Go back in time: Fourth Year

Harry Potter - J. K. Rowling
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Chapter 13

“Realidad”


— Sabes, Barthemius —empezó Harry, escueto, reposando tranquilo en el sillón del “profesor”, su tobillo apoyado holgadamente sobre su propia rodilla—, para ser un mortifago que lucho en una guerra y pregona ser un asesino osado, eres bastante idiota. 

—Y no por correr a mí — dijo Draco, lacónico—, y básicamente decirme en la cara que eras un mortifago, sino por caer tan fácil en la mentira de Harry.

— ¿De qué hablas, mocoso?

— Lo obtusos que son es hilarante. —suspiró Potter, mirando con aburrimiento a Crouch jr, su cabeza apoyada en su mano. Su otra mano hacía girar rítmicamente su varita—. ¿Creen que los únicos con contactos infames son ustedes? Tenemos gente en todo el mundo mágico.

Pretencioso. Draco lo quería besar.

—Si creías que tu búsqueda de información sobre el retiro de Moody iba a pasar por irrelevante o algo así, lamento ser quien trae las malas noticias…

—No puedo creer que te hayas comido eso. Uno creería que sabes cómo detectar una mentira, pero te sobre estimamos si pensamos eso, ¿no? —se mofó Harry, suspirando con dramatismo.

—¿Estás diciendo…?

—Quiere decir —siseó Draco, parado tras del mortifago, su varita presionada directamente en la nuca del tipo— que eres más imbécil de lo que te dan crédito. ¿Cómo pudiste creer que desplazaron a Moody de su cargo, desecho de neuronas? ¡Era una mentira tan obvia, por Merlín! El ministerio nunca perdería carne de cañón por voluntad propia.

—Fue una carnada, y picaste tan fácilmente. —Harry sonrió—. Solo quería confirmar que eras un impostor, por si llegábamos a cazar a alguien por equivocación. 

Barthemius apretó los dientes. Estaba de rodillas ante dos niños. Presumiblemente novatos, pero aún así con la capacidad de acorralarlo y someterlo. 

No podía ver al niño Malfoy, pero sentía su presencia como un yunque que le aplastaba la espalda, acometido a doblegarlo y mantenerlo de rodillas ante Potter (de todas las personas, ante el enemigo de su señor).

Quizás se había equivocado. No parecía ser el traidor que Barty esperaba.

Y ahí estaba el niño de catorce años, cómodamente acomodado en su sillón de caoba, sonriente y tranquilo, mirándolo desde arriba con ojos gélidos pero titilantes de diversión siniestra.

No era nada de lo que se dijo durante esos meses. Barty no veía a un pobre borrego caminando hacia el lobo. 

Veía a una bestia dormida en esos ojos mortales.

Este no era un niño común al que su señor se estaba enfrentando. Ellos esperaban un contrincante tonto y manso que no supiera dónde pesaban sus falencias y dónde terminaban sus virtudes. Una inocencia y confianza fáciles de aprovechar.

Tenía que advertirle-

—Esta información no saldrá de aquí, Barty, ¿Lo sabes, no es así? —susurró Malfoy, y por primera vez en décadas, su sangre se heló por completo.

Potter sonrió.

Si la maldad o el diablo pudieran tomar la forma de un humano, Barthemius apostaría a que se vería así. En tonos negros tan profundos como el abismo y ojos de un verde mortífero. 

Harry Potter era una señal de mal augurio. Una señal de muerte 

— Quizás tú tampoco vuelvas a salir de este lugar. 

Draco parpadeó al ver a Harry inclinando se hacía delante, la varita del elegido se clavó bajo la barbilla de Barty, la sonrisa tensandose oscuramente.

—Quizás no tengo ganas de que sigas disfrutando de respirar. —planteó, sardónico—. Quizás solo llegues a declarar a nuestro favor y poco más. Quién sabe, ¿De quien depende? Rezale a quien sea, Barty, que no sea de mí.

— ࿐*:・゚

 

Draco y Harry estaban sentados en el suelo, mirando inexpresivamente el cuerpo desvaído frente a ellos. Se había desmayado o lo habían desmayado, nadie nunca sabría porque ellos no iban a decir nada al respecto.

Dumbledore había interrumpido en la habitación,y estaba en silencio, mirando la escena que se había encontrado. La expresión en su rostro al mirar el cuerpo inerte del Moody falso era honestamente temible.

Harry nunca habría logrado imaginar tal cosa, ni un leve rastro de su benévola sonrisa o del guiño amable de sus ojos tras los cristales de las gafas. 

No había más que cólera. Frío enojo que arrugaba el rostro del hombre.

Tras él estaban Snape, Sirius y también McGonagall. El profesor de pociones observó con ferocidad el despacho, mientras ingresaban.

Sirius ignoró todo en su camino a su familia. Se arrodilló frente a sus niños, y recibió un par de abrazos con férreos agarres. Draco en su lado izquierdo, escondido en su hombro, Harry de su lado derecho, con los ojos asomándose para ver a sus espaldas.

—Vamos, vamos fuera. —susurró, su voz ronca como si estuviera a nada de llorar—. Todavía te tienen que revisar, iremos a la enfermería y después a descansar…

—No —dijo Dumbledore bruscamente.

Sirius se tensó. Draco miró hacia el director, ojos oscuros y tormentosos, sintiendo el veneno enervar desde adentro de su pecho al escuchar al hombre.

—Quiero que se quede —reafirmó— tiene cosas que entender. Tiene que comprender. Y después aceptar, solo después de hacerlo puede recuperarse. Tiene que saber quién lo ha lanzado a esta horrible experiencia; quien causo su padecer y el por qué.

— Ah —dijo Harry, levantándose, sacudiendo sus pantalones y después levantó a Draco con cuidado, sus manos en la cintura del rubio, y otra en su mano—. ¿Quieres decir sobre Barty Crouch? Ya lo sabemos. 

El director se tambaleó en un paso, mirando –sin palabras– al elegido, que se erguía regio, despreocupado en medio del desastre que se había desatado en su vida, una mano en el bolsillo y la otra todavía en algún lugar de la espalda del joven Malfoy. Draco hizo un gesto de desdén hacia el cuerpo aún tendido en el suelo 

—La poción multijugos, eso fue. —explicó, aunque probablemente era bastante innecesario—. Nosotros lo sospechamos después de la inundación en adivinación. ¿Usted lo noto recién, director?

— Sí —hizo una pausa, caminando hacia los niños, para mirar desde su ángulo al hombre. La varita de Moody yacía lejos, acurrucada cerca del baúl—. El verdadero Moody no te habría alejado de mi vista después de lo que pasó hoy. Cuando Severus me señaló que te llevó, lo entendí.

— Ajá —gruñó Sirius, parado frente a sus cachorros. Harry se inclinó y le susurró algo a Draco a sus espaldas—. Los llevaré a la enfermería.

—Sirius, querido amigo-

—Amigo mis dos pelotas, Dumbledore. —escupió. Severus se sobresaltó—. Ya pasó lo suficiente, ya tuvo suficiente. Lo que va a pasar ahora, lo vas a arreglar con Severus, no con mi ahijado. Y no con mi sobrino, esto lo tienen que arreglar los adultos, no ellos. Se van a ir a la enfermería, los van a revisar para asegurarnos de que este enfermo no les haya hecho nada mientras jugabas al viejito despistado. Y punto final.

Draco intervino.

Susurró hacia su tío, con los ojos desviados hacia el mortifago.

—Quedate. Necesitamos a alguien que venga a comentarnos lo que pase hoy. —murmuró—. Y no dejes que el idiota del ministro lo mate.

Sirius frunció el ceño, pero asintió. Les dió un último abrazo antes de dejarlos pasar por entre los restos de la pobre puerta.

Caminaron en silencio, desviándose más de lo debido, bordeando el bosque prohibido, con Draco caminando al frente, guiandolos. Hasta que se detuvo.

—Tienes que dejar de hacer esto, Harry— pidió Draco, quieto en medio de la oscuridad, el bosque prohibido parecía igual de cohibido, en un silencio que tomaba en los oídos del elegido—. Tienes que parar.

—Draco, qué- — hizo una pausa, haciendo un chequeo rápido de cada una de sus acciones en las últimas horas, antes de seguir— ¿de qué hablas?

—¡Esto, Harry! ¡Ponerte en peligro, arriesgarlo todo así! ¡Tirar tu vida por la borda por… por-! ¡¿Por qué carajos hiciste eso?! ¡¿Qué estabas pensando al irte con Moody?! ¡Podrías estar muerto!

El grito resonó, y hasta los grillos desaparecieron después de eso. El bosque, tal como Harry, quedaron congelados ante el arrebato. Draco no había terminado, sus ojos inyectados en sangre y sus manos sacudiéndose en el aire, exaltado.

—¡¿Y si llegaba un segundo más tarde?! ¡¿O si no me daba cuenta de que no estabas?! ¡Te fuiste con un lunático, después de todo lo que dijo Sirius! ¡Después de que yo te lo advirtiera!—Draco golpeó con su mano el pecho de Harry, pero fue débil, el elegido ni siquiera se movió— ¡¿En qué carajo estabas pensando?!

Harry estiró su brazo, haciendo el amague para abrazarlo, para sostenerlo, pero Draco se estremeció, lejos de su alcance. 

No podía soportar ser consolado cuando podría perderlo.

El destello de dolor en los ojos de Harry no lo hizo volver, pero astilló su ya resquebrajado corazón. 

—Sabía que vendrías 

Fue el quebradizo, inseguro, susurro que dió Harry como explicación.

Draco cerró los ojos, las lágrimas quemando sus retinas. La angustia y ansiedad apretando fuertemente su garganta, las pestañas se le humedecieron.

—¿Y si no…?

—Llegaste. — cortó Harry, seriamente—. Llegaste. No importa lo demás

—Pero y si no, Harry. ¿Qué pasaba si no…?

Harry suspiró—. No va a pasar de nuevo. Simplemente… lo olvidé, con lo de Cedric… y Voldemort… se me borró un poco todo lo demás. 

El corazón de Draco se congeló y quebró por completo. Abrió los ojos, tanto que parecía que se saldrían de sus cuencas, viendo los ojos oscuros y perdidos de Harry.

Y se sintió terrible.

Acaba de pasar algo horrible, pasó por algo tan traumatizante y él solo-

Fue y le gritó.

Harry levantó suavemente la mano, limpiando la humedad bajo los ojos plateados con cuidado, una sonrisa temblorosa curvandose lentamente en su rostro. Inseguro.

—Estoy bien. Estamos bien, ¿Si dragón? —murmuró, apoyando su frente contra la de Draco, y el rubio lo miró fijamente a los ojos—. Ya pasó. Veremos cómo arreglar el desastre que dejó el inútil de siempre.

Draco sintió que su corazón hacía un brinco rápido, y sus ojos bajaron a los labios de Harry antes de separarse, con las mejillas rojas, y se alejó. 

Y el elegido sonrió.

— ࿐*:・゚

 

Para cuando Sirius llegó a la enfermería Harry ya estaba rodeado de pelirrojos. Draco estaba sentado más lejos, en otra camilla, moviendo los pies.

Parecía tan fuera de lugar, tan cohibido, que Sirius quería patear algo.

Se acercó silenciosamente, pasando por el tumulto de cabellos rojos y castaños, sentándose junto al heredero Malfoy, que estaba muy concentrado en un hilo suelto de su suéter.

—Entonces… —murmuró el chico, sorprendiendo a Sirius— ¿Todo bien?

— ¿Quién de los dos recibió el crucio, Draco? 

El rubio aplanó los labios, mirando de soslayo a Harry.

— Revisaron la varita, huh. —suspiró—. Yo no fui hechizado, si eso te preocupa.

Sirius no preguntó. Draco asumió que, como no tenía que sospechar, simplemente dedujo que el herido fue Harry. Incluso si asumiera que lo recibió el propio Barty, no había peligros con Sirius.

—¿Qué tal está? —preguntó Sirius.

—Se pondrá bien —aseguró Draco—, Necesita descansar. Probablemente hasta mañana en la tarde. Moody también se está recuperando, hierba mala no muere, dicen.

Ron y Hermione estaban sentados a ambos lados de Harry, y lo miraban casi con cautela, como si los asustara. Draco suspiró.

—Va a necesitar tomar pociones para dormir sin sueños por un tiempo. —comentó Draco, cabizbajo. 

Sirius odiaba a Crouch jr. A Voldemort. A Dumbledore y a los Weasley. Todo junto, en un horrible menjunje de cólera.

Había una copa con una poción de color púrpura en las manos de Harry, esperando a que el chico la bebiera.

— ¿Y tú?

—Poppy dice que es probable, pero por ahora necesito estar despierto. —comentó. Harry empezó a tomar –jodida finalmente– el líquido de a sorbos, y Draco sintió que el nudo en su pecho se destensan—. Dime todo lo que pasó, Sirius.

Black suspiró, viendo a su ahijado perder la conciencia. Molly le quitó la copa de sus dedos y fue cuando toda la atención se volvió a él. Ron y Hermione se alejaron de la cama de Harry y llegaron a pararse cerca de Draco. 

Bill estaba mirando al rubio 

— Tenías razón al final, eh, Malfoy. —susurró—. Las señales no eran de Harry.

Sirius arqueó las cejas. Draco se estremeció, pero no emitió ruido. La charla ya era lo suficientemente oscura y asfixiante como para agregar el recuerdo de Cedric a la mezcla. Draco todavía no quería pensar en eso.

Iba a llegar ahí en algún momento, pero no en ese momento. No podía, se sentía incapaz de abordar su muerte, su cerebro no podía concentrarse lo suficiente para desarrollar absolutamente nada al respecto.

Por eso se concentró en el ahora. Sirius explicó más o menos la historia de Barty Crouch jr, con ojos inexpresivos y vacíos, mientras sostenía la mano de Draco, sintiéndolo temblar de tanto en tanto. Sirius se estaba disociado, procurando distanciarse para no llegar a pensar en su propio tiempo encerrado.

Cuando él mismo salió, la preocupación general de los otros casos pudiendo ser un escándalo en potencia, el ministerio investigó. Tanto muertos como vivos fueron indagados, y muchos se probaron bien encerrados… otros tantos seguían en proceso. El escándalo del hijo de Crouch se había tapado lo mejor posible, y se mantuvo lejos del oído público hasta que no se pudo más y su escape salió a la luz.

La madre seguía en secreto, hasta hoy. Para mañana no habría mucho que hacer. Sirius habló, y habló, y habló. Se quedó seco de tanta información que brindó. E inclusive así, sentía que no había dicho nada. 

No se movió de la enfermería en toda la noche. Draco se había tomado la poción y había sucumbido al cansancio. Sirius aún tomaba su mano, mientras miraba a su ahijado con ojos de halcón, con la tensión aprendamos su espalda.

Remus había llegado en algún momento y se había sentado junto a la cama de Harry, sosteniendo la mano del niño dormido, con sus ojos miel derritiéndose en la preocupación más profunda. No se hablaron en toda la noche, simplemente acompañándose y dándose consuelo con sus presencias.

No sabían qué decir. 

Incluso cuando Harry despertó, no hablaron mucho. El elegido parecía estar en medio de una profunda calidez y somnolencia, sus párpados revoloteaban abiertos por un segundo antes de que los volviera a cerrar y se hundiera bajo las mantas, esperando volver a dormirse. 

Siguieron en silencio hasta que los Weasley, y Hermione, volvieron. Entonces Sirius se pudo ir con más tranquilidad, sabiendo que había tanto alguien para chequear a Harry como para evitar que la atención indeseada fuera a Draco.

Habían estado hablando entre ellos, ahora sí, con la tranquilidad parcial de que Harry estaba lo suficientemente bien como para ser la larva de cama que siempre fue.

No fueron más de treinta minutos hasta que los gritos estallaron en el pasillo. Bill vio a Draco retorcerse con el ceño levemente fruncido y miró a la puerta con los ojos entrecerrados.

—¡Van a despertarlos si no guardan silencio! —se quejó la señora Weasley.

Ella se levantó, lista para verificar. Bill habló.

—¿Por qué gritan así? 

Harry abrió, hasta recién, sus ojos. Remus le colocó los lentes. Sus ojos estaban inquietos cuando Harry lo enfocó, probablemente escuchando claramente el problema.

—Ya sé que es lamentable, pero realmente carece de importancia Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta—. ¡Era un criminal!

—Imbécil. —escupió la voz de Sirius, pero carecía de la molestia regular que necesitaba el insulto.

—¡No debió meter eso al castillo! —gritó la profesora McGonagall—. ¡Cuando se entere Dumbledore…!

No parecían tan amistosos ahora como la última vez que Harry los oyó conversar, eh.

Bien.

Harry se sentó,  mientras Bill retiraba el biombo. Remus se levantó y se apresuró a llegar a Draco, quien se sentaba también, pero más aturdido que Harry. El elegido sintió el tirón de sus labios, se veía adorable y le quería apretujar las mejillas.

Fudge entró en la enfermería con paso decidido. Harry siguió mirando a Draco, incluso cuando escuchó a Snape refunfuñar algo en voz baja, hacia Sirius.

Detrás de Fudge entraron Snape, Sirius y la profesora McGonagall.

—¿Saben dónde está Dumbledore? —preguntó Fudge hacia la dirección de la señora Weasley.

—Obviamente no acá —suspiró Snape, mirando con enojo al ministro. Sirius chocó sus hombros y Snape relajó la postura.

—Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...? —decía Molly Weasley, enfadada, cuando la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.

—¿Qué ocurre? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué están acá, molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch…

—Está muerto. —espetó Sirius.

Draco maldijo y todos los ojos fueron a él. El ministro se enderezó, midiendo al rubio con ojos fríos. Harry no estaba por encima de lanzarle la copa a la cabeza.

(Era lo único que tenía a mano)

—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en el que estaba Barty Crouch…

— ¿Lo besó? —preguntó Draco.

—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall, ignorando descortésmente a Draco—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero…

Sirius y Snape se miraron de reojo por un segundo, compartiendo opiniones sin emitir palabra.

—¡Mi querida señora! —bramó Fudge. Draco más o menos esperaba un “queridas mis tetas” de McGonagall, similar al actuar de sirius. Pero no pasó—. Como ministro de Magia, me compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede resultar peligroso…

— ¿Peligroso mientras estaba desarmado, atado y aturdido? Probablemente incluso amordazado mientras no había nadie más ahí. Usted no puede ser más inútil porque desaprende el cómo respirar y la queda ahí nomás. —se quejó Harry, frotando sus ojos con cansancio.

Se acababa de despertar, no podían estar lidiando ya con un problema nuevo. La incompetencia de los adultos iba a ser la muerte de Harry, no Voldemort.

— ¿Mató a Barthemius? —escupió Draco, sin ningún cuidado— ¿Es usted tan cortito de mente? No, espere, no me responda.

Harry sintió como una sonrisa tiraba involuntariamente su labio. Risueño por Draco, hosco por lo ridículo de todo.

—Le chuparon el alma por la boca. Está peor que muerto. —confirmó Sirius, sin una pizca de gracia.

—¡Pero por todos los santos! —chirrió el ministro, casi parecía querer zapatear el piso— ¡No es una pérdida tan grave! ¿No era responsable de unas cuantas muertes? 

— Cada que abre la boca es para mostrarse más imbécil de lo que uno creía. —suspiró Draco, ya cansado de ese día interminable.

—Ya no podrá declarar, imbécil a cuerda —repuso Harry, respaldando a Draco. 

Dumbledore miró a Fudge con severidad, como si lo viera tal cual era por primera vez. 

—Como dice Harry, Cornelius, ahora ya no puede declarar por qué mató a esas personas.

—¿Que por qué las mató? Bueno, eso no es ningún misterio —replicó Fudge—. ¡Estaba loco! ¡Absolutamente desquiciado! 

—Sí, como lo era Sirius, ¿No? —contrarrestó Draco.

Se hizo un silencio hueco. El ministro había perdido todo el color de su rostro.

— ¿No aprendió absolutamente nada del caso de Black? —siseó Draco, el veneno en cada una de las sílabas— ¿Seguirá sometiendo a la gente sin un juicio, sin escuchar testimonios ni esperar veredictos? Corrupto hijo de-

McGonagall tosio. Draco rodó los ojos pero se abstuvo de continuar la blasfemia.

— ¡Necesitamos una declaración! ¡Una confesión pública, cerdo ignorante! —volvió al tema Harry— Barthemius actuaba según las instrucciones de Voldemort. La muerte de esa gente fueron solo consecuencias de un plan aún mayor. Para llegar a lo que aconteció esta noche, tipo inútil, para restaurar a Voldemort a la plenitud de sus fuerzas. Y lo peor es que el plan funcionó. Voldemort ya tiene su cuerpo.

Fue como si Fudge hubiera recibido el golpe que Sirius quería desesperadamente propinarle. Estaba aturdido y solo parpadeaba, con sus ojos fijos en Harry. Buscando.

Volvió su mirada a Dumbledore, como si no pudiera dar crédito a lo que oía. Y aún así, comenzó a farfullar:

—¿Ha retornado Quien-tú-sabes? Absurdo. ¡Dumbledore, por favor...!

— Barty Crouch confesó bajo los efectos del suero de la verdad, y nos contó en detalle todo. Cómo escapó de Azkaban y como Voldemort llegó a él más adelante. El trayecto que hizo desde escapar de su padre hasta lograr capturar a Harry. El plan funcionó, ya te lo he dicho: Crouch ha ayudado a Voldemort a regresar.

Harry miró a Draco y el rubio ya lo estaba mirando. Se veía desdeñoso y Harry suspiró. 

—¡Pero Dumbledore! —exclamó Fudge, y Harry casi le lanza una almohada para que se callara. En cambio, tuvo que ver cómo lentamente el ministro dejaba salir una ligera sonrisa— ¿Me vas a decir que realmente crees eso? ¿Estás tomando al pie de la letra lo que declaró un lunático?

— ¿Qué entiende exactamente usted por suero de la verdad, bastardo infeliz? —escupió Sirius—. Dijo la verdad, exactamente que clase de fantasía te estás queriendo inventar ahora. 

—Se supone que estamos hablando con el ministro o Rita Skeeter. —se burló Snape, en voz baja. Sirius tuvo que morder una carcajada.

Remus y Draco sonrieron involuntariamente.

—La copa de los tres magos era un traslador —comentó Potter, cansando se dé tantas vueltas—, terminé en un cementerio Muggle, con Pettigrew y Voldemort, listos para empezar su ritual y regresarle el cuerpo. Literalmente vi su renacer y a su acérrimo grupo de lacayos, ¿Necesita ver mis recuerdos? Adelante.

La sorprendente sonrisa de Fudge no había desaparecido. También él miró a Harry.

—¿Eh... Y deberíamos estar dispuestos a aceptar su testimonio, señor Potter?

—Por enésima vez, señor ministro, es Lord. —siseó Draco, frotando sus sienes con aspereza, tratando de mitigar el dolor en ciernes. Fudge se puso colorado— Y no es como que tenga muchas opciones, ¿No es verdad ministro? ¿A quién más va a preguntarle, si usted mismo causó la muerte de la principal fuente?

Sirius entre cerró los ojos hacia el hombre, esperando para poder romperle la boca y borrarle la asquerosa sonrisa. Por éstas cosas Draco y él estaban tratando de bajarlo de dónde estaba.

—Desde luego que lo acepto —respondió Dumbledore, con un fulgor en los ojos. Draco se levantó de la cama—. He oído la confesión de Crouch. Y podemos oír el relato de Harry de lo que ocurrió después de que tocara la Copa; incluso accedió a compartir sus recuerdos para el pensadero.

Fudge conservaba en la cara la extraña sonrisa, y todavía miraba a Harry.

—¿Y quién va a creer que ha retornado lord Voldemort un niño que...? Bueno…

—Otra vez un idiota creyendo a Skeeter, ni más ni menos. ¡No vaya a ser que la bruja escriba que el cielo es rojo, o sabe Merlín qué pasará con esta sociedad! —escupió Harry, exasperado—. ¿No me quiere creer por lo que dice una reportera de dudosa reputación? Allá usted, Ministro. Cuando Voldemort esté en su puerta listo para asesinarlo se va a acordar de esta noche, y de lo que ha dicho sobre mí, y se va a arrepentir.

Draco no estaba dejando que el hombre durará más tiempo en su cargo, pero eso no se lo iba a decir a Harry.

—¿Eso es una amenaza? —replicó Fudge—. ¡Cómo te atreves-!

— ¿Y usted quién se cree que es para dudar de la palabra de mí ahijado? —se burló Sirius— ¿Qué reputación lo precede exactamente, ministro?

— ¿Piensa que ahora que la gente sabe verdades parciales o directamente chismes sobre Harry, usted tiene mejor imagen pública que él? —cuestionó Draco, voz cadenciosa, sus pupilas fijas en el desdichado hombre, que dio un paso atrás—. ¿Cree que va a lograr algo por esto? No sea ridículo. ¿Un niño huérfano con pesadillas y tristeza por la muerte de sus padres es peor prensa que ser un ministro inoperante que no puede siquiera hacer su trabajo y dar una investigación digna a los casos? 

—Solo fue Black… —murmuró.

Draco sonrió, condescendiente pero no lo corrigió. En la mañana, cuando salga la noticia completa de Barty Crouch en el profeta, quizás se acuerde de Draco. 

O quizás lo haga cuando salgan las desviaciones de presupuesto que genera su mandato, los pagos bajo la mesa y la nula ética de trabajo con la seguridad de sus hijos. La gente siempre es más sensible cuando se habla de los jóvenes, de los propios.

Debería acordarse de Draco.

Y Dumbledore también.

—Escúchame, Cornelius —dijo Dumbledore dando un paso hacia Fudge, y volvió a irradiar aquella indefinible fuerza—. Harry está tan cuerdo como tú y yo. La cicatriz que tiene en la frente no le ha reblandecido el cerebro. Creo que le duele cuando lord Voldemort está cerca o cuando se siente especialmente furioso.

— Por las barbas de Merlín, Dumbledore... Los cuentos que se inventa son cada vez más exagerados, y tú te los crees, ¡Así, sin más! Este niño habla con las serpientes, Dumbledore, ¿y todavía confías en él?

—¡No sea necio! —gritó la profesora McGonagall, nuevamente dispuesta a argumentar—. Cedric Diggory, el señor Crouch: ¡esas muertes no son el trabajo casual de un loco!

—¡No veo ninguna prueba de lo contrario! —vociferó Fudge, igual de airado que ella y con la cara colorada—. ¡Me parece que estáis decididos a sembrar un pánico que desestabilice todo lo que hemos estado construyendo durante trece años!

— ¿Y de quién es la culpa de que no haya pruebas físicas? Suyas. —señaló escuetamente Remus—. En vez de esta discusión sin sentido, podríamos haber estado indagando en los recuerdos de Barty Crouch, pero usted decidió actuar como si necesitará defensa contra alguien sin arma, y lo mató. 

Nuevamente, el ministro reculó. Sus ojos desviándose a cada persona de la sala.

—Voldemort ha regresado —repitió Dumbledore—. Si afrontas ese hecho, Fudge, y tomas las medidas necesarias, quizá aún podamos encontrar una salvación.

— Voldemort no va a esperar a que abras los ojos a la realidad. —suspiró Harry— ¿Ves por qué hay que investigar profundamente las cosas antes de cometerlas? ¿Cómo van a dejar que Crouch escape? ¡Y lo mismo con Pettigrew, que era recién capturado! Inoperante. 

—Por tu negacionismo, mucha gente perecerá, Fudge —trató, nuevamente, Lupin—. Él ya está vivo. Ya volvió, no podemos no hacer nada porque nos va a aplastar.

— Lo primero y más esencial es retirarles a los dementores el control de Azkaban. —señaló Dumbledore.

—¡Absurdo! —volvió a gritar Fudge—. ¡Me echarían a patadas sólo por proponerlo! ¡La mitad de nosotros sólo dormimos tranquilos porque sabemos que ellos están custodiando Azkaban!

—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más peligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledore.

—No te van a ser leales. —presionó Draco, siguiendo el argumento del director—. Son criaturas que se mueven por su propio instinto, por su hambre, no piensan en las demás especies. Solo en ellos. Y Voldemort les puede ofrecer un trato mucho más jugoso, más satisfactorio para ellos. Contigo tienen limitaciones ¿Con él? Podrían devorar el mundo.

Dumbledore asintió.

—Con el apoyo de los dementores y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años.

Fudge parecía rabioso en su lugar, abriendo y cerrando la boca, sin saber cómo expresar lo furico que estaba.

—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiempo —siguió Dumbledore—, es enviar mensajeros a los gigantes.

Draco no podía creer que le tenían que explicar qué hacer al ministro. Más por lo indignante que era, no tanto por el hecho en sí. 

—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge—. ¿Qué locura es esa?

—Aliados, mago tonto. —escupió Sirius— ¿Tu como crees que eran las zonas de guerra años atrás, solo magos y brujas peleando? ¡Obviamente necesitas hacer una alianza rápida! Voldemort tiene ventaja, hace trece años los convenció de que era el único mago que les daría derechos y libertad. Hoy, no tiene mucho que menoscabar para hacerlos creer, ¿No es verdad?

Fudge se erizó, con la cara roja. Harry no identificaba si era de enojo o de vergüenza por ser llamado ante sus deficiencias a la hora del trabajo.

—No... no pueden estar hablando en serio. No pueden sugerir esto —dijo Fudge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándose un poco más del grupo—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigantes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi carrera…

—Va a ser el fin del mundo mágico como lo conocemos si dejamos al lunático sin cabello apoderarse de todo. —puntuó Harry, aún sentado en la cama. Bill Weasley tenía una mano en su hombro, para que no se levantara—. ¿A quién le interesa «tu» carrera en un momento así? Hay vidas en riesgo, no solo monedas de oro.

—Estás cegado por el miedo a perder la billetera que ostentas, Cornelius —dijo Dumbledore—. Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con cartera o sin ella, como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos tenido… pero si no lo haces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportunidad de destruir el mundo que hemos intentado construir!

—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco…!

—Cobarde. —declaró Snape, secamente. 

Bill, Ron y Hermione miraban a Fudge fijamente.

—Si sigues decidido a mantener tus ojos cerrados, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo haré lo mismo.

Draco parpadeó. En este punto, Draco se habría imaginado una amenaza, una demostración de poder, un ultimátum… En cambio tenía al viejito declarando una separación de intereses. El rubio a veces no entendía a los presuntos líderes de la sociedad.

Sin embargo, Fudge se estremeció como si Dumbledore hubiera avanzado hacia él apuntándole con una varita.

—Bien. Veamos entonces, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador. Harry rodó los ojos tan fuerte que casi podría haberse quedado así—. Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estudiantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar contra mí…

—El único ministro que va a hablar de su corrupción como si fuera un favor. —murmuró Draco, ganándose una risita de Hermione, Ron y Harry—. Lo que hay que escuchar.

—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es lord Voldemort. Si tú estás contra él, entonces seguiremos del mismo lado, simplemente no en el mismo camino.. 

Fudge no encontró respuesta a aquello. 

Fue el instante de silencio más prolongado hasta el momento, y Draco vio la impaciencia de todos como si fueran faroles. 

—No puede volver, Dumbledore, no puede…

Y eso pareció ser el final de la paciencia fría de su padrino, porque Snape se levantó de dónde estaba, cómodo al lado de Sirius, y se adelantó hacia el ministro.

Se levantó la manga izquierda de la túnica, dejando a la vista el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.

—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasaba, pero aún puede verla. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. 

Fudge también se alejó un paso de Snape, negándo con la cabeza. 

Daba la impresión de que no había entendido ni una palabra de lo que éste le había dicho. 

Miró fijamente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. Draco también, pero por razones diferentes.

—No sé a qué están jugando, Dumbledore, pero creo que ya he oído bastante. —corto, voz áspera—. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto contigo mañana, Dumbledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.

Sirius miró a Draco, y este se encogió de hombros. Incluso si mañana hubiera llamada, poco le quedaba de ministro de magia, así que sus decisiones poco importan ya.

El rubio podría poner todo en pausa si tan solo los escuchara y apoyara, pero cuando no es aliado propio ni está dispuesto a serlo, el rubio no presta amabilidades. Si está con ellos, está en su favor.

Fudge no lo está.

Que sufra las consecuencias.

Camino de regreso a zancadas hasta la cama de Harry.

—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsillo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama, el metal contra la dura madera lo hizo hacer una mueca—. Mil galeones. Se supone que debería ser entregado en una ceremonia pero en estas circunstancias…

En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.

—Hay mucho que hacer —dijo, desgastado en los bordes—. Molly... ¿Me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?

Harry hizo una mueca. Así que así eran las cosas de ahora en más. 

Alianzas, planes y rejunte de gente. Habría que hacer mucho para contrarrestar al ministerio si es que decidían ir en contra de lo que Dumbledore quería informar. 

Draco parpadeó lentamente, pensativo.

—Por supuesto que no se equivoca —respondió la señora Weasley, parecía decidida—. Arthur conoce a Fudge. Sabe lo abnegado y ciego que puede ser cuando se trata de la… pureza de sangre y los muggles.

Sus ojos se desviaron por un segundo a Draco. El rubio no se dio por aludido.

—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que estén dispuestos a oír la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.

Bueno, Draco ya tiene una lista de esos. Y otra de gente podría realmente tener cerebro.

—Yo puedo ir a ver a papá —se ofreció Bill, levantándose—. Iré ahora.

—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio…

Los Slytherins (y Sirius) compartieron miradas discretas, pero nadie verbalizo absolutamente nada. No era muy difícil que las cosas pasen bajo las narices de Fudge.

Bill le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla, se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.

Y sin más, Dumbledore empezó a dirigir a la gente. Sirius abrazó a su familia por un largo minuto, antes de rodar los ojos dramáticamente. Remus lo siguió, apretujando el cuerpo de ambos niños con cariño, antes de que ambos se fueran. El director solicitó que alertaran a Arabella Figg y Mundungus Fletcher, establecer la reunión con el antiguo grupo.

Snape fue más escueto. Apretó el brazo de su ahijado, mirándolo intensamente durante un segundo, antes de asentir hacia Harry y marcharse. Se veía pálido y sus ojos brillaban de forma extraña, Harry estuvo tentado a alcanzarlo y preguntarle si estaba bien.

Si era realmente necesario hacer lo que Dumbledore estaba pidiéndole, aún si parecía que se estaba quebrando por dentro al acceder.

En vez de eso, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius y Remus. 

Y después se marchó Dumbledore, para completar las cortesías con los Diggory. 

—Te tienes que tomar lo que queda de la poción, Harry —dijo al cabo de un rato la señora Weasley. Al ir a coger la botellita y la copa, dio con la mano contra la bolsa de oro que estaba en la mesita, y el ruido lo hizo sacudirse—. Tienes que dormir bien y mucho. Intenta pensar en otra cosa por un rato... ¡Quizás en lo que vas a comprarte con el dinero!

Harry parpadeó una, dos, tres veces, antes de negar.

—No lo quiero. —murmuró. 

Draco se sentó a su lado, arropando lo con cuidado, realmente no dijo nada pero Harry sintió la calidez del consuelo desde la mirada cálida que recibía. La sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos lo hizo parpadear y mirar al techo para detener el flujo que amenazaba con salir.

—No fue culpa tuya, Harry —susurró la señora Weasley.

—Dijo que tomáramos la Copa juntos —musitó Harry, jugando con los anillos de los dedos de Draco, el rubio lo dejo ser—. Yo lo dejé, debería haberlo rechazado y tomar el premio por mí cuenta. Él estaba herido, se había lastimado la pierna y encima recibió un crucio antes, ¿No es ridículo que incluso así haya intentado dejarlo ganar?

Draco tarareo suavemente, sin saber que decir, porque no había mucho realmente. Harry podía escucharlos durante mil horas afirmar su inocencia en esto, pero el trauma y las emociones trabajan de formas inexplicables a veces, y nada que dijeran calmaría sus sentimientos.

Entonces, lo abrazó. Lo rodeó fuertemente con sus brazos y lo acuno con delicadeza, para esconderlo de los ojos que lo asediaban. Harry se aferró inmediatamente al contacto. Todo el peso esa noche pareció caer sobre él mientras la Draco lo sostenía. El rostro de su madre, la voz de su padre, la visión de Cedric muerto en la hierba, todo empezó a darle vueltas en la cabeza.

Se oyó un ruido, como de portazo. Hermione estaba en la ventana, con la mano aferrada a algo. 

—Lo siento —se disculpó.

—La poción, Harry —dijo rápidamente la señora Weasley, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Draco se separó de a poco, dándole un margen para educar su expresión. Y elegido no lo decepcionó, su rostro era impasible y casi aburrido mientras miraba a la mujer.

Pero incluso así, con la máscara de indiferencia protegiéndolo, Harry se bebió la poción de un trago, y por suerte el efecto fue instantáneo.

La ola de sueño lo sumergió, la somnolencia irresistible que traía el silencio de su cabeza lo convenció de hundirse entre las almohadas. El placer del sueño fácil, sin pensamientos y sin sueños.

Draco respiró profundamente, antes de alejarse. Dejando a la señora Weasley, Ron y Hermione con Harry, mientras sus pasos silenciosos lo llevaban a las mazmorras.

— ࿐*:・゚

 

El mes consecuente fue un borrón. Harry se despertaba por las noches, temblando y con la varita aferrada a sus dedos, su otra mano en la cintura o brazo o cadera de Draco, como si temiera que se lo arrancarán de los dedos.

Las recapitulaciones que intentaba eran dolorosas y poco exactas, la única vez que había podido dejar salir la memoria de forma fluida fue con Draco. Sin interrupciones ni molestias, el heredero Malfoy lo dejó sacarlo todo de su sistema.

Las veces siguientes fue más difícil. Incluso cuando le mostró sus recuerdos a Dumbledore, algo parecía inequívocamente perdido sin opción de retorno.

Ni siquiera reunirse con los Diggory lo hizo entender.

No lo culparon de lo ocurrido. Bueno, no parecía del todo correcto decir eso; Amos Diggory lo veía como si la mismísima muerte estuviera parado frente a él, pero realmente no hablo con Harry.

La señora Diggory, por el contrario, le agradeció en nombre de ambos que les hubiera llevado el cuerpo de su hijo. Un poco de paz para sus apesadumbrados corazones era eso, porque tenían a dónde irle a llorar. Su cuerpo estaba ahí, sabían que había pasado. 

Durante toda la conversación, el señor Diggory no dejó de sollozar. La pena de la señora Diggory parecía ser aún más grande, en sus ojos apagados se podía ver que no le alcanzarían las lágrimas para expresar la pérdida que estaba viviendo.

Harry le había explicado cómo falleció Cedric. Cómo fue asesinado su hijo.

—Sufrió muy poco, entonces —musitó ella, Harry no estaba particularmente de acuerdo, debió estar aterrorizado antes de morir si su estado estático—. Amos... murió justo después de ganar el Torneo. Tuvo que sentirse feliz, ¿No?

Harry no la contradijo. 

Al levantarse, ella lo miró.

—Ahora, debes cuidarte tú.

La primera semana había pasado con Harry recibiendo todo tipo de miradas, e incluso algunos de sus compañeros Slytherins tuvieron que intervenir en determinados casos. Desde segundo año, cuando salió a la luz lo del parsel… Harry odiaba tener que lidiar con esto nuevamente.

Al parecer Dumbledore se había dirigido a todo el colegio, y les había pedido que dejaran a Harry tranquilo, que nadie le hiciera preguntas ni lo forzara a contar la historia de lo ocurrido en el laberinto. 

Nadie trataba de abordarlo activamente, pero inclusive cuando se apartaban de su camino como si la quemará, sus miradas decían mucho más que sus voces. Lo odiaba, los odiaba.

Los cuchicheos se alzaron durante un tiempo, si Harry no está mal, probablemente teorizando sobre lo intrínsecamente malvado que era alguien a quien Rita Skeeter trató de trastornado y posiblemente peligroso. 

Draco se burló cuando Pansy relato el chisme que había llegado, infortunadamente, a sus oídos. Los idiotas estaban formulando ideas perversas sobre la muerte de Cedric.

Harry rápidamente se dio cuenta que no le importaba, contrario a lo que sentían sus compañeros de Slytherin.

Pero incluso así, nadie hizo demasiado escándalo. Estaban todos en sincronía, nadie quería exaltar al público y causar peor imagen de la que ya había sobre el elegido.

Entonces pasaron ese mes entre ellos, encerrados en su burbuja personal. Fuera de las serpientes, Harry realmente no hablaba mucho, se mantenía para si mismo al igual que cualquiera que tuviera un poquito de cabeza.

(El único exabrupto fue cuando Pansy le rompió la nariz a un chico de Gryffindor por hablar mal de Harry)

Por otro lado, solo  esperaban alguna señal, alguna noticia de lo que ocurría fuera de Hogwarts, y no especularon. Las cartas de sus padres eran cuidadosamente estudiadas y cualquier detalle de origen «dominativo mundial» como lo denominó Astoria, era comentado.

Hermione les comentaba, de tanto en tanto, cosas que ella misma conseguía obtener. De la familia Weasley o de Hagrid, cosa que de otra forma no llegarían a enterarse si no fuera por ella.

Harry no le estaba hablando a Ron, y no, Draco no se estaba involucrando. Había aceptado con facilidad que su relación era distinta, como si nuevamente tuviera que encontrar formas de hacer que interactúen. Ahora era Ron quien debía ser paciente, aunque por razones distintas a las de Harry a los once.

—Hagrid dice que se imaginaba que volvería, o qué más bien sabía. —puntualizó Hermione una tarde, ya era de noche y el toque de queda estaba colgando sobre sus cabezas—. Que lo “sabía” desde hace años, Harry. Sabía que estaba por ahí, aguardando el momento propicio. 

Draco había arqueado las cejas, casi escondidas tras su flequillo.

— ¿Su confianza recae en Dumbledore, supongo?

— “mientras lo tengamos no me preocupara demasiado” —citó Neville, acurrucado junto a la chimenea.

—Eso es raro. —señaló Theo, ganándose una mirada de los Gryffindors—. No la confianza, per se, es obvio que los crédulos confían en Dumbledore. Hablo de lo otro, ¿Por qué estaría tan seguro de su regreso? Ni mí papá aseguraba tal cosa y fue un mortifago.

— ¿Qué sabe él, que nosotros no? —preguntó Blaise, recostado en el regazo de Draco—. Peor, que nuestros padres no sepan. 

—Algo que Dumbledore sí sabe pero no comparte. —señaló Draco, en voz baja. Harry estaba acurrucado en el sillón, directamente tras Draco, enjaulandolo con sus piernas (no es como si Draco quisiera irse)—. Pienso pensamientos.

—Pensamientos muy pensantes. —corearon Harry y Blaise.

Draco bufó.

—No sirve de nada preocuparse —afirmó Hermione, resueltamente. Pero sus nervios traicionaron la estabilidad de su voz—. Lo que venga, vendrá, ¿No? No ganamos nada haciendo especulaciones de nuestros aliados.

—No creo que consideren un aliado a Dumbledore. —murmuró Neville, abrazando un cojín violeta.

—Hagrid dijo que lo que hizo Harry es exactamente lo que hubiera hecho su padre

— ¿Se supone que es un elogio? —gruño Potter, sin levantar la cabeza del respaldo, con los ojos cerrados—. Lamento decepcionar, pero nada de lo que hice esa noche pudo haberlo hecho mí papá.

Draco hizo una mueca. Ciertamente Gryffindors y Slytherins eran dos mundos distintos cuando afrontaban situaciones de riesgo.

La noche antes del retorno a Grimmauld Place fue rara. Harry y Draco prepararon sus baúles en un silencio extraño, asfixiante.

El elegido se sentía lleno de pesadumbre.

Porque, bueno, Hogwarts se especializaba en ser una mierda todos los años, pero ahí estaban sus amigos. Estaba Draco, y Harry odiaba absolutamente tener que separarse de él.

Y ahora sabía que Lucius estaba en contacto con Voldemort sus ganas eran menos que nulas. 

El banquete de fin de curso, que era motivo de alegría otros años, cuando se aprovechaba para anunciar el ganador de la Copa de las Casas, hoy era menos alentador que cualquier otro año.

En consecuencia, toda la casa verde plata se comportó como tal. Ellos, entre todos en el mundo mágico, sabían cuán peligroso podría volverse sus vidas desde ese momento.

Nadie estaba feliz por lo que se venia. Nadie podía estar feliz.

Entonces cuando entraron en el Gran Comedor, la casa entera en fila, desde el mayor al menor, vieron enseguida que faltaba la acostumbrada decoración.

No se lucían los colores de la casa ganadora.

Había telas negras colgadas por todo el comedor. La más prominente tras la mesa de los profesores. No era difícil comprender que eran una señal de respeto para Cedric Diggory.

Ojoloco Moody, el verdadero está vez, estaba sentado en la mesa de profesores. Parecía extremadamente nervioso, y cada vez que alguien le hablaba daba un respingo. 

La silla del profesor Karkarov se encontraba vacía.

Madame Maxime seguía allí. Se había sentado al lado de Hagrid. Más allá de ellos, junto a la profesora McGonagall, estaba Snape. Sus ojos se demoraron un momento en Harry mientras éste lo miraba. Era difícil interpretar su expresión, más aún cuando Draco no había compartido nada sobre el estado de su padrino.

Pero como parecía tan antipático y malhumorado como de costumbre, Harry sintió la preocupación menguar un poco.

Habían llegado últimos. Incluso los alumnos de Durmstrang habían ocupado sus lugares en la punta más cercana a años profesores. Sus prefectos los acomodaron rápidamente, el primer año fue al medio de la mesa, rodeado de segundo y tercero. Harry y sus amigos terminaron al lado del grupo de Durmstrang. Los últimos años se quedaron en el borde, cerca de la gran puerta.

Hoy más que nunca, necesitaban la seguridad de que sus primeros años estarían a salvo en el colegio. Blaise frunció el ceño hacia el director.

Draco todavía recordaba como el chico había leído en voz alta la carta de su madre, dónde se les advertía sobre los nuevos regímenes para el colegio Hogwarts. Hoy, más que nunca antes, iban a estar metidos desde el ministerio en su colegio.

— Aah, el encantador adoctrinamiento —había suspirando, melodramático—, como no lo extrañaba.

Draco y Harry se miraron, probablemente pensando en lo mismo. Hasta que Dumbledore se levantó de su silla en la mesa de profesores. El Gran Comedor, que sin duda había menguado muchísimo su ánimo a comparación de los años anteriores, quedó en completo silencio.

—El fin de otro curso —dijo Dumbledore, mirándolos a todos.

Hubo una pausa, y pareció que el momento los congeló a todos. Miradas discretas fueron lanzadas a la mesa Hufflepuff cuando el director posó su mirada ahí. Esa, junto a los Slytherins, había sido la mesa más silenciosa… pero contrario a ellos, no lo hacían por mezquino, estaban devastados por la pérdida de una persona bastante importante entre su alumnado.

Las serpientes solo querían irse. No soportaban el ambiente asfixiante de hipocresía y falsa bondad que había. Por sobretodo, no estaban aguantando en lo absoluto a Gryffindor.

—Son muchas las cosas que quisiera decir esta noche —continuó—, pero quiero antes que nada, lamentar la pérdida de una gran persona que debería estar ahí sentada —señaló con un gesto hacia los de Hufflepuff—, disfrutando con nosotros este banquete. Ahora quiero pedir, por favor, a todos, que se levante y alcen sus copas para brindar por nuestro compañero, que debería estar hoy ahí.

Hubo un estruendo de bancos arrastrados por el suelo cuando se pusieron en pie, levantaron las copas y repitieron, con voz potente, grave. Estruendosa entre las paredes de piedra, tratando de grabar el mensaje en el cielo para  que llegara a dónde sea que haya ido el alma del tejón.

—Por Cedric Diggory.

Hubo otro silencio ensordecedor, y hasta el más suave sollozo alcanzó a ser oído por cada alumno qué yacía en el comedor. Cho Chang tenía el rostro empapado de lágrimas.

La mano de Draco temblaba en donde sostenía el meñique y anular de Harry.

—Cedric ejemplificaba muchas de las cualidades que distinguen a la casa de Hufflepuff —prosiguió Dumbledore—. Era un amigo leal, muy trabajador, y se comportaba con honradez. Su muerte es algo que lastimó a todos, lo conocieran bien o no. Y creo que por eso mismo, es que tienen derecho a saber qué fue exactamente lo que ocurrió.

— Vamos a tener autores hasta en el baño. —se lamentó Pansy, mientras los murmullos se alzaban—. Va a ir en contra del Ministerio y nos van a mandar un grupo comando para adoctrinarnos. Maldita sea viejo.

—Cedric Diggory fue asesinado por lord Voldemort.

Un murmullo de terror recorrió el Gran Comedor. Los alumnos miraban a Dumbledore horrorizados, sin atreverse a creerle.

—Y se mandó nomás. —suspiró Draco, para nada impresionado—. Mañana tenemos institutriz nueva.

Harry resopló.

—El Ministerio de Magia —continuó Dumbledore— no quería que lo dijera. Algunos de sus propios padres se horrorizaran porque lo dije, ya sea porque no quieren creer que Voldemort haya regresado realmente, o porque opinen que no se debe contar estas cosas a gente tan joven. Pero yo opino que la verdad es siempre preferible a las mentiras, y que cualquier intento de hacer pasar la muerte de Cedric por un accidente, o por el resultado de un grave error suyo, constituye un insulto a su memoria.

Draco se inclinó hacia Crabbe y Goyle y les recordó suavemente que debían usar su mano derecha para alzar las copas cuando se brinda en honor a alguien.

—Hay alguien más a quien debo mencionar en relación con la muerte de Cedric —siguió Dumbledore—. Me refiero, claro está, a Harry Potter.

Harry sintió la ira subir. Draco sostuvo con fuerza su mano.

—Harry Potter logró escapar de Voldemort —dijo Dumbledore—. Arriesgó su vida para traer a Hogwarts el cuerpo de Cedric. Mostró, en todo punto, el tipo de valor que muy pocos magos han demostrado al encararse con lord Voldemort, y por eso quiero alzar la copa por él.

Draco se lamió la cara externa de los dientes, pero no movió la copa. Nadie de su mesa lo hizo, todos mirándose unos a otros con desconcierto.

— No soy ejemplo de nada. —siseó, entre dientes—. Me quiere dar una imagen de benevolencia heroica cuando no soy nada cerca de eso.

Draco suspiró, pronto estaba todo el colegio brindando en nombre Harry Potter, como con Cedric.

Pero, ellos permanecían desafiantemente sentados, sin tocar las copas. Se levantaron por un fallecido, brindaron por el honor de alguien que no estaba. 

No podían ir y seguir el show de Dumbledore para manipular las masas y hacer que Harry sea el punto en el que todo el mundo desembocaría frustraciones, por idealizarlo en algo que no era, en un tiempo

El discurso siguió. La noche siguió, y el tiempo no se pausó ni un segundo.

Cedric Diggory había muerto y el tiempo seguía su curso. Harry despreciaba ese hecho. 

Harry necesitaba más que recordarlo. Necesitaba que su muerte significará algo mas que una tragedia, mas que otro muerto en manos de Voldemort.

Pero bien sabía que no sería así. La cara de los bandos era demasiado obvia, ya estaba instalada por demás.

Era Voldemort. Eran sus mortifagos.

Era Harry. Era Dumbledore. Eran sus amigos.

El baúl de Harry estaba listo. Hedwig se encontraba de nuevo en la jaula, y la jaula encima del baúl. 

Con el resto de los alumnos de cuarto, Harry aguardaba en el vestíbulo, esperando a los carruajes que lo llevarían de vuelta a la estación. Draco estaba sentado sobre su Baúl, hablando con Hedwig como si fuera un bebé.

Harry estaba sonriendo. Nadie quería interrumpir porque era raro conseguir sonrisas genuinas del morocho desde el laberinto.

Era otro hermoso día de verano. Y Harry sonreía. La vida no parecía tan oscura.

—¡Hagui! ¡Duago!

Lore Potter miró a su alrededor, desconcertado, cuando vio a Fleur subir velozmente la escalinata de piedra. 

—Nos volveguemos a veg, espego —dijo Fleur, tendiéndole la mano al llegar ante ellos—. Quiegoencontgagtgabajo aquí paga mejogag mi inglés.

—Ya es muy bueno —señaló Ron, que segundos antes habia estado hablando con Zabini, con la voz ahogada. Blaise tenía la cara de alguien que se iba a deleitar molestandolo.

Fleur le sonrió. Hermione frunció el entrecejo.

Draco iba a reírse todo el camino.

—Adiós, Hagui, Duago —se despidió Fleur, dando media vuelta para irse—. ¡Ha sido un placegconoceglos!

—Me pregunto cómo volverán los de Durmstrang —comentó Neville—. ¿Podrán manejar el barco sin el director Karkarov?

Karrkarrov no lo manejaba. Se quedaba en el camarrote y nos dejaba hacerr el trrabajo. —Krum se había acercado finalmente—. ¿Podrríamoshablarr

—Eh... claro... claro... —contestó Hermione, algo confusa. Iba a seguirlo, cuando Krum se giró hacia Draco.

El rubio parpadeó, pero resueltamente decidió seguir a Krum por entre la multitud hasta perderse de vista.

—¡Será mejor que se den prisa! —gritó Ron—. ¡Los carruajes llegarán dentro de un minuto!

Harry no apartó la mirada, incluso cuando ya no había nuca que mirar. Se quedó quiero, simplemente esperando que Draco volviera. 

No le gustaba la idea de dejarlo solo, en manos de Krum.

Tanto ron como Harry dejaron que Blaise y Theo se ocuparan de mirar si llegaban o no los carruajes. Ambos simplemente vigilando a Krum y Hermione y a Draco por encima de la multitud. Hermione no tardó en volver. 

El rubio y Krum estuvieron un poco más de tiempo, pero finalmente dieron retorno a dónde estaba Harry. El elegido miró hacia Malfoy, pero el rubio tenía una expresión neutra, impasible.

—Me gustaba Diggorry —le dijo Krum a Harry de repente—. Siemprreerra amable conmigo. Siemprre. Aunque yo estuvierra en Durrmstrrang, con Karrkarrov

Si, y se murió pensando que lo sacaste por voluntad propia. 

Harry ahogo ese pensamiento con especial ahinco.

—¿Ya saben si tienen nuevo director? —preguntó Harry.

Pero Krum solo se encogió de hombros. 

Le tendió la mano como había hecho Fleur, y estrechó la de Harry y la de Ron. Abrazo brevemente a Draco y el rubio, siendo indulgente, se lo permitió.

Blaise le guiño el ojo de nuevo, provocando otro sonrojó y la casi huida del búlgaro.

Ron le gritó, antes de que se fuera.

—¿Me firmas un autógrafo?

Draco se carcajeó, mientras Krum volvía, con la sorpresa dibujada en sus facciones.

El tiempo no pudo ser más diferente en el viaje de vuelta a King’s Cross de lo que había sido a la ida en septiembre. 

Harry había decidido que no estaba de humor para compartir un espacio pequeño con gente de otras casas, por lo que habían optado viajar en un carruaje sus amigos de Slytherin, y nadie más.

Hablaron más libremente que en cualquier momento de la semana pasada, mientras el tren marchaba hacia el sur. Parecía que el discurso de Dumbledore en el banquete de fin de curso había hecho desaparecer la reserva de Harry. Ya no le resultaba tan doloroso tratar de lo ocurrido, ahora sentía una corriente de ira constante cada que lo pensaba. Era como si la furia lamiera sus venas, pero no lo incineraba, como si estuviera cocinando a fuego lento sus sentimientos.

Draco temía por el día que eso estallara.

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