
El nacimiento de Regulus Arcturus Black
Regulus se vio al espejo con escepticismo, sintiéndose incómodo y ansioso ante la ropa que estaba obligado a usar. Vivía con la ansiedad comiéndole la nuca y entumeciéndole los dedos, pero vivía.
Suspiró y se ató el cabello en un rodete alto para que no le estuviera rozando los hombros. Se sintió disgustado al ver lo mucho que se parecía a su madre de esa manera. Se acomodó la gran falda que le pesaba en la cintura y dio por finalizado su proceso de vestirse.
Cuando entró a la sala de estar donde su madre pasaba las tardes se paró derecho y buscó su mirada. Walburga le dirigió la mirada de inmediato, dejando sobre la mesa el libro que estaba leyendo para prestarle atención.
—Buenas tardes, madre. Iré a tomar el té con Narcissa y Bellatrix.
—Muy bien, Regina.—Su madre era la única persona que le decía ese nombre, siempre completo y nunca ningún apodo. Su padre no le dirigía la palabra.—Mándales mis más sinceros saludos a tus primas. No te contaré para la cena, pero no vuelvas pasadas las diez.
—Está bien, madre.
Walburga dejó de prestarle atención, así que Regulus se dio la vuelta y se retiró con el sentimiento amargo de haber hablado con su ella en la boca.
El chofer ya estaba esperando en la entrada con el carruaje que lo llevaría a la mansión Lestrange, donde Bellatrix estaba viviendo desde su casamiento con Rodolphus.
✩✩✩✩
—¡Reggie!—Bellatrix lo recibió con un abrazo y Regulus suspiró con fuerza.—Cuanto tiempo sin vernos. Cissa ya está aquí.
Bellatrix lo arrastró hasta la sala de estar donde siempre tomaban el té y allí encontraron a Narcissa viendo por la ventana. Narcissa llevaba el cabello más largo que la última vez que la había visto y lucía en la mano derecha su anillo de compromiso. Faltaban solo un par de meses para su boda con Lucius Malfoy.
—Ahora que están ambas aquí, les tengo una sorpresa. Hoy no nos quedaremos a tomar el té aquí.
—¿A qué te refieres?—Cissa habló una vez que saludó a Regulus, que aceptó un beso en la mejilla y un pequeño abrazo. Siempre se sentía pequeño al lado de sus primas.
—Iremos al circo.
—¿Estás loca? Si mi madre se entera me matará, sabes que el circo es una vergüenza y para entretener a la clase baja.—Regulus sintió instintivo asco al hablar como su madre, pero más miedo le tenía a ella.
—Ay, Reggie, no te preocupes. La tía Walburga no se enterará nunca. Rodolphus y yo fuimos a una función la semana pasada y fue espectacular. ¡Anímense!
Narcissa parecía más resignada que él, más acostumbrada a las locuras de su hermana. Regulus cedió entonces, con un suspiro atascado y rezándole a todo ser que su madre no se enterara sobre dónde estaba poniendo los pies.
El chofer de Bellatrix los alcanzó hasta París, desde la lejanía podía ver Regulus la gran carpa blanca y roja a la que se dirigían.
De niños siempre habían querido visitar el circo, pero Walburga y Orión les habían dejado en claro una infinidad de veces que esos entretenimientos estaban dirigidos para gente pobre y sucia que estuviera dispuesta a oler a maní y tierra.
Dejaron de insistir cuando Walburga amenazó con que si volvían a mencionar el tema los iba a pelar como un payaso. Sirius lloró todo el día después de eso.
Se bajaron e inmediatamente a Regulus se le hundieron los zapatos en tierra medio húmeda. Bellatrix lo tomó del brazo y lo arrastró con entusiasmo, Narcissa no se dejó arrastrar de la misma manera.
A la gran carpa ya estaba entrando gente y mezclados con la multitud, Bellatrix entregó a una persona en la entrada tres tickets rojos con el pequeño dibujo de una carpa.
—Lo tenías todo planeado, ¿cierto? Traernos aquí.—Regulus murmuró mientras cruzaban la gran entrada. Narcissa los alcanzó rápidamente y tomó a Regulus de la otra mano para evitar perderse.
—Creí que si ya tenía las entradas no se podrían negar.—Se rió Bella.
Ella misma eligió los lugares, la tercera fila de la grada más cerca a la entrada, supuso Regulus que era para largarse ni bien terminara la función, pero no comentó nada al respecto. Frente a él, en la segunda fila, había una familia sentada, tres niños y una pareja. El niño mayor era una viva imagen del padre. Le recordó rápidamente a Sirius cuando lo vio colgarse de la falda de su madre, pero la mujer no lo tomó del cabello y lo alejó.
Regulus desvió la mirada y tomando una bocanada de aire, se abstuvo de seguir pensando en él.
—Huele a encierro aquí adentro.—Narcissa murmuró bajo, pero Regulus la oyó perfectamente. No compartía la opinión, pues para él había un fuerte aroma dulce que muy pocas veces llegaba a oler, algodón de azúcar y pochoclos y maní.
—Pues para mí huele a caramelo.—Respondió.
Ni ellas, ni él, hicieron el esfuerzo para que el silencio no se volviera incómodo. Cuando era pequeño, era usual que Walburga lo mandara a la casa de la tía Druella. Especialmente cuando Orion se llevaba a Sirius a la casa de los Lestrange para entablar una relación con Rodolphus, el hijo primogénito.
Regulus solía pintar con Narcissa en el jardín de la gran casa de la tía Druella y el tío Cygnus, bajo la atenta mirada de Andrómeda, mientras Bellatrix agarraba insectos de las plantas para luego pisarlos con sus tacones de temporada.
Luego Andromeda escapó y las visitas disminuyeron. Regulus ya tenía casi once años y prefería pasar sus tardes leyendo en la biblioteca de la gran mansión Black.
Luego Sirius lo hizo. Y Regulus se dejó confinar en los terrenos de su padre sin poner queja alguna. “Regina, esta es tu familia” le dijo su madre, tomándola fuertemente del antebrazo la mañana que notaron la cama vacía de su hermano. Hundió sus largas uñas tan fuerte que le perforó la piel. “No puedes escapar de tu familia”.
Regulus aún tenía cinco marcas en forma de medialuna en su antebrazo derecho, donde las uñas de su madre habían escarbado con furia ignorando sus súplicas para que parara.
—¡Damas y Caballeros!—Una voz fuerte y relativamente grave interrumpió su tren de pensamientos.—¡Niñas y niños!—Regulus se concentró en el gran círculo de arena. Las luces se apagaron y alumbraron solamente allí.—¡Bienvenidos al Circo de la Locura!
Un hombre corpulento vestido con un traje excéntrico habló al público. Vestía un largo saco rojo, con unos pantalones de vestir negros. Con el saco combinaba un moño rojo y la camisa tenía volados al lado de los botones. Regulus odiaba esas camisas. Como cereza del pastel, el hombre iba coronado con una gran galera negra que parecía brillar bajo las luces.
—¡Mi nombre es Horace Slughorn y los impresionaré esta noche con los bellos artistas de mi circo!
Regulus debía admitir que su voz cargaba un entusiasmo contagioso. Slughorn señaló lo alto de la carpa y las luces iluminaron hacía dos plataformas, en cada una de ellas había una persona; una mujer, la más bella que Regulus haya visto nunca; y un hombre que cargaba la misma magia. Rápidamente las luces cambiaron de lugar y Regulus no pudo concentrarse en sus vestuarios.
Se enfocaron las luces nuevamente en el presentador.
—¡Se irán hoy habiendo probado la magia y querrán volver a probarla! ¡Así que empecemos, Damas y Caballeros, niñas y niños, con el majestuoso dúo de trapecistas que nos acompaña!
Las luces nuevamente se prendieron en lo alto, el joven de cabellos blancos vestía unos pantalones rayados, blancos y negros, con el torso desnudo, y tenía entre sus manos el trapecio. La mujer, coronada por un rodete de cabellos blancos y modelo de un bello y revelador enterito blanco y rojo, con unas medias de largas de color blanco.
—¡Les presento a Les jumeaux roses !
Empezó una melodía a violín que al instante Regulus supo estaba siendo tocada en el momento. El joven en lo alto se lanzó de la plataforma tomado del trapecio y comenzó a balancearse de un lado al otro. Dando una vuelta subió sus piernas a la barra y quedó colgado boca abajo. La gente aplaudió ante el acto, Regulus aguantó la respiración.
Balanceándose de un lado al otro, cuando estaba casi en lo alto del lado izquierdo, la joven de la segunda plataforma saltó, haciendo una mortal hacia adelante y se tomó de los brazos del joven.
El público aplaudió más fuerte; Regulus se tomó con fuerza de su falda y sintió su corazón latir más rápido pensando en lo desastroso que hubiera sido que ese truco fallara. La demostración estuvo lleno de momentos así, saltos y mortales que le robaron el aire, y terminó con ambos hermanos parados sobre el trapecio con una reverencia al público. Las luces se apagaron y una vez más entró el hombre robusto, Slughorn, a la arena.
Después de Les jumeaux roses vinieron varias presentaciones que a Regulus lo dejaron al borde de la grada, no supo en ese momento si se debía a la ansiedad del peligro al que se presentaban aquellos artistas sin nada que los separase de lesiones graves, o si se debía a una emoción muy oculta en su interior que lo hacía desear estar allí, y no en su asiento.
Una de las funciones lo hizo sentir desvelado, una mujer hermosa de tez oscura y cabellos ondulados y trenzados, con un maquillaje brillante y pigmentado que la hacía ver como una hada, volaba por la carpa atada a un gancho con su mismísimo cabello y hacía poses de bailarina que le generaron adrenalina.
Porque si ella podía hacerlo, ¿por qué él no?
El último acto, presentado por Slughorn como Le serpent et la lionne, comenzó con un giro de trama, pues los protagonistas de la presentación salieron del público. De la misma grada en la que estaban Regulus y sus primas, se levantó una bella mujer cuando comenzó la música, parecía buscar algo muy desesperada, y si no fuera porque la actuación se veía exagerada, podría haber pasado por un accionar normal.
En la grada de enfrente, cruzando la arena, se levantó un joven. Regulus se sonrojó al verlo y se acomodó sobre su asiento. Era el joven más guapo que había visto jamás. Actúo de la misma manera que la mujer, bajando la grada en busca de algo, de ella, y al verla corrió. La presentación era, a simple vista, una historia de amor, acompañada de un piano, un violín y una voz femenina que estaba cantando en francés y por un segundo Regulus se vio tentado a buscar donde estaba la talentosa dueña de esa voz.
El joven y la dama se encontraron en medio de la arena, en un abrazo pasional y exagerado. Fue cuestión de segundos para que ella se deshiciera de la larga y pesada falda rosa que estaba usando y se quedara solamente en un traje entero que la cubría hasta las rodillas, para poder moverse mejor. Se tomaron de las manos y como si fuera un movimiento fácil y fluido, el joven la levantó hasta que estuvo haciendo una vertical en sus brazos. Regulus pudo notar la fuerza que estaba haciendo, como los músculos de sus brazos se marcaban. El público aplaudió.
Arqueando su espalda, la mujer dio un salto para atrás y él la atrapó contra su cuerpo como si fuera una pluma, y ambos bailaron, al son de la música, como si fueran peces en el agua. Nuevamente con fuerza la levantó, pero esta vez no hizo una vertical, sino que se abrió de piernas y otra vez el público aplaudió extasiado. La bajó con cuidado, como si no pesara nada, y sus rostros estaban tan cerca que Regulus pensó que se besarían, finalmente ella se arqueó para atrás, dando una vuelta y él la dejó ir.
Cerraron el acto con una reverencia y una vez más se encontró hablando el presentador. Regulus no le quitó la mirada de encima, podía sentir un sonrojo atacando su rostro, pero no supo si era por el calor que hacía ese lugar, o si era porque era la primera vez que alguien le interesaba tanto. Entre aplausos y el resto de los artistas saliendo a hacer una reverencia todos juntos, el joven levantó la mirada y lo vio.
Un segundo que se sintió eterno, lo vio y sonrió un poquito, y por un momento, Regulus sintió que la reverencia al público, era para él.
De las gradas cayeron algunas flores, que los artistas levantaron con entusiasmo. El joven acróbata levantó una sola rosa, aplastada y con el tallo un poco roto, e hizo algo que a Regulus lo dejó al borde de su asiento con un extraño calor en el estómago y el vello de la nuca erizado. Trotó hasta su grada, hasta la fila en la que estaban él y sus primas y estiró la mano, ofreciéndole la rosa. Regulus no se movió, indeciso de si aceptarla o no. Oyó a Bellatrix reírse entusiasmada, y a Narcissa aguantar la respiración. Finalmente Regulus tomó la rosa con delicadeza, rozando con su mano y el joven acróbata le guiñó el ojo, tomó su mano y le besó el dorso con suavidad. El lugar donde tocó le quedó cosquilleando.
—Los artistas nos quedamos un rato en la parte de atrás.—Susurró casi contra su mano, con una mirada pícara y luego de guiñar una vez más el ojo, lo dejó ir y volvió con el resto de sus compañeros.
Fue en ese momento, cuando el joven artista desapareció entre el resto de las personas, que Regulus notó que no estaba respirando, con un sonrojo fuerte quemándole el rostro y allí donde lo había besado seguía sintiendo la presión de sus labios.
—¡Tienes que ir!—Bellatrix se estiró para pasar por arriba de Narcissa y le zarandeó el brazo. Regulus miró a sus primas sin saber qué decir. Narcissa suspiró.
—Por supuesto que no irá.—Dijo, empujando a Bella hacia su costado correspondiente e incorporándose de su asiento. Regulus se incorporó de igual manera.
—¿Por qué no, Cissa? No sucederá nada.—Bella discutió, los tres se encaminaron para la salida, esquivando a otras personas y Regulus se sintió aliviado de por fin estar respirando el aire fresco fuera de la gran carpa.
—Si la tía Walburga se entera que Reggie estuvo involucrándose con estas…personas, será el fin para las tres.—Regulus sintió un peligroso frío escalándole por la espalda, como si su madre tuviera ojos en todas partes, hasta en las partes más bajas de París.
—La tía Wally no se enterará, será solo un rato. Es una simple aventura tonta, aparte ella piensa que cenaremos juntas, ¿cierto, Reggie? Y juntas cenaremos de verdad.—Bellatrix lo miró esperando una respuesta, y Regulus, que aún intentaba desaparecer el sonrojo de sus mejillas, asintió con lentitud.
En su cabeza todo estaba sucediendo demasiado rápido, y no podía dejar de pensar en los labios del joven acróbata en su mano, aferrado a la rosa maltrecha respiró profundo y miró a ambas de sus primas. La miró a Narcissa, que cargaba un semblante preocupado.
—Ire.—Narcissa parecía a punto de protestar ante su respuesta, así que estiró la mano que no tenía la rosa y acarició su hombro para generarle tranquilidad, no era algo que Regulus hiciera muy seguido, intentar consolar a las personas, así que Narcissa cerró la boca.—Será solo un rato, paseen por la peatonal, las veo en la librería de Don Pierre.
Narcissa asintió, dándole unos segundos, probablemente por si quería cambiar de parecer, tomó a Bella, que estaba extasiada con la respuesta, y ambas se alejaron. Entre el gentío, Regulus tomó una bocanada de aire muy muy honda y olió la rosa para tranquilizarse. Mirando a ambas de sus primas alejarse por última vez, se giró sobre su cuerpo y vio el camino que llevaba hacia la parte trasera de la carpa.
Lo encontró casi al instante, al joven acróbata, luego de caminar unos varios metros alrededor de la carpa. Se había sacado el saco y la camisa del traje, y estaba refrescándose el rostro y la nuca con el agua de un gran barril. Más allá de él pudo ver a algunos de los otros, entre ellos a la mujer que se colgaba del cabello, los gemelos trapezistas y la compañera del dúo de acróbatas del que formaba parte el joven acróbata. Ella lo vio, acercándose con vergüenza, se sacó un cigarro de la boca, lo echó al suelo, para pisarlo y le sonrió.
—Crouch, llegó tu dama.—Regulus se encogió al oír el término, pero no borró la pequeña y tensa sonrisa que le devolvió.
“Crouch” se acomodó el pelo y con una toalla se secó el rostro antes de verlo. Se acercó con una sonrisa y Regulus no pudo evitar observar las pequeñas gotas de agua que caían por su cuello, hasta su pecho. Se sonrojó y apartó la mirada.
—Hola.—“Crouch” le sonrió de lado, era más alto que él así que Regulus tuvo que mirar un poco para arriba para sonreírle tímidamente.—Espero que hayas disfrutado la función.
Regulus se mordió el labio en la sonrisa y asintió.—Gracias por la rosa. Me llamo…dime Reg.
—Bueno, Reg, soy Barty. Un placer conocerte.—Barty una vez más le tomó la mano y le besó el dorso, a Regulus se le escapó una pequeña risita y Barty sonrió contra su mano.
Barty no soltó su mano, lo llevó un poco más lejos del resto de los acróbatas y se apoyó contra un barril cerrado. Regulus se detuvo a observar un poco más, dueño de unos bellos ojos color avellana y una sonrisa coqueta que Regulus estaba seguro se la regalaba a todo el mundo. Con el cabello húmedo y despeinado se veía guapo, y Regulus tuvo que abstenerse de acomodar el mechón que se había quedado pegado a su frente.
—¿Las chicas que estaban contigo son tus hermanas?—Barty preguntó, Regulus dejó de observar y negó.
—Mis primas, están esperándome en el pueblo, así que no puedo quedarme mucho.—Regulus se sonrojó al notar la decepción que nubló un poco la mirada ajena.
—Una lástima, me encantaría conocerte mejor…tus ojos, me gustan mucho.—Barty lo estaba mirando con demasiada atención y Regulus no pudo evitar sonrojarse.—Apuesto a que te ves bellísima con el cabello suelto.
Regulus tragó disimuladamente y le sonrió.—¿Partirán viaje en poco tiempo?
—Nos quedan tres semanas aquí.
—Si tienes algún día libre…podemos volver a vernos.
Era, sin duda alguna, la cosa más osada que Regulus había dicho jamás. Algo que iba en contra de todo lo que sus padres le habían enseñado, digno de que la mandaran a un internado lejos, como en su momento habían hecho con Sirius. Barty sonrió y Regulus se olvidó por completo de la fría y filosa mirada de su madre.
—Mañana tengo el día libre. Si puedes, podemos encontrarnos bajo el puente de las afueras de la ciudad. Porque…a juzgar por tu atuendo…eres de clase alta, ¿cierto?
Regulus asintió con vergüenza y no pudo evitar sonrojarse. Barty se rió y no pudo evitar pensar que tenía una risa bonita y contagiosa, se le calentó el estómago.
—Lo supuse, no quiero meterte en problemas. ¿Te parece bien vernos mañana? Al mediodía.
Regulus sintió un nudo en el estómago mientras asentía, aún con una sonrisa. Barty le sonrió con tranquilidad y se acercó un poco más a su rostro. Sintió su respiración en la mejilla y Regulus suspiró, entonces Barty le besó la mejilla y se alejó riendo.
—Nos vemos mañana entonces, Reg. No robo más de tu tiempo.
Regulus, aún aferrado a la rosa, le sonrió y se alejó con una sonrisa tonta, que al dar unos pasos más, se encargó de esconder. Nunca nadie lo había hecho sentir así de emocionado, el simple hecho de haber aceptado encontrarse se sentía como la aventura más grande de su vida, haciendo por primera vez algo que estaba tan en contra de su familia, que lo hizo pensar en su hermano.
Respiró hondo para desaparecer el sonrojo y se encaminó a la calle principal, para así dirigirse a la peatonal donde lo estarían esperando Bellatrix y Narcissa.
Las hermanas Black estaban en la sección de novelas románticas cuando Regulus llegó a la librería de Don Pierre. Don Pierre lo saludó ni bien pisó el establecimiento y Regulus le devolvió una sonrisa.
—Ahhh, Reggie, ¿vienes a comprarme más libros?—El anciano risueño lo llamó con la mano y Regulus se acercó negando. Aunque aceptó entregarle la mano para que pudiera saludarlo con más formalidad.
—Hoy no, señor, todavía no terminé el que le compré la semana pasada. Pero mis primas están aquí, ¿las vio?—El señor asintió con entusiasmo y le señaló el pasillo que llevaba a las bibliotecas del fondo.
—La señorita Lestrange y la señorita Black han estado cuchicheando allí al fondo. Cuando quiera puede pasar a ordenarme más libros que yo le traeré los que quiera.
—Muchas gracias, señor Pierre.
Regulus le inclinó la cabeza, algo que no hacía con casi nadie, y se dirigió a donde le había señalado. Oía los susurros de Bella y Cissa desde lejos, así que dio la vuelta por una de las estanterías y las encontró casi al instante. Bellatrix estaba hablando mientras miraba al techo, y Narcissa parecía escucharla mientras leía la contratapa de una novela.
—¿Vamos a cenar?—Llamó su atención con una pregunta y Bellatrix casi lo tiró al suelo cuando le saltó encima con los ojos repletos de curiosidad y una sonrisa quisquillosa.
—¡Reggie!
—No grites, Bella.—Narcissa la retó. Bella se disculpó entre risas y Regulus aprovechó para quitársela de encima.
—Reggie, ¿cómo ha ido? ¿Qué quería ese guapetón?—Regulus rodó los ojos y suspiró, apurando a Narcissa para poder salir del establecimiento. No quería mantenerlas allí tanto tiempo si no iban a comprar nada, porque solo le causaría molestias a Don Pierre.
—Vayamos a cenar y les contaré todo, aparte debo pedirles un favor.
Narcissa sí compró algo a la salida, y el señor Pierre le regaló un señalador ilustrado porque era su prima. Regulus se despidió con otra sutil reverencia y Bellatrix le dijo fuera de la tienda que no valía la pena que hiciera eso con gente inferior a su familia, más Regulus jamás dejaría de hacerlo, porque el señor Pierre había sido siempre un anciano amable con él, especialmente cuando se escapaba con Sirius al pueblo para poder comprarse libros de poesía y diarios de viaje.
Llegaron a la mansión Lestrange a tiempo para la cena que Bellatrix había pedido que sirvieran en la sala de lectura, puesto que Rodolphus no estaría para cenar con ellas. Se acomodaron alrededor de la pequeña mesa de té, como cuando eran unos niños y los adultos los echaban del comedor principal, y Bella lo miró con insistencia.
—Su nombre es Barty, y lo veré de nuevo mañana.—Se sonrojó cuando lo dijo.—Así que tengo que pedirles el favor de que sean mi excusa. Le diré a mi madre que estaré con ustedes en el pueblo, ¿pueden acompañarme hasta allí, pasear un par de horas y luego volvemos en el mismo carruaje?
En un comienzo, luego de terminar el pedido, ninguna dijo nada. Bellatrix muy concentrada en cortar en pequeños trozos el pollo de su plato y Narcissa degustando una copa de vino rosado.
—Está bien, te ayudaré.—La primera en acceder fue Bella, que le sonrió con picardía y le tomó la mano repentinamente como si todo fuera un juego, Regulus no la quitó para no influir en su decisión.—¿Es lindo? ¿Te besó?
—Claro que no, Bella.—Rodó los ojos con desinterés, pero luego se giró a ver a Narcissa que aún no había respondido.—No hace falta que lo hagas, Cissa.
—¿Estás segura de que quieres hacer eso?—Regulus se encogió ante la pregunta. Tomó de su copa de vino y asintió.—Bueno, si es lo que quieres hacer, te ayudaré yo también. Pero ten cuidado, Reggie…este joven…no sabemos nada de él.
—Ya lo sé, Cissa. Tendré cuidado, lo prometo.
✩✩✩✩
Regulus llegó a la casa familiar antes del toque de queda. Escondió la rosa maltrecha, que aún cargaba, en detrás de su espalda y se asomó a la sala de lectura donde su madre leyendo, acompañada de su padre que solo lo veía fuera de su estudio por las noches.
Walburga levantó la mirada de su libro y lo miró a los ojos.
—Madre, padre. Ya he vuelto.
—Regina.—Regulus no entró del todo, porque si su madre veía la flor le preguntaría por qué la tenía y de dónde la había sacado.—¿Tus primas cómo están?
Orión no le dedicó más que una mirada y siguió leyendo el periódico.
—Muy bien, madre. Me estaré juntando con ellas mañana una vez más, si está bien contigo. Hoy la pasamos muy bien juntas y queremos aprovechar de vernos más seguido antes de la boda de Narcissa.
Su madre pareció meditarlo un segundo, pero no se opuso a la idea. Su padre no se inmuto, inmerso en su lectura y desinteresado de su vida.—Me parece bien, pero tienes que tener practicadas tus horas de violín antes de irte, y no vuelvas muy tarde que pasado mañana tienes clase de danza.
—Está bien, madre. Me retiro a mis aposentos ya. Buenas noches.
No volvió a responderle, así que rápidamente, Regulus se dirigió a su habitación en el segundo piso, al final del pasillo. Abrió la puerta y la cerró aguantando la respiración, ya adentro, completamente solo en las penumbras de su habitación, suspiró sonoramente y dejó que la ansiedad del día le resbalara de sus hombros.
Prendió la luz de la habitación que iluminó la estancia de manera cálida, y lo primero que hizo antes de comenzar su rutina de noche, fue dejar la rosa maltrecha en el florero de tulipanes que reposaba en su tocador. Le acarició los pétalos y recordó la sensación de los labios de Barty en su mejilla.
Una emoción color sol le calentó el estómago y lo hizo sonreír. Ya mucho más tranquilo, Regulus se quitó los zapatos, la gran falda del vestido y la parte superior. Cuando se encontró en paños menores, se quitó el endemoniado corset que llevaba apretándole el cuerpo todo el día. Respiró profundo, aire frío aliviándole los pulmones y descontracturando su espalda. Se metió al baño y prendió el agua de la bañera, se negaba a meterse a la cama con la suciedad del día.
Mientras se llenaba la bañera, Regulus se terminó de quitar la ropa y se soltó el cabello para dejarlo descansar, se masajeó un toque el cuero cabelludo y observó como el espejo comenzaba a empañarse poco a poco con vapor. Evitó verse al espejo, solo lo hacía sentir mal. Ver el cuerpo en el que estaba atrapado lo hacía pensar en la vida de la que tampoco podía escapar. A veces Regulus soñaba con desaparecer de la vida en la que había nacido, hacer magia y ser Regulus de todas las maneras posibles, en cuerpo y alma. Pero su realidad era muy distinta, encadenado a la familia en la que había nacido, destinado a cargar el peso de la familia Black y con una historia ya escrita.
Cuando la bañera estuvo lo suficientemente llena, Regulus echó un aceite aromático al agua y se metió de a poco, escondiéndose en la poca espuma armada y respirando el aroma a jazmines que inmediatamente inundó el ambiente. Cuando su cuerpo se aclimató a la alta temperatura en la que le gustaba bañarse, se sumergió hasta que su cabello quedó completamente mojado. Se lo trató con cuidado, porque su cabello era de las pocas cosas que amaba de sí mismo, aunque su sueño era tenerlo corto, lo mantenía siempre suave y ondulado. Se aseó hasta sentirse satisfecho y se envolvió con un toallón mullido y blanco que usó para secarse y luego secar su cabello con delicadeza.
Cuando ya se encontró cambiado para dormir, en ese endemoniado camisón blanco que le habían regalado al cumplir los dieciséis años, porque “Ya eres una señorita, Regina”, se ató el cabello en una trenza y se lo envolvió con un turbante de seda. Antes de meterse en la cama, acarició la rosa una vez más, sonriendo con entusiasmo. Se mordió el labio pensando en Barty, en su sonrisa perfecta, y lo caballeroso que había sido con él. Finalmente, cuando el cansancio terminó de llegar a su cuerpo, se metió en la cama hasta el cuello y se quedó dormido.
✩✩✩✩
Se despertó cuando se abrieron las cortinas de su habitación con fuerza, la luz del sol golpeándole el rostro con poca clase y arrancándolo del mundo de los sueños de la misma manera que un vampiro arrancándole el corazón a su víctima en las novelas que tanto adoraba leer. Se quejó sin abrir los ojos.
—Ya salió el sol, señorita Reggie, es hora de su clase de violín.—Se quejó pero se incorporó de igual manera, restregándose el rostro con las manos y odiando la vez que hizo prometer a Kreacher, el mayordomo, que lo despertara todos los sábados a la misma hora para practicar el violín.
—Buen día, Kreacher.—Kreacher le hizo una leve reverencia, como de costumbre, y Regulus se destapó hasta estar sentado al borde de la cama. A los dieciséis, ya nombrado señorita oficial, su madre le dijo que era hora de que tuviera una criada propia, pero Regulus, que nunca pedía nada, le suplicó que no la necesitaba, que con Kreacher estaba bien y que solo le pediría ayuda cuando fuera necesario.
—¿Necesita ayuda con el corset, o se las arreglará usted?
—Yo puedo. Enseguida bajaré a desayunar.
Kreacher se retiró a paso silencioso. Regulus suspiró al sol y se terminó de levantar. El piso estaba frío, así que se apuró en llegar a su armario para buscar que ponerse. Inmediatamente cuando se encontró frente a los vestidos, se acordó de sus planes al mediodía, así que sonrió y se puso a buscar algo que lo hiciera llamar la atención de Barty.
Escogió algo que le permitiera moverse con más libertad, si Walburga decía algo, le diría que la idea era hacer un picnic como cuando eran niños. Una falda oscura, pero no hasta el suelo, y una simple camisa blanca que lo tapaba hasta el cuello, vestido más casual de lo que acostumbraba, lo hizo sentir mucho más cómodo. Se puso el corset con molestia y lo ajustó lo suficiente como para que Walburga estuviera satisfecha, pero no tanto como para poder respirar mejor que el día anterior.
Se hizo una trenza, que suelta le llegaba hasta la cintura, y se la ató alrededor de la cabeza, asegurándola con orquídeas color negro que se escondían entre sus cabellos y si las movía un centímetro, le pinchaban la cabeza.
Cuando ya se había cambiado, se apresuró a bajar al comedor. Sus padres seguían durmiendo, un sábado normal dormían hasta pasadas las ocho de la mañana, así que se encontró con solo su desayuno y Kreacher en una esquina, que esperaba su llegada.
—Hoy iré a la ciudad, Kreacher.—Comentó, observando como le preparaba una taza de té de hierbas y lo ayudaba a acercar la silla a la mesa.
—¿Con sus primas de nuevo?
—Así es.—Kreacher siempre había sido bueno escuchando sus tonterías, desde que era un niño, y se había vuelto un buen compañero de plática, especialmente desde la partida de su hermano mayor.—Creo que me compraré una nueva novela, ya casi termino la que estoy leyendo.
—¿Más vampiros?
—Adoro los vampiros.
Desayunó en silencio, y en algún punto deseó contarle a su confidente sobre el joven acróbata que lo esperaría en el puente afuera del pueblo, pero se tragó las palabras, puesto que el sueño se convertiría en pesadilla si su madre llegaba a oír una palabra de lo que decía.
Ya desayunado se metió a la sala de lectura y tomó su violín.
Lo practicaba desde los siete años. Le habían dado a elegir entre el violín, el arpa y el piano. Sirius tocaba el piano, y el arpa era, sin duda alguna, un instrumento imposible de transportar, y en la edad en la que lo que más le gustaba era recibir apreciaciones de la familia sobre su talento, Regulus eligió un instrumento transportable y fácil de guardar.
Luego de ocho años practicándolo, casi nueve, lo tenía perfectamente dominado y para no perder la costumbre y porque su madre decía que algo perfecto, siempre podía ser aún más perfecto.
Tocó hasta casi la hora del almuerzo, cuando sus dedos ya se sentían entumecidos de tanto apretar las cuerdas del violín, y hasta que le dolió la clavícula donde lo apoyaba, Walburga entró a escucharlo tocar durante un rato, tomándose una taza de té y leyendo una novela, y luego desapareció. Lo guardó en su estuche y lo dejó allí mismo, en la sala de lectura, donde lo tomaría la tarde del lunes.
Cuando el reloj marcó las doce del mediodía, Regulus casi corrió a la entrada, porque eso significaba que en cualquier momento el carruaje de Bellatrix lo pasaría a buscar para ir a la ciudad.
Como un perro a la espera de su amo se quedó observando por la ventana, y cuando finalmente vio al carruaje llegar por el camino, se apresuró al estudio de su padre, donde estaba también su madre, y entró pidiendo permiso.
—Llegaron por mí, madre. Volveré antes de la cena seguramente.
—Está bien, Regina. Saluda a tus primas por mí.
Así como así, Regulus se apresuró a la puerta y la abrió antes de que siquiera Bella pudiera tocar la campana.
—Vamos, Bella, vamos.—La tomó del brazo con entusiasmo, fuera de personaje, y bajaron rápido las escaleras. Bellatrix rió confundida y se apresuró a subir al carruaje con ayuda del chofer.
—Buenos días a tí también Reggie. Parece que alguien está entusiasmada.
Regulus tampoco podía explicar lo mucho que le emocionaba este encuentro. Internamente sentía un volcán de emociones a punto de explotar. Esta era la cosa más rebelde que había hecho jamás, y le generaba una sensación de poder inmensa. Por primera vez estaba haciendo algo que quería hacer solo porque quería hacerlo, no algo con lo que tuviera que estar de acuerdo por sus padres.
Alguien se había interesado por él sin saber su nombre, ni su apellido. Barty no sabía nada de él, y él no sabía nada de Barty. De alguna manera u otra, todo se sentía como una historia de fantasía, y eso significaba que era algo que no estaba escrito en la vida que estaba destinado a vivir solo por haber nacido como un Black.
—No puedo explicarlo, Bella. Es como si fuera otra persona.
—Ten cuidado, Reggie. Tengo un mal presentimiento.—Narcissa le acarició una mano y Regulus suspiró.
—Sí, sí, Cissa. Tendré cuidado.
✩✩✩✩
Cuando Regulus llegó al lugar de encuentro, con mucho cuidado de no resbalarse bajando la pequeña colina y viendo a los dos lados para fijarse que nadie lo estuviera viendo, Barty ya estaba allí, acostado en el césped con los ojos cerrados y una pequeña canasta al costado que a Regulus le emocionó de la manera más estúpida. Se acercó con sigilo, pero Barty abrió los ojos al ver el sol tapado con su sombra.
—¿Cómodo?—Barty le sonrió al verlo y Regulus se sonrojó sin poder evitarlo. Se preguntó si así solían sentirse sus primas cuando se encontraban con chicos a escondidas.
—Hey.—Lo saludó y se incorporó, tomó la cesta, cuando ya estuvo parado y le estiró la mano. Regulus la tomó tímidamente y una vez más, el joven acróbata le dio un beso en el dorso que lo hizo sonreír tontamente.—¿Vamos?
Barty lo llevó por al lado del arroyo hasta meterse en el pequeño bosque que rodeaba la zona. Siguieron el arroyo unos metros más, cuando ya estuvieron bien escondidos y Barty sacó de la cesta una pequeña lona arrugada y de color verde, que estiró en la tierra y se sentó. Regulus se sacó los zapatos antes de sentarse, para poder acomodarse sobre la tela.
—Me pareció perfecta para que no te ensuciaras el vestido.—Acomodó la cesta en medio de los dos y la abrió dentro, Regulus descubrió una botella de sidra, dos emparedados y un gran racimo de uvas verdes. Barty le entregó un emparedado y abrió la botella de sidra que dejó apoyada en la tierra con cuidado.—Esto va a ser incómodo, pero no te lo pregunté ayer. ¿Cuántos años tienes?
Regulus se rió sin poder evitarlo y por primera vez Barty se sonrojó, desviando la mirada con un poco de vergüenza, pero no borró la sonrisa. Regulus investigó la comida y la olfateó, sintiendo el hambre llegar de inmediato.
—Dieciséis, ¿y tú?—Barty suspiró aliviado y tomó su propio emparedado.—¿Creíste que era mayor?
—Tengo diecisiete, no sé si mayor, pero temí que fueras mucho menor. Uno nunca sabe. La sidra es sin alcohol, y los emparedados los hice yo, espero que te gusten.
—Nunca comí uno.—Barty lo miró ofendido y se le acercó hasta sentir su respiración en la mejilla, casi como el día de ayer.
—¿Estás mintiéndome? ¿Es verdad lo que acabas de decir? ¿Jamás has comido un emparedado?—Regulus se sonrojó con la rapidez que Barty hizo esas preguntas y negó para responder la primera. Con un ruido de sorpresa tomó su mano y lo hizo acercar el emparedado hasta sus labios, rozándolos con el pan.—Me siento honrado de que el primero que pruebes sea el mío, en el circo mis emparedados son famosos.
Regulus sonrió y le hizo caso, dándole el gusto de morder el pan. Estaba preparado con jamón crudo, queso, lechuga y tomate. Ingredientes básicos que cuando Regulus degustó se sintieron como el paraíso y saboreando la comida, no pudo evitar suspirar. Barty le sonrió, observándolo comer y se rió ante su reacción.
—Es la cosa más deliciosa que probé.—Habló con la boca medio llena, tapándose con la mano, y no pudo evitar pensar en el regaño que se llevaría si su madre hubiera estado presente. La borró de su mente porque esa era su cita con Barty, no la de ella.—Barty, esto es una obra de arte.
—Muchas gracias, muchas gracias, mi segunda carrera hubiera sido de chef.—Se rió al comentarlo y comenzó a comer.
El encuentro se movió con fluidez, compartieron la sidra y Regulus se sintió estúpido por pensar en que indirectamente sus labios se estaban tocando, y jugaron con las uvas como si fueran dos niños, aunque al comienzo Regulus no estaba muy convencido de tirarlas al aire para intentar atajarlas con la boca. Pensó en que era algo que Sirius hubiera hecho solo para reír, entonces lo hizo.
Barty le contagió la risa en más de una ocasión, cuando se levantó, mientras que hablaban de su vida como acróbata, e hizo una vertical, simulando luego caer al piso y rodando hasta casi tocar el agua del arroyo.
—¿Por qué te uniste al circo?—Le preguntó con curiosidad. Al principio notó que quizás era una pregunta personal, Barty se tensó un segundo y luego suspiró, mirando el arroyo y luego acostándose en la lona para luego mirarlo a él.—No hace falta que respondas si no te sientes cómodo.
—Me escapé de mi padre. Lo único que quería era controlar mi vida, y yo no quería eso. No quería ser abogado, ni hacerme cargo del negocio familiar. Entonces huí. De niño mi madre me llevó varias veces al circo y bueno, se veía como un sueño. Riddle me acogió.—Barty se tensó una vez más cuando dijo ese último nombre, pero luego volvió a la normalidad.—¿Y tú? ¿Eres feliz con tu vida?
—No, pero es algo muy complicado para contarte en el tiempo que nos queda, así que te recomiendo que me preguntes alguna otra cosa.—La sinceridad se le resbaló de la lengua y le incomodó durante un segundo, sentirse tan cómodo.
Barty le sonrió con entendimiento y asintió.—Los ricos practican cosas, ¿tú practicas algo?
Regulus se rió al escuchar la manera que tenía a referirse a él y a las familias de su clase, también se sonrojó con vergüenza porque Barty no estaba equivocado ante la suposición y él sabía lo privilegiado que había sido al nacer en su familia.
—Sé tocar violín, y practico ballet hace unos años.
—¿Sabes bailar?
—Ballet y etiqueta básica.
—Etiqueta básica. ¿A qué llaman etiqueta básica ustedes los privilegiados?—No lo dijo con maldad, así que una vez más Regulus rió. Se incorporó en la lona y se subió sobre sus zapatos, estirando la mano. Barty la aceptó al instante, con curiosidad.
—¿Quieres que te enseñe?
Barty suspiró cuando se encontraron frente a frente y Regulus guió la mano ajena a su cintura, y sostuvo la otra con la suya propia. Sin música real, pero tarareando la última canción que había bailado, Regulus eliminó la timidez que sentía su cuerpo y se dedicó a guiar a Barty paso a paso en un vals personal, siendo testigo solamente el bosque en el que se estaban escondiendo.
✩✩✩✩
—¿Por qué nunca te sueltas el cabello?—Barty le preguntó un jueves por la tarde mientras compartían un pedazo de pastel sentados frente al arroyo. Walburga creía que estaba con Bellatrix tomando el té. Llevaban encontrándose una semana y media y Regulus sentía que lo conocía desde siempre.
—No me gusta tener el cabello largo, lo quiero corto. Pero mi madre jamás me dejaría cortármelo por donde quiero.—Barty lo observó con la mejilla apoyada en la rodilla y estiró la mano para acomodar un bucle que se había escapado de su peinado durante la tarde. Habían estado bailando y, vergonzosamente, Barty había estado enseñándole algunos trucos de acrobacia.
—¿Me muestras?—Regulus lo meditó. Barty lo observaba en silencio, tranquilo, con aquellos bellos ojos que al sol parecían más verdes que avellana, y ese sonrojo que le cubría el rostro luego de observarlo durante un ratito.
—Está bien.—Dejó el plato de pastel en la lona y se llevó las manos a la cabeza, para soltarse el cabello con destreza. Se masajeó el cuero cabelludo, como siempre hacía cuando se desarmaba el peinado, y dejó que su cabellera cayera por sus hombros, hasta su cintura y se inflara un poco, como solían hacer sus bucles cuando estaban libres.
Barty aguantó la respiración durante un segundo y Regulus se sonrojó.
—¿Y te lo quieres cortar?
—El día que te enteres por qué, me odiarás.
—Jamás podría odiarte, Reg.
✩✩✩✩
Dos semanas y media de encuentros furtivos, enmascarados por sus primas, Regulus ya sabía hacer una vertical con ayuda, y Barty y él podían hacer un par de trucos usando su flexibilidad de ballet.
—Eres natural, Reg, una belleza natural.
—Cállate, Barty.
Ambos rieron y se tiraron en el césped. Regulus no llevaba la larga falda, hace unos encuentros que había perdido la vergüenza de sacarsela y quedarse solamente con la ropa interior que lo seguía tapando hasta las rodillas, pero le daba más libertad de movimiento.
—¿Por qué te quieres cortar el cabello?—Barty no había dejado ir el tema, cada tanto volvía a preguntarle, pero Regulus siempre temía responderle. Nunca lo había dicho en voz alta, lo que su cuerpo le hacía sentir, y le generaba un terror profundo que alguien se enterase.
—Me odiarás, Barty. Creerás que soy un monstruo.
—¿Un monstruo tú? ¿Qué podría ser tan malo?
Regulus suspiró y vio al cielo, que poco se podía ver entre las copas de los árboles. En media semana, el circo partiría a su siguiente ciudad y Barty se iría con él, era un tema que ninguno de los dos había vuelto a mencionar. A Regulus le dolía pensar en ello, en lo mucho que sentía por el joven acróbata que conocía hace tan poco tiempo, pero que lo hacía sentir mariposas, si no es que murciélagos, en el estómago de la emoción.
—Me odiarás, Barty.—Se tapó los ojos, temiendo llorar, y creyó que quizás sería más fácil dejarlo partir, si lo hacía odiandolo.—Nunca le dije esto a nadie.
—Puedes confiar en mí.—No giró a verlo, pero sintió una leve caricia en su brazo desnudo, que le erizó los vellos de la piel y lo hizo aguantar la respiración.
—No me siento mujer. No sé…no sé por qué me sucede esto, pero no soy una chica, Barty. Soy un chico, como tú. Atrapado en este cuerpo.—Sintió un nudo en la garganta y se intentó tragar el sollozo, las lágrimas, sin embargo, se acumularon bajo su mano y no pudo impedir que cayeran.—¿Crees que soy freak? Quizás debería estar en un show de freaks.
Regulus sollozó contra el dorso de su mano y la ansiedad le quemó la nuca. Se incorporó, buscando su falda y su camisa para poder taparse. Barty se incorporó con él y antes de poder levantarse, le tomó el rostro entre las manos. Tenía las palmas calientes y Regulus cerró los ojos para no tener que ver el asco en su mirada.
—No eres un freak, Reg. Eres tú mismo. Me gustas por quien eres, no por quien el mundo espera que seas.
Barty lo abrazó cuando no pudo contener más los sollozos, y Regulus se aferró a él como si fuera un ancla en un mar furioso. Por primera vez lo había dicho en voz alta, y ahora no podía evitar sentirse Regulus de manera completa, allí, donde no era el único que sabía quien era.
—Regulus, mi nombre es Regulus.—Dijo, sorbiendo la nariz y ahogadamente contra el cuello de la persona que más especial lo hacía sentir en el mundo. Barty lo abrazó más fuerte, acariciando su espalda y desapareciendo la ansiedad como si pudiera controlarla con manos mágicas.
—Regulus. Me gusta como suena.
✩✩✩✩
Ninguno dijo nada durante un rato muy largo, el último día que pudieron encontrarse. Se quedaron mirando el arroyo, apoyados hombro contra hombro, con miedo de romper la burbuja que llevaban tres semanas aclimatando.
A Regulus le temblaban las manos y le picaban los ojos.
—Deberías venir conmigo.—Regulus aguantó la respiración cuando Barty comenzó a hablar, lo giró a ver, pero no estaba preparado para fusionarse con la mirada cálida color avellana, así que siguió mirando el agua.—Deja esa casa horrenda en la que vives y escapa conmigo, Regulus.
Regulus sollozó, escondiendo el rostro contra sus rodillas, tapadas por su falda y por unos segundos se imaginó una vida lejos de su familia opresora, que jamás lo aceptarían a él. A Regulus. La mirada penetrante de Barty le quemaba el rostro y no se sentía preparado para dejarla ir.
—Reg, por favor. Podrías ser tú, comenzar una nueva vida.
Regulus se apoyó más contra el calor corporal de Barty y él lo rodeó con el brazo, apretándolo con fuerza, pero con delicadeza a la vez. Le besó la sien, y Regulus finalmente giró para buscar su mirada. Si no aceptaba lo que le estaba planteando, él y Barty no se volverían a ver jamás.
A Regulus, a Regina, lo obligarían a casarse y tener hijos, tener un heredero y cargaría a su familia en los hombros como estaba escrito que haría desde que nació donde nació. Viviría amargado el resto de su vida, obligado a ser alguien que no es, encerrado en la mansión Black, y se convertiría en alguien como su madre. Su madre, que si lo veía encorvado le clavaba las uñas en la nuca. Su madre, que lo obligaba a llevar el corset talla cero, y no lo dejaba comer con libertad, porque “Regina, gorda nadie va a querer casarse contigo”. Su madre que no lo dejaba cortarse el cabello como quería, porque “Regina, tu cabello es la gloria que te corona”. Su madre, que si se quejaba de algo, lo amenazaba con pegarle en las manos, o lo hacía tocar el violín hasta sangrar. O como su padre, que ni siquiera reconocía tener una hija.
Regulus miró a Barty a los ojos y asintió, sin decirlo en voz alta, pero con las lágrimas cayendo como una cascada, con los labios temblorosos y esperanza atravesada en el pecho.
✩✩✩✩
Regulus se despertó antes de que saliera el sol, aunque si fuera honesto consigo mismo, probablemente se diría que no había dormido. Se vistió con ropa de chico, por primera vez en la vida, que Barty le había dado para escapar. Para que pudiera correr. Agarró solamente su violín y una cadenita que su hermano le había regalado al cumplir los catorce años y que todavía no estaba preparado para dejar ir. Guardó un par de sus joyas, porque creyó que quizás podría vender, y tomó solo dos libros que entraban en su pequeña bolsa de tela.
Se puso zapatos bajos, porque los de Barty que se había probado le habían quedado grandes y abrió las puertas de su balcón.
Cuando estaba por salir se detuvo y miró la puerta de su habitación. Barty ya debía estar esperándolo cerca de la gran casa, así que con mucho sigilo y rapidez, Regulus salió de su habitación y llegó a los aposentos de la servidumbre. Tocó la puerta con cuidado, con miedo de hacer algún ruido que llamara la atención de sus padres y esperó.
Uno, dos, tres segundos. La puerta se abrió y no se sorprendió al ver a Kreacher despierto y preparado para comenzar el día.
—¿Señorita Reggie? ¿Qué hace vestida así?
—Kreacher.—Susurró, las lágrimas quemándole la mirada.—Me voy.
—¿Qué?—Kreacher lo miró sorprendido. Regulus sorbió su nariz y asintió.
—No podía irme sin despedirme, Kreacher. Lo siento mucho, y muchas gracias por acompañarme todos estos años.—Lo abrazó de puro impulso y se sorprendió al ver su abrazo correspondido.
—Mucha suerte, Reggie.
—Mucha suerte a tí.
Regulus bajó por su balcón sintiéndose en paz, habiéndose despedido de la única persona que lo acompañó luego de la escapada de Sirius. Se trepó al árbol al lado de su habitación y bajó, cayendo al suelo con un ruido que no alertó a nadie. Se paró con rapidez y comenzó a correr casi agachado por el gran patio, saliendo al camino principal a los pocos minutos.
Vio a Barty casi al instante, parado unos metros más a la izquierda, al lado de un hermoso caballo negro.
—¿Un caballo?
—Lo tomé prestado.—Susurró Barty, abrazándolo antes de ayudarlo a subir.
Cuando se encontró sobre el animal, galopando por el camino y alejándose de la gran casa que lo tenía prisionero desde nader, por primera vez en la vida, se sintió libre.
✩✩✩✩
A Regulus le temblaban las piernas de los nervios. Se encontraban sentados, él y Barty, en un carruaje de lujo frente a un hombre con rostro impasible y de mala muerte. Regulus nunca le había tenido miedo a nadie más que a sus padres, pero Tom Riddle, el dueño del Circo de la Locura, lo observaba de arriba a abajo como si pudiera leer su alma entera.
—¿Cómo te llamas?—Le habló con una voz fría y controladora, grave y hasta aterciopelada. Pero Regulus no se sintió atraído a la suavidad, la sintió filosa y lista para matar.
—Regulus Black.—No tartamudeó y lo sintió como un logro.
—Regulus Black. ¿Qué sabes hacer?
—Le estuve enseñando acrobacia y…—Barty se apresuró a hablar, pero una simple mirada lo hizo callar.—Lo siento.
—Sé bailar ballet, toco el violín y…Barty me estuvo enseñando acrobacia. Aprendo rápido, señor.—Regulus tragó la saliva que se le había acumulado y observó a Tom Riddle asentir, en señal de que escuchaba todo lo que decía.
—Bartemius me comentó un par de cosas, ayer por la noche. Yo puedo hacer tus sueños realidad, a cambio de tu lealtad. No me importa quien seas, Regulus Black, solo quiero tu talento.
A Regulus le temblaba el labio inferior y se encontró frente a lo que se sentía como otra cárcel. Pero una cárcel distinta a la cárcel familiar, pues este hombre, con aura de diablo, le estaba permitiendo ser sí mismo. Una vida en la que a cambio de brillar, podía brillar como Regulus Black, donde Regina podía no existir para nadie.
—¿Aceptas?
—Sí.
Cuando Regulus y Barty finalmente se encontraron bajando del carruaje de lujo, sentía las piernas como gelatina. Barty lo abrazó con delicadeza, y Regulus se fusionó con su cuerpo, buscando su calor y su seguridad. Finalmente, cuando ya se había tranquilizado, buscó su mirada, sonriendo al encontrarla.
—¿Tu nombre es Bartemius?—Rió.
—Cállate, Regulus.
✩✩✩✩
Regina Vega Black, heredera de la familia Black, se encuentra desaparecida desde hace dos semanas. Su familia publica una recompensa de cinco mil euros a quien dé información sobre su paradero. Se presume que fue secuestrada de sus propios aposentos el sábado veintiocho de julio de este mismo año.
Regulus arrugó la hoja de periódico y se miró una vez más al espejo. No se cansaba de hacerlo. Tom Riddle era realmente como un genio mágico oscuro. Luego de tan solo una semana de estadía con el circo, el hombre había llegado con la información de que conocía a un médico de confianza que estaba dispuesto a hacer su sueño realidad.
Una cirugía que le permitiría sentirse más él que nunca, Regulus aceptó sin siquiera pensarlo. Una semana más tarde se encontraba allí, en el vagón del tren que le habían permitido para recuperarse, viéndose al espejo con su nuevo cuerpo.
Nuevo cuerpo porque lo adornaban dos hermosas cicatrices en proceso de recuperación justo debajo de donde antes habían estado sus pechos. Regulus no podía dejar de acariciarse allí, donde hace una semana había habido dos bultos redondos, ahora estaba plano.
Le dolía el rostro de tanto sonreír y no podía evitar agradecerle al cielo, haberse cruzado con Barty aquella vez.
✩✩✩✩
Regina Vega Black se presume fallecida luego de dos meses de búsqueda. La familia Black igual comunica que si alguien tiene información sobre la cuestión o conoce su paradero, la recompensa sigue puesta sobre la mesa.
Regulus dejó el periódico de lado y tomó una gran bocanada de aire. Legalmente, Tom Riddle había hecho posible su existencia. Regina Vega Black estaba muerta, y en su lugar había nacido, con documentación oficial, Regulus Arcturus Black.
Regulus podía oír a Slughorn hablar en la arena del circo, comenzando a presentar el primer espectáculo de la noche. Barty le acarició la espalda baja, parado atrás suyo, y Regulus se apoyó contra su pecho, dejando que escondiera el rostro en sus rizos cortos y suaves.
—¿Estás listo para tu primera función, corazón?—Susurró, y Regulus asintió con entusiasmo.
Hace un mes, Tom Riddle había aceptado que se volviera el oficial compañero de Barty, reemplazando así a la desaparecida Alice Longbottom, que había sido aquella mujer que se había presentado en la función a la que él había asistido más de cinco meses atrás.
Alice se había fugado con un chico, se rumoreaba, pero era un tema de conversación que a nadie le gustaba mencionar.
—Estoy emocionado.
Se sentía en lo alto, esperando a que los anunciaran, listo para seguir escalando.