
La búsqueda
Severus Snape pensaba disfrutar la última semana de tranquilidad que tenía antes de que la horda de estudiantes regresara a Hogwarts.
Terminaría de preparar las clases, haría una limpieza de todos los pergaminos, y repondría todos los materiales que faltaban en su alacena. Con tranquilidad, tomándose su tiempo.
Con ese pensamiento el profesor se dirigía a paso rápido al Gran Comedor, donde, junto a sus demás compañeros de trabajo, compartía todas las comidas.
Al pasar las grandes puertas fue hasta la única mesa que había en la sala, y se sentó en su respectivo asiento.
— Buenos días, Severus.— Minerva fue la primera en saludarlo, siendo seguida por la mayoría del personal presente. Él asintió, y dio también la bienvenida.
Echó un vistazo a la mesa, y notó como el director era el único que faltaba.
— ¿Y Albus?— Como si lo hubiera invocado, las puertas se volvieron a abrir, dejando pasar a un preocupado Albus Dumbledore, quien, tan pronto como se sentó en la mesa, se apresuró a desayunar.
— ¿Todo bien, director?— En ese momento el anciano fue cuando se dio cuenta de todas las miradas que le mandaban sus empleados. Albus tomó un sorbo de su té, para luego dirigirse al pocionista.
— Me ha llegado una preocupante información por parte de unos contactos.— La mayoría pensó lo peor, a creencias de que estaba relacionado con algunos mortífagos que seguían en las calles. Minerva fue quien se atrevió primero a preguntarle por más detalles.— El joven Harry volvió a escaparse de la casa de sus tíos.— Algunos adultos relajaron su expresión preocupada al ver el problema, pero los que de verdad entendieron esa implicación, los cuatro jefes de casa, aún miraron con más inconformidad al mago mayor.— No está muy lejos de su casa, pero la señora Flig aún se está recuperando de su fractura en la pierna y no puede ir a buscarlo. Y alguien tiene que hacerlo.
— ¿Tú no puedes, Albus?— Preguntó Pomona.
— El ministerio me citó para un nuevo juicio dentro de 45 minutos, y no creo terminar pronto.— Comentó el director.— Me daría tiempo de ir a recogerlo, pero no podría hablar con sus tíos ni nada parecido, y tengo que asegurarme de que no se vuelva a escapar.
— Yo puedo ir, Albus.— Se ofreció Minerva, mientras revolvía su té con una cucharilla— Ya terminé con las preparaciones de mis clases, así que tengo la mañana libre.— El anciano asintió, sin parecerle una mala idea. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que la profesora fuera a Privet Drive.
El desayuno reanudó. Director y subdirectora comentaban sobre la encomienda de esta última, pero la cara de preocupación de Albus no se fue al completo, o eso pudo notar Severus.
— ¿Algo más le preocupa, director?— Inquirió él una vez la otra conversación terminó.
— Solo un mal presentimiento, mi muchacho.
Después de aproximadamente veinte minutos, la estricta profesora se excusó de la mesa para empezar su primera, de pocas, labor del día.
Con su semblante alto, la profesora caminó hasta las afueras de las protecciones del castillo, para luego aparecerse en el barrio del niño-que-vivió. No dejó ningún rastro del leve mareo que le dejó el método de transporte.
Miró de reojo la casa de la familia Dursley y la de la señora Figg sin parar su caminata. Algunos muggles que se encontraba paraban sus conversaciones solo para mirarla, vestida con unas indumentarias que, para ellos, eran extrañas. Eso no le afectó en ningún punto.
Siguió durante unos quince minutos, aumentando progresivamente su paso, hasta para enfrente de una de las entradas de la plazoleta en donde, según Albus, se vio la última muestra de magia accidental. ¿Qué había hecho el chico con su magia? ¿Le habrían atacado? Minerva no pudo evitar preocuparse.
Lanzó un appare vestigium para seguir el rastro de magia accidental que dejó el niño, y la profesora volvió a caminar, siguiendo esa flecha que reveló el hechizo.
Al cabo de un tiempo, en la lejanía, vio a un niño pequeño, y el marcador cayó en él. Se extrañó al ver la altura del chico que supuestamente era Harry. ¿No debería tener siete años? ¿Por qué parecía más pequeño? Aunque la ropa que llevaba puesta, unos harapos agujereados y descoloridos, no dejaban ver muy bien su cuerpo.
El niño se paró de repente, y tras darse la vuelta, la vio con esos intensos ojos verdes que, en ese momento, se encontraban algo opacados.
— ¿Harry?— Le llamó Minerva. No dejó de mirarla, mas no hacía amago en acercarse a ella.— ¿Qué haces aquí solo?
Harry dudó en contarle a la extraña mujer por varias razones: nadie debía enterarse de lo ocurrido en la casa de sus tíos, ningún adulto solía creerse, le daba cierto miedo esa señora, y encima era una total extraña para él.
Aunque, por alguna razón, su cabeza le decía que se parecía a algo…
Al ver que no recibiría respuesta, y tras escuchar el sonido de las tripas del niño (probablemente causado por no haber desayunado esa mañana), la profesora decidió ir por otro camino.
— ¿Tienes hambre?— Las emociones pasaban fugazmente por la mente del chico. Sí, tenía hambre, lo único que había comido ayer fue unas rebanadas de pan y algunos vasos de agua. Pero, ¿Se podía fiar de esa mujer? ¿Era acaso todo un truco? La tía Petunia solía hacerlo de a menudo.— Hay una cafetería no muy lejos de aquí, Harry.— El niño negó, esta vez decidido a no caer bajo las cuerdas de un adulto.
Se empezó a alejar de a pocos, algo que no pasó desapercibido para la estricta profesora.
— Harry, por favor. No te voy a hacer nada.— Eso fue lo último que necesito el chico para dejarse llevar, nuevamente, por la impotencia y el miedo.
En un santiamén, lo que antes era un pequeño niño, se convirtió en un cervatillo cubierto con el camisón viejo que llevaba, ante la mirada impresionada de Minerva.
Antes de que pudiera reaccionar, este salió corriendo, aún teniendo dificultades para coordinar sus patas.
No duró mucho, pues, debajo de un árbol, toda la fuerza que tenía desapareció. Su cuerpo cayó de repente contra el suelo, perdiendo, acto seguido, el conocimiento.
Cuando Minerva estuvo a su lado, ya no había ningún animalillo, sino que el niño estaba de regreso, con su camisón aún más rasgado.
Sin poder dejar al niño en ese estado en la casa de sus tíos, pues sería un problema para él y su magia, lo cargó en sus brazos, preocupándose por el poco peso que tenía, y volvió a aparecerse a las afueras del castillo.
Caminó, esta vez con un paso más acelerado a comparación de las anteriores veces, por los pasillos de Hogwarts, hasta llegar a la enfermería en donde se encontraban Poppy Pomfrey y Severus Snape.