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El Ministro Kingsley, con ese porte de autoridad que le daba no solo ser un Alfa, sino también su altura y hombros anchos, caminaba por toda la oficina. Llevaba las manos en la espalda y dejaba ver su expresión feroz en el rostro. Harry, que acababa de llegar de una misión, supo que se le venía un regaño. Ya le había sucedido otras veces: "¿En que estabas pensando, Harry, al arriesgarte de esa forma?" o "¡Estaba lleno de Objetos Oscuros! ¿Cómo se te ocurre empezar una batalla sin avisarle a tu equipo?" o "Harry, ¿te das cuenta que podrías haber muerto por tu imprudencia? Ve a casa a reflexionar. Mañana harás turno tarde".
Harry se preguntó simplemente si Kingsley no podía dejarlo pasar esta vez.
—Señor Ministro —interrumpió su caminata, sintiéndose muy cansado. En verdad quería ir a casa—. ¿Es muy importante?
—Potter —gruñó el Ministro. ¡Oh, joder! Era importante, de otra forma no le hubiera llamado Potter—. ¿Has leído El Profeta de hoy?
¿Qué?
—No, señor. Ya le he dicho que no leo El Profeta.
—Y yo te he dicho miles de veces que debes hacerlo.
La discusión sin fin. ¿Por qué le insistían tanto en leer El Profeta? No era solo Kingsley, Hermione también lo regañaba a menudo por lo mismo. El periodico del mundo mágico decía tantas mentiras que era imposible ver aunque sea el titular. El Ministro sabía lo que pensaba, pero durante los últimos años, Kingsley había empezado a darle mucha importancia a la publicidad.
—Lo siento, pero no lo haré señor. —No pensaba ceder.
El Ministro pareció querer discutir pero se arrepintió, por lo que volvió a su caminata alrededor de la oficina.
—¿Salvó ayer por la tarde a un niño en el Callejón Diagon de un supuesto ataque por la espalda? —preguntó entonces Kingsley.
¿Qué? ¿De eso se trataba? Harry consideraba que había hecho algo bueno. ¿Qué era todo esto? ¿Qué era eso de supuesto ataque por la espalda?
Oh.
¿Qué mierda habrá sacado El Profeta?
Harry trató de recordar cómo había sucedido todo. Estaba haciendo algunas inspecciones en los locales del Callejón Diagon cuando un niño se había acercado. Gruñó ante la pregunta que el papá le obligó a preguntarle: “¿Quieres ser el Alfa de mi papi, señor?” Entonces, el niño se había ido, fue cuando Harry vio a un mago apuntando con la varita la espalda del pequeño y evitó semejante ataque, cuando quiso ver cómo estaba el niño, éste ya había desaparecido.
—No salvé a un niño de un supuesto ataque, señor —si Kingsley lo estaba llamando Potter, él le hablaría con respeto también—. Salvé a un niño de un ataque, señor.
—No es lo que dice la prensa —el Ministro finalmente se detuvo y se posicionó detrás de su escritorio—. Además, tu foto aparece en la primera página en El Profeta de hoy. Casualmente había un reportero por allí que lo fotografió en el momento en que "salvaba" al niño. Han habido periodistas fuera del Ministerio todo el día que esperan entrevistar al desalmado, es decir a tí, Potter, que atacó al nieto del miembro más antiguo del Wizengamot.
—¿Desalmado? —Harry no daba crédito a sus oídos—. Un momento, ¿atacar? ¡Maldita sea! ¿De qué va esto? ¿Ahora por qué es nieto de un miembro del Wizengamot no importa si quiere atacar un niño, se convierte en la víctima? —gruñó.
—Ese niño, como lo llamas, es el hijo de un Mortífago, como ha recalcado bien El Profeta.
¿Qué?
—¿Y eso es relevante porque....? —quiso saber. Un niño era un niño, hijo de un Mortífago o no.
La vena en la sien del Ministro tembló peligrosamente.
—Es relevante porque es hijo de un Mortífago sin castigo. ¡Oh! Otra cosa que es por tu culpa, Potter.
Harry frunció el ceño. ¿Por su culpa?
—No lo sigo, señor Ministro —a Harry empezaba a dolerle la cabeza.
—¡Malfoy! —gritó casi fuera de sus casillas Kingsley—. Hablaste en los juicios a su favor y quedaron libres.
Oh. Algo de comprensión golpeó finalmente a Harry. Era cierto, él había hablado a favor de los Malfoy, aunque no los había visto. Creía que se lo merecían, después de todo, Narcissa Malfoy había mentido a Voldemort sobre su muerte, y Draco Malfoy le mintió a Bellatrix Lestrange sobre su identidad. Lucius… bueno, él fue arrastrado a la absolución.
—Merecían estar libres —le recordó, entonces captó de qué iba esto.
Oh.
Ahora lo veía.
El pequeño niño de cabello rubio y de ojos grises. Rememoró algunas de sus palabras. El pequeño debía pensar que se burlaban de él por no tener padre, pero seguro era por ser hijo de…
¿Draco era un Omega sin Alfa y con un hijo?
¿Cuándo?
—No vamos a discutir esto —el Ministro lo sacó de sus pensamientos—. Lo siento, Potter, pero no me queda otra opción. Vas a estar treinta días de baja. Puede que para entonces la prensa haya perdido interés en cómo atacaste a un nieto de alguien importante del Wizengamot porque creíste que atacaría al niño de un Mortifago, que en todo caso, deberías no haber visto nada.
—Pero…
—Treinta días, Potter —ladró el Ministro—. Empezando desde hoy mismo.
Harry apretó sus manos en fuertes puños, dejando incluso sus nudillos blancos por la fuerza implementada. Si el Ministro lo notó, no dijo nada, pero Harry sabía que sí. Kingsley era un Alfa que prestaba atención a todos los detalles. No valía la pena discutir, porque eso podría terminar muy mal.
—Sí, señor —dijo con los dientes apretados—. Nos vemos dentro de treinta días.
—¡Ah! Y por favor, Potter, haz lo necesario para mantener tu rostro alejado de la prensa hasta entonces.
Traducción: No intentes defender públicamente tus acciones hablando de cómo el nieto del miembro del Wizengamot intentó atacar a un niño inocente.
¿En qué se había convertido el Ministro?
Al llegar Grimmauld Place, su casa, Harry usó la Red Flú para comunicarse con Ron en Sortilegios Weasley y contarle lo sucedido, aunque se habría enterado de todos modos. Hermione y George leían El Profeta. Los clientes que iban a Sortilegios Weasley leían El Profeta.
***
—Sí, por supuesto que leí la noticia —dijo George que estaba junto a Ron cuando Harry llamó a la tienda—. Estás en primera plana, como siempre: "Potter desequilibrado. Atacó a un nieto Alfa de un prestigioso miembro del Wizengamot porque al parecer creyó que atacaría al hijo del sucio Mortífago Draco Malfoy, cuando solo iba a disciplinarlo"
—¡Argh! —expresó Harry asqueado—. Era un niño, mucho más pequeño que Teddy.
—Y recalcaron —aportó Ron—, la posibilidad de que estuvieras desequilibrado de antes porque recordaron que los Malfoy no están en Azkaban gracias a ti. Por cierto, el niño tiene la edad de Rose. —Rose Weasley era la primer hija de Ron y Hermione y tenía seis años.
—¿Qué? —preguntó Harry. Ron resopló.
—Ni siquiera sabías que Malfoy tenía un hijo, ¿verdad? —Harry negó.
—No, por lo que tampoco sabía que era el hijo de Malfoy, y de haberlo sabido, hubiese hecho lo mismo.
—Yo también —dijo George—. He salvado un par de veces a los mellizos de Goyle. Pero mi heroísmo no sale en el diario, claro —George se encogió de hombros.
¿Goyle era padre también?
Harry suspiró.
—El Ministro está siendo un asco. —repuso Ron.
Al terminar la comunicación, Harry trató de relajar su mente y poco a poco fue notando cómo iba disminuyendo su tensión. Desde hace meses que siente que el Ministerio no es su lugar. Ama su trabajo, jamás pensó en otra profesión más que ser Auror. Tampoco se había tomado tiempo libre. Jamás. Una vez casi se toma vacaciones, dos años después de ingresar como Auror. Estaba por casarse con Ginny, pero como finalmente eso no pasó, adiós vacaciones.
Plop.
—Kreacher, ¿qué sucede?
El Elfo con nariz bulbosa en forma de hocico, y sus ojos menos inyectados de sangre, sus pliegues de piel y cabello blanco que brotaba de sus orejas con forma de murciélago le hizo una reverencia.
—Está nevando nuevamente, amo Potter. El amo Potter ama ver la nieve.
Oh. Harry le sonrió al Elfo y se puso de pie, tomó el saco de abrigo muggle y salió afuera. Caía bastante nieve. Su mente naufragó por algunos recuerdos, incluso rememoró el encuentro con el pequeño niño.
¿El hijo de Malfoy?
Un momento.
¿Malfoy había mandado a su hijo a preguntarle si podía ser su Alfa? ¿Qué carajos?
***
Era de noche cuando Draco vio como su Elfina, Prim, cerraba los ventanales de la mansión mientras que Scorpius hacía un mohín porque quería ver la nieve.
—Scorpius, se avecina una tormenta. No podemos dejar las ventanas abiertas. ¿Por qué no vas a la sala encantada? Allí seguro el techo que la abuela Narcissa encantó está reproduciendo cómo está nevando afuera —su hijo hizo desaparecer el mohín y sonrió.
—¿Puedo, papi?
—Claro que sí. —no terminaba de decir aquello que recibió un fuerte abrazo de su hijo antes de salir corriendo.
Respiró hondo. Estaba por ayudar a Prim a cerrar el último ventanal cuando la Elfina se detuvo de golpe.
—¿Sucede algo, Prim? —preguntó Draco.
De pronto, sintió una inexplicable inquietud. Había algo en el aire. Fue extraño, porque acababan de cerrarse todas las ventanas, pero una picazón suave se instaló en su nariz. Se acercó y terminó de cerrar la ventana que le faltaba a Prim. Su nariz picó un poco más. Sacudió la cabeza e intentó olvidarse de eso. Tal vez solo fuera la mansión.
Draco nunca había tenido intenciones de vivir en Malfoy Manor, y sólo se había instalado desde hace seis años, cuando el Alfa con el que vivía en Francia falleció. Volver a casa había sido duro. Tenía dinero, sí. ¿Alguien le cedía una casa? No. ¿Alguien le vendió un terreno? No. Ni siquiera podía trabajar, de hecho, apenas podía entrar a las tiendas.
Ese rechazo por parte de la comunidad mágica es por lo que al principio había estado rodeado del sentimiento de miedo, a eso, se le sumaba que esperaba a Scorpius cuando volvió. Hasta ese entonces, Draco nunca había estado solo.
Hoy, sin embargo, la soledad era amiga para él y Malfoy Manor se convirtió en un precio muy bajo a pagar. No obstante, en aquellos momentos sentía una extraña inquietud, casi una premonición de que algo estaba por cambiar, y no entendía por qué.
¿Era por la picazón en la nariz?
De repente, Draco escuchó algo.
—¿Qué ha sido eso, Prim? —había sonado como a un golpe seco. Aparición, se dijo.
Sus padres estaban de vacaciones, no sonaba como a ellos, porque además, ellos habrían aparecido dentro de la casa. Los Aurores ya habían venido a revisar la casa hace unas semanas. Y no podía imaginar que pudiera haber alguien tan imprudente como para andar merodeando por allí, cerca de Malfoy Manor, el horror de Inglaterra, y en una tormenta como la que se aproximaba. Se acercó a la puerta principal, viendo como Prim desaparecía. Esperó unos segundos antes de abrir la puerta y echar un vistazo.
La picazón en la nariz aumentó pero Draco lo ignoró. Era más impactante lo que estaba viendo frente suyo que una estúpida picazón.
—¿¡Potter!? —exclamó viendo a Potter. Sí, tenía que ser Potter, llevaba anteojos, una cicatriz de rayo en la frente y… ¿Tenía una herida en la otra punta de la frente? Argh, seguro culpa de Prim que apareció detrás, lista para atacar de nuevo al intruso—. Detente, Prim. ¿Potter? —Potter no respondió, solo se quejó, apenas logrando estar de pie.
Mierda.
Draco hizo que Potter se apoyara contra su hombro y lo guió hacia uno de los sofás que había delante de la chimenea.
—Debes de estar loco —murmuró mientras lo ayudaba a sentarse— ¿Qué has venido hacer a Malfoy Manor, Potter? ¿Te mandaron a ver si mis decoraciones eran una invocación a Voldemort? —añadió con sarcasmo. La verdad era pronto para decoraciones navideñas, aún no entraban a diciembre, pero Scorpius un día las encontró y no pudo decir que no—. Pues déjame decirte que denunciarme por los golpes de Prim no servirá de nada. Eres tú quien entró a mis tierras sin anunciarse.
La Elfina comenzó a gruñir improperios en contra del Auror.
—¡Maldición, Malfoy! ¿Puedes callarte? —Potter se llevó una mano a la cabeza, a la herida. ¿Le quedaría cicatriz?—. No, no vine a ver tus estúpidas decoraciones —levantó la vista y de repente, Potter se quedó callado.
Draco, sin saber por qué, se sintió un poco cohibido por aquel verde de sus ojos.
—¿Potter?