mil preguntas, con interés, pero las terminaba respondiendo él. « ¿Cuál es tu color favorito? Los míos son el rojo y el negro. ¿Cuál es tu materia favorita? A mí me gusta... ¿Tu dulce favorito cuál es? Porque el mío... » Priscila confirmó que era James con el pelo largo. YO. YO. YO. Sin embargo, a ella mucho no le importó. Priscila estaba perdida en su sonrisa que desprendía chistes y travesuras y en sus ojos que eran tan negros que no se diferenciaba el iris de la pupila. No lograba que su corazón se calmara. No hasta que llegaron al compartimiento, que no estaba vacío, allí estaba Remus Lupin, otro de los famosos amigos de James, que al fin tenían caras. Priscila le sonrió ancho, observándole el rostro con curiosidad. Una gran cicatriz le cruzaba la cara. Después de pasar un rato largo con ellos, se fijó en que Remus no se parecía a James o a Sirius. Para nada. Callado y observador, miraba por la ventanilla más de lo que hablaba con los chicos, era más del palo de Priscila. Parte de los introvertidos, por lo que ella creyó que eso les creaba la confianza suficiente para preguntarle sobre la cicatriz. Aparentemente, era lo último que debía hacer. Mejor dicho, directamente no tenía que preguntar. Además de mala educación, parecía ser un tema delicado para Remus. Íntimo.
Priscila no tenía malas intenciones. Creyó que una cicatriz así debía tener una gran anécdota, pensé muy positiva. Y bueno, sí, se lo preguntó.
Remus se encogió de hombros, su cara ardió y pareció ponerse más pálido de lo que ya era. No gritó ni se molestó, murmuró algo casi inaudible. Sirius lo salvó, diciéndole que era hora de cambiarse. Así que ambos chicos salieron del compartimiento, dejando a los hermanos Potter solos. James la regañó y dijo todo lo que debió pensar Remus.
Luego de esa escena no habló mucho más. Había tomado el lugar de Remus junto a la ventana, y cuando volvió él se sentó a su lado, sonriéndole pacíficamente. Fingirían que esa pregunta nunca existió. Y estaba perfecto para Priscila. James y Sirius no dejaban de hablar sobre Quidditch, las pruebas y los torneos.
Rato después, cuando pasó la señora de los dulces Priscila gastó una bolsa entera de monedas en varios de los productos, sobre todo en babosas acidas de gelatina y caramelos de café.
— ¿Quieres todo el carrito, Potter? —le preguntó Sirius, burlón, comiendo una empanada de calabaza.
La cara de Priscila se tornó colorada y al responderle tartamudeó.
— N-no es todo para a-ahora…
Tragó y tragó pasteles de caldero hasta que la discusión llegó. James y Sirius hablaban muy animados del colegio, causándole una ansiedad creciente a Priscila debido a los nervios que sentía.
«¿Y si me pierdo? El castillo parece enorme.
¿O, qué pasa si llego tarde a clases por ese mismo motivo? ¿Me castigarán?
Los fantasmas también me dan miedo, ¿no podían morirse y ya?
¿Y si no sé cómo volver a mi sala común? ¿En qué casa voy a quedar? Mi familia siempre fue a Gryffindor... ¿Quedaré ahí o seré una Slytherin al igual que la horrible familia de Sirius?» Sí, Priscila ya había descubierto aquello que pasó el año anterior.
Los Black son eternos Slytherin. Cuando Sirius ingresó, no había duda alguna hasta que el sombrero seleccionador habló y lo designó a Gryffindor. Eso fue un puñal para toda la familia, una vergüenza que los perseguiría de por vida.
« ¿Y si soy la Sirius Black de los Potter? ¿Qué dirá mi mamá? » Su rostro manchado de chocolate debió ser muy revelador, ya que no tardaron en preguntarle si se sentía bien. Según ellos, estaba verde.
Remus hizo la pregunta más inoportuna en un intento de distraerla:
— ¿En qué casa esperas quedar?
Priscila subió los hombros, arrugando sus labios.
Segunda vez que su cara dijo más que su boca.
Remus, mirando a James, agregó: — ¿No le hablaste de las casas?
James se rio a carcajadas porque a él solo le interesa Gryffindor. Lo cito, el solo habla de ''la única casa que vale la pena'', y Sirius le siguió el chiste. Remus afirmó que eran dos tontos y comenzó a hablarle de Hufflepuff, que él la veía allí, y James lo dijo:
— No te gastes. Priscila está maldita, así que quedará en Slytherin —afirmó mofándose de los miedos que ella había compartido con sus papás unas noches atrás.
— ¿James, prefieres morir o ser seleccionado en Slytherin? —preguntó Sirius, riendo.
— Morir.
Ambos estallaron en risas, mientras Remus negaba con algo de irritación.
— No les hagas caso, ninguna casa es mala, todas tienen sus pros y sus contras. Quedarás en la que más cosas tenga a tu favor —explicó, aunque luego se rio de una broma que en la que James y Sirius imitaban a un chico de Slytherin llamado Quejicus.
Priscila bufó, volviendo a pensar en su varita, porque esa varita la había escogido a ella. Un escalofrío le bajó desde la nuca hasta el final de la espalda al pensar en el folleto que había sacado de la tienda de Ollivander.
Al escucharlo reír una vez más, fulminó con la mirada a James, deseando llegar de una vez por todas a Hogwarts y no volver a ver sus estúpidos cuatro ojos por un buen rato.
— ¿Y qué si quedo en esa casa? ¿Dejarás de hablarme como hizo la familia de él? —los dos se quedaron en silencio.
— Eres una aguafiestas, Priscila. Era solo una broma. Qué pesada.
James chasqueó su lengua, mirando hacia la ventana, malhumorado.
— Es una broma hasta que alguien deja de reírse.
— Tú nunca te ríes —murmuró.
El compartimiento se quedó en silencio, hasta que Sirius dijo:
— Seguro quedarás en Ravenclaw, todos los pesados y aguafiestas van a Ravenclaw —y las risas estallaron de nuevo entre ellos dos.
Mientras salía por la puerta del compartimiento, escuchó como Remus decía:
— La hicieron llorar, son dos estúpidos.
Priscila respiró profundo, colocándose con delicadeza la placa de prefecta sobre su túnica de Ravenclaw.