
El delineado
Recordaba a la perfección el día en el que Pansy había llegado desbordando euforia a la sala común, chillando y gimoteando sobre lo emocionada que estaba porque una tienda de accesorios, maquillaje y cuidado personal abriría en Hogsmeade ese mismo fin de semana. Draco pensó que era una tontería por supuesto, pero aún así se vio obligado a acompañar a su amiga a la apertura de la boutique, siendo prácticamente arrastrado por ella al local, que estaba repleto de alumnas de Hogwarts y una que otra mujer del pueblo.
—No te entiendo —decía la chica, esculcando entre los delineadores del estante, buscando uno a prueba de agua—, de verdad que no te entiendo. ¡Eres el rey de las rutinas y cuidado de la piel! ¿Cómo es que no estás encantado con todo esto?
—Porque esto no es para nada parecido a mis cuidados de la piel —renegó él—. Lo mío es algo necesario y de cuidado personal, algo que todos pueden hacer independientemente de su género.
—El maquillaje tampoco tiene género —le espetó la chica de muy mala gana.
—Sabes a qué me refiero —obvió Draco—, no es común ver a un chico pintado como payaso.
Ese comentario hizo que se ganara una mala mirada por parte de Pansy, gesto que vino acompañado por un golpe en el brazo.
—Eso no es… ¡a veces me sorprende lo hipócrita que puedes llegar a ser! —rezongó ella, decidiéndose finalmente uno de los delineadores de una de las tantas marcas que se encontraban en la repisa.
Draco bajó la mirada, sabiendo perfectamente que el que estuviera "obsesionado con su convencionalmente femenina rutina de mascarillas " (según Blaise) no era la única razón por la que su amiga lo acusaba de hipócrita. Pansy y él intercambiaron una última tensa mirada antes de que la chica guardase sus compras dentro de la canasta repleta de maquillaje que llevaba en mano, y continuara con su sesión de compras en la siguiente sección de la tienda.
Draco la siguió en silencio por los pasillos del local, esperando ilusamente que aquella fuera la última vez en la que el tema de conversación fuese el maquillaje.
Pero debió haber sabido que eso no sería así, después de todo, tenía por mejor amiga a la chica más terca del mundo.
Nada que hiciera sonreír a Pansy Parkinson significaban buenas noticias, eso lo había aprendido a la mala.
Lo supo cuando tenía seis años, y Pansy consiguió que Lucius y Narcissa accedieran a dejarlos jugar con los pavo reales que abundaban en el jardín de la mansión Malfoy, y él terminó lleno de picotazos; lo aprendió cuando tenía trece años, y Pansy lo convenció de inscribirse a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, y él terminó con un brazo inutilizado por más de dos meses (¡¿por qué los animales lo odiaban tanto?!); y por si fuera poco, reforzó de nuevo el aprendizaje cuando Pansy lo obligó a unirse a su estúpido proyecto de jardinería y él terminó con una reacción alergica a los lirios.
Y una vez más, a sus veinte años, se encontraba aprendiéndolo una vez más sentado en el borde de la cama de la habitación de la chica, replanteándose todas las decisiones que había tomado hasta ese preciso momento. ¿Cómo es que Pansy lograba manipularlo cada vez?
—Sabes que no quiero hacer esto —masculló Draco, tronando los dedos de su mano izquierda, cosa que solía hacer cuando se sentía nervioso—. ¿Qué diría mi padre si viera lo que estoy a punto de permitir?
Al otro lado de la habitación, una desarreglada Pansy Parkinson esculcaba entre sus cajones en busca de su pequeña cosmetiquera morada. La chica dejó salir un gruñido en cuanto escuchó la mención de Lucius Malfoy.
—No sé y no importa, tu padre no está aquí para controlarte, Dray. Además, no actúes como si no amaras esto; recuerdo bien que cuando éramos niños…
Él la calló con un chillido bastante agudo y Pansy soltó una risotada al ver como sus mejillas se teñían de un leve tono rosado, dejando salir la vergüenza que acompañaba a aquel recuerdo que ambos tenían en mente.
Una vez que la chica encontró lo que buscaba, caminó en dirección a Draco con una sonrisa dibujada en el rostro.
—Eso fue hace mucho —farfulló Draco bajando la mirada—. Y creo que no tengo que recordarte qué opina mi padre de estas cosas.
Ella no contestó, simplemente lo miró a los ojos mientras esa confiada sonrisa se borraba de a poco. Los negros orbes de la chica eran como una ventana a sus pensamientos, y en ese instante reflejaba la culpa que sentía al recordar la reacción de Lucius Malfoy al descubrir a su hijo de ocho años con la cara repleta de maquillaje. Viéndolo así, nadie podía culpar a Draco por creer que el maquillaje, por ejemplo, fuera una "cosa de chicas", no después de haber sido criado por el hombre más "macho" de Inglaterra.
Recordaba vívidamente el día en el que Pansy había tomado prestado el maquillaje de su madre y decidió que esa tarde jugarían a los maquillistas. De inmediato ese se convirtió en el juego favorito del heredero de los Malfoy; Pansy era buena maquillando, lo hacía ver guapo. Y a él le gustaba sentirse guapo.
Fue inevitable que aquel se volviera uno de los juegos más recurrentes de ambos por años.
Era un juego tonto, dos niños divirtiéndose. Lástima que su padre no lo vio de ese modo. Lucius había tomado aquel juego inocente como un ataque hacia su legado, como si Draco lo estuviera desafiando, y reaccionó de la peor manera, humillando a su hijo y con palabras que ningún niño de su edad debería conocer. Lo reprendió hasta que, dentro de su joven mente, tan solo la idea de maquillarse le provocaba ganas de llorar.
Y vaya que ese recuerdo perduró por muchos años en el cerebro de Draco. Con el tiempo, parecía cada vez más lejano, como un mal sueño que alguna vez llegó a tener. Sin embargo, la sensación de latente temor y vergüenza lo acompañaban hasta ese día. Suponía que el fantasma de los abusos cometidos de parte de su padre hacia él lo acompañarían hasta el día de su muerte.
Si no fuera porque Draco había comenzado a asistir al psicómago después de la guerra (obligado por el ministerio para probar que era apto para convivir con la sociedad después de haber sido un mortífago, cabe resaltar) y el tener el conocimiento de que Lucius —por más difícil que pareciera— no podía hacerle daño desde su celda en Azkaban, no hubiera accedido a dejarse maquillar por Pansy.
—Creo que la idea de tu amiga es algo inteligente —comentó Robin, su terapeuta, cuando Draco le había hablado de que Pansy insistía en "superar traumas por medio de la belleza"—. Quiero decir, no pierdes nada intentándolo, ¿cierto?
Pansy se acercó a su amigo con cautela, temiendo que éste se pusiera a la defensiva, y una vez que estuvo lo suficientemente cerca, lo tomó de las manos con cariño, evitando que siguiera tornándose los dedos.
El contacto hizo que Draco saliese de su trance.
—Ya no tienes que preocuparte de lo que Lucius opina —murmuró ella en un tono mucho más suave de lo normal, acariciando el dorso de sus manos con gentileza. Draco se estremeció al escuchar ese nombre—. Esto es algo que te hace feliz, y con eso basta y sobra para que lo hagas.
El rubio dejó salir en forma de suspiro el aire que estaba reteniendo dentro sus pulmones, desde que la conversación había comenzado.
—Sólo eres linda porque quieres que sea tu muñeco de prueba —bromeó Draco después de unos segundos, aligerando el ambiente. Pansy rio.
—No actúes como si no amaras mis looks —soltó ella entre risas, alzando el mentón con orgullo.
—Cállate de una vez y ponme bonito.
Maldito sea. Maldito sea Draco Malfoy.
Ese idiota siempre supo como meterse dentro de su cabeza, desde que se conocían era lo único que hacía. Y cuando la guerra acabó, quiso pensar que con ella acabarían los juegos mentales y tretas de Malfoy, sin embargo ahí estaba, sentado en su pupitre sin poder apartar la mirada del rubio en vez de estar prestando atención a la clase.
Y es que Harry no podía evitar quedar hipnotizado con el joven, cuando aquella era una vista tan poco común, porque aunque sí, Malfoy siempre había sido extravagante, pero nunca había llegado a tanto, no hasta que entraron a la academia.
¿Cómo iba a saber que las carreras de Auror e Inefable iban a tener tantas materias en común? De haber sabido, probablemente habría elegido el horario de la tarde en vez del de la mañana.
En Hogwarts Malfoy solía llamar la atención con sus insultos y malas actitudes, sin contar que era el segundo lugar del mejor promedio en su grado. Y, a pesar de ser fastidioso, era mucho más fácil lidiar con el arrogante, molesto y prepotente Draco Malfoy, a tener que convivir con lo que sea que fuese ahora. Porque en ésta ocasión, el problema no era su actitud; de hecho desde que la guerra terminó, Malfoy se había vuelto mucho más retraído y menos molesto. Claro que seguía siendo arrogante, pero por lo menos ya no vivía para insultar a quien sea que se cruzara por su camino. No, definitivamente el problema no era su actitud, sino su apariencia.
Todo comenzó cuando un martes del semestre pasado apareció con las uñas pintadas de un verde pistacho, cosa que no pasó desapercibida por ninguno de sus compañeros, que casi al instante criticaron las acciones de Malfoy por medio de susurros.
¿El heredero de una de las familias más sangre puras y supremacistas practicando cosas de afeminados? ¡Qué escándalo!
Aunque eso poco le importó a Malfoy, que cada vez se hacía diseños más extravagantes y de todo tipo de formas y colores.
Estaba bien, Harry podía con eso.
Claro que unos llamativos diseños de uñas de su ex-rival no eran nada comparado con cuando llegó al salón de clases con su larga melena rubia recogida en un chongo, dejando que tan solo un par de mechones cayeran por su frente, dándole un aspecto extremadamente elegante y —aunque odiaba admitirlo— jodidamente guapo.
—Merlín —susurró Ron, con la sorpresa e incredulidad burbujeando en su voz—, ¿ya viste lo que trae en la cara?
Por supuesto que lo había visto, llevaba toda la clase mirándolo una y otra vez. Draco Malfoy estaba maquillado.
—Ya se había tardado —La voz de Cormac McLaggen, que hablaba con otro de sus compañeros, llamó la atención de ambos amigos—. Quiero decir; ¿qué sigue? ¿Que traiga una falda puesta?
Harry miró a Malfoy una vez más, sus mejillas decoradas por un suave rubor rosado y sus finos labios cubiertos por un rojo carmín —que, a propósito, hacían juego con el barniz de uñas que llevaba— eran difíciles de ignorar. Pero sin duda, lo que más llamaba la atención eran sus ojos; un fino delineado de gato adornaba los ojos del heredero de los Malfoy, haciendo que estos se vieran mucho más filosos de lo que alguna vez los hubiera visto. Sin mencionar que, gracias a la máscara de pestañas, Harry notaba por primera vez cuán largas eran las pestañas del chico.
—Sabía que la guerra había dejado a Malfoy trastornado, pero nunca pensé que fuera un marica —secundó el amigo de McLaggen, sacando a Harry de sus pensamientos.
Y no tenía ni la menor idea de por qué, pero el comentario de aquel chico le hizo rabiar.
Rápidamente giró su cabeza para decirle a aquel imbécil que se callase, sólo para encontrarse con la sorpresa de que la clase hacía rato que concluyó y todos sus compañeros —incluyendo a Malfoy— ya habían guardado sus cosas y salido del salón, a excepción de él y Ron, que lo esperaba desde el umbral de la puerta del aula.
Harry guardó sus cosas a toda velocidad, deseando poder seguir a Malfoy a su siguiente clase, como había hecho durante todo ese semestre, ignorando por completo a Ron que le había gritado lo desconsiderado que era por haberle dejado parado como idiota esperándolo otra vez. Pero vaya que le era imposible no sentir curiosidad hacia el nuevo estilo de Malfoy y todas las emociones y sensaciones desconocidas que causaba en Harry.
—¿En serio sigues obsesionado? Harry, ya pasaron años —Fueron las palabras que salieron de la boca de su amiga en cuanto se encontraron para almorzar.
—¡No estoy obsesionado, Hermione! —chilló él indignado—. Además, no me digas que a ti no te causa curiosidad su... apariencia.
—Sí —admitió Hermione—, pero no al punto de seguirlo al baño —complementó entre dientes. Harry le dedicó una mala mirada y Ron soltó una carcajada.
¡No estaba obsesionado! No podía estar obsesionado, no con Malfoy. Se dijo a sí mismo que era normal, que aquello no era más que eso, simple curiosidad. Pero... ¿En verdad lo era?
Los odiaba. Los odiaba a todos.
Sabía que en el momento en el que pisara la academia con la uñas pintadas, el cabello amarrado y la cara maquillada, estaría muerto. Pero estaba cansado, cansado de esconder lo que le gustaba, cansado de guiarse por el qué dirán y cuando decidió comenzar a expresarse como le daba la gana nunca pensó que sería recibido de tal manera.
Cuando Pansy le dijo que la mejor manera de lidiar con emociones negativas y traumas era embellecer su exterior para embellecer su interior le pareció una reverenda estupidez. Claro que eso fue hasta que se vio al espejo con las pestañas enchinadas y un discreto gloss cubriendo sus labios, entonces pensó que la teoría de Pansy sí que podría llegar a tener algo sentido.
Fue entonces que descubrió que una parte importante de sanar traumas era tener una buena autoestima, y vaya que el maquillaje lo ayudaba a sentirse bien. Por lo que la idea de dejarse crecer el cabello e iniciar con un riguroso ritual mensual de manicura de pronto le pareció maravillosa.
Merlín sabe que no se había sentido así de bien en mucho tiempo.
Pero esa burbuja de felicidad en la que había estado envuelto durante todo ese verano se reventó en cuanto comenzó con sus estudios para Inefable. Porque una cosa era maquillarse y arreglarse como le daba la gana en su casa o con sus amigos, que no lo juzgarían así decidiera ponerse una bolsa de basura, y otra completamente diferente era estar en una institución llena de gente que jamás olvidaría que él le sirvió a Voldemort, gente que sabía quién era y de qué familia venía.
Su primer semestre en la academia fue un maldito suplicio; encontrarse con caras conocidas y tener que fingir ser algo que no era sumado a que nunca había estado tanto tiempo lejos de Blaise, Pansy y Greg, habían convertido sus primeros meses en un infierno.
Al principio, pensó que toda su estadía en la academia sería así, después de todo, el karma es cruel y, en sus días de estudiante en Hogwarts, había sido un completo hijo de puta, por lo que parecía lógico que la vida decidiese vengarse de él de ese modo.
Claro que no duró mucho hundido bajo esa capa de infelicidad, no cuando Blaise se enteró y —como de costumbre— decidió actuar como una especie de coach de vida.
—¿Es una broma? —Fueron las primeras palabras de su amigo en cuanto Pansy le fue de chismosa a contarle por lo que Draco estaba pasando—. ¡Eres el jodido Draco Malfoy, por Merlín! ¡Tú aplastas a los demás, a ti no te aplastan!
—Sí, y el aplastar a los demás es lo que me guío a ser una de las personas más odiadas por el mundo mágico, ¿lo recuerdas? —Draco jaló al moreno hacia su lado en el sofá para que éste se sentara de una vez y dejase de dar vueltas por la habitación—. Además, tú y Pansy están exagerando, no es tan malo.
—¿Que no es tan malo? —chilló Blaise alzando los brazos—. Draco, ¡te estás privando de algo que te hace feliz sólo porque crees que una fuerza divina te está castigando por cosas que hiciste cuando tenías quince años! —Draco hizo el ademán de contraargumentar, pero Zabini le tapó la boca en cuanto el rubio intentó abrirla—. Cierra la boca, deja de atormentarte a ti mismo con errores que cometiste cuando eras un adolescente y ve a ser feliz por una maldita vez en tu vida… ¡Oh! Y si alguien te dice algo sobre tu aspecto, lo hechizas hasta cerrarle la boca porque ese sí es mi Draco, no este pedazo de chillón auto-compasivo.
Y por más raro que pueda parecer, escuchar un buen regaño del tranquilo y relajado Blaise, era lo único que le faltaba para tomar las riendas de su vida una vez más y hacer lo que se le diera la gana.
Claro que estaba consciente de las burlas y comentarios hirientes que recibiría por parte de sus compañeros. Ya se habían burlado de él hasta la muerte por diferentes causas; desde su existencia como ex-mortífago, hasta sus uñas y cabello. Pensó que ya no habría burla o comentario lo suficientemente hiriente como para hacerlo flaquear ante sus decisiones.
Y tenía razón. Lo que lo hizo querer morirse no fue un comentario... Bueno, no solamente el comentario.
Era la hora de la salida y Draco estaba recogiendo sus cosas, preparándose para encontrarse con Pansy y Blaise e irse a casa de una buena vez, cuando alguien lo había acorralado contra uno de los corredores de la academia.
—Vamos, marica, lo estás pidiendo a gritos, ¿crees que no veo tus intenciones? No eres más que una puta pidiendo que se la follen. Déjame darte lo que quieres —McLaggen estaba tan cerca de su cara que Draco podía ver como la saliva salía de su boca a la hora de hablar.
—Mira, imbécil, aunque tuvieras la razón (que no la tienes), el último candidato para eso serías tú —masculló el rubio apartando a McLaggen de su camino—. Ahora, muévete antes de que te destroce ese pedazo de mierda que llamas rostro.
Draco intentó alejarse, pero el chico se paró frente a él, bloqueando el paso.
—Estás desperdiciando una oportunidad única.
El rubio lo miró incrédulo antes de carcajearse en la cara del chico.
—En serio, no tengo tiempo para esto, muévete.
—No seas idiota —masculló McLaggen comenzando a molestarse—. ¿Crees que alguien te va a ofrecer una follada mejor que la mía?
—Mmh, déjame pensar —habló Draco mientras llevaba una mano a su mentón, fingiendo que lo pensaba—. Creo que hasta un vagabundo lo haría mejor que tú.
—No eres divertido.
—Jódete.
—O mejor a ti.
—Las cosas no funcionan así —masculló Draco, ya fastidiado—. Por última vez, quítate. Ahora.
—Vamos, dame una oportunidad —pidió McLaggen aferrándose al brazo del rubio.
—¡Suéltame! —gritó. Aquello ya había dejado de ser fastidioso, convirtiéndose en algo atosigante.
McLaggen abrió la boca una vez más, pero antes de que pudiera decir algo, una voz ajena a ellos inundó el pasillo: —¿Qué parte de "suéltame" no entiendes?
Draco dirigió la mirada a de dónde provenía la voz.
Harry Potter estaba parado al final del pasillo con esa cara que Draco reconocía como la expresión de "no temas, el salvador San Potter está aquí para solucionarte la vida ". Genial, dos idiotas atosigándolo, su día no podía ir peor.
McLaggen y Potter se miraron con odio, pero antes de que pudieran continuar con esa guerra de miradas, Draco dirigió su mano libre hacía el bolsillo de su túnica, tomando su varita.
—¡Atabraquium! —vociferó Malfoy. Y en un movimiento seco, Cormac cayó al suelo, atrapado por un lazo rojo que sería imposible de desatar a menos de que quien convocó el hechizo lanzase el contra-hechizo.
Draco dirigió su mirada hacia el salvador del mundo mágico, y con una voz extremadamente melosa y una mueca bañada en sarcasmo le espetó: —Mi héroe.
—Sólo intentaba ayudarte —masculló Potter, cuyas mejillas se tiñeron de un leve tono rosado a causa de la vergüenza—. De nada.
—No dije gracias —denotó Draco alzando una ceja, ignorando los gemidos y jadeos de McLaggen, que intentaba zafarse del hechizo—. ¿Sabes qué sí te agradecería? Que dejaras de seguirme.
Potter enrojeció al instante.
—Yo... yo no-
—¿Tú qué, Potter? —escupió Draco, acercándose peligrosamente a su ex-rival—. ¿Crees que no me doy cuenta de que me sigues cual perrito faldero por toda la escuela? ¿Sabes? Creí que después de Hogwarts madurarías aunque sea un poco, pero resulta que no, sigues siendo el mismo niñito tonto. ¿Crees que tienes alguna clase de poder divino? ¿Que yo necesito que alguien como tú me salve? No seas ridículo, no eres el centro del mundo, supéralo de una vez.
Dicho esto, Draco se fue del pasillo, dejando a Potter con una cara de tonto —más de lo normal—, y a McLaggen retorciéndose en el suelo.
A veces consideraba que hubiera sido mejor haber muerto en la guerra antes que tener que vivir rodeado de imbéciles.
No es que hubiera estado siguiendo a Malfoy, por lo menos no ese día. Había sido una total coincidencia que él hubiera estado ahí, de eso estaba seguro. Se quedó hasta tarde para terminar un ensayo de la clase de Defensas y Contrahechizos Oscuros y dio la casualidad de que cuando iba saliendo, se topó con que Malfoy también se había quedado hasta tarde.
Al igual que McLaggen.
Eso era todo, estuvo en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Ni siquiera sabía por qué se había actuado de esa manera, como si Malfoy no supiera defenderse, como si necesitara su ayuda. Claro que sabía que Malfoy podía defenderse solo, ¡lo sabía de sobra, por Dios!
De todos modos, aunque no lo hubiera sabido, él se encargó de recordárselo.
Las palabras de Malfoy se habían adentrado en lo más profundo de su cabeza, haciéndolo sentir como si fuera un completo idiota. ¿Era cierto? ¿Había estado actuando como un intento de superhéroe?
No lo hacía, por lo menos no conscientemente, mas no podían pedirle que dejara de hacer algo para lo que —prácticamente— fue criado. ¡Era Harry Potter, por Merlín! Había estado salvando gente desde los once años, para éste punto ya era lo suyo. ¿Y ahora tenía que dejarlo sólo porque el engreído de Malfoy creía que era molesto? Ni de chiste.
Claro que las palabras del rubio no habían sido lo único que había dejado a Harry repasando los hechos mentalmente una y otra vez.
Siempre había considerado a McLaggen como una de las personas más intolerantes con las que tuvo la mala suerte de cruzarse. Era bien sabido por todos que cualquier cosa que se saliese de la normativa del chico era objeto de sus burlas y desprecios, y la homosexualidad no había sido la excepción. Sin embargo haberlo escuchado insinuarle, exigirle y prácticamente rogarle a Malfoy que lo dejase escalar a otro nivel con él fue... revelador.
No sólo porque ahora sabía que McLaggen no era aquello que decía ser, sino porque esa revelación había causado una oleada de cuestionamientos y dudas en Harry, dudas que recaían, casi en su totalidad, en Malfoy.
¿Por qué las insinuaciones de McLaggen lo habían hecho enfurecer?
Ni siquiera sabía por qué se había metido en una discusión que no lo incluía a él, o por qué le había molestado tanto escuchar las sucias palabras que salieron de la boca de McLaggen y que iban dirigidas hacia Malfoy. Fue un acto de mera impulsividad, como si algo en su interior rabiara ante la idea de que McLaggen deseara a Draco Malfoy de esa forma. Y eso sólo hacía que Harry quisiera aventarse de un último piso. ¿Qué demonios le sucedía?
¿Por qué aquel rubio fastidioso siempre lograba captar su atención? Incluso en Hogwarts, Malfoy había sido una constante en su vida. ¿Qué era eso que hacía a Draco Malfoy tan especial? Aquello que causaba que el rubio se apoderase de la mente de Harry, aquello que hacía que Harry no pudiera evitar centrar su atención en él cada que estaban en la misma habitación, esa misma sensación que había reprimido en sus años de juventud y que había estallado en cuanto Malfoy decidió comenzar a delinearse, a cuidarse, a verse más guapo de lo que ya era por naturaleza.
Esas emociones aterraban a Harry, pero más le aterraba el no poder dejar de pensar en él, en la conversación que McLaggen y Malfoy habían tenido, en la mirada llena de odio y furia del chico que, con veneno saliendo salpicado en cada palabra que le dedicó, lo humilló y lo hizo sentir como un total imbécil.
Y por más que Malfoy le haya exigido que lo dejase de seguir, había algo en Harry que lo obligaba a pegarse al rubio como una garrapata. No sabía si era el temor de que McLaggen volviera a acosarlo o si era meramente para alimentar su obsesión. Porque sí, estaba obsesionado con Draco Malfoy... de nuevo. Intentó e intentó decirse que no era una obsesión, pero para ese punto, ya no había cómo negarlo.
Estaba jodidamente obsesionado con Malfoy y no tenía ni la más remota idea del porqué.
Conforme los días pasaban, Harry prestaba más y más atención al rubio y comenzaba a notar cosas que no había notado en él antes; como las diminutas y casi invisibles pecas que se paseaban por el puente de su nariz, o el hecho de que tenía un ojo más colorido que el otro, mientras uno era gris en su totalidad el otro le tiraba más a azul. También estaban aquellas extrañas mañas y rituales que no notarías a menos que le prestases suma atención; el cómo acomodaba sus plumas de manera meticulosa, desde la de punta más fina hasta la de punta más gruesa o cómo todos los días cruzaba la academia entera para poder comer con Pansy Parkinson en el ala de medimagia.
Llevaba semanas haciéndolo, no obstante Harry estaba seguro de que jamás terminaría de analizar a Malfoy o a sus extrañas manías y raros hábitos.
Y claro que Malfoy no era ajeno a las prolongadas miradas que Harry le dedicaba, pues de vez en cuando se las regresaba, sólo que las miradas de Malfoy estaban cargadas de un sentimiento que le era indescifrable, pero a la vez demasiado intrigante.
Nunca lo admitiría, no en voz alta, pero el hecho de que Harry Potter estuviera obsesionado con él le ponía de una manera que le era imposible de explicar. Y es que no todos tienen al bendito San Potter comiéndoselos con la mirada día y noche. Porque sí, Potter le dirigía esa mirada, esa mirada que denotaba que deseaba algo más de él. Claro que, como es Potter, lo más probable es que no se hubiera dado cuenta aún de lo que en realidad deseaba, de la verdadera razón detrás de su obsesión con él.
Y el problema estaba en que Draco no sabía por cuánto más aguantaría antes de cumplir aquello que ambos anhelaban. En cumplir eso que había estado deseando por demasiado tiempo y que se había estado prohibiendo a sí mismo, ya que por más que lo deseara, sería actuar de una manera sumamente egoísta, sin tener consideración del daño que le podría ocasionar a los sentimientos de su rival de la infancia.
Pero Draco Malfoy nunca fue bueno tomando en cuenta los sentimientos de los demás, por lo que un día comenzó a disparar miradas llenas de deseo al moreno, que no tenía ni la menor idea de qué hacer con aquellas reacciones por parte de Draco.
No ocasionaba ningún daño, después de todo, unas miradas jamás mataron a nadie.
Así que allí estaba, en una de las tantas clases que compartía con el aspirante a auror, mirándolo a través de sus delineados ojos plateados, devorándolo y fantaseando con todo tipo de cosas que no eran propias de un Malfoy.
Potter conectó sus miradas y —como ya era costumbre— comenzaron con un silencioso duelo de miradas que tenía más de un sentimiento reprimido e incontables deseos prohibidos. Draco no sabría decir cuánto tiempo se quedaron así, lo que sí sabía era que únicamente volvió a la realidad gracias al ruido de la chicharra, que anunciaba el cambio de clases.
Draco comenzó a guardar sus cosas, cuando escuchó unos pasos caminando hacia él. Levantó la mirada, sólo para encontrarse con Potter, que lo miraba furioso.
El rubio estaba a punto de hacer un comentario sobre cómo Potter lucía como chihuahua tembloroso cuando estaba enojado, pero antes de que pudiera abrir la boca Potter ya le estaba gritando.
—¡¿Qué es lo que quieres?! —vociferó, acercándose peligrosamente al rostro de Draco, que lo miraba con una expresión entre confundida y enojada.
—¿Justo ahora? Que te alejes de mi espacio personal —gruñó Draco, alejando a Potter con un empujón, cosa que no hizo más que hacer que la furia del mencionado aumentase.
—¡Sabes de lo que estoy hablando!
—No, Potter, no lo sé —masculló—, pero estoy bastante seguro de que me lo dirás.
Potter le dedicó otra mirada bañada en furia para después espetarle: —¿Por qué no dejas de mirarme?
Draco, sin poder evitarlo, estalló en carcajadas, alimentando aún más la desbordante ira del moreno.
—¿Qué? ¿Acaso no soy lo suficientemente digno como para mirar al maravilloso Harry Potter? —inquirió él, aún riendo.
—¡¿Qué mierda sucede contigo?! —estalló Potter—. Me dices que no quieres que me acerque a ti ¿y ahora tú eres el que me persigue con la mirada? Creo que el que no ha cambiado desde Hogwarts es otro, maldito cobarde.
Draco sintió como las risas se extinguían y la rabia subía por su cuerpo.
—¿Me estás jodiendo? —escupió Draco, siendo él quien sobrepasaba las fronteras del espacio personal de Potter esta vez—. ¡Eres tú el que ha estado persiguiéndome desde que tenemos dieciséis años! Además, no te sientas tan especial, Potter, si quisiera algo de ti, ya lo sabrías.
—¡Por favor! Es obvio que algo te interesa en mí lo suficiente como para no dejar de seguirme —masculló Potter, ignorando por completo la cercanía de sus rostros—. ¿Qué pasa? ¿Obsesionado, Malfoy?
Draco no lo desmintió, pues no tenía nada que desmentir. A diferencia de Potter, él sí podía admitir que había estado obsesionado con su ex-rival desde el día en el que se conocieron. Y es que aquel niño despeinado y vestido con harapos había captado su atención desde la corta edad de once años. Y ya sea por rencor, enemistad o incluso tensión sexual, Harry Potter había sido una constante en la vida de Draco Malfoy, y la fuente de de la obsesión más grande de esta.
Sus caras demasiado cerca, sus respiraciones entremezcladas, ambos exaltados y sonrojados a causa del enojo. Se habían quedado en silencio después del último comentario de Potter y Draco no podía hacer más que repasar la mirada por los labios y mejillas de su antiguo enemigo.
No supo en qué momento, y mucho menos sabría explicar el porqué detrás de su razonamiento, pero de un momento a otro la idea de besar los carnosos labios del furioso chico que tenía enfrente se apoderó de su mente. Y actuando totalmente en contra de su naturaleza cautelosa y calculadora, se abalanzó contra los labios de Potter, fundiéndolos en un beso jadeante, deseoso, enojado. Dejando salir todas esas emociones que habían estado reprimidas dentro de ambos por tanto tiempo.
Malfoy lo azotó contra la pared, probablemente hubiera dolido más de no ser porque estaba tan concentrado en el sabor de los labios del rubio.
Aquel había sido el beso más agresivo que le habían dado en toda su vida. No era como los besos de Cho, dulces y melosos, mucho menos como los de Ginny, acelerados y un poco torpes. No, éste beso involucró dientes y movimientos erráticos, como si Malfoy intentase lastimarlo hasta cuando lo estaba besando; pero a la vez era como si no pudiera cansarse, como si estuviera absorbiendo parte de su energía para compartirle la suya propia.
Y Harry no pudo evitar desear más de eso.
Se separaron lentamente, completamente agitados. Sus miradas se conectaron por un par de segundos. Malfoy le sonrió con sorna antes de acercarse una vez más a su rostro, Harry esperó un segundo beso, pero este no llegó. El chico esquivó sus labios y en su lugar colocó su cabeza contra el cuello de Harry, dejando de manera gentil, y casi con cariño, un tierno camino de besos por el cuello de Harry —probablemente su cuello terminaría lleno del labial escarlata del rubio—, que se estremecía ante el contacto.
—¿Sabes algo? —susurró Malfoy contra su cuello—. Diste justo en el clavo. —Lamió la piel que estaba a su paso—. Estoy jodidamente obsesionado contigo. Pero, ¿sabes algo? Creo que tú también lo estás conmigo.
Harry se quedó tan atónito por la confesión del rubio que apenas y le dio tiempo de reaccionar cuando Malfoy le mordió con fuerza, haciendo que tuviera que reprimir un jadeo.
—¿Yo? ¿Obsesionado contigo? —inquirió Harry, intentando controlar su respiración—. Sueñas.
—Por favor, Potter, ¿acaso crees que no noto cómo me miras? —La mano de Malfoy se posó sobre su cuello, apretándolo ligeramente—. Babeas por mí, ¿no es así?
—Eres un imbécil.
—Y aún así, estás completamente duro para mí —señaló el rubio, bajando su mano libre a la entrepierna de Harry mientras apretaba el agarre que tenía en su cuello.
Sólo entonces, Harry notó lo excitado que estaba. Mordió su labio inferior, odiándose por desear tanto esto, por desear tanto a Malfoy.
—Merlín, sí. Te he deseado por tanto tiempo —continuó Malfoy—. Haré que te corras tan duro que a partir de hoy, en lo único que puedas pensar cuando te masturbes, sea en mí. ¿Eso es lo que quieres, Potter?
—Deja la palabrería y comienza con las acciones —lo retó Harry, destilando lujuria, aún si no sabía si quería esto o no.
Malfoy le sonrío una vez más e introdujo una de sus piernas entre las de Harry, frotándose contra su erección. Harry sin poder evitarlo soltó más de un sonido involuntario, disfrutando cada sensación que el cuerpo de Malfoy le brindaba. Estaba tan concentrado en detener todos los sonidos que escapaban de su garganta que no opuso resistencia cuando el rubio lo tomó de la cadera, apoyándolo contra el pupitre más cercano.
Cada toque, cada mordida, cada beso. No había nada de tacto en sus acciones, llegaba a tal punto en el que parecía que Malfoy quería herirlo, quería marcarlo, buscaba lastimarlo. Cada acción que le propiciaba llegaba con una oleada que mezclaba de manera perfecta dolor y placer, y Harry no podía parar de gemir, rindiéndose ante sus intentos de permanecer callado. Marcaba mentalmente cada sensación, buscando recordarlo por siempre y anhelando sentirse así nuevamente.
Harry arqueó la espalda en el momento en el que las manos del rubio se dirigieron hacia su pecho, desabotonando su camisa y besando cada parte del tronco del chico, que se retorcía de placer.
El moreno cerró los ojos con fuerza, disfrutando como poco a poco Malfoy bajaba por su torso hasta llegar a su cadera, donde lentamente lo despojó de sus jeans y ropa interior. Dejó salir un quejido cuando el rubio evitó intencionalmente su pene y en su lugar comenzó a besar y morder sus muslos, pintándolos de ese labial carmín que, hasta ese momento, pigmentaba sus labios.
—¡Malfoy! —gruñó desesperado—. Por favor...
—¿Por favor qué, Potty? —lo molestó, volviendo a pasar su lengua peligrosamente cerca del miembro de Harry—. Dime qué necesitas y tal vez te pueda complacer, pero sólo si lo pides bonito.
Harry abrió los ojos de inmediato, dedicándole una mirada iracunda al rubio.
—¿Qué, idiota? ¿Acaso quieres que te ruegue? —escupió Harry sarcásticamente.
Malfoy mordió su muslo derecho para después dedicarle una sonrisa pícara.
—Sí, eso es exactamente lo que quiero —murmuró con voz ronca—. Ruégame que te la chupe, Potter.
—¿Qué? —espetó Harry—. Ni loco.
El rubio paró en seco, lo miró a través de esos ojos plateados que lo volvían tan loco, le sonrió de manera maliciosa e hizo el ademán de quitarse, pero fue frenado por las piernas de Harry, que se cerraron de golpe, casi ahorcando a Malfoy entre sus muslos.
No quería rogarle a ese estúpido engreído, pero se sentía tan bien que no tuvo otra opción más que dejar su maldito orgullo de lado y complacer al jovén.
—Por favor, por favor, por favor —soltó Harry en un murmullo casi inaudible.
—¿Qué dijiste, cariño? No escuché muy bien. —Apretó con fuerza el muslo derecho de Harry, haciendo que este se retorciera de dolor y placer.
—¡Por favor, Malfoy, te necesito! —gimoteó él , viendo como Malfoy se deleitaba con el efecto que tenía sobre él.
Una de las manos del chico envolvió la base del miembro de Harry, comenzando con un lento vaivén de arriba hacia abajo mientras que con la otra seguía masajeando el interior de los muslos del moreno.
La mano de Malfoy se movía de manera lenta y tortuosa sobre el pene del chico, que rogaba por más que sólo caricias.
¿En dónde estaban los movimientos erráticos y agresivos cuando los necesitaba?
Harry pegó un pequeño sobresalto cuando la lengua caliente de Malfoy tocó la cabeza de su polla, sintiendo una corriente eléctrica recorrer su espina dorsal cada que la lengua del rubio se presionaba de manera circular repetidas veces sobre el glande del menor.
—Te detesto tanto... joder —gimió Harry, alzando la cadera en un intento de meter por completo su miembro a la boca de Malfoy.
Malfoy rió ante la desesperación del chico, introduciendo finalmente la longitud de Harry por completo a su boca.
La sensación de humedad y calor que la boca de Malfoy le propiciaba a su miembro hizo que Harry se estremeciera ante el contacto, envolviendo —casi que por inercia— aún más las piernas alrededor del rubio.
—Oh, mierda —jadeó Harry, viendo como una sonrisa petulante se formaba en los labios de Malfoy, satisfecho ante el efecto que causaba en él—. Malfoy... joder.
Una de las manos del rubio se aferró a la cadera de Harry (probablemente dejando marca) mientras que con la otra acunaba sus testículos, acariciándolos y masajeandolos.
Con la cabeza llevaba el ritmo de la mamada; jugaba con la lengua, lamiendo, succionando y chupando de tal manera que Harry quedó reducido a no más que una bola de incoherencias, sonidos ahogados y gemidos.
Harry comenzaba a sentir la ya conocida sensación de cosquillas y calor en la parte baja del vientre como indicio de que estaba cerca del orgasmo.
La manos de Harry se posaron sobre la cabeza de Malfoy, follándose por completo la boca del rubio, empujándolo repetidas veces para que llegase hasta el fondo, con estocadas que cada vez eran más rápidas y profundas, haciendo que Draco soltase un gruñido. La vibración de la garganta de Malfoy recorrió por completo la polla de Harry.
Aquello fue suficiente para hacer que Harry llegara hasta el límite, culminando en uno de los orgasmos más intensos que había tenido hasta ese punto de su vida.
Harry vio en una imagen que mezclaba de forma extraña el morbo y la excitación como Malfoy tragaba gustosamente la grán mayoría de su semen, para después mirarlo mientras una gota que se le había escapado escurría desde su labio inferior hasta su barbilla.
—No lo sé, Potter, a mí me parece que el que sueña cosas es otro —habló el rubio con voz rasposa mientras recorría el cuerpo de Harry con la mirada.
—Eres un idiota —masculló Harry aún con la respiración agitada y el cuerpo tembloroso.
Una última sonrisa de lado se dibujó en los labios de Malfoy antes de que este arreglase su ropa y cabello para salir del salón.
¿Qué mierda acababa de pasar?