
Notas en la Oscuridad
Las noticias no fueron bien recibidas por Kim. Se negó rotundamente a aceptar lo que le decían, pero al menos esta vez no se agitó tanto como para que tuvieran que sedarla. Después de hablar con su familia durante no más de media hora, el agotamiento volvió a apoderarse de ella, por lo que la dejaron descansar y se retiraron.
Shego, por su parte, logró escabullirse sin ser vista. No podía soportar el hecho de que Kim no la recordara y que, con tanta vehemencia, afirmara que ella no significaba nada en su vida. Sin embargo, cuando la familia de la heroína se marchó y Kim quedó dormida, Shego regresó en silencio a su lado, observándola mientras dormía.
A la mañana siguiente, cuando Kim despertó, Ann y Shego estaban en la habitación. Shego, como de costumbre, se retiró a la esquina menos iluminada del lugar, mientras Ann saludaba a su hija. Un leve alivio recorrió a Shego cuando notó que Kim recordaba lo que su familia le había contado la noche anterior. Si su memoria se hubiese reiniciado otra vez, habrían tenido un nuevo problema. Aunque le doliera no ser parte de sus recuerdos, saber que Kim podía retener información le daba esperanza. Su bienestar era también su tranquilidad.
Shego permaneció inmóvil, incluso cuando los médicos llegaron para llevar a Kim a realizar más estudios. No se movió de su puesto hasta que la heroína regresó a la habitación. Esta vez, Kim la vio. Ninguna de las dos habló, solo se miraron: los ojos de Kim fríos, los de Shego llenos de tristeza.
—Mamá, ¿qué hace ella aquí? —preguntó Kim sin apartar la vista de Shego.
—Sheryl ha estado aquí todo el tiempo, Kim. Solo quiere cuidarte —respondió Ann con suavidad.
—No quiero que esté aquí... espera... ¿Sheryl?
Shego no respondió, así que Ann lo hizo por ella.
—Sí, ese es su verdadero nombre.
—¿Y cómo sabes eso? —Kim hablaba como si la villana no estuviera en la habitación.
—Porque has estado saliendo con ella por más de un año, Kim. Ella es parte de nuestra familia, por supuesto que sabemos su nombre.
Kim frunció el ceño, visiblemente molesta. Su madre intentó aprovechar el momento.
—¿Por qué no hablas con ella? Tal vez si lo intentas, podrías ver cómo son las cosas ahora y...
—No quiero que ella esté aquí.
—Kimmie...
Shego no pudo evitar intervenir, pronunciando su nombre con una súplica rota en la voz. Pero Kim ni siquiera la miró, solo se mantuvo firme en su postura.
—Kimmie, al menos escúchala...
—No quiero que esté aquí.
Shego bajó la cabeza y caminó hacia la puerta.
—Está bien, mamá —dijo Shego, con la voz cargada de un peso que solo Ann pareció notar. Dio un paso hacia la puerta, sus movimientos rígidos, mecánicos, como si cada músculo de su cuerpo estuviera luchando contra la orden de marcharse. Pero lo peor fue la mirada de Kim. Incredulidad, rechazo absoluto. Era como si verla doliera, como si su sola presencia fuera un insulto. Shego sintió un nudo formarse en su garganta, pero lo reprimió con fiereza—. Puedo salir.
Pero no pudo alejarse demasiado. Al salir de la habitación, se apoyó contra la pared del pasillo y respiró hondo, tratando de recomponerse.
-
Más tarde ese día, Kim inició su terapia de rehabilitación. Shego intentó quedarse para ayudarla, pero nuevamente fue rechazada. Herida y agotada, decidió regresar por primera vez en cinco semanas a su apartamento. Pensó en quedarse allí y no regresar al hospital, al menos no pronto. Sin embargo, tras darse un baño, limpiar el lugar y comer, se encontró a sí misma caminando de vuelta al hospital.
No quería enfrentarse a más rechazo, pero sus pies la guiaron instintivamente. Se sorprendía de su propio comportamiento. Años atrás, jamás habría soportado semejante humillación. Habría dado la media vuelta y seguido adelante sin mirar atrás. Pero Kim... Kim tenía un poder sobre ella que la hacía hacer cosas que nunca había imaginado. Renunciar al crimen, abrir su corazón, aceptar una familia... y ahora, volver a un lugar donde solo encontraría más dolor.
Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Kim y la observó dormir a través de la pequeña ventana. Luego, en silencio, entró y se sentó junto a la camilla.
Horas después, Kim despertó. Encontrarse con los ojos verdes de Shego mirándola fijamente la puso a la defensiva.
—Yo sé, Kim... quieres que me vaya —dijo Shego antes de que pudiera hablar. Se puso de pie y caminó hacia la puerta.
—Si sabes que no te quiero aquí, ¿por qué sigues regresando?
Shego se detuvo un instante, sin voltear.
—Tú sabes por qué.
—No, no lo sé.
Shego giró levemente el rostro, apenas lo suficiente para que su voz llegara hasta Kim.
—Porque te amo, Kim.
Kim la fulminó con la mirada.
—¿Me amas? ¡Cómo puedes decir eso después de todo lo que me has hecho!
Shego suspiró y salió sin responder.
—No vuelvas a regresar —ordenó Kim cuando Shego cruzaba la puerta.
—No puedo prometer eso —susurró Shego, cerrando la puerta tras de sí.
-
Los días siguientes, Shego estuvo allí. Kim no lo notaba directamente, pero ella nunca se alejaba demasiado. Durante las noches, entraba en la habitación cuando Kim dormía, se sentaba a su lado y, eventualmente, también caía en el sueño con la cabeza apoyada en la camilla. Si Kim despertaba, Shego se escondía en las sombras hasta que volvía a dormirse. Durante el día, permanecía sentada junto a la puerta de la habitación, atenta a cada prueba médica, cada examen y cada terapia de rehabilitación, sin moverse a menos que fuera estrictamente necesario.
La familia de Kim, y más tarde Monique y Felix, intentaron convencerla de que se tomara descansos, pero Shego se negaba. No quería apartarse ni un solo instante. Mientras tanto, la familia de Kim intentaba que ella reconociera la devoción de Shego, pero la pelirroja se mantenía firme en su enojo. Eventualmente, dejaron de insistir para no entorpecer su recuperación.
Pero Kim no podía ignorarla. Sabía que Shego estaba allí. La veía por el rabillo del ojo, la escuchaba preguntar a los doctores sobre su progreso. Y más recientemente, la escuchaba tocar la guitarra.
La primera vez que escuchó las notas, sintió curiosidad. No sabía que Shego tocaba. Su madre le explicó que no solo tocaba la guitarra, sino que era talentosa en la música. A pesar de sí misma, Kim sintió un atisbo de sorpresa. ¿Cuánto más no sabía de Shego? Pero cuando se dio cuenta de hacia dónde iban sus pensamientos, se obligó a desecharlos.
Días después, mientras Shego tocaba la misma melodía una vez más, Kim explotó.
—¡Si vas a tocar, ¿al menos podrías dejar de tocar siempre lo mismo?! —casi gritó Kim desde su camilla, la frustración evidente en su voz.
Los dedos de Shego se detuvieron sobre las cuerdas de su guitarra. Su corazón se aceleró al escucharla. Era la primera vez que Kim le dirigía la palabra de manera voluntaria. Por un instante, pensó que tal vez lo había imaginado, pero pronto escuchó el sonido de pasos arrastrados acercándose a la puerta.
Kim apareció en el umbral, su respiración agitada por el esfuerzo de moverse con el caminador. Su mirada era una mezcla de cansancio e irritación cuando repitió:
—¿Podrías dejar de tocar siempre lo mismo? —Su tono se volvió aún más cortante—. O mejor aún, ¿podrías no tocar nada y largarte de aquí?
Los ojos de Shego se entrecerraron levemente, y cualquier atisbo de sorpresa fue reemplazado por su característica sonrisa burlona.
—Lo siento, princesa, pero no puedo hacer eso.
Kim apretó la mandíbula.
—Ya te dije que no me llames así.
—Pero eres mi princesa —replicó Shego con suavidad, inclinando levemente la cabeza—. ¿Cómo más quieres que te llame?
—No quiero que me llames de ninguna forma. Ni siquiera quiero que estés aquí.
—Pues ya te dije que no pienso moverme.
Kim exhaló con furia y clavó las uñas en el mango de su caminador.
—¡Por lo menos deja de tocar siempre lo mismo!
Shego negó con la cabeza, con una tranquilidad exasperante.
—Tampoco puedo hacer eso, pastelito.
Kim rodó los ojos y dejó caer los hombros con agotamiento.
—¿Y ahora por qué? —espetó.
Shego tocó suavemente las cuerdas, casi como si hablara a través de ellas.
—Estoy componiendo una canción. Pero no te preocupes, ya casi la termino.
Kim soltó una risa seca, incrédula.
—¿Tú? ¿Escribiendo una canción?
—Sí. Una canción para ti.
El corazón de Kim dio un vuelco extraño. Pero la sensación fue aplastada casi de inmediato por su enojo.
—¿Qué? No quiero que me escribas una canción. No quiero nada de ti. Solo quiero que me dejes en paz, por favor.
Shego se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.
—Lástima, calabacita. Ya casi está lista.
Kim bufó, dándose por vencida. Su cuerpo protestaba por el esfuerzo de mantenerse en pie. Ya no valía la pena seguir con la conversación. Con un último resoplido, se dio la vuelta y volvió a su cama.
Shego, por su parte, dejó escapar una risa baja, apenas perceptible. Pero en su interior, su corazón latía con un entusiasmo inesperado.
-
La tarde siguiente, Kim volvió a escuchar los mismos acordes en la guitarra. Bufó con frustración y estaba a punto de enterrarse bajo la almohada para bloquear el sonido cuando, de repente, la melodía cambió.
Y luego, Shego comenzó a cantar.
El sonido la sorprendió. No era la voz burlesca o desafiante que esperaba. Era suave, cargada de emoción, con una profundidad que le erizó la piel. Sin darse cuenta, dejó de lado la almohada y se quedó inmóvil, escuchando.
"Si un mar separa continentes,
cien mares nos separarán a las dos.
Si yo pudiera ser valiente,
sabría declararte mi amor..."
Kim parpadeó. No solo por la letra, sino por el idioma. No entendía del todo las palabras, pero sonaban familiares. ¿Era español? Recordaba haberlo estudiado en la escuela, pero no lo suficiente como para comprender completamente. Sin embargo, la melodía y el tono de la voz de Shego transmitían el mensaje con una claridad imposible de ignorar.
"Que en esta canción
derrite mi voz.
Así es como yo traduzco el corazón..."
Kim sintió un nudo en la garganta. Y entonces, la letra cambió de tono, más cruda, más desgarradora:
"Me llaman loca por no ver lo poco que dicen que me das,
me llaman loca por rogarle a la luna detrás del cristal,
me llaman loca si me equivoco y te nombro sin querer,
me llaman loca por dejar tu recuerdo quemarme la piel..."
El corazón de Kim latió con fuerza. No quería admitirlo, pero la canción la afectaba. La forma en la que Shego cantaba, como si estuviera derramando cada parte de sí misma en esas palabras, hacía que la ira que había sentido hacia ella se tambaleara, aunque fuera solo por un segundo.
Finalmente, su curiosidad ganó la batalla.
Lentamente, se sentó al borde de la cama, luego se puso de pie y tomó su caminador. Caminó hacia la puerta y se quedó allí, indecisa. No tenía idea de por qué dudaba. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Por qué quería verla?
Pero Shego ya lo sabía.
No se detuvo al escuchar el movimiento de Kim al otro lado de la puerta. No se giró, no interrumpió la canción. Pero su sonrisa torcida apareció con un dejo de satisfacción.
Kim, sin poder resistirse más, tomó aire y giró el picaporte.
La puerta se abrió lentamente.
"Para mi locura no existe una cura que no sea tu boca..."
Shego siguió cantando, sin mirarla.
"Que hable el mundo, que yo me derrumbo si te marchas sola..."
Y Kim, con el ceño fruncido y el corazón latiendo con fuerza, se quedó allí, en silencio, sin saber si odiaba o necesitaba seguir escuchando.
Cuando Shego dejó de cantar, Kim permaneció en el umbral, observándola en un silencio cargado de tensión. La pelirroja no dijo nada, pero su expresión era un torbellino de emociones contenidas: incredulidad, desconcierto… algo más profundo que ella misma parecía rehusarse a reconocer.
Shego dejó la guitarra a un lado y, sin perder su típica sonrisa ladeada, giró levemente la cabeza hacia Kim.
—¿Sí, Kimmie?
El súbito rubor en las mejillas de Kim no pasó desapercibido para Shego, y su propio corazón reaccionó con un latido acelerado.
—¿Hablas español? —preguntó Kim abruptamente, su tono intentando sonar indiferente, pero fallando en el intento.
Shego se encogió de hombros con naturalidad.
—Sí, entre otros. ¿Sorprendida?
Kim vaciló apenas un segundo.
—No. Solo quería saber.
Comenzó a darse la vuelta, pero Shego la detuvo con una pregunta que la dejó inmóvil.
—¿Te gustó tu canción?
Kim frunció el ceño y, tras un momento de deliberada pausa, respondió con frialdad:
—No entendí nada.
Shego soltó una risa suave, sin molestarse en ocultar su diversión.
—Yo te enseñé español —comentó con tono casual—. Tal vez, poco a poco, puedas recordarlo. Si quieres, puedo seguir cantándola todos los días. Podría ayudarte a recordar.
Había sinceridad en su voz, una ternura que incomodó a Kim más de lo que quiso admitir.
—Shego, no empieces con eso otra vez —espetó con cansancio, cruzándose de brazos—. Aún no creo que tú y yo fuimos algo. Todo esto... —hizo un gesto abarcando la habitación, su situación, su propia existencia en ese lugar—. Creo que es algún plan tuyo y de Drakken. Estoy atrapada en otra dimensión o en algún retorcido experimento. Solo quiero recuperarme pronto y encontrar la manera de regresar a mi mundo real.
Shego la miró fijamente, sin rastro de burla esta vez.
—Este es tu mundo real, Kimmie.
—Ajá —respondió Kim, con un tono que rozaba el sarcasmo. Luego, sin darle oportunidad de decir más, giró sobre sus talones y cerró la puerta tras de sí.
Shego exhaló un largo suspiro. Últimamente parecía hacer eso con demasiada frecuencia. Pero en lugar de quedarse atrapada en su frustración, tomó la guitarra de nuevo y, con un dejo de melancolía, retomó la melodía.
"Si un mar separa continentes,
cien mares nos separarán a los dos.
Si yo pudiera ser valiente,
sabría declararte mi amor..."
Desde su cama, Kim la escuchó.
Y sin quererlo, su mente comenzó a traducir las palabras de manera automática:
"If a sea separates continents,
a hundred seas separate us.
If I could be brave,
I would know how to declare my love for you."
Un escalofrío recorrió su espalda.
No entendía cómo, pero sabía, con absoluta certeza, que esa era la traducción.
El súbito reconocimiento la asustó. Su cabeza comenzó a doler, un punzante latido en sus sienes, pero no dijo nada. No se lo mencionó a su madre ni a los médicos. Decidió guardárselo para sí misma, para sus propias meditaciones.
Durante el resto de su estadía en el hospital, entre terapias y revisiones médicas, Shego cantó aquella canción al menos una vez al día.
Para cuando las dos semanas programadas de rehabilitación llegaron a su fin, Kim entendía cada palabra.
Y no sabía qué pensar al respecto.
Una pequeña parte de ella sentía... lástima. ¿Era posible que Shego realmente sintiera lo que cantaba? ¿Que cada nota estuviera impregnada de una emoción genuina?
Pero otra parte de ella, más fuerte, más en guardia, solo se enfureció aún más.