Calaveras Azuccaradas.

Harry Potter - J. K. Rowling
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Calaveras Azuccaradas.
Summary
La injusticia paseaba por el mundo de mano de la corrupción, condenando, sacrificando y haciendo oídos sordos a las réplicas que no formara parte de sus ambiciones. Bartemius Crouch había mandado a su propio hijo a cadena perpetua en Azkaban, supuestamente por torturar hasta la locura a los Longbottom. Luego, se hubo arrepentido, ayudándole a huir, condenándolo a otra cadena perpetua pero ahora enlazados para siempre.En un mundo donde las relaciones entre personas suelen ser más complicadas debido a los magnetismos de la magia y la búsqueda de la compatibilidad, las personas a las que puede acudir para su escape, son los hijos de un antiguo amigo.Voldemort se alzará una vez más al poder y sería con su ayuda devota. Sólo esperaba que los Rosier no le dejaran de lado llegado el momento, sería una pena liberar de su alma a esos ojos tan bellos que portaba el hijo mayor de Evan, Achilles. A su vez, necesitaba si o sí a los niños, puesto que necesita a Harry Potter para completar un elaborado plan de contranatura que beneficiaría a todos ellos.La mayor debilidad de los hombres, eran los límites difusos que enmarcaban su ambición.
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Yes to heaven.

🎓 ————————— LA CATEDRAL ESTABA VACÍA. El Santo que coronaba el altar le era ajeno, desconocido. Un rostro que no proyectaba nada. Tenía lágrimas rojas cual sangre, y la cabeza coronada en espinas. Acarició su figura curioso, deteniéndose en sus palmas. ¿Eran esos clavos?

— Crucifixión. — los zapatos bajos no hacían ruido al hacer contacto con la loza encerada. — Fue la tortura de los muggles. De ahí provienen nuestra maldición imperdonable.

Florentia Rosier fue la mujer más hermosa y deslumbrante que jamán había conocido. Las mejillas regordetas, los labios morado por siempre comer moras, los ojos celeste que proyectaban una increíble calidez. Siempre había sabido mover su varita de forma talentosa. Había aprendido a peinarse y vestirse, mediante la transformación y los encantamientos, antes de siquiera pisar el castillo. Elaboradas trenzas y ropa limpia y olorosa con fragancias frutales se asomaban por el pasillo cuando se dirigía a sus clases. Cuando creció, Evan Rosier la acompañaba también, y por ende, él.

Evan siempre había sido mayor que ellos. Cuatro años mayor que él y tres años mayor que Florentia. Algunos profesores como Pomona Sprout veían mal aquello, incluso Filius Flitwick, el Jefe de su Casa había hablado con él al respecto, diciéndole que tuviera cuidado con los chicos mayores.

Barty jamás hizo caso. Su corazón no sólo terminó roto, sino que fue condenado por su propio padre a Azkaban.

— Siempre creí que Jesús se vería, no lo sé, diferente tal vez.

Se giró sobre sus talones y allí estaba ella. La hermosa flor de Slytherin, una que crecía rectamente, siempre dispuesta a no defraudar a su familia.

— Hola.

Sus mejillas rechonchas se habían esfumado. La grasa debajo de los ojos no parecía existir. Había sido siempre alta, pero ahora. . . ahora era una estatua firme a la que admirar. Casi dos metros de belleza fina, de pómulos altos y marcados, mandíbula afilada y ojos predadores.

Ya no era una niña como la última vez que la había visto. Era una dama de alta sociedad, como lo había sido su enfermiza madre. Sólo que más bella. Entendía la afición de Evan por ella.

— Pensé que estaba loca si debo ser sincera. — avanzó más. — ¿Un fantasma tratando de comunicarse conmigo? ¿Por qué no simplemente aparecerse?

La sonrisa en sus labios le mostró sus perfectos dientes. Su nariz se frunció como en los viejos tiempos, y Barty respondió rascando su ceja. Pronto, Florentia cambió. Sus ojos brillaron y con un suspiro de alivio se arrojó a sus brazos.

La rodeó con necesidad, fuerte, sin soltarla y hundiendo su cabeza en su cuello. El cabello tan largo que había envidiado, seguía manteniendo el aroma frutal. Los cítricos lo llevaron a otra época, donde las únicas preocupaciones era ver quien obtenía la atención de Evan más rápido. Donde su propósito en la vida era pelearse por un chico y apoyarse mutuamente en los proyectos que tenían para futuro.

— Mi florecilla. — suspiró pegando sus labios partidos en su mejilla.

— ¡Oh idiota! — lloriqueó, para luego golpear su brazo con fuerza. — He llorado tu puta muerte por trece años. ¡Y estás vivo!

Florentia apreció sus facciones con gesto maternal. Acarició mechones sueltos de su cabello, y bordeó su rostro con sus dedos enguantados. El miedo estaba presente en ambos. La mujer sólo se presentó porque era imposible que alguien supiera en realidad el contenido de aquel mensaje. Un cuervo con un sobre de color hueso. Alas negras, siempre traían presagios igual de oscuros, a menos que el sobre lo contraindicara.

Había garabateado una fecha, y escrito la dirección de la catedral en runas. Tarea difícil porque no practicaba el rúnico desde la escuela. Valió la pena. Estaban allí, amparados por la oscuridad y vulgaridad de lo mundano. Una catedral de noche incluso lograría erizar el vello de algunos, por tantos tótems erigidos a un mismo culto, con cientos de nombres romanos.

Era un altar a una divinidad trial, a santos patronos y ángeles vengativos. En su recorrido nocturno, pudo leer un sinfín de nombres, la mayoría de ellos los había oído en magos y brujas.

Su religión no era nada comparado a la verdadera magia que Barty y los suyos llevaban en las venas.

— ¡Oh por dios! — gimió dándose cuenta de algo. — ¡Estás vivo! ¡Y libre! ¿Cómo es posible? — sujetó sus manos con fuerza. La incredulidad y la genialidad iban y venían, entre risas. — Eres la primera persona que escapa de Azkaban. Tienes que venir conmigo y contármelo todo.

— Es por eso que te he llamado, Florentia. — el escalofrío lo recorrió por completo. — Necesito ayuda.

— ¿A quién has matado?

Florentia sabía de lo que era capaz Barty.

Era una de las pocas personas que logró estudiar y especializarse en cada maldita asignatura del colegio, blandiendo con maestría de un adulto su varita, conjurando vida y arrebatando esta a plantas o animales pequeños. Los del Ministerio lo habían observado muy de cerca, porque era sabido cuando odiaba su padre el tenebrismo, pero tuvieron fe en él. Vieron las maravillas que pudo hacer, sin abrir la boca, con las mangas de la camisa arremangadas en medio del comedor, conjurando pirámides, moviendo el suelo, elevándolo, transformando todo a su alrededor en un gran coliseo. Quería demostrar todo el potencial que tenía, cuan increíble era.

Leones que aparecían luego de levitar piedras. Serpientes gigantes enroscándose a su alrededor, luchando entre ellos, tejones que iban a por estas boas y un gran águila rapiña que acabó con todos. Los cadáveres se descompusieron haciendo crecer vida donde la sangre tocaba. Césped verde y flores de colores brillantes, el doble del tamaño convencional.

Cuando giró la varita, como un látigo, el agua en ella se separó, las asesinó y su lugar cayeron dagas de hielo capaces de cortar la piedra de las columnas.

Barty también había pedido criaturas al guardabosques. Juró no matarlas, claro, para evitar que el hombre llorara más de lo usual. El Boggart en especial, se había transformado en su padre y gritaba impetuosamente crueldades. Ello habría desestabilizado a cualquiera, pero Barty continuo haciendo frente a las mantícoras y a las salamandras de fuego.

Se decían que podría haber volado la escuela a pedazos, con sus conjuros. Serpientes de fuego maldito, runas mágicas transformando todo a su alrededor en peligro inminente, la presencia de su padre flotando en el aire, y las peligrosas plantas que no dejaban de aparecer.

Se habló de ellos por semanas. Los murmullos no tardaron en llegar al Señor Oscuro. Barty lo había hecho a propósito, quería llamar la atención a sabiendas del peligro.

— A nadie todavía. — contestó, con la usual sonrisa perturbadora de costado, cuando tramaba algo. Florentia estaba seguro que era la que tenía cuando dio su examen. — No te mentiré. Para acortar esta conversación, podría decirte que mi padre me sacó de Azkaban unas semanas después de mi arresto y mi madre tomó mi lugar. Me tuvo prisionero en nuestra propia casa durante once años. No podía moverme o hablar sin que él me lo pidiera. Me vestía, me alimentaba y trataba de hablar conmigo. Cuando eres un muñeco no hay muchas respuestas para decir.

— Te sometió.

— Para alguien que odia las artes oscuras era bueno en ellas. Con el tiempo dejé de luchar contra el imperius y me dediqué a vivir en mi mente. Si quería algo de mi, no lo obtendría, sólo rechazo y evasión.

— ¿Cómo escapaste?

— Una bruja del Ministerio se apareció por la red flu sin invitación ni anuncio. Venía a hablar de los planes sobre un Mundial de Quidditch. — recordaba a la bruja. Marcail Nightshade. — Mi padre se encargó de silenciarla, pero un hechizo desmemorante o un bloqueo a sus recuerdos, no siempre es el fin. Aún estuvo en ella cuando murió.

— ¿La mataste?

— No fue necesario. Unos amigos lo hicieron por mi. Te contaría el resto, Florentia, pero temo que el miedo te haga huir. Y se que no vienes sola. ¿Por qué no me presentas al niño que espera fuera?

No tenía opción. Ni salida. Barty podría a llegar a ser cruel, con tal de salvar su vida. Era manipulador. Había sido mala idea pedirle a Achilles que la acompañara.

Despertó a su hijo mayor cuando el reloj marcaba la una de la mañana. Nerón dormía plácidamente, con los libros cayendo de su cama y la pluma manchándole la cara. Lo había dejado tal cual, porque su hijo odiaba que lo tocasen mientras dormía. Se recuperaría del dolor de cuerpo en la mañana, luego de beberse algún brebaje mágico que prepararía en la cocina junto al café de las mañanas. Saldría al patio con la luz aún tenue y la mochila llena de sus utensilios de arte. Cruzaría los altos setos que delimitaban los terrenos de la finca, y no sería hasta cien metros después, que encontraría las rejas que daban final a su propiedad.

Hace años Florentia había dejado de preguntar que es lo que hacía más allá, en el bosque. Nunca obtuvo una misma respuesta, y como siempre parecía estar sano y salvo, se decidió aceptar que quizá sólo pintaba, aunque supiera que era solo una mitad a medias.

Achilles en cambio, estaba reposando sobre una cama elaborada a base de largos almohadones en la sala. El tocadiscos de Viena Sorokin giraba silenciosamente sin hacer contacto. Lo despertó con presteza, sacudiendo su hombro y rogando porque le acompañara.

Estaba bastante despierto después de pisar Glasgow. La noche era fría, y las sirenas de los automóviles se oían desde la lejanía, a veces pasando demasiado cerca del templo, por la avenida de unas calles abajo.

Achilles montaba guardia con la capucha de su capa alzada. Bajo el techo de la entrada, con las gárgolas mirando y los ángeles criticando su presencia. La varita fuertemente sujeta y el corazón bombeando a mil. Su madre jamás pidió algo igual en el pasado.

Nunca compartió detalles de su vida real, la que hacía cuando nadie miraba.

Por ello mismo, el aire se estancó en sus pulmones al verla salir de aquella Catedral, con alguien más siguiendo su rastro.

— Cariño, — llamó, abrazando sus hombros. El hombre se paró en frente. — Te presento a Bartemius Crouch Jr. — espera, ¿Crouch? — Barty, ¿Recuerdas a Achilles?

Mentía si dijera que no, pero hubiese preferido no recordarlo. Había cargado al niño cuando era sólo un bebé. Ahora, había alguien frente suyo. ¿Era una visión, o sólo era Evan Rosier ligeramente cambiado, viniendo al mundo de los vivos para atormentarlo con su presencia?

Era imposible que Achilles Rosier fuera su padre. Era imposible que Barty tuviera ganas de oler su cuello para comprobar si olía como él.

Estaba demente, eso ya lo sabía.

Dudó por un minuto extender su brazo. Tendría unos dieciséis años. ¿Qué edad tenía Harry Potter? ¿Catorce? Bueno, podría serle de ayuda. El plan ya estaba en marcha, ya habían capturado a Alastor Moody en su gran baúl mágico de siete candados. Fase uno completada. Seguro que podrían planificar sobre la marcha.

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