
La enfermería
Decir que Severus y Poppy no estaban sorprendidos de ver al salvador del mundo mágico en brazos de Minerva sería mentir. Incluso habían parado de hacer el recuento de las pociones faltantes de la enfermería solo para poner su máxima atención en ellos.
El chico, mientras parecía estar dormido, se aferró inconscientemente a la mujer para evitar que esta la dejara en una de las camillas. A su vez, Poppy se acercaba con rapidez, echándole una mano a la profesora.
— ¿Qué pasó, Minerva?— Preguntó la medibruja, mientras hacía una mueca al ver los harapos que llevaba el chico.
— Creo que está así por terminar con su reserva mágica, Poppy.— De inmediato, la medibruja empezó con su labor, utilizando varias veces los hechizos de diagnóstico.
Mientras tanto, Severus se acercó a la animaga, dispuesto a entender un poco más la preocupación que adornaba la cara de la bruja mayor.
— Pensé que sería una misión sencilla.— Empezó la conversación Minerva.— Pero cuando por fin lo vi…— La mujer sonaba mortificada ante el recuerdo.
— ¿Qué intentas implicar, Minerva?
— No creo que Harry estuviera en el sitio indicado, Severus.— Le respondió la animaga, mirando al chico que descansaba plácidamente.— No sé qué ha pasado con exactitud, pero no me gusta.— Y solían decir que las predicciones de los felinos eran buenas.
Ambos se quedaron mirando a Poppy, quien se encargaba de curar algunas heridas que se extendían por el torso del chico. La cara de la medibruja mostraba una clara disconformidad y enfado que solo alertó más a los presentes, mas ninguno habló hasta que la mujer se dio la vuelta.
— Harry no puede regresar a ese lugar.— Sentenció Poppy, aún sin explicar nada, solo consiguiendo que la preocupación de McGonagall y la intriga de Snape aumentaran.— El niño no debería tener ninguna herida más que algún que otro raspón que se pudiera haber hecho, ¡pero esto ya es otra cosa!— El pergamino que antes estaba a manos de la enfermera fue entregado a ambos profesores, quienes, a la vez, lo leyeron.
El temor no se fue de la mirada de Minerva, y la repulsión llegó a la de Severus. Allí, ante ellos, estaba una lista más larga de lo normal de cada herida y enfermedad que tuvo el niño.
— Potter debería estar en una cuna de oro, ¿por qué mierdas el pergamino dice esto?— El tono de voz que utilizaba el hombre era peligroso, y las otras dos adultas no se dignaron a reclamarle por su forma de hablar. No tenían los ánimos para hacerlo tras descubrir lo que ocultaba el niño.
— ¡Se lo dije a Albus!— Minerva estaba enfadada, y su magia lo mostraba. El niño de dos de sus leones había sido dejado con una familia horrible de muggles, y nadie se había dado cuenta hasta seis años después. En cierto modo, incluso estaba cabreada consigo misma, pues fueron bastantes las patrullas que hizo en su forma animaga, y nunca notó nada.
La estricta profesora tuvo que utilizar bastante de su fuerza para evitar llorar, cosa que no pasó desapercibido por Severus, quien aún intentaba procesar todo.
La mente del pocionista era un caos como pocas veces lo había sido, aún sin creerse todo lo que el pergamino tenía escrito y todo lo que él mismo intuía a partir de ello. Si bien sabía que a veces los planes del director no eran los adecuados, no veía capaz de ver a Albus dejando al niño en esa horrible casa sabiendo todo lo que estaba pasando.
No después de que lo sacara de su propio infierno personal con la ayuda de Minerva.
Los tres adultos metidos en su mundo no se dieron cuenta de la disconformidad que presentaba Harry hasta que el chico emitió un sonido molesto. Poppy fue la primera en acercarse, intentando calmarlo hasta que el pocionista trajo un vial de uno de los estantes cercanos.
— Poción para dormir sin sueño.— La enfermera asintió mientras, con ayuda de los otros dos, hacían que el niño se la bebiera.
Segundos después, Harry ya dormía plácidamente.
— Deberá quedarse unos días aquí hasta que se recupere lo suficiente.— Explicó Poppy, y los dos profesores no objetaron.— Por ahora no podemos hacer nada más.
—Diría de hablar con Albus, pero aún no ha regresado del Ministerio.— Informó Severus, deduciendo las intenciones de la animaga.— Será mejor que esperemos hasta la tarde.— Y da igual cuantas ganas también tuviera él de ir a hablar con el anciano, sabía que ahora no era el mejor momento.
—Si quieren pueden irse, yo estaré por aquí vigilándolo hasta que se despierte.— Severus y Minerva negaron, ambos con la intención de quedarse un tiempo allí, aprovechando que tenían unas horas libres.— Si así prefieren. Estaré ordenando las nuevas pociones. Si pasa algo, no duden en avisar.— Sin ninguna palabra más, la medibruja se fue hasta su despacho.
Hubo un extraño silencio tranquilo que rodeaba al trío. Los dos adultos miraban al niño descansar plácidamente en la cama, mientras Harry soñaba que corría por unos pastos verdes y brillantes.
— ¿Cómo terminamos así, Severus?
— Eso debería preguntarte yo.— Ambos profesores se miraron por un momento.— ¿Qué pasó, Minerva? ¿Qué viste?
—Estaba tan pequeño…— El tono dolido de la mujer era notable, y al pocionista no le gustaba escucharlo en quien consideraba una madre.— Pensábamos que todo iba bien, pero la realidad…— Severus esperó aún más antes de que la mayor le respondiera.— Caminé unas cuantas calles, siguiendo un hechizo que lancé para seguir su rastro de magia accidental. Severus, no parecía que el pequeño que vi fuera Harry.
— Lo comprendo.— Debía hacerlo, aunque el padre del niño no le cayera bien.— Tampoco lo parece ahora.
— Luego me sorprendió.— Snape la miró tras esa declaración. No era un misterio saber que sorprender a la profesora era complicado, entonces, ¿qué hizo un niño de siete años para lograrlo?— Su estómago estaba sonando, lo culpo a no haber desayunado, así que le ofrecí acompañarlo hasta una cafetería que estaba cercana. No aceptó, Severus. Es más, parecía asustado.
— ¿Puede ser porque no te conocía?
— No te lo puedo afirmar. Lo que sé es que ese niño es un animago natural.
— ¿Un qué?— La sorpresa era notoria. No se hubiera esperado que el chico tuviera esa habilidad natural.
— Supongo que al sufrir un cambio brusco y negativo de sus pensamientos, su magia lo transformó.— Dedujo Minerva, recordando los pocos casos de animagos naturales que conocía.
— ¿Cuál es su forma?
— Un cervatillo.— Severus no pudo evitar pensar en James en esos instantes.
Ambos, nuevamente, se quedaron mirando al chico.