
You were only seventeen.
🎓 ————————— 1975 FUE UN AÑO EXTRAÑO. Barty apenas tenía doce años cuando Horace Slughorn lo invitó a ser parte de su club. En aquellos días, los estudiantes eran pocos y cada año entraban menos. Desde hacía unos quince años el nombre de un mago sonaba con resonancia, y según el Ministerio, y su padre en específico, se estaba volviendo un problema.
Barty no entendía el escándalo. Voldemort actuaba ilícitamente contra las leyes de protección a los muggles, y las personas habían comenzado a temer o a respetar esas ideas. Los que más miedo tenían, se iban del país, los magos y brujas que quedaban, se negaban a reproducir. Algo parecido a cuando Grindelwald llegó al poder en los años treinta.
¿Por qué la gente dejaba de tener hijos? Ambos discursos se orientaban de forma similar, en donde los magos no tuvieran que esconderse y pudiesen vivir a sus anchas, practicando magia sin miedo y dejando de estar vigilados por los rastreadores mágicos. Sonaba un buen panorama.
Por ello cuando un hombre sacó el tema a colación en la fiesta de bienvenida del Slug Club, Bartemius dio su opinión.
— Somos magos. No deberíamos ocultarnos. — recordaba encogerse de hombros y seguir comiendo. En su casa no se permitía beber vino, pero a su profesor de Pociones no parecía importarle que bebieran tan sólo un poco en compañía de la cena. Eran cosechas dulces, recientes, no se embriagarían mucho. — Me gustaría tener más lugares a donde ir que sólo Hogsmeade o el Callejón Diagon. Además somos muy pocos. ¿Se supone que mis únicas posibilidades de hacer amigos se limitan a mis cuarenta compañeros de año? Eso es ridículo.
Era uno de los menores de la mesa. Slughorn no solía invitar a los niños a cenar, quizá por temor a que fueran unos completos indisciplinados, pero él sabía comportarse, su madre se había encargado de ello.
La mitad era invitada por sus conexiones. Nada volvía a Fingus Dankworth extraordinario, excepto el imperio de mensajería de su padre y su alto puesto en el Wizengamot. Lo mismo con Frank Longbottom; su padre, Archie, regulaba el comercio exterior y era un importante importador de mercancías mágicas.
Barty dudaba si él también tenía un puesto por nepotismo debido a su edad, o realmente sus habilidades impresionaron a su profesor. ¿Quería conocer la respuesta? No. Se esforzaría para que creyeran que era por lo segundo. Era el mejor de su clase, y ni siquiera tenía que asarse tantas horas en la biblioteca como el resto. Simple y sencillo, tenía una mente privilegiada y sabía como usarla para no saturarse, y dejar que el estudio controlara su vida. Quizá aquel era el defecto más común de los de su casa.
Luego de la cena, todos se levantaron de la mesa, y comenzaron a hablar, bebiendo algunas copas y disfrutando de la calidez del lugar..
Los magos y brujas que Slughorn traía a cada reunión eran interesantes. Esa noche fue el turno de Oscar Tremaine, un mago adulto que olía a tabaco y tinta, con el cabello rojo brillando en su barba y canas arrasando su cabello. Era conocido por todo el mundo mágico por ser el Editor del diario el Profeta, y por sus múltiples diarios de campo, que relataban sus investigaciones de diferentes comunidades mágicas alrededor del mundo. Fue uno de los primeros magos en pisar todas las escuelas mágicas, ocultando en su mente el secreto mejor guardado de cada fortaleza.
— Eres Bartemius Crouch. Conozco a tu padre. — lo abordó luego de escapar de Gregorie Lovelace. — Oí que planea su plataforma para las siguientes elecciones.
— Nuestro Ministro goza de gran salud, señor Tremaine. Dudo que se retire pronto.
Su padre lo había estado informando sobre esos rumores, y la manera correcta en negarlos con cortesía.
— Los cargos no son eternos, niño. — sonrió y se acercó demasiado. Se sintió incómodo, aún más cuando lo oyó murmurar. — Ni tampoco mi paciencia. Se bueno, y usa esa boquita para algo útil.
Una mano en su hombro lo hizo saltar en su lugar. No notó el temblor que había dominado. En realidad, no sentía su cuerpo, sólo podía ver a aquel hombre a los ojos. El resto, de momento no importaba. Había algo perturbador en él.
— ¡Oscar, mira la hora! La conversación ha sido tan buena que nos hemos perdido la noción del tiempo. Estos niños deben ir a la cama.
Slughorn no sacó la mano de su hombro, ni siquiera cuando se despidió con un apretón de manos, de Tremaine.
El resto de ellos, al menos nueve estudiantes, se despidieron también. El hombre desapareció por la Red Flu, cuando Evan se aventuró a su lado. Tenía dieciséis en aquel entonces, y era el favorito de Slughorn desde hacía años.
— ¿Estás un poco borracho?
Bartemius compartió una mirada con su profesor y este sonrió, sin llegarle a los ojos.
— La próxima vez no permitiré que te acerques a ese vino, Bartemius. ¿Entendido? — había algo en sus palabras que le hicieron sentir que no estaban hablando precisamente de la bebida. — Es mi deber cuidarlos, incluso si no son de mi casa. ¿Qué clase monstruo sería si permite que algo los dañe?
— Muchas gracias, profesor Slughorn. Por la cena y la compañía. — aclaró estrechando su mano y parándose a un lado de Evan. — Sería un honor que me considere para eventos posteriores.
— Cuídate muchacho. Aléjate de los problemas.
A medida que crecía y esas visitas se volvía regulares, Barty comprendió que no sólo su padre era interesante para los magos británicos, deseosos de poder tener favores de un posible Ministro de Magia. Al principio fue sutil interés, luego, cuando ya estaba en quinto y ni Regulus o Evan estaban para cuidarlo como un perros de caza, los magos y brujas se acercaban, y quizá tocaban demasiado sus brazos. Luego se convirtieron en toqueteos a su hombros, y finalmente, en una fiesta de fin de curso, uno de ellos se aventuró más allá y se deslizó sobre su cintura.
Las cosquillas que sentía, nunca eran de gozo, como cuando Evan repartía besos en su cuello y su vientre rugía de necesidad. Era profundo asco.
— Eres un chico muy lindo.
— ¿Por qué no bebes un poco?
— Pareces un buen chico.
Slughorn no dejaba de invitarlo, pero estaba completamente sólo. Regulus y Florentia se habían graduado el año anterior. Evan hacía cuatro. No tenía amigos a quien recurrir, sólo era él versus el mundo entero.
¿Qué se suponía que debía hacer? Nacer con una cara como la suya suponía ese tipo de cosas. No era el único que las padecía. Esos magos y brujas también se acercaban a las chicas, también las tocaban aunque sin tanto miedo si eran unas don nadie.
De las treinta y cuatro cenas a las que había asistido hasta la fiesta de fin de curso, donde todos hablaban emocionados del desempeño de sus exámenes, en ninguna había faltado tema de conversación. En ninguna se evadieron las opiniones sobre Voldemort y su ejército de Mortífagos. Barty había dejado de hablar al respecto cuando su padre aprobó las leyes que permitían a cazadores como su antiguo compañero Frank Longbottom, asesinar, torturar y manipular a aquellos que fueran sus objetivos. Legalizar las Maldiciones Imperdonables, fue el primer paso para que el Ministerio se volviera uno de los principales oponentes de aquel nuevo régimen que se expandía por las casas y los callejones más oscuros.
Algunos estudiantes muggles habían perdido a sus familias, o también su vida. Un gran monumento se erguía para ellos en la entrada del castillo, para que nos los olvidaran. Sus nombres habían sido tallados en el mármol que cubría las paredes de las sales comunes. Hogwarts no cerraba sus puertas porque era el único lugar seguro para niños como ellos.
Otra razón por que Barty no se inmiscuía, era porque Regulus y Evan formaban parte de ello. Habían sido marcados. Barty había acariciado la marca en su brazo siempre que terminaban desnudos en la cama, preguntando al respecto.
Rosier hablaba maravillas de ello. Relataba con satisfacción como apresaban a violadores, como algunas mujeres llegaban a comunicarse con ellos para librarse de los muggles con los que se habían casado. Ellos las ayudaban a torturar. Contaba con orgullo como devolvían a los magos y brujas su dignidad, como los empoderaban.
— Y hay unas bestias que se comen los restos que nosotros dejamos. ¿Sabes? — contó besando su clavícula. Deteniéndose para mirarlo a los ojos, con esos hermosos orbes que a veces brillaban en dorado por la luz. — Unos hombres lobos que se follan a los violadores, o que se divierten con esas putas traidoras a la sangre. Hay uno que mordió a un tipo que iba a Hogwarts. ¿Puedes creerlo? Todo el tiempo con uno de esos en los pasillos.
— ¿Quién?
— Remus Lupin, de Gryffindor. Creo que follaba con Sirius. — se rió, aunque a Barty no le hizo gracia. Él también se lo estaba follando. — Pobre Regulus lo que tuvo que pasar. Su hermano y un asqueroso hombre lobo.
Barty entendió que su belleza, y la sangre que corría por sus venas, totalmente pura al tener un padre Crouch y una madre Fernsby, eran lo único que impedía a Evan Rosier hablar mal de él. Estaba casado, tenía un hijo al que había cargado en varias ocasiones, cuidándolo en verano incluso cuando Florentia caía redonda por las píldoras que agregaba a su bebida.
Evan jamás jugaba mucho con el niño. Solía besarlo en la cabeza por las mañanas y marcharse. Barty solía esperarlo en el callejón Knocturn, donde los burdeles se alzaban en cada calle. Cada uno otorgaba algo diferente. El más limpio y costoso, era el de las hadas. Siempre acababan allí, alejados de todas las personas que pudieran juzgarlos, metiéndose por la nariz polvo de hadas para sentirse extasiados y tener experiencias sexuales que escaparan de lo carnal.
Bartemius amaba a Evan, y eso era una maldición.
Sufrió tanto cuando supo que Alastor Moody lo asesinó.
La risa nerviosa que lo atravesó fue hilarante. Moody se había girado a verlo. Él estaba con su padre en el Ministerio y habían pedido que alguien identificara el cuerpo para cerciorarse que realmente fuera Evan Rosier luego de que las horas pasaran y se confirmara que no era un disfraz.
Fue durante la primera semana de septiembre. Los habían emboscado. Moody tenía sed de venganza. Se pasaron los últimos dos meses buscando a Antonin Dolohov, Yosef Sorokin, Yvonne Lestrade, William Jones y por supuesto, Evan Rosier, por el asesinato de los gemelos Prewett, dos héroes de guerra que se habían afiliado con la Orden del Fénix, un grupo de magos a los que no les agradaba mucho las ideas que Evan tanto amaba.
Moody incluso se rió con él, como si hubiera contado la mejor broma de todas.
— ¿Sabes, muchacho?, yo también fui a Ravenclaw. Oí sobre tu examen. ¿Has pensado estudiar para ser auror?
Su risa murió luego de oír aquello. Su sonrisa continuaba allí, deslumbrando como siempre, pero el amargo sabor de la muerte ya invadía su estómago.
— Ni en mis peores pesadillas.
— ¡Bartemius!
En definitiva siempre estuvo jodido. Cuando Florentia le pidió que hiciera algo contra Moody, Barty logró influir en Bellatrix Lestrange y su esposo, para que fueran a por Frank, su auror predilecto, luego de la caída de Voldemort. Había oído la dichosa profecía que Severus contó, y no fue difícil encontrar a un niño que también cupiera en esa descripción.
Los Lestrange y él llegaron a la casa de los Longbottom en plena navidad, y los sorprendieron, con la nieve de sus zapatos mojando la alfombra. Usaron el cruciatus por horas, turnándose. Él se encargó del bebé. Cuidó que no oyera los gritos de auxilio de Frank, con quien tantas veces había compartido mesa.
Los chillidos que soltó cuando Rabastan violó a Alice, su esposa, fueron peores y más guturales de los que vociferaba víctima del Cruciatus. Bellatrix sabía exactamente como obtener lo que quería. Los mutilaron lentamente. Barty jamás soltó al niño.
En su pared decorada con tapiz de animales fantásticos, había un cuadro con su nombre, en hilo azul: Neville. Su cabello rubio era abundante. Achilles no tenía tanto y era mayor.
Le cantó unas nanas, lo balanceó de aquí para allá e incluso le dio de comer cuando se despertó de su siesta. Los gritos duraron todo el día. Al caer la noche, los Longbottom ya no respondían; sus cuencas estaban vacías de alma, y su mirada perdida les anunciaron que nada más obtendrían de ellos.
Barty fue quién conjuró la Marca Tenebrosa desde la ventana del niño.
Lo siguió arrullando hasta que sus ojos se cerraron eventualmente, bajo la luz verde que proyectaba la maldición en el cielo, que se colaba por la ventana. Fue también Barty quien lo dejó en el moisés, arropado en una cobija tejida a mano. El frío empeoró, por lo que puso en sus pies medias nuevas y le cambió la ropa antes de acostarlo con su peluche de dragón, atrapado en sus manitas regordetas.
La Marca alertaría al resto. Pero fue un idiota al creer que los Lestrange no lo entregarían.
Fue un idiota al creer que jamás los atraparían.
La ley no fue amable con él. Su padre tuvo piedad con ellos, decían, les dió un juicio en vez de sólo soltar un veredicto. Lo condenaron a Azkaban a pesar de sus gritos. Él jamás había tocado a los Longbottom. Su padre era un verdadero tirano.
Por once años vivió dentro de su mente. Una y otra vez pensando, las tantas situaciones que lo llevaron a donde estaba. Recordando varias veces lo estúpido que era, imaginando como su vida pudo ser diferente.
¿Servía de algo? No, ciertamente no. La insistencia de esas recriminaciones, sólo eran vano entretenimiento para una mente como la suya. Y las imaginó cada día durante once años, hasta que Marcail Nightshade le dio la excusa perfecta para soñar una vida en futuro que podía construirse desde su presente.
Ya no era un esclavo de sus recuerdos. Ahora era libre. O lo suficiente como para ponerse un disfraz y ser respetado y temido por todos.
Barty Crouch Jr. era un hombre muerto. Él era ahora, Alastor Moody, el Ojo Loco, el chiflado y paranoico cazador de tenebrismo. El nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras del Colegio Hogwarts de Magia y Hechiería.
Conocía la maldición del puesto, así que esperaba poder cumplir con su deber y marcharse vivo, o sólo marcharse. No hallaba reparos en su destino mientras sus objetivos estuviesen cumplidos.
Lancel Diggory, Florentia, sus hijos, y Neville Longbottom, serían los que realmente se ocuparía de la parte más difícil. Quisieran o no.
Su padre por otro lado . . . Weatherby estaría contento con sus nuevas responsabilidades. Ya quisiera cualquier asistente ser el hombre a cargo del Torneo de los Tres Magos.