
Culpa
Albus Dumbledore admitía haber cometido muchos errores a lo largo de su extensa vida, algunos pequeños, otros más grandes, y otros bajo la excusa de un ‘bien común’. Si bien es verdad que no muchos han sido por esta última causa, algunos magos los podría considerar los más graves.
Su conciencia en ese instante estaba limpia, hasta cierto punto, por supuesto, pues siempre quedaba algo allí que lo hacía sentir culpable.
Esta vez no fue la excepción. Cuando una Minerva cabreada entró a su despacho, con el maestro de pociones tras ella, Albus supo que la tranquilidad que albergaba su lugar de trabajo desaparecería.
— ¡Te dije que algo malo pasaría, Albus!— Eso fue lo primero que dijo la profesora, desconcertando al anciano.
— ¿De qué hablas, querida?— Ver la fuerte magia que irradiaba la profesora lo confundió aún más. No recordaba ninguna advertencia de manos de la bruja.
— Minerva, cálmate antes de que— El intento de Severus fue cortado al escuchar un “pum” y ver como restos de una pluma caían al suelo. El pociones solo suspiró.— Ya da igual. Gracias que no fue algo más valioso o peligroso.— La animanga solo lo miró seriamente, siguiendo con su discurso hacia el director.
— ¡Y encima fuiste tan imbécil que lo dejaste con esa familia Muggles! ¡DESPUÉS DE QUE TE DIJE QUE NO ERAN APTOS! ¡PENSÉ QUE YA HABÍAS APRENDIDO TRAS LA ÚLTIMA VEZ!— Como si de un balde de agua fría se tratara, Albus cayó en cuenta.
— ¿Estás hablando del joven Harry?— Minerva tuvo que morderse la lengua para no lanzar un comentario mordaz y sarcástico, mientras que Severus confirmaba la pregunta de su mentor.— ¿Qué le pasó?— El suelo tembló levemente, y Snape no tuvo otra opción de darle una poción calmante a la profesora que empezó a hacerle efecto pasado el minuto.
Al ver que Minerva no hablaría por ahora, fue el pocionista quien continuó con todo el asunto: — El Sr. Potter está en la enfermería en estos momentos.— Eso tomó por sorpresa al anciano, poniéndolo en alerta.
— ¿Está bien? ¿Hubo algún ataque o algo por el estilo?— El tono preocupado del director era notable, algo que tranquilizó de cierta forma a Severus. Al menos Albus no parecía ser consciente de lo ocurrido en aquella casa.
— 'Bien’ es un término mal usado en este caso, director.— Se tomó unos segundo tanto para pensar cómo iba a decir las siguientes palabras, como para dar un poco de dramatismo.— El “Niño-De-Oro” no vivía tan bien como pensábamos.— Albus dudó, sin saber exactamente a dónde quería llegar el más joven.— No sé cómo llegaste a la conclusión de que ese sitio sería bueno para el mocoso, pero no lo están tratando cómo deberían.— Al entender que implicaban esas palabras Albus se recostó aún más en su asiento, viendo cómo su apariencia reflejaba mejor todos los años que ya tenía encima.
Albus quería negar lo dicho por el profesor, intentando convencerse a sí mismo que la familia de Harry solo no se llevaban muy bien. No quería creer que los adultos que deberían velar por la seguridad del niño la hayan empeorado.
— Ni te atrevas a pensar eso, viejo.— Le amenazó el pocionista, parado en el otro extremo del escritorio.— Si sigues así solo complicarás las cosas en un futuro. Acepta la realidad.— Podría decir que hablaba desde la experiencia. Él antes tampoco quería acertar haber roto la promesa que le hizo a Lily.
Tras las últimas palabras el mayor cerró los ojos, quitándose las gafas y dejándolas a un lado de la mesa para posteriormente hundir su cabeza entre sus manos, como si de un alma en pena se tratase.
Fawkes, desde su percha, observó toda la interacción entre los tres humanos. Su dueño actual parecía mortificado por algo que no llegó a entender muy bien al principio, pero cuando por fin su inteligencia avanzada de fénix unió cada punto y sacó una conclusión, no tardó en darle algo de apoyo al viejo. Aunque parte de sí creía que se lo merecía.
— Gracias, querido amigo.— Le respondió Albus a la vez que acariciaba con delicadeza sus plumas. El pájaro asintió, yendo ahora hacia la profesora de transfiguración y picoteando un poco su brazo, consiguiendo que esta saliera de su trance. Minerva le regaló una pequeña sonrisa, volviendo a tocar con suavidad el plumaje del ser.
Antes de marcharse por la ventana abierta del despacho, el pájaro se giró hacia el profesor de pociones, moviendo su cabeza como si estuviera asintiendo.
Severus de verdad pensaba que ese ave estaba tan loco como su dueño.
Los otros dos profesores no tardaron mucho en irse también, dejando al director solo junto con sus pensamientos. Debía hacer todo lo posible para evitar que el niño regresara a ese sitio, y eso también implicaba dejar a un lado el tema de las Protecciones de Sangre. Deberán ser reemplazadas por otro método de seguridad para el Niño-Que-Vivió.
Una hora después de la cena, parado enfrente de la entrada de la enfermería, Severus Snape intentaba auto-convencerse de que ir a visitar al niño Potter era solo por compromiso, y no porque, muy dentro, en su interior, sentía algo de preocupación por el chico.
No, definitivamente esto era por su deber de profesor, aunque aún ni siquiera le daba clases al niño.
“¡Vale! ¡Ganas tú! ¡Puede que me preocupe por el engendro de Potter!” Exclamó en sus pensamientos.— Maldito cerebro, ¿no te puedes callar?.— Gruño el pocionista, haciendo una mueca.
— Severus Snape, ¿piensas quedarte toda la noche parado en la entrada de mi enfermería?— Poppy cuestionó, abriendo con un ligero movimiento de mano la puerta.— Cualquier debate mental que tengas podrías tenerlo dentro, en vez de quedarte fuera.— La matrona sonrió al notar como el hombre parecía estar un poco avergonzado.— ¿Vienes a ver a Harry?
— No.— Respondió cortantemente. Poppy solo frunció el ceño e hizo una mueca.
—Déjame reformular la pregunta: ¿Vienes a ver al niño pero tu orgullo no te deja admitirlo?— Snape gruñó, ignorando a la mujer y caminando hasta la camilla donde se encontraba el chico. Poppy volvió a sonreír. Tras tantos años conociendo al hombre se le hacía más fácil sacarlo de su frío caparazón.
Se encontró con Pomona allí. La verdad, no tenía idea de cómo la mujer se enteró de la situación del niño, pero al menos no hizo mucho esfuerzo en hablarle, concentrada en lo que parecía ser un libro de ‘Venenos y antídotos de las flores mágicas.’
Severus aprovechó para mirar al niño. Este seguía plácidamente dormido, y según Poppy seguiría así hasta, por lo menos, mañana por la tarde.
Preguntas pasaron por su mente. ¿En qué infierno había estado el niño? ¿Qué le habían hecho? ¿Sería tan grave como lo suyo… o peor? De solo pensarlo una mueca de disgusto apareció en su rostro. Si bien con el paso del tiempo ha conseguido superar la mayoría de sus traumas gracias a un sanador mental, siempre quedaban residuos.
Cuando volvió a la realidad notó que Pomona ya se había ido. Tras mirar la hora que era, bastante tarde, se marchó. Ya volvería mañana si eso.
En uno de los ventanales de la enfermería, recostado, se encontraba el fénix, velando por el sueño del joven mago.