Go back in time: Fourth Year

Harry Potter - J. K. Rowling
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Chapter 12

“Cruzar una línea”



Bien, miren, Harry quería ser sincero. En sus cortos catorce años de vida en este mundo, hizo poco mérito para merecer toda la mierda que tuvo que pasar. 

 

Para empezar, era un bebé. ¿Qué pudo haber hecho de malo, con tan solo un año de vida? El mundo ni siquiera había tenido tiempo de corromperlo a esa altura, y sin embargo todas las estrellas se alinearon justamente para que un psicópata alérgico al pelo capilar lo tomara de punto, como si su sola existencia fuera el causante de algo horrible

 

Harry seguía usando pañal, y aún así representaba un inconveniente. Imagínate que, con eso y todo, Voldemort se declaraba como el mago oscuro más brillante y temido conocido. 

 

Y lo dejó huérfano, porque parece que si el señor no aprecia a su padre todos tenían que quedarse sin el propio. Detestable, detestable actitud.

 

Después, sus tíos. ¿Voldemort tenía culpa de eso, más allá de ser la causa de su mudanza prematura pero obligatoria? No, él no lo había dejado con ellos pero a Harry no le importaba. Iba a ser el saco de boxeo de Potter por mera amargura. Entonces, los Dursley. Una mujer desdichada y envidiosa, que no quería ser mejor que los demás, quería que todos estuvieran peor que ella. 

 

Un cerdo de marido y de hijo. Y no hablaba solo de lo físico, perse. Los tipos eran unos repugnantes hijos de puta. El maltrato físico, mental y la explotación que sufrió en manos regordetas bien podría ser una de sus trece razones para tomar de base el artículo de “El Profeta” y comenzar su tiranía. 

 

¿Voldemort pensaba que tenía razones suficientes? ¡Ja! Harry le iba a mostrar razones.

 

Ahora, de nuevo a la sinceridad de su corazón: Harry, a pesar de todo, nunca había estado en una situación tan ridícula. 

 

Era una obra literaria su vida, si no no tiene un nombre la estupidez que acababa de cometer Voldemort. 

 

Era como en las películas, dónde el villano capturaba finalmente al héroe, y en vez de matarlo daba un monólogo egoísta y autovalorativo. Y Harry estuvo en medio de eso, por más ridículo que suene.

 

Y ahora esto. Pettigrew lo había soltado de su encarcelamiento, tanto las cuerdas que lo mantenían contra el pilar de la lápida como de la mordaza. Estaba libre.

 

¿Se entiende ahora lo irrisorio de todo? 

 

Harry se rió en voz alta, ganándose miradas desconcertadas y poco serenas de su alrededor. Voldemort se enderezó, en todo su esplendor era como un poste de luz con una cortina enrollada a su alrededor.

 

Huir le parecía estupido, estaba encerrado entre gente sin escrúpulos. Cualquier situación que requiera darle la espalda a esta gente era un llamado a la muerte, entonces no quedaba más que pelear.

 

Pettigrew  se dirigió hacia el cuerpo de Cedric, y regresó con la varita de Harry, lanzándosela sin miramientos. Harry la atrapó sin dificultad, sus ojos jamás abandonaron al señor oscuro. Potter estaba casi agazapado, como un depredador esperando el momento justo en el que la presa mostrara una abertura.

 

El círculo de mortifagos se apretó, encerrándolo aún más con Voldemort. Fácilmente parecía una arena de duelo, difícilmente sería como en el segundo año.

 

— Dime, Harry Potter, ¿Te han dado clases de duelo? —preguntó Voldemort con voz melosa. Sus rojos ojos brillaban a través de la oscuridad.

 

Volvió, nuevamente, al club de duelo al que había asistido brevemente en Hogwarts dos años antes… y si fuere solo por esa mínima preparación, Harry solo sería conocedor del encantamiento de desarme, Expelliarmus

 

¿Y de que le serviría quitarle la varita a Voldemort cuando estaba rodeado de mortífagos y serían por lo menos treinta contra uno?

 

—Saludémonos con una inclinación, Harry —dijo Voldemort, agachándose sin dejar de mostrar su repugnante rostro vipedo a Harry. El elegido no se movió—. Vamos, no seas malcriado, hay que comportarse como caballeros. Eso es lo que Dumbledore querría que hicieras, hacer gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Harry.

 

Los mortífagos volvieron a reírse. La boca sin labios de Voldemort se contorsiona en una sonrisa. 

 

Harry no se inclinó. 

 

— ¿Y a quien carajo le importa una mierda lo que quiera o no Dumbledore? —escupió. 

 

Harry estaba cansado, irritado y traumatizado. No estaba de humor.

 

No iba a permitir que el saco de huesos renacidos se burlara de él. ¿Quería matarlo? ¡Bien! Que viniera y lo intentase.

 

La perplejidad en el silencio lo dijo todo. Voldemort gruñó.

 

—He dicho que te inclines —repitió Voldemort, alzando la varita.

 

Harry sintió el ardor en sus huesos, como si lo estuvieran empujando hacia abajo. Harry no se movió por pura terquedad.

 

Ya no había risas ni diversión en el flanco opositor. Todos lo miraban con desagrado y ansiedad, poco preparados para el niño que estaba frente a ellos. No era lo que se esperaban, eso Harry lo podía apostar.

 

—Muy bien —dijo Voldemort con voz suave, sus ojos rojos brillando con furia. Levantó la varita y la presión que empujaba a Harry hacia abajo desapareció—. Es hora de que des la cara, como un hombre. Ridículo y orgulloso, como murió tu padre.

 

Harry no se movió, recargando su peso en los dedos de sus pies, los talones en el aire, con los ojos enfocados. Cada escombro, lápida y montículo mapeado en su cabeza. 

 

Voldemort levantó la varita una vez más, y aquellos ojos rojos, despiadados, se lo estaban diciendo: iba a morir, y no podía hacer nada para evitarlo.

 

Pero, ¿Desde cuándo Harry tomaba en cuenta la palabra o la amenaza de alguien como Voldemort?

 

Harry no estaba dispuesto a doblegarse. No iba a obedecer a Voldemort, ¿Buscaba súplicas? No las encontraría en él.

 

—¿Quieres que repita el crucio contigo, Harry Potter ?—dijo Voldemort con voz suave. Harry no respondió—. ¡Dime, Harry! ¡Imperio!

 

No era la primera vez que vivía esto. Moody había estado enseñándoles a repeler la orden del imperio en clase, y por mucho que Harry repudiara el acto, le daría puntos al maestro por enseñarle esto particularmente.

 

Por tercera vez en su vida Harry sintió la mente vacía, sin pensamientos rondando por su cabeza. No pensar se sentía como flotar, una bendición que ni los sueños le daban. Siempre tenía pensamientos, muchos de ellos, y esto era-

 

Di simplemente «no, por piedad»... 

 

Di «no, por piedad»... 

 

Simplemente dilo Harry.

 

« No  —pensó Harry, más fuerte que la voz extraña en su cabeza—; no me pienso humillar como las ratas a tus espaldas. No. »

 

Di «no, por favor, ten piedad»

 

Di «no, por piedad»

 

No.

 

Y estas palabras, que brotaron de lo más profundo del pecho de Harry, retumbaron en el cementerio. La falsa paz de no tener nada en la cabeza, esa somnolencia soez, desapareció tan de repente como si le hubieran echado un balde de agua fría.

 

—¿No lo harás? —dijo Voldemort en voz baja, 

 

Harry escupió a los pies descalzos del hombre, sonsacando jadeos horrorizados.

 

— Harry, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte —puntualizó, furibundo. Una promesa de dolor inimaginable brillando en las pequeñas pupilas— ¿Tal vez con una pequeña dosis de dolor?

 

Voldemort volvió a mover el brazo, para alzar su varita, pero Harry estaba listo. Corrió hacia los arbustos laterales, lanzandose de palomina al suelo, rodando tras un conjuntos de altas lápidas de mármol negro. Escuchó la piedra resquebrajarse bajo el impacto de una fuerte maldición.

 

Harry se asomó, ignorando la sulfurada voz del hombre, mirando hacia los mortifagos. A veces, mientras mayor es el número, el objetivo simplemente se hace más fácil de golpear.

 

Entonces, Harry lanzó un «cofringo» más o menos en el centro del caldero. Escuchó el metal explotar y a las personas a su alrededor gritar antes de moverse.

 

No se iba a quedar a ver. 

 

Volvió a moverse, rodeando el borde, aprovechando las sombras, solo acicalándose brevemente al ver a Lucius en el suelo, aferrándose a su sangrante brazo, junto al cuerpo de alguien. Harry no se puso a verificar quien era.

 

Algo en el fondo de su cabeza decía suavemente un ¿Acaso importa? 

 

Harry no encontró razón para apenarse por ello.

 

—No vamos a jugar al escondite, Harry —gritó Voldemort, sonaba más allá del enojo. No hubo risas—. ¿Ya te has cansado del duelo? ¿Preferirías terminar ya, Harry? Sal entonces. Ven aquí, da la cara y te prometo que seré rápido. Puede que ni siquiera sea doloroso, no lo sabría. ¡Cómo nunca he muerto…!

 

Hablaba demasiado. Esa fue la conclusión de Harry.

 

Vagamente se preguntó si, en aquellos oscuros tiempos, Grindelwald era igual que este tipo. La comparativa era inevitable.

 

Harry permaneció agachado tras la lápida, comprendiendo que si iba a morir, no sería escondido y agazapado como una rata. No iba a morir arrodillado a los pies de Voldemort. 

 

Moriría de pie como su padre, intentando defenderse aunque no hubiera defensa posible. Entonces, decidió que no importaba en absoluto el honor de un duelo mágico.

 

Harry no había aceptado tal cosa. E inclusive, ¿cómo se vería menoscabado su honor si renunciara a la forma “correcta” de pelear? A nadie le importaría.

 

Entonces, atacar por la espalda era la única forma de ganar. Y en cuestiones de supervivencia, el honor poco vale.

 

En poco menos de un susurró conjuró el «Repello inimicum» esperando con calma a que el suave brillo verde se alegra a su piel como pelotas de brillantina. No iba a resistir un Avada Kedavra pero ni por asomo, pero eso no es lo que estaba tratando de hacer.

 

Entonces se levantó, apuntando directamente a un grupo de estatuas de ángeles, y hombres de poca ropa, y de su varita salió un fino hilo de luz. 

 

Piertotum locomotor —murmuró, sus ojos fijos en el séquito de piedra, que comenzaba a moverse fuera de sus lápidas, acercándose al grupo de mortifagos que hacían heridos o tirados en el piso. Harry no se iba a arriesgar. Y por último, saliendo ya de su escondite, acertó directamente en la espalda del hombre con pinta de serpiente— ¡Diffindo!

 

Lo vio caer hacia el frente, de rodillas, con un alarido. Probablemente su nuevo cuerpo no estaba listo para recibir daño directo. A Harry poco le importaba la comodidad del hombre que mató a sus padres.

 

Harry comenzó a moverse, asegurándose de que nadie estuviera a su alrededor, los escombros y las personas volaban de un lado al otro. 

 

— ¡Harry Potter! —siseó Voldemort, aún de rodillas, mirandolos con los ojos desorbitados. Maniático— ¡Avada Kedavra!

 

— ¡Expelliarmus!

 

Los hechizos se proyectaron como rayos, y ambos se encontraron en medio del aire.

 

Harry sentía su varita temblar levemente, como si el poder de Voldemort rebotara contra ella. Casi como una descarga eléctrica.

 

Harry estaba francamente confundido. El chorro de luz del propio Harry avanzaba con lentitud hacia donde yacía, casi lamentable, Voldemort. 

 

La corriente constante de electricidad había entumecido sus dedos, y casi que agarrotado su mano. No podía soltar la varita, ni aunque así lo quisiera. Cosa que, claramente, no quería. 

 

Un sonido hermoso y sobrenatural llenó el aire.

 

Harry nunca había escuchado nada igual. Procedía de cada uno de los hilos de la red que se tejía en torno a Harry y Voldemort. 

 

Era un sonido del que había oído hablar, en base a absoluta deducción, y Harry ya sospechaba que esté era el canto del fénix. 

 

Se escuchaba hermoso y acogedor, sentía como si el canto estuviera dentro de él en vez de rodearlo. 

 

Entonces, una figura casi corpórea, hecho de niebla densa y gris, apareció a su lado, con una mano intangible sosteniendo la muñeca de Harry.

 

—¡Aguanta, Harry! —dijo. La voz resonó distante. 

 

Harry literalmente estaba viendo a Cedric a su lado. Una sombra borrosa que había salido literalmente de la varita de Voldemort. Harry iba a vomitar.

 

Voldemort contemplaba atónito la escena, con los ojos abiertos como platos. 

 

Salieron dos más. Un hombre rechoncho, y dos mujeres. Harry vio caer a la última al suelo y levantarse como los otros, observando.

 

Harry supo inmediatamente quién era en cuanto la vio, lo comprendió como si la hubiera estado esperando desde que Cedric salió. La sombra de humo era una mujer joven de pelo largo, y lo miró directamente a los ojos. Harry, con los brazos temblando por algo más que la fuerza con la que se tambaleaba su varita, devolvió la mirada al rostro fantasmal de su madre.

 

—Hola amor. —murmuró, Harry sintió tanta tranquilidad como angustia en un solo segundo, las lágrimas borroneado aún más su visión de ella— Tu papá está en camino. Quiere verte, tanto como yo mí vida. Todo irá bien ¡ánimo! ¡solo un poco más ranúnculo!

 

Harry ya estaba llorando cuando salió su papá. Vio en cámara lenta como pasaba. Primero la cabeza, luego el cuerpo, un hombre alto y de pelo alborotado, como el de Harry. 

 

Cómo el suyo.

 

La forma etérea, borrosa en los bordes, de James Potter se solidifica frente a él, después de caer del extremo de la varita de Voldemort. Se puso de pie, junto a su mujer.

 

Las lágrimas gordas casi le hacían imposible verlo correctamente, y justo cuando pensaba en eso, sintió una brisa fría pasar por debajo de su párpado. Los dedos intangibles de su madre trataban de limpiarle las lágrimas. 

 

James, su papá, le habló con la misma voz lejana y resonante que los otros. Pero él entonó su mensaje en voz baja, como queriendo que Voldemort –que se veía aterrorizado por estar rodeado de sus víctimas– no pudiera escuchar sus palabras.

 

—Harry, ey campeón, mírame. —pidió. Harry no podía, los sentimientos lo estaban abrumando y sabía que si abría los ojos no habría fuerza capaz de eliminar sus lágrimas—. Vamos, abre los ojos por mí, mí príncipe. 

 

Harry sollozó tan fuerte que todo su cuerpo convulsionó. Pero le hizo caso.

 

—Ahí está mí campeón, ¡Míralo Lily! Tiene tus ojitos. —murmuró, la sensación de sus dedos acariciando su espalda lo hizo resollar—. Ya, ya, mí amor. Estás bien, estarás bien. Escucha con atención campeón, cuando la conexión se rompa, nosotros desapareceremos al cabo de unos momentos… pero te daremos algo de tiempo. Tienes que alcanzar el traslador y  estarás de vuelta en Hogwarts. ¿Lo entiendes, Harry?

 

—Sí —contestó éste, jadeando por los sollozos y por estar haciendo un sórdido esfuerzo para sostener su varita, que casi que se le resbalaba de entre los dedos.

 

—Harry —le cuchicheó la figura de Cedric, Harry por poco se había olvidado de él—, lleva mi cuerpo, ¿Puedes? Quisiera que mi cuerpo llegue a mis padres…

 

—Ajá —masculló, el rostro tenso por el esfuerzo—. Lo haré, lo prometo.

 

—Prepárate, entonces. —susurró la voz de su padre—. ¡Ahora Harry!

 

Harry no hubiera podido aguantar ni un segundo más de todas formas, y ni siquiera se refería a la lucha como tal. Su propio hechizo estaba ganando un terreno considerable contra Voldemort pero la sinergia de sus varitas estaba dificultando absolutamente todo. Ollivander estaría complacido de saber sobre los nuevos datos de las varitas gemelas, de su reticencia a dañarse la una a la otra, al contrario de lo que sentía Harry.

 

Levantó la varita con todas sus fuerzas, y el rayo dorado se partió. Las víctimas de Voldemort no desaparecieron inmediatamente, justo como dijo su padre, y lo cubrieron,  para servirle a Harry de escudo.

 

Y Harry aplicó todos los conocimientos adquiridos con Dudley. Corrió como nunca lo había hecho en su vida entera, en su camino de huida había pisado a algún desafortunado mortifago que había caído ante las estatuas. Quedaban algunas en pie y la lucha parecía no tener fin. 

 

Lucius Malfoy no se veía en la pelea.

 

Corrió, zigzagueando por entre las tumbas, los gritos quedaron bastante atrás. Pero Harry no era estupido, por lo que siguió alerta mientras corría como una bala hacia el cuerpo de Cedric.

 

Y como acostumbraba en estas situaciones, dónde tenía que luchar hasta con lo que no tenía por sobrevivir, su cuidado se probó cierto.

 

—¡Aturdanlo, inútiles! —oyó gritar a Voldemort.

 

Y Lucius Malfoy se apareció frente a él, su varita en alto. Harry no tuvo ni un segundo para pensarlo correctamente, lanzó un último «depulso» al hombre, mandándolo a volar. El deja vu picando en su nuca al ver un revoltijo de tela oscura volar hacia la penumbra del bosque.

 

El alarido que pegó el padre de Draco le dio una satisfacción enfermiza.

 

Corrió el último tramó, y finalmente la mano de Harry se aferró al cuerpo de Cedric por la muñeca. 

 

Escuchó un último estallido de piedra, y supo que no le quedaba más tiempo.

 

¡Accio! —gritó Harry, apuntando a la Copa con la varita.

 

— ࿐*:・゚

 

Draco estaba por empezar a morder las uñas de Daphne, porque a esas alturas él ya no tenía propias para carcomer. Estaban todos juntos, empilchados con su mejor atuendo de apoyo-a-Harry-Potter. Banderines, carteles y vinchas. Draco se hizo nuevamente la serpiente bajo su párpado inferior.

 

Los nervios los carcomian. Pansy no había parado de comer dulces, alegando presión baja de solo pensar en Harry sufriendo de alguna manera. Contrario a ella, Greg y Vincent no habían probado un bocado.

 

Snape estaba a sus espaldas, al lado de Sirius. Remus mantenía una mano firme en el cuello del heredero Black. Ambos lucían enfermizos, como si se fueran a desmayar o vomitar sus corazones en cualquier segundo.

 

Había pasado un largo rato desde que empezó la prueba, la noche ya los había cubierto, y las antorchas y velas refulgian por lo ancho de las tribunas. Muchas expresiones se iluminaban y dejaban ver la inquietud general.

 

Hasta que en la entrada del laberinto hubo un estallido de luces y Harry cayó de bruces al suelo.

 

Draco se abrió paso hacia la barandilla, para mirarlos. Ninguno de los dos se movía. Pero el pecho de Harry si subía y bajaba.

 

Cedric estaba estático.

 

Harry estaba agarrando el asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Cedric. 

 

El silencio se rompió repentinamente. Se alzaron los Vítores, los festejos y la alegría general de Hogwarts. Draco empujó sin mucha delicadeza a Ron y a Pansy, que trataban de abrazarlo para celebrar. Sirius y él se encaminaron hacia las escaleras.

 

Las voces venían de todas partes, pisadas, gritos... Si Draco se sentía aturdido, no sabría ni cómo debía estar Harry. El rubio vio a Dumbledore levantarlo del suelo, y Sirius se apresuró a moverse. Saltó los escalones para llegar más rápido.

 

— ¡Harry, cachorro! 

 

Draco se quedó a medio camino, sus ojos fijos en el cuerpo de Cedric. Un pitido incesante llenó sus oídos y ahogó todo lo demás. 

 

—¡Dios... — una voz ahogada interrumpió la euforia— Dios mío, Diggory! —exclamó—. ¡Está muerto, Dumbledore!

 

El borrón que pasó frente a sus ojos era inexplicable. Un segundo estaba parado entre adultos y al siguiente tenía a Sirius tratando de alejarlo de la escena.

 

— Sirius, Sirius él-

 

—Lo sé, yo… sé, lo entiendo. —masculló, su voz gravida—. Ven, te dejaré con Snape, no puedes quedarte solo. Remus está con Harry, tranquilo.

 

Draco no podía sacarse el amargor de la boca. El peso en su estómago no desapareció por eso, necesitaba asegurarse él mismo de que Harry estuviera bien.

 

Pero un momento, mientras veía desde arriba todo lo que se desarrollaba en torno a la muerte de Cedric, cuando su padrino se inclinó un poco hacia abajo, para hablarle.

 

—Draco, ¿Qué pasa?

 

—Harry no está. —corcoveó, sus ojos yendo y viniendo de un lado al otro, frenéticos. Su cuerpo estaba enraizado a la plataforma, con los dedos agarrotados en el metal de la barandilla.

 

Snape miró entonces, sus ojos más enfocados que su pasividad anterior.

 

—Tienes treinta minutos, entonces llevaré a Dumbledore y a Sirius. —señaló, Draco lo miró con precaución—. Sé criterioso con tu tiempo.

 

Entonces, contrario a su enseñanza, Draco salió corriendo. El anillo se había estado calentando de tanto en tanto a medida que pasaba la prueba, la abrasiva temperatura llegó a niveles altos antes de descender de golpe. Ahora mismo iba a contra reloj, y estaba a ciegas por completo.

 

¡La última vez que vivió esto ni siquiera se dio cuenta de que Harry no estaba! Estaba muy concentrado en no vomitar al ver el cadáver de un chico que vio caminar por los pasillos con frecuencia, ¡Con quien compartió espacios por sus posiciones en el ministerio! ¡Con quien tuvo enfrentamientos de Quidditch!

 

Maldita sea. Draco ya sentía las lágrimas pujar tras sus ojos.

 

Estaba agobiado, preocupado y frenético. 

 

Su prioridad era otra.

 

Y entonces recordó, vagamente, con quién estaban Dumbledore y Lupin. 

 

Sin esperar nada, derrapó en un pasillo, girando por completo su camino, directo hacia el ala norte, dónde recidia la clase de DCAO, por ende estaba la oficina de Moody. Tenía el corazón en la garganta.

 

Cuando llegó, casi se choca de frente con la puerta de roble, e inútilmente trató de abrir con la manija, aunque sabía que no iba a dar efecto. Entonces, hizo lo más sensato que se le cruzó por la cabeza y voló la cerradura con un hechizo.

 

Llegó para ver la mejor parte.

 

—Hay un mortífago, aquí,  en Hogwarts. 

 

Draco se trastabilló dentro, viendo a ojoloco sentado cómodamente en su silla, mientras Harry estaba parado, justo frente a él profesor. Potter le sonrió, amargura pura tiñendo sus labios.

 

— Un mortífago que puso mi nombre en el cáliz y se aseguró de que llegara al final del Torneo.

 

Moody trató de ponerse de pie, justo cuando Harry colocó la punta de su varita en el cuello del hombre con una frialdad inexorable. 

 

— ¿Dónde está Karkarov?  —curioseó el elegido, con tono cantarín. Draco supo ver el nulo interés en su expresión, pero no presionó, dejaría que Harry se moviera a sus anchas en esto.

 

—¿Karkarov? —repitió Moody, la voz estrangulada—. Karkarov ha huido. Vio la Marca Tenebrosa tomar mejor color en su brazo, la sintió escocer y se fue. Traicionó a muchos seguidores del Señor Tenebroso, demasiados fieles en su contra como para querer volver a verlos.

 

—No ira muy lejos —comentó Draco, apoyándose contra la pared del fondo, para tener una mejor visión de la oficina—. Voldy sabe cómo encontrar a sus enemigos.

 

— ¡¿Cómo lo llamast-?!

 

—A quién carajo crees que le estás gritando. —gruñó Harry, presionando aún más la varita contra la nuez de Adán del maestro. Moody se retorció, poniéndose rojo—. Si lo queremos llamar psicópata alérgico al cabello capilar lo vamos a hacer, ¿Entendido, Barthemius? 

 

Draco va a negar hasta el final de sus días que la actitud que estaba tomando Harry le provocaba ardor por todo el cuerpo. Iba a achacar todo a la temperatura de la oficina.

 

— ¿Desde cuándo sabes…? —dijo Moody despacio—, ¿Cómo sabes que fui yo?

 

Harry rodó los ojos.

 

— Me estás queriendo decir que tu realmente fuiste con Draco, llorando por traiciones y ataques por la espalda, y después pensaste que no iba a conectar los puntos. —se burló.

 

—Esperablemente idiota, es seguidor de alguien que no puede matar un bebé, un niño de once o doce o catorce años. 

 

—Reunión de inútiles.



—Realmente no me agradas, Malfoy.

 

— ¿Y quién te preguntó? —escupió Harry.

 

—Me paso tu opinión por el arco del triunfo, ¿Sabes? —descartó Draco—. Entonces, metiste a Harry al torneo para que tu maestro de cuarta reviviera. Felicidades, supongo.

 

—Tu padre morirá en las manos de mí señor. Los traidores pagan con sangre.

 

—Yo lo vi muy conforme con Lucius. —corrigió—. Amigos de toda la vida, hablando muy en paz. No vi ninguna sed de venganza de tu jefe.

 

— ¡¿Qué?! Pero… mi señor nunca…

 

Draco suspiró largo y tendido, ojos demasiado sobrios para un niño de catorce años que debería estar nadando en ensoñaciones adolescentes.

 

—Entonces, las pruebas. —volvió al tema Draco.

 

—Gracias a ti no tuve que involucrarme más allá de la última prueba. —se burló. Draco ni siquiera titubeó —. Pero eso ya lo sabías, no, chico inteligente. ¿No notaste que en el laberinto tuviste menos problemas de los que te correspondían? —siguió—. Yo fui la causa; estaba rondando. Y podía ver a través de los setos, y te quité muchos obstáculos del camino.

 

—Aturdiste a Fleur, por eso gritó y después desapareció. —dijo Harry, escudriñando el desagradable rostro del que decía ser Moody—. ¿Krum usando el crucio fue cosa tuya, he de suponer?

 

—Es diestro en la maldición imperius. —suministro Draco, pasivamente.

 

—Y mi Señor no consiguió matarte, aunque era lo que quería. —susurró Moody—. Solo de imaginar cómo me recompensará cuando vea que lo he hecho por él. Yo te entregué porque tú eras lo que más necesitaba para poderse regenerar, y ahora te mataré por él…

 

“Moody” se levantó bruscamente, como si quisiera aprovechar su estatura y fuerza física. En cuanto sacó la varita, Draco hizo lo propio.

 

¡Expelliarmus!

 

Fue tan solo un segundo, el cerebro de Draco no estaba funcionando con cordura en ese momento, en su cabeza solo podía pensar en proteger a Harry, protege a Harry, que no lo lastime-

 

Todo pasó en una fracción de segundo para Potter. La varita de Moody despegó hacia la mano izquierda de Draco, y en el mismo momento disparó un rayo rojo que hizo al hombre frente a él retorcerse y caer al suelo.

 

Una risa estridente, maniática y dolorosa resonó por las paredes. Harry veía estupefacto mientras el hombre era cruciado, por su mejor amigo, una víctima de la propia tortura.

 

Draco se veía pálido pero sus manos estaban firmes mientras sostenía la varita.

 

—Como si te fuera a dejar que lo toques con tus sucios dedos de chorizo.

 

Harry se estaba sonrojando ahora, pero Draco estaba muy ocupado como para darse cuenta.

 

El crucio se detuvo, pero el heredero Malfoy no bajó la varita.

 

—Tienes estómago, khuh. —se quejó, desde el suelo, aún retorciéndose—. No sabía que lo tenías en ti-

 

— ¿Quieres ver qué más puedo hacer, bastardo infeliz? Trata de tocarlo de nuevo, te reto. Veremos si vives para ver otro día en tu vida de mierda.

 

Harry definitivamente necesitaba abrir una ventana, o abanicar con una mano. Lo haría, si no se fuera a ver ridículo.

 

— ¿Cuánto tiempo nos compraste?

 

—Tenemos como quince minutos más hasta que llegué Snape y compañía.

 

Ambos se miraron y se sintieron, antes de volver al hombre en el suelo.

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