
Teenage Dirtbag
Septiembre, 1993.
Allí estaba James Potter. De pie en la plataforma 9 ¾. Junto a un muy enfadado Harry, la familia Wesley y Hermione Granger.
Desde el primer año de Harry que no iba a la estación de Kings Cross. Desde ese caótico primer primero de septiembre. Ese día tuvieron que asistirlo los guardias de seguridad aun cuando se encontraban entre las plataformas nueve y diez. Los paramédicos que lo atendieron minutos después de la llamada a emergencias le diagnosticaron un ataque de pánico, una crisis provocada por la ansiedad que había sentido. Literalmente, fue solo un susto. Aunque había pensado que se moriría. Sintiéndose el rey de los cobardes, dejando ir el poco orgullo que le quedaba, no pudo cruzar. Y no, tampoco pudo despedir a Harry ni abrazarlo una última vez antes de que se fuera por cuatro largos meses hasta navidad. Antes de saber que no volvería para navidad porque vaya a saber Dios qué se le había ocurrido a Harry. Bueno, su carta decía que amaba el castillo, que se la pasaba genial, que tenía muchos amigos… ¡Claro que sí! ¡Era Hogwarts! Antes de casi perderlo a él también, cuando el profesor Quirrell dejara ver quién era en realidad, qué hacía en Hogwarts y para quién trabajaba. Durante el verano de 1992, se cuestionó durante largas noches si Harry volvería a Hogwarts para su segundo año. Pero, al recibir la inesperada visita de los hermanos Weasley una de esas noches de verano, luego de que los invitaran a su hogar, de que lo hicieran sentir a él, a James, un poco más vivo, no dijo nada. No se opuso a nada. Hogwarts era el lugar más seguro, y allí estaba Dumbledore, se repetía, calmándose durante las interminables noches de insomnio. Aunque sí, su segundo año tuvo incidentes también. Graves incidentes. Volviendo al presente, para el tercer año de Harry, se encontraba con él en la plataforma, y no solo para acompañarlo y despedirlo, sino porque había conseguido un empleo en Hogwarts. No sabía si era casualidad o si Dumbledore lo habría arreglado para él por las circunstancias, pero sí, lo había contratado casi que de la noche a la mañana sin ningún inconveniente. Harry, por su parte, como el adolescente rebelde en el que se había convertido, no quería saber nada. Por eso estaba enfadado. Por eso habían discutido. Por eso el maldito bastardo se había escapado de la casa.
Era tarde, y los Potter se gritaban uno al otro, luego de que Harry descubriera que James le había estado ocultando parte de la información sobre porque renunció a su trabajo muggle.
— ¡PORQUE TE VAS A ENTROMETER! —gritó, dando un portazo.
James subió las escaleras, rabioso.
— ¡HARRY! ¡ABRE LA PUERTA!
— no.
— ¡EL MIÉRCOLES SUBIRÉ A ESE TREN, TE GUSTE O NO!
— PODRÍAS HABERLO CONSULTADO.
— ¡NO TENGO POR QUÉ CONSULTARTE A TI LO QUE ME CONVIENE A MI!
— SÍ CUANDO TE METES EN MI LUGAR.
— ¿¡TÚ LUGAR!? ¡Hace dos años siquiera sabías que existía la magia!
— PORQUE TU LO OCULTASTE —abrió la puerta para responder y volvió a azotarla en la cara de James.
— POR TU PROPIO BIEN.
— SÍ, CLARO. Y ESTE EMPLEO TAMBIÉN —abrió nuevamente, señalándolo—. Vas a decirme que después de tantos años ocultándote de la magia, ahora, de repente, ¿quieres volver? Ahora lo quieres todo nuevamente, ¿no? Me gustaría, que por UNA vez en mi vida seas sincero conmigo.
— Los Weasley —dijo con calma—. Ellos. Su casa. Su maldita vida. Lo extraño, Harry. Siempre lo he hecho. Pero más importante era protegerte a ti.
— No tienes que protegerme a mí. Ya no. Ya crecí. Puedo razonar, tomar mis propias decisiones.
James soltó aire por la nariz, negando, mirando sobre Harry.
— Oh, Harry…
Sin embargo, un poco le mintió. Más bien, le ocultó.
James sí echaba de menos su antigua vida, sin discusión. Pero, hacía poco una noticia lo hizo retroceder en el tiempo, a esa noche. A esa traición. Después de trece años, le costó reconocer a aquel hombre al que una vez había llamado amigo, al que ahora veía en las noticias muggle porque había escapado de Azkaban. «Tenemos que advertir a los telespectadores de que Black va armado y es muy peligroso. Se ha puesto a disposición del público un teléfono con línea directa para que cualquiera que lo vea pueda denunciarlo.» Sirius Black estaba suelto. Listo para una venganza, creía. Tuvo más de una década para planearla, y si pudo escapar de Azkaban era capaz de cualquier cosa. Se abstuvo de leer el recorte del diario El Profeta, al que ahora estaban subscritos, porque sabía que hablarían de Sirius Black, y ya tenía suficiente con la cantidad de escenarios en los que se lo imaginaba. No necesitaba una nueva crisis de ansiedad, de las cuales no sufría desde junio cuando Harry se había enfrentado a un maldito basilisco en el colegio. Tan solo hacía dos meses… Después del cumpleaños de Harry a finales de julio, las cartas de Hogwarts llegaron a casa de los Potter. Todas ellas; la de Hogsmeade, la lista de libros y útiles, e incluso la de James, y ahí fue cuando todo explotó. Desde entonces, solo peleaban, compitiendo por quien azotaba más puertas o por quién lograba alzar más la voz. La peor noche de todas fue cuando Harry, en una madrugada, sacó su escoba sin permiso y voló por el vecindario, para pensar. Oh, eso sí que logró enfadar a su padre y sufriría las consecuencias.
— No voy a firmarlo —dijo la noche siguiente, riéndose en la cara de Harry, volviendo a sus asuntos.
— ¿Cómo que no vas a firmarlo?
— No. No voy a firmarlo.
Harry tomó aire, muy molesto. Apretando el permiso para Hogsmeade con uno de sus puños.
— ¡Papá!
— No me da la gana.
Citó a Harry, cuando le contestó: ‘‘fui a volar porque me dio la gana’’.
Tío Vernon se había sumado a los gritos esa noche, incluso su hermana Marge, que, juntos, insistían en que darle una paliza a Harry por su mal comportamiento lo haría reflexionar y le acomodaría las ideas. James no estaba de acuerdo con ellos, y cerró la puerta que daba al jardín, ignorándolos. Pues los jardines traseros, si bien no eran compartidos, no tenían nada de privacidad unos con otros. Horas más tarde, decidió que le había dado el espacio y el tiempo suficiente. Así que subió al primer piso de la casa, dispuesto incluso a firmarle el permiso y disculparse por no decirle sobre su nuevo puesto en Hogwarts. Golpeó una, dos, tres veces hasta que entró a la vacía habitación de Harry. Se había escapado, y con él se había llegado a Hedwig y uno de los baúles. Iba a matarlo. En serio iba a matarlo con sus propias manos.
— ¡HARRY! —gritó por la ventana, pero no había señales de su hijo por el silencioso vecindario.
Aun no dormía, inquieto, jurándose que en cualquier momento saldría a buscarlo si no regresaba, cuando una carta se coló por la chimenea. Después de realizar magia ilegal, Harry, había tomado el autobús noctambulo y se encontraba en el Caldero Chorreante, y Cornelius Fudge, el ministro de la Magia, se reuniría con él. Con ellos, de ser posible la llegada inmediata de James. Por supuesto que utilizó la apreciada aparición para ir al rescate de su hijo, listo para defenderlo de una expulsión si era necesario, y también preparado para un gran sermón cuando el ministro se fuera. Que Dios se apiade de Harry, porque James no lo haría. No esa noche. Ni las siguientes. El cielo lo habría escuchado porque los Weasley no tardaron en llegar al Caldero Chorreante, compartiendo los últimos días de vacaciones con ellos y Hermione Granger.
La noche anterior al primero de septiembre, Tom, el cantinero, juntó muy amablemente las mesas para que pudieran cenar todos juntos en el comedor. James y Harry seguían ásperos con el otro, pero lo disimulaban bastante bien, escuchando con sonrisas las aventuras de los Weasley en Egipto.
— ¿Cómo iremos a King’s Cross mañana, papá? —preguntó Fred durante el postre.
— El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.
Todos lo miraron.
— ¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.
— Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas...
—Por «Presumido del Año» —agregó Fred.
James no pudo evitar soltar una carcajada, por la que luego tuvo que disculparse. Los demás también se rieron, pero él era el único adulto que lo hizo.
Arthur Weasley inventó una convincente excusa para responder esa pregunta, ocultando el verdadero motivo, que solo los mayores conocían. Sirius Black. Todos. Absolutamente todos creían que iría tras Harry o James, o ambos. Querría completar su misión. No obstante a su ayuda, el sr. Weasley, no estaba de acuerdo con ocultárselo a Harry. Creía que debía estar al tanto, quizás no del todo. Pero a él le gustaría saber si un asesino le podría estar pisando las huellas. Quería prevenirlo. Y, sin querer, cumplió con su cometido. Debatía su postura con Molly, que estaba de acuerdo con James, sin saber que Harry aún no se había ido a la cama, y que estaba escuchándolos con mucha atención desde la escalera.
—… Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry… Y quien sabe si aún no se entera que James también está vivo, dispuesto a lo que sea.
El andén estaba lleno de magos jóvenes y sus familias, despidiéndose. El Expreso de Hogwarts relucía de color rojo, soltando humo, preparado para partir. James hablaba bajo con los señores Weasley.
— Si terminaste de cuchichear y ocultarme cosas, quiero subir al tren antes de perderlo, otra vez —gruñó Harry.
James suspiró.
— ¿Qué? ¿No puedes subir los baúles por tu cuenta? —le respondió a la defensiva, y Molly lo regañó como a un niño.
De todas formas, profesores y alumnos no viajaban en el mismo vagón. No era lo usual. James debería ir al primer vagón, pero sentía que sus pies estaban soldados al suelo. Tenso, no podía moverse. Oh, las náuseas otra vez.
— Tomate esto —dijo Molly, de nuevo, como una mamá—. Te ayudará a relajarte.
Tomó aire y lo soltó, medio ruidoso. No quería faltarle el respeto a Molly ni pasar por un desconsiderado, pero también era una persona adulta. No necesitaba esos tratos. Ni ayuda. Estuvo muy bien durante trece años. Se despidió de Arthur y Molly y subió a su vagón designado.