Licorus Black
Nadie que viera a Licorus Black dudaría ni por un segundo que es el heredero perfecto. Después de todo, fue criado por un político rico bastante estricto y una ama de casa cariñosa pero firme.
Seamos serios, este niño tuvo un gran problema con las expectativas de su padre. Él esperaba que tuviera la misma madurez que él cuando era pequeño, cuando él no había pasado por todo lo que su padre sí. Su mayor problema era manejar la decepción que notaba que causaba en él, como con cada error su decepción se hacía más grande.
No había mucho más remedio que siguiera siendo el heredero, por muchos errores que cometiera. Después de todo, ¿qué otra opción quedaba? ¿Eduardus? No, eso sí que no. El niño era demasiado emocional para siquiera ser una opción.
Sus emociones eran algo que Licorus nunca había llegado a comprender. Sabía distinguirlas, obviamente, pero nunca aprendió a expresarlas correctamente. Su ejemplo de qué debía ser era su padre, que nunca parecía llorar o expresar nada.
Bueno, no del todo. Licorus vio a su padre llorar una única vez.
Era el funeral de su hermana, tres días después de su muerte. Había fallecido por un hechizo mal realizado ya que Hesper, tan arrogante como era, pensó que podía hacer sin problemas un maleficio de nivel EXTASIS estando a penas en rango TIMO. Su madre siempre le había dicho, no sin cariño, "tu soberbia será tu perdición". Para nadie era un secreto la preferencia enorme que Antares Black tenía por su cuarta hija, lo mucho que veía de sí mismo en ella y como cubría sus caprichos sin que la niña tuviera siquiera que insistir.
Casi todo el mundo se había ido ya a sus casas después de presentar su pésame a Antares y Allison, que parecían desconsolados. Nadie se dio cuenta de cuando Antares soltó el brazo de su esposa del suyo, cayó de rodillas delante de la tumba de su hija adolescente, y empezó a gritar, como si le estuvieran arrancando el corazón del pecho. Las lágrimas manchaban el suelo delante de él, mientras parecía completamente inconsolable. No podía creer lo que veían sus ojos: su padre, la estatua de hierro imperturbable, estaba llorando a mares delante de sus ojos, casi como si le hubieran arrancado una parte insustituible de su cuerpo delante de él y no hubiera podido hacer nada más que verlo pasar.
Parte de él lo entendió: solo algo tan grave como la muerte de su propia hija podía dejar al hombre más fuerte del mundo como una cáscara de si mismo, como un fantasma de lo que una vez fue.
Después de eso era casi imposible que dirigiera la mirada hacia él. Siempre estaba en el jardín en compañía de su esposa o yendo a lugares que Licorus no sabía, pero volvía más sonriente, por lo que no lo cuestionó mucho. Se hizo cargo de su herencia antes de lo debido, mientras veía la salud de su padre caer a una velocidad vertiginosa.
Lo vio feliz en su boda, bailando con Phoebe y Alexia y no muy contento cuando algún muchacho se acercaba a cortejarlas. Después de la muerte de Hesper se había vuelto extremadamente protector hacia sus hijas, como si quisiera compensar que no lo fue lo suficiente con la otra.
Aun así, el momento en el que lo vio más orgulloso fue en la sala de parto de San Mungo, cuando la matrona salió limpiandose las manos con una sonrisa mientras decía "felicidades, es un niño muy sano".
Antares murió dos años después de eso, no llegando a conocer a ninguno de sus otros nietos, y con él la completa vida de Licorus. ¿Qué haría ahora, que no buscaba constantemente la aprobación y aceptación de su padre?
Acabó viviendo una vida no demasiado larga, dedicada completamente a su trabajo. Solo esperaba que la historia no recordara que tenía un hermano menor, ni que se fijaran mucho en la mancha del tapiz que rezaba "Eduardus Black".