
T.E.P.T.
Por obvias razones, nunca antes había estado en aquel vagón del tren. Era totalmente distinto a los vagones de los estudiantes. El vagón de profesores, que no solía ser tan utilizado, porque éstos preferían otros medios de transporte, era un único espacio, con varios asientos y algunas mesas, sin compartimientos que lo dividieran. Además, había una barra pequeña, con algunas bebidas y comida exhibidas en vitrinas, atendida por un elfo doméstico robusto.
Desde la puerta pudo contar tres cabezas conocidas; Bathsheda Babbling, Charity Burbage y la de Valentinus Tulus. Bathsheda, quien era profesora de Runas Antiguas aun cuando él estudiaba en el colegio, le sonrió. James se había sentado cerca, sacando un libro, que fingiría leer, de su morral. El tren había dejado la estación de King Cross hacía, al menos, una hora cuando Bathsheda se sentó a su lado y le dio charla. Al principio, parecía más interesado en el cielo, que dejaba de ser azul para teñirse de gris. El norte avecinaba una tormenta. Mantuvieron una conversación animada durante un buen rato, ella fue muy cuidadosa y respetuosa con sus palabras, con sus preguntas, y parecía muy interesada en Harry y la decisión que James había tomado en vivir con los muggles hasta que tuviera una edad más apropiada para asumir todo lo que habían vivido, y lo que le tocaría vivir. Bathsheda dejó en claro que apoyaba aquello, que le parecía muy sensato de su parte, aunque también comentó que no todo el mundo pensaba así. Y eso no fue gran sorpresa para James. Asimismo, cuando ella recordó una anécdota de los merodeadores, una vez que los había castigado y quitado como cien puntos debido a una broma que les salió muy mal, el pecho de James se achicó con una punzada. Se paró, disculpándose con ella, saludando a quien fuera que lo saludaba con un agite de manos, su visión era más que borrosa, como si el vidrio de sus gafas se hubiera empañado. Salió de aquel vagón a otro soltando una exclamación ahogada. Éste era angosto debido a los compartimientos rectangulares, ocupados por estudiantes. En ese momento, todas las puertas de los seis compartimientos que cabían en el nuevo vagón estaban cerradas. James giró, la sensación de estar asfixiándose se disiparía si fijaba su vista en el paisaje agreste de infinitos campos abiertos. Del otro lado, no se le ofreció la anhelada calma que esperaba encontrar. Llovía torrencialmente, por lo que el vidrio estaba completamente empapado de gotas que golpeteaban contra la ventana, y el traqueteo constante del tren tampoco ayudaba. Los sonidos penetraban en su cuerpo, como si él fuera la tormenta. Comenzó a sentirse aturdido. Más que antes. Cerró los ojos e inhaló profundamente. Los recuerdos lo estrangulaban; se quitó la corbata, se desabrochó el primer botón sin apartarse de la ventana que pintaba de negro el exterior.
Por la puerta contraria de la que James había salido, entró una chica de cabellos alborotados, eufórica. Iba corriendo, pasando por quién sabe cuántos vagones del Expreso de Hogwarts, notablemente asustada con la respiración agitada. James se irguió con todo su metro setenta y nueve dispuesto a atravesarse por el camino de esta -aparente- alumna perturbada. Al chocarlo, la tomó de ambos brazos, evitando que cayera al suelo si no lo hacía.
— No debería estar corriendo por los pasillos —regañó desde su lugar de profesor—. ¿Por qué no está en su compartimiento?
Ella gimoteaba y susurraba algo inaudible para él, intentaba soltarse del agarre hasta que no peleó más, luego de escucharlo. Levantó su cabeza, fijando su enorme par de ojos iridiscentes en los de James.
— Ais —murmuró James—. ¿Aislin?
El ruido del viento y la lluvia sonaban cada vez más fuertes, espeluznantes, James pudo darse cuenta que el tren bajaba su velocidad. Su cabeza seguía trabajando, en alerta, pero ya tenía los pies sobre la tierra. Sintió todo el peso muerto en sus brazos, como si fuera de hule, colgaba de él, inconsciente.
— Mal… está mal —murmuró ella, aun sin volver en sí.
Al abrir sus ojos, estos estaban completamente blancos; sin pupilas, sin iris. Blancos y brillantes. Una vez, mucho tiempo atrás, cuando todavía era un estudiante de Hogwarts, la había encontrado así, en el bosque prohibido.
— La noche se pondrá rara. Saldrán la luna y las estrellas. Todo se mueve. Todo tambalea. ¡FUE UN ENGAÑO! ¡LAS ESTRELLAS! Qué mal, qué mal, qué mal…
El tren paró, provocando una sacudida brutal a todos sus pasajeros. De pronto todas las luces se apagaron. El vagón estaba completamente oscuro. Los murmullos de los estudiantes dentro de los compartimientos se hacían presentes en los oídos de James. Estaban asustados. Nadie comprendía qué estaba pasando, porque, definitivamente, no habían llegado a Hogwarts. Las puertas se abrieron dejando pasar a un Dementor; una criatura nauseabunda, oscura, de apariencia fantasmal cubierta por largas túnicas negras. Son los guardianes de la prisión de Azkaban, y ahora buscaban a su único fugitivo.
No. Buscaban a cualquiera. Cualquiera que pudiera alimentarlos de alegría, esperanza y paz… Y, en ese momento, Aislin era un blanco fácil.
Del manto negro salía una mano huesuda y larga, de color grisáceo, como si estuviera descompuesta. No tuvo que estar cerca para comenzar a absorber de ella. James la saltó, pero no cayó al suelo, el Dementor la sostenía. Dio un paso hacia atrás, sacando su varita, preparado para lanzar el hechizo protector:
— ¡Expecto Pratonus! —exclamó, pero la varita solo lanzó un par de chispas luminosas. James la observó, pasmado— ¡EXPECTO… PATRONUS! —gritó.
Nada. No funcionó ni la tercera ni cuarta vez. Aunque el Dementor sí dejó a Aislin. Porque James había llamado toda su atención.
Friolenta, Aislin abrió los ojos.
Tardó en darse cuenta de lo que pasaba. En ver al Dementor succionando de alguien. Tambaleante, pero sigilosa, se puso de pie, sacando su varita de madera de tilo plateado, apuntando al repugnante ser, conjurando:
— ¡Expecto Pratonus! —un chorro de luz que vacilaba entre lo plateado y azul salió disparado, convirtiéndose en un ave gigantesca, el albatros envolvió al Dementor con sus alas y lo ahuyentó.
Miró a ambos lados; del lado derecho no vio más allá de los vidrios empañados; del lado izquierdo tenía espectadores.
— ¡Quédense en sus compartimientos! —ordenó, acercándose al hombre que yacía inconsciente en el suelo. Se arrodillo a su lado, moviéndolo. Tardó en reconocerlo detrás de esa barba descuidada y cabello desaliñado. Le tocó el rostro, observándolo con detenimiento— ¿Jamie? —preguntó a nadie, tirándose hacia atrás. Palpando su túnica blanca, de falda abierta que dejaba ver un par de pantalones del mismo color a partir la cintura, buscó en ellos el incienso; tarareando la canción del ruiseñor, quemó las hojas secas y dejó que el humo se infiltrara por la nariz de James.
Abrió los ojos de repente, confundido.
— James —habló asomándose por encima, sin pestañear.
— Hey… —sonrió.
Al instante, al ver que los ojos de Aislin brillaron en tonos grisáceos, la apartó bruscamente, al igual que su mirada de la suya.
— ¡HARRY! —exclamó, sentándose, pero se mareó.
— Están todos bien. Todos. Tienes que descansar. Ven, tomemos un té —decía ella con la voz más dulce que había escuchado jamás. No. Bueno, sí la había escuchado antes. A la mismísima Aislin.
— No tengo tiempo de tomar té.
Aislin rio.
— No seas bobo. Siempre hay tiempo de tomar té.
— Suéltame. Sé lo que estás haciendo —masculló entre dientes, volviéndola a ver a los ojos. Esa vez, ella fue la que los apartó.
— No estaba haciendo nada. Ya partimos. Los Dementores solo querían… querían… bueno, ya sabes qué.
— Sí. Buscaban a Sirius.
— Sí —soltó con tristeza, y sus ojos brillaron de un azul oscuro.
Se puso de pie, cabizbaja, sin energía, arrastrando sus pies hacia el vagón de los profesores. James la siguió, algo más energético. Molesto porque Aislin sintiera pena por Sirius Black.
— Es un traidor. No puedes ponerte así por un traidor.
— Es Sirius.
— Lily está muerta por Sirius —soltó sin pensar, con los nudillos blancos de apretar los puños.
En voz alta.
Tragó grueso, giró y escapó, otra vez, del vagón de los profesores.