
Hesper Black
¿Alguna vez te has preguntado por qué ya no se puede utilizar el hechizo Fiendfyre en el salón de clase? Vale, pues Hesper no. Se preguntaba pocas cosas, en realidad. No era tonta, en absoluto, sino muy poco curiosa. Si tuviera la curiosidad que tenía por ejemplo su hermana menor podría haber llegado a hacer grandes cosas. Pero, como muchos niños ricos mimados, sentía que no necesitaba hacerlo. Lo peor de eso es que no podías decirle que no era cierto. Podría haberse pasado toda su vida tumbada en la cama y acariciando al gato de su hermana de vez en cuando y no hubiera habido ninguna consecuencia. No, porque el legado de su nombre valía más que las herencias completas de muchas familias que hacían el amago de hacerle sombra.
No solo tenía el poder político y económico, también el social. En la escuela todos le conocían. “Hesper ha hecho tal”, “Hesper ha dejado de hacer tal”. Adoraba cuando las miradas y cuchicheos le seguían por los pasillos, fuera para bien o para mal. ¿A quién le importaba, mientras que hablaran de ella? Encima podía sentir como las otras sangre pura, de menos estatus que ella, se retorcían de los celos, y aún más cuando sus padres (en realidad su padre, pero ¿a quién le importa especificar?) le prometieron con Gideon Ollivander. Según Hesper (y cualquiera que tuviera ojos) era uno de los chicos más atractivos de todo su curso. Además, era muy inteligente y tenía asegurado un futuro prometedor, ya que la tienda ancestral de su familia le sería heredada a él.
Con lo mucho que adoraba Hesper la atención que le daba el hecho de estar prometida con él, quería algo más. Gideon digamos que no le prestaba demasiada atención, se notaba que únicamente se acercaba a ella por el inminente matrimonio, pero no porque le pareciera interesante, o porque le pareciera atractiva. Así que como no lo encontró en él, buscó a alguien que sí le diera esa atención. Pero, ¿para qué querría esa atención si no venía de la mano con la adrenalina?
Raphael Chadwick. Si no te suena su apellido no te preocupes, es normal. Después de todo, no era sangre pura. La arrogante princesa Black estaba en una relación secreta con un mestizo, uno de esos a los que su familia odiaba y, para que negarlo, ella también lo hacía. Oh, sí, ella era muy purista, pero incluso en su visión de superioridad le era imposible negar que le temblaban las piernas cuando ese chico le acercaba a él para besarla en un aula vacía.
Vivía en lo que se sentía como una historia de aventura romántica, de secretos entrelazados, que acabaron soltándose cuando una de sus compañeras de clase, una sangre sucia de la que la historia no se ha preocupado de guardar el nombre, quemó “por error” su túnica con Fiendfyre durante una clase de encantamientos. Y digo “por error” porque esa muchacha bajo los ojos de Hesper era lo contrario a ella, y eso hacía que no tuvieran la mejor relación. La otra era inferior en todo sentido, así que la joven Black sentía que estaba en todo su derecho de remarcárselo en todo momento.
La arrogancia y complejo de superioridad de Hesper la mataron, por creerse superior al resto y aprovecharse del poder de su nombre para perjudicar a todos los que podía, como si eso le hiciera mejor. Digamos que tener como legado provocar que ya no se puedan hacer hechizos ígneos en las aulas no está tan mal para cualquiera, pero si Hesper hubiera vivido para contarlo, habría dicho “deberían recordarme por ese hechizo punzante que lancé a ese niño y que casi acaba con él ahogándose en el lago negro, no porque una niñata me mató sin querer”.
En fin, supongo que, después de todo, sí era la más parecida a su padre de entre sus hermanos.