
Primavera de preparación
Las navidades de 1971 fueron la primera vez que Regulus experimentaría el sentimiento de abandono. Él estaba acostumbrado a los gritos, a los castigos, las burlas de la familia, las normas exageradamente estrictas e incluso a la violencia física de su madre, pero hasta ese momento, nunca se había sentido abandonado, sí solo, pero no abandonado. Hasta donde la memoria de Regulus alcanzaba siempre habían sido Sirius y él contra todo, dos niños asustados que no tenían más que su compañía mutua. Eso había cambiado con la entrada de Sirius en Hogwarts. Regulus dedicó demasiadas noches en vela pensando sobre esto. Su hermano se había ido, ¿habría mirado atrás al hacerlo?
Un sentimiento no tan nuevo para el pequeño Reg también había reaparecido desde la marcha de su hermano. Culpabilidad. Regulus se sentía culpable por todo.
— ¡Cobarde!
Se repetía eso cada vez que se miraba al espejo. Veía en sus ojos los ojos de Sirius y no podía evitar enfurecerse. De vez en cuando lloraba también, aunque el pequeño se estaba acostumbrando a no llorar, su entrada en Hogwarts estaba a unos meses y no podía ser un llorón para entonces.
— Por tu culpa… por tu culpa él se tuvo que marchar…
Iba variando la retahíla de comentarios. Estos solían ir de auto insultos como: cobarde, llorica, niñato, pequeño, imbécil, blando, débil, patético, a frases más complejas y pensamientos bien construidos como: si hubieras plantado cara tu madre, Sirius lo habría hecho por ti, solo tenías que gritar y hacer ruido, serás igual que ellos de mayor si no eres capaz de ser como Sirius ahora….
Ese último en especial perturbaba a Regulus. Ciertamente él no era como su hermano, nunca lo sería, Regulus entendió bastante rápido cómo su hermano había acabado en Gryffindor, el pequeño Regulus no se parecía a su hermano. Definitivamente Reg tampoco era como sus padres y esperaba no serlo, de hecho era su mayor temor, acabar como ellos, fríos, sin sentimientos, crueles. Regulus se miraba al espejo y solo veía a un niño asustado. No era un gran león valiente como Sirius ni una gigantesca serpiente al acecho como su madre, él… era solo un niño asustado.
Las noches pasaban y Regulus no conseguía dormir. Todo daba vueltas en su cabeza. Un ruido ensordecedor sonaba en su cerebro y no sabía como pararlo. A veces lloraba, eso le tranquilizaba, luego se odiaba por hacerlo y todo volvía a empezar, el ruido, la rabia, los y si…
Mientras Regulus lidiaba con todo lo que sentía, tenía que soportar los gritos y lecciones de su madre. Walburga había decidido tras las vacaciones que de ninguna manera se repetiría un “Sirius Black” en su familia, así llamaban ahora a fallar, Reggie lo odiaba.
Ella le había enseñado de todo. Clases de etiqueta, el posible heredero de los Black debía ser adecuado y saber exactamente cuando hablar. Vocabulario, por supuesto también debía dominar cómo hablar un lenguaje ridículamente refinado para un chaval de once años. Magia oscura, Walburga había considerado que introducir a Regulus en las maldiciones y la magia oscura era una buena idea y el pobre Reg, atemorizado, no se atrevió a negarse. Piano y solfeo, de hecho, Regulus disfrutaba de estas, el piano le hacía feliz, cuando sus dedos tocaban las cajitas de madera blanca o negra se sentía libre. Por aquel entonces solo sabía interpretar piezas ya compuestas, pero con los años, Regulus se volvería un excelente pianista y compositor a su vez. Caligrafía cursiva avanzada, probablemente la peor para el pequeño, su madre le haría repetir diez veces cada palabra de un libro de cinco tomos escrito por un tatarabuelo suyo y si torcía mínimamente o alargaba más de lo debido el final de una o, la hoja sería quemada en un segundo y Regulus debería volver a empezar. Sus manos sangraban con cada clase de caligrafía, pero al final, el joven desarrolló la cursiva más perfecta de toda la familia Black, más que la de Sirius que ya era considerada ejemplar por todos los maestros de Hogwarts.
Al final del día, Regulus estaba agotado.
Entre clase y clase, tenía también continuos “consejos” de su padre el cual le prevenía de ciertos comportamientos impuros. Siempre hablaba de Sirius. A Regulus le ponía enfermo.
— Tus compañías son la clave de unos buenos aliados y un buen estatus en la escuela hijo. Hemos elegido algunos candidatos perfectos, de tu edad, entrarás con ellos en la estación en septiembre. Tu hermano estará contigo también. Este verano se le dejarán las cosas claras, no te preocupes Arcturus. — Orion siempre hacía eso, llamar a Regulus por su segundo nombre, él lo odiaba, pero nunca dijo nada —
La primavera de Regulus fue larga y completamente agotadora. Todo fue preparación para cómo no ser Sirius Black, como ser un perfecto Slytherin y como ser un perfecto hijo pródigo.
Walburga atacó a Regulus dos veces desde navidades. Una por preguntar si podía escribir a Sirius para ver cómo estaba, esa pregunta dejó una cicatriz oscura en su tobillo derecho. Otra por llorar, por supuesto. Regulus se había vuelto muy bueno evitando mostrar sus sentimientos pero a veces, como todo ser humano, fallaba y eso le costó una profunda pero fina cicatriz plateada en su muñeca izquierda. Esa tendría que esconderla, pensó Regulus.
Los meses pasaron y en seguida llegó junio. Regulus sintió alegría por primera vez desde que el año había empezado. Su hermano volvía a casa. Por fin, no estaría solo. Podría compensar a Sirius por las horribles navidades. Podría pedirle perdón.