Go back in time: Fourth Year

Harry Potter - J. K. Rowling
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Go back in time: Fourth Year
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Chapter 11

 

“La cuenta regresiva en cero”

 

 

Harry sintió la solidez del piso bajo sus pies y el nudo de bilis y comida en su estómago se soltó (a medias). Realmente detestaba la sensación de usar un traslador.

 

Por inercia soltó la copa, viendo a Cedric en el suelo, aún con ella en manos. 

 

No le tomó mucho saber qué estaba mal. No había gente, ni gritos, ni profesores y alumnos. Era evidente que habían salido de los terrenos de Hogwarts, probablemente a kilómetros ya, porque Harry no veía siquiera las montañas que rodeaban el castillo. No creía que fuera diferente para Cedric.

 

— ¿Dónde estamos? —preguntó Diggory, alcanzando la mano que le estaba tendiendo Harry.

 

El niño-que-vivió sacudió la cabeza, sin saber qué responder. A su alrededor se alzaba un cementerio, oscuro y descuidado, de una iglesia probablemente, más que seguro, abandonada.

 

En la ladera, en lo alto de aquella colina, se vislumbraba apenas la silueta de una casa antigua, que era probable que fuera magnífica en su época.

 

—Me tiene cansado este torneo de mierda. —se quejó Harry, suspirando hacia el cielo—. ¿Es parte de la prueba que la copa sea un traslador? ¿Alguien te dijo algo?

 

—No, nadie. —murmuró Cedric, todavía mirando el cementerio a su alrededor.

 

Harry se encogió de hombros, ya con la varita firmemente agarrada, con postura en pro de lanzarse a una pelea si fuese necesario. La sensación de que lo estaban vigilando le picaba en la nuca, otra vez.

 

—Alguien viene.

 

Cedric se estremeció, pero Harry se tensó por completo, con el cuerpo listo, el instinto de pelea o huida palpitando por cada nervio de su cuerpo.

 

En medio de la oscuridad, por las penumbras se acercaba una figura, caminando derecho hacia ellos por entre las tumbas. Harry no podía verle la cara, pero por la forma de su andar y la postura de los brazos, dedujo que traía algo en brazos.

 

Era bajo, eso era lo único que podían decir. 

 

A medida que se acercaba, podían ver mejor lo que llevaba en brazos, era como el bulto de un bebé envuelto. O una simple túnica envuelta. Llegó a una enorme lápida vertical de mármol, a dos metros de ellos y se detuvo, mirándolos durante un segundo. Harry, Cedric y la silueta rechoncha no hicieron otra cosa que mirarse.

 

La cicatriz en su frente empezó a dolerle, un dolor mucho más fuerte que ningún otro que hubiera sentido en toda su vida. Incluso cuando sentía que su muñeca se derretía bajo su pulsera.

 

Se tambaleó, cayendo de rodillas, cubriendo su frente con una mano, mientras mantenía su mano arriba, sin poder bajar la guardia, aunque del dolor se le había nublado la vista.

 

Escuchó, casi que en la lejanía, por encima de su cabeza una voz fría y aguda. Tan familiar pero tan desconocida como podía ser.

 

—El otro no nos sirve. Mátalo.

 

Escuchó un silvido, y el quejido de Cedric a su lado. Pero Harry no se podía mover.

 

Una segunda voz se alzó, y gritó al aire nocturno un grito que lo iba a perseguir cada noche siguiente.

 

¡Avada Kedavra!

 

Tras sus párpados cerrados vislumbro el destello de luz verde. Un escalofrío lo recorrió cuando escuchó algo pesado caer al suelo, a su lado.

 

Sintió arcadas. Por el dolor de su cicatriz y por el peso de saber. Su sangre se sentía como témpanos helados, el dolor agudo bombeaba desde su corazón al resto de su cuerpo.

 

El dolor de su cicatriz empezó a disminuir.

 

Luchando contra el terror por lo que vería, abrió los ojos que le escocían abismalmente.

 

Cedric yacía ahí, a su lado, sobre la hierba, con las piernas y brazos extendidos. Inmobil, con los ojos perdidos mirando hacia el desvencijado techo de tejas. 

 

La luz de la luna, que entraba por los huecos del techo, no se reflejaba en sus ojos.

 

Estaba muerto.

 

Por un segundo que contuvo la eternidad, Harry miró la cara del Hufflepuff. Tenía las desvaídas líneas de sorpresa en su cara, pero sus ojos estaban vacíos, apagados e insulsos.

 

Antes de que pudiera procesar –aceptar– lo que veían sus ojos, mientras solo sentía nada más que aturdimiento e incredulidad, alguien que lo levantó.

 

El hombre de la capa había dejado su lío de ropa encima de una lápida alta, y ahora arrastraba a Harry hacia él. A la luz de la varita, Harry vio que la lápida de mármol a dónde lo iban a lanzar citaba en grandes letras: Tom Riddle.

 

Cuando chocó duramente contra el laude, el hombre de la capa lo ató a la lápida con cuerdas invocadas, desde el cuello a los tobillos. La respiración superficial del tipo era lo único que Harry escuchaba.

 

Pero no necesitaba mucho más. La voz, la contextura y el olor. Olía a rata de alcantarilla.

 

Pettigrew se ocupó de comprobar la firmeza de las cuerdas, sus dedos temblando incontrolablemente mientras jugaba en los nudos. Cuando estuvo seguro de que Harry había quedado tan firmemente atado a la tumba, y que no podía moverse ni un centímetro, Colagusano se sacó de la capa una tira larga de tela negra y se la metió a Harry en la boca.

 

No necesitaba más pistas. Su cicatriz palpitaba, y sentía la sangre bajar por su cien y por encima de su ojo, manchando sus mejillas y pestañas de rojo sangre. Estaba Pettigrew ahí.

 

Era más que obvio.

 

No podía ver más allá de donde estaba, solo hacia el frente. No podía hablar, moverse o ver a su alrededor para ver qué tan lejos o cerca estaba Voldemort. 

 

Solo podía ver el cuerpo de Cedric, qué yacía a unos seis metros de distancia. A su lado, brillando por la luz de las estrellas, estaba la copa de los tres magos. Su varita se encontraba en el suelo, a sus pies, y el lío de ropa que Harry había pensado que sería un bebé se hallaba cerca de él, junto a la sepultura.

 

Frunció el ceño, mirándolo casi que de reojo. La bola de tela se agitaba de forma inquietante, y mirarlo le hacía doler la cicatriz.

 

Una pausa, una inhalación de golpe y entendió, pasando por encima del dolor. Comprendió lo que había ahí y por eso mismo no quería verlo. No quería que ese lío de ropa se abriera…

 

Escuchó un ruido a sus pies, y cuando miró hacia abajo, vio una serpiente gigante que se deslizaba por la hierba, rodeando el bulto de tela. Sus ojos ambarinos miraban directamente a Harry, mientras su cuerpo se seguía moviendo.

 

Le siseó, para que se alejara. 

 

Un rastro de magia se alzó alrededor de Harry, como polutas, pero el heredero Potter sabía que esa no era su magia. Era ajena, pero no desconocida.

 

Pero era la primera vez que la huella mágica de Noíl florecía a su alrededor sin Noíl a su alrededor.

 

Cuando la serpiente se enredó alrededor de Voldemort, pudo concentrarse en algo más. La calidez de la magia de Noíl picaba en su piel, tranquilizando.

 

Entonces, la respiración de Colagusano, cada vez más fuerte, se volvió a escuchar. Rápida y dificultosa. Sonaba como si estuviera trayendo algo pesado.

 

Pettigrew entró en el campo de visión de Harry, mientras empujaba hasta la sepultura algo que parecía un caldero de piedra, por el ruido de algo salpicando la piedra, asumió que estaba lleno de agua. Era más grande que ningún caldero que él hubiera utilizado nunca: era una especie de pila de piedra capaz de contener a un hombre adulto sentado.

 

Pronto brotaron llamas crepitantes de la parte baja del caldero, causando que el bulto de ropa se agitara con más insistencia. Y que la serpiente se alejó reptando, directamente en la oscuridad.

 

Lo que sea que se estuviera calentando en el caldero, tomó temperatura muy rápidamente, comenzando a borbotear y lanzar chispas. El vapor se alzaba, denso, borrando casi la silueta de Pettigrew, quien atendía el fuego, manteniéndolo vivo y fuerte. 

 

Nuevamente, de entre los retazos de tela, se escuchó la misma voz, fría y aguda, ordenar.

 

— ¡Apurate!

 

— ¡S-sí, por supuesto! ¡Ya está listo, amo!

 

Harry vio, como en cámara lenta, el proceso de la rata desenvolviendo la ropa, casi que parecía una túnica vieja, develando finalmente lo que encubria. Harry habría gritado del asco– del horror, si no estuviera amordazado. Tal como estaba, no tenía sentido gastarse.

 

Pero si sintió que no podía respirar.

 

Era muy feo. Fiero y viscoso, era casi anticlimático lo poco que podía decir, no le alcanzaban los adjetivos para describir, no había forma de decir. Nadie querría escuchar tampoco.

 

Allí, entre las verrugosas manos de Colagusano, había algo que tenía forma de un niño agachado, pero no sé parecía a un nene en lo absoluto. No tenía pelo, su piel era escamosa, como la de las serpientes áridas, y era de un rojizo oscuro, a carne viva. Sus extremidades eran como alambres, delgadas y débiles. Su cara, por Circe… Su cara era plana, con ojos rojos y brillantes. Perversos.

 

Ningún niño vivo, con carne y piel se vería así. Era casi un cadáver en descomposición. Y como tal, era incapaz de valerse por sí mismo. 

 

Fue, en brazos de Pettigrew, que llegó a este lugar, y así mismo se hizo para llegar al caldero, dónde las crepitantes llamas, azoradas, iluminaron el rostro plano y malvado. Escuchó el golpe sordo del frágil cuerpo caer contra el fondo del caldero. 

 

«Asqueroso renacuajo de sapo, ahogate en esa agua de cloaca hirviendo. Merlín, deja que se ahogue» pensó, cerrando los ojos, adolorido. La cicatriz escocia y palpitaba, como si lo estuvieran abriendo de adentro hacia afuera.

 

Cuando Pettigrew habló, parecía más que recitaba en plegaria, tembloroso y atemorizado. Si Harry pudiera sentir algo más que dolor y desprecio absoluto en ese momento, quizás hubiese encontrado al patético traidor como miserable. Quizás le daría lástima.

 

Quizás lo mataría. 

 

Pero le dolía mucho la cabeza para plantearse escenarios en ese momento.

 

— ¡Hueso del padre, otorgado sin saberlo, renovarás a tu vástago!

 

Harry vio, con horror, la sepultura bajo sus pies resquebrajarse, dejando que un fino hilo de polvo cayera encima del caldero. La superficie diamantina del agua se agitó, chisporroteante, volviéndose de un azul eléctrico de aspecto nocivo.

 

Colagusano se acercó a Harry, lloriqueando, pero con una daga plateada en mano. La hoja era larga y delgada.

 

Pero Pettigrew sonaba espantado, mientras los sollozos quebraban su voz al hablar.

 

El por qué de su llanto se le escapaba a Potter. 

 

¡Que no era estupido, por Merlín! Entendía lo que estaba haciendo– lo que estaba pasando. Voldemort estaba ahí, al borde de la vida, y esto era algo que claramente lo iba a salvar. Lo iba a devolver a lo que era.

 

Pettigrew no tenía ningún derecho a llorar, a lamentarse o sufrir. Él estaba ayudando, ¿No?

 

¿Por qué llorar, entonces?

 

— ¡Carne… del vasallo… que se ofreciere voluntariamente… revivirá a su señor!

 

Ah. Nada nuevo, solo la rata siendo un cobarde. 

 

Si no querías entregar nada, ¡No lo seguías, no lo ayudabas! ¡Era tan fácil como no defraudar… como traicionar a sus padres! 

 

Pero las ansias de poder, de prestigio, eran demasiado grandes. Demasiado tentadoras para alguien tan mediocre de pensamiento.

 

El grito que perforó el silencio de la noche atravesó a Harry como si su tímpano fuese apuñalado por la misma daga. Vio como la daga atravesaba la piel, el músculo, las venas y finalmente destrozaba el hueso, para repetir el proceso en inversa y finalmente separar la mano del cuerpo. 

 

Pettigrew siguió ahogándose de angustia, aún si se las arreglaba para lanzar el trozo de sí mismo al caldero. El ruido de salpicadura le dio asco, pero finalmente el azul cambió a un rojo ardiente, tan brillante que iluminaba todo a su alrededor. 

 

Los gemidos y sollozos de Pettigrew se acercaron, y Harry lo miró justo cuando llegaba justo delante de él. 

 

—Sa… sangre del enemigo… tomada por la fuerza… resucitarás al que odias.

 

Harry no pudo hacer nada para evitarlo mientras la temblorosa mano (la restante) presionaba la fina y fría punta de la daga por debajo del pliegue de su codo derecho. La punzada lacerante de la daga cortando su piel no lo hizo ni siquiera estremecerse, demasiado entumecido por el dolor en su cicatriz.

 

Colagusano, aún jadeante de dolor, rebuscó en el bolsillo de su túnica una redoma de cristal y la colocó bajo el corte que le había hecho a Harry. Junto apenas un dedo de sangre antes de tambalearse hasta el caldero, vertiendo el líquido en su interior.

 

La posición ahora era de un color blanco cegador. Tan brillante que lograba apagar sus alrededores, como si estuvieran rodeados por una negrura absoluta. Nada más que vacío a sus espaldas.

 

«Ojala se haya calcinado. O ahogado.» pensó «Que la inoperancia de Pettigrew haya arruinado esto también. Por Morgana, que haya salido mal…»

 

Claramente Morgana estaba ocupada haciendo otras cosas y no podía escuchar la voz de Harry, porque repentinamente las chispas del caldero, que antes saltaban como grillos, ahora ya no estaban. Se extinguieron y una enorme cantidad de vapor blanco surgió, formando nubes espesas que se esparcieron por todo el cementerio, desapareciendo en la espesa oscuridad.

 

El vapor lo envolvió todo, como niebla, ocultando a Pettigrew y Cedric de su vista.

 

«No había forma de que te ahogaras, ¿No, pedazo de mierda?  ¡Claro que no ibas a morir, no puedes! Eres tan irritante, por Merlín. Tan insistente…»

 

Desde el interior del caldero se levantó, muy lentamente, la silueta oscura de un hombre, alto y delgado como un esqueleto.

 

—Vísteme —ordenó, la misma voz fría y aguda, por entre el vapor. 

 

«Claro que sí, porque obviamente no podría ni saber hacer algo tan básico. Inútil verborrea de huevos. » 

 

Pettigrew alcanzó con dificultad la túnica negra del suelo, todavía sollozante, y se puso de pie, acercándose a su maestro, con la túnica arrastrándose por el piso. Se la colocó por encima de los hombros con dificultad, a causa de la poca movilidad motriz de su mano.

 

El hombre, casi diría el esqueleto, salió del caldero, y aunque no vio claramente su rostro, Harry sentía que lo estaban mirando fijamente.

 

El problema se solucionó a medida que se acercaba, dejando al descubierto un rostro nutrido de cada pesadilla que Harry llegó a tener a lo largo de los últimos tres años. Tan blanco como la sustancia viscosa en el caldero, con sus ojos rojos amoratado, y la nariz chata, aplastada como una serpiente.

 

Finalmente, Voldemort estaba de regreso.

 

— ࿐*:・゚

  

Los mortífagos se acercaron al hombre de rodillas, humillandose ante un lunático. Harry no los envidiaba, de hecho estaba bastante seguro de que debajo de esas máscaras no había más que idiotas corruptos y cobardes.

 

Le besaron la túnica (¡Por merlín! Pensó Harry, hastiado) y todos retrocedieron después, levantándose para formar un círculo y rodear así la tumba de Tom Ryddle padre.

 

Entonces Harry, Voldemort y Pettigrew, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro. Sin embargo no era un círculo perfecto, ni mucho menos completo. Dejaron huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente.

 

Voldemort, por otro lado, no estaba esperando a nadie más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aún sin viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo crujir las túnicas. Probablemente enmohecidas por estar guardadas tantos años.

 

—Bienvenidos, mortífagos —dijo Voldemort en voz baja—. Trece años... trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero siguen acudiendo a mi llamado como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así?

 

Harry parpadeó. La indiferencia subiendo como un hormigueo por todo su cuerpo. Realmente, realmente, no debería sentirse tan alejado de lo que estaba pasando como lo era. Estaba preocupado, pero a la vez no podía aterrarse como debería.

 

Había algo realmente mal con él, probablemente. Pero sus ojos todavía le mostraban el cuerpo muerto a unos metros suyo y se sentía entumecido, como aislado.

 

—Huelo la culpa —dijo Voldemort—. Hay hedor a culpa en el aire. Los veo a todos sanos y salvos, con todos sus poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?

 

Es tan inútil él como sus sirvientes. ¿Por qué se enoja? ¡Te mató un bebé! ¿Quién querría o podría seguir confiando en alguien así? Pensó Harry, exasperado. Me enferma saber que acá puede estar el padre de Draco. Su hijo es brillante, ¿Como pudo salir de alguien con tanta vocación de esclavo, alguien tan asombroso? 

 

Voldemort seguía balbuceando. Harry no estaba escuchando del todo, pero tenía una idea vaga del discurso ególatra y manipulador que estaba soltando, pero Harry estaba ocupado. 

 

Buscaba, entre los idiotas, algo– un indicio que le diga que era Lucius. Algo que le diera un margen para llegar al ministerio y encerrarlo lejos de Draco.

 

—¡Amo! —gritó alguien, Harry volvió de su búsqueda, mirando hacia el hombre sin nariz—. ¡Perdóname, señor! ¡Perdónanos a todos!

 

Voldemort rompió a reír. Levantó la varita.

 

—¡Crucio!

 

El mortífago que estaba en el suelo se retorció y gritó. Harry pensó que los aullidos llegarían a las casas vecinas, pero borró esa idea de inmediato. Incluso si realmente pudieran pasar por la obvia barrera de sonido, ¿A quién demonios le importa lo que pase en un cementerio?  En un día normal ya dan ganas de huir de estos sitios, probablemente si se involucraban los gritos a la ecuación nadie quisiera estar ni a una cuadra de distancia.

 

Voldemort levantó la varita. El mortífago torturado yacía en el suelo, jadeando.

 

—Levántate, Avery —dijo Voldemort con suavidad, Harry recordó vagamente al señor Dursley; solía hablarle así cuando tenían público y Harry hacía algo raro—. Levántate. ¿Ruegas por piedad, por clemencia? Yo no tengo clemencia. Yo no olvido. Son trece largos años los que me debes pagar, me debes mucho para que pueda perdonarte. Colagusano ya ha pagado parte de su deuda, ¿no es así, Colagusano?

 

¿Qué hacía Harry en medio de esto? ¿Por qué todavía no lo mataban?

 

—No volviste a mí por lealtad sino por miedo a tus antiguos amigos. Mereces el dolor, Colagusano. Lo sabes, ¿verdad?

 

—Sí, señor —gimió Colagusano—. Por favor, señor, por favor…

 

¿Su padre y Sirius fueron amigos de eso? Inentendible.

 

—Aun así, me ayudaste a recuperar mi cuerpo —dijo fríamente Voldemort, mirándolo sollozar en la hierba. Probablemente con asco—. Aunque eres inútil y traicionero, me ayudaste... y Lord Voldemort recompensa a los que lo ayudan.

 

Volvió a levantar la varita e hizo con ella una floritura en el aire. Harry se quería ir.

 

Un rayo que parecía plata líquida salió de ella, sin forma durante un momento, que no djró mucho, ya que adquirió luego la forma de una brillante mano humana, de color semejante a la luz de la luna, que descendió y se adhirió a la muñeca sangrante de Colagusano.

 

El miserable dejó de sollozar y retorcerse, y Harry realmente quería irse.

 

—Señor —susurró—. Señor... es hermosa... Gracias... mil gracias. —él avanzó de rodillas y besó el bajo de la túnica de Voldemort, prácticamente los pies descalzos y horribles.

 

Harry emitió un gorgojeo, asqueado.

 

—Que tu lealtad no vuelva a flaquear —advirtió Voldemort.

 

—No, mi señor... nunca.

 

Voldemort se acercó al hombre que estaba a la derecha de Pettigrew en el círculo maltrecho.

 

—Lucius, mi escurridizo amigo —susurró, deteniéndose ante é, en el cerebro de Harry sonó un ruidoso «¡Bingo!»—. Me han dicho que no has renunciado a los viejos modos, aunque ante el mundo presentas un rostro respetable. Tengo entendido que sigues dispuesto a tomar la iniciativa en una sesión de tortura de muggles. Sin embargo, nunca intentaste encontrarme, Lucius. Tu demostración en los Mundiales de quidditch estuvo bien, divertida, me atrevería a decir... pero ¿no hubieras hecho mejor en emplear tus energías en encontrar y ayudar a tu señor?

 

La sangre de Harry se heló brevemente. Casi podría escupir su corazón, por un pequeño instante creyó que Voldemort hablaría de Draco y de la tortura a la que era sometido.

 

—Señor, estuve en constante alerta —dijo con rapidez la voz de Malfoy, desde debajo de la capucha. Harry lo quería muerto—. Si hubiera visto cualquier señal, una pista sobre su paradero, habría acudido inmediatamente al lado de mí señor. Nada me lo habría impedido…

 

—Y aun así escapaste de la Marca Tenebrosa cuando un fiel mortífago la proyectó en el aire el verano pasado —lo interrumpió Voldemort con suavidad, y el señor Malfoy dejó bruscamente de hablar—. Sí, lo sé todo, Lucius. Me has decepcionado... Espero un servicio más leal en el futuro.

 

—Por supuesto, señor, por supuesto... Eres misericordioso, gracias.

 

—Claramente. —descartó, con sequedad—. Tu hijo va a ser un seguidor más digno, tengo entendido, ¿Ya has trabajado en ello, me imagino?

 

Harry tiene dos personas a las que quiere muertas. Y una acaba de regresar a respirar, pero mientras más rápido vuelva a pudrirse bajo tierra mejor para lo que le respecta al elegido.

 

—Perfectamente encaminado, mí señor.

 

Voldemort se movió entonces, pareciendo no tener más que decir, y se detuvo para mirar fijamente al hueco que separaba a Malfoy del siguiente hombre, ahí hubieran cabido bien dos personas.

 

—Aquí deberían encontrarse los Lestrange —dijo Voldemort en voz baja, su tono no emitía nada pero era  siniestro de raíz—. Pero están en Azkaban, sepultados en vida. Fueron fieles y prefirieron terminar en Azkaban a renunciar a mí... No importa, asaltaremos Azkaban y los Lestrange recibirán más honores de los que puedan imaginarse. 

 

Harry parpadeó una, dos, tres veces antes de recordar quién carajos era Lestrange. 

 

—Los dementores se unirán a nosotros, como es natural. Y llamaremos a los gigantes desterrados. Todos mis más devotos siervos volverán a mí, y un ejército de criaturas que todos temen.

 

Siguió su recorrido. Pasaba ante algunos mortífagos sin decir nada, pero se detenía ante otros y les hablaba, contando casi que con los dedos a quienes le serían de utilidad. 

 

¿Se habían olvidado que Harry estaba ahí, colgado contra una lápida? 

 

Quizás creía que no saldría de ese cementerio para contar lo que realmente se venía encima del mundo mágico.

 

—Y aquí —Voldemort llegó ante las dos figuras más grandes— tenemos a Crabbe. Esta vez lo harás mejor, ¿no, Crabbe? ¿Y tú, Goyle?

 

Harry se tensó por completo, ojos bien abiertos en la oscuridad de la noche, sin importar encegueserce por el brillo de la posion burbujeante del caldero. Ambos hombres se inclinaron torpemente. Potter se había olvidado de esta posibilidad, de las chances que había de que sus compañeros fueran puestos en posiciones arriesgadas.

 

Este era un duelo de lados. Nadie en el medio sobreviviría. 

 

O se enfrentaban a sus familias en la guerra, o contra sus amigos. Harry no creía que el tiempo para hablar de esto estuviera tan cerca.

 

—Sí, señor…

 

—Así será, señor…

 

—Te digo lo mismo que a ellos, Nott —dijo Voldemort en voz baja, desplazándose hasta una figura encorvada que estaba a la sombra del señor Goyle.

 

—Señor, me postro ante usted. Soy el más fiel servidor…

 

—Eso espero —repuso Voldemort.

 

Theo, Greg, Vincent…

 

Harry tenía náuseas nuevamente.

 

Llegó ante el hueco más grande de todos, y se quedó mirándolo con sus rojos ojos, inexpresivos, como si pudiera ver a los que faltaban.

 

—Y los últimos seis mortífagos... tres de ellos muertos en mi servicio. —una pausa, como si recordara vívidamente las pérdidas—. Otro, demasiado cobarde para venir, lo pagará. Otro que creo que me ha dejado para siempre... ha de pagar ese error con su vida, por supuesto. Y otro que sigue siendo mi vasallo más fiel, y que ya se ha reincorporado a mi servicio.

 

Los mortífagos se agitaron. Harry vio que se dirigían miradas unos a otros a través de las máscaras, pero la adrenalina por pensar en sus amigos siendo presionados a cosas impensables lo estaba sacudiendo todavía. Le costaba conectar los puntos.

 

—Ese fiel seguidor mío está en Hogwarts, y gracias a sus esfuerzos ha venido aquí esta noche nuestro joven amigo, mí más ilustre invitado...

 

Finalmente los ojos de todos se clavaban en Harry, y él no tuvo más que hacer que mirarlos a todos, uno por uno, a los ojos con las miradas vacías, reflejando la peor noche en el bosque más peligroso.

 

—Harry Potter tuvo la magnánima bondad de venir a mi fiesta de renacimiento. Él es mi invitado de honor. Una pieza clave para esto.

 

Se hizo el silencio. Luego, Lucius Malfoy habló desde debajo de la máscara, el viejo horrible. Harry lo odiaba.

 

—Amo, nosotros ansiamos saber... Le rogamos que nos diga... cómo ha podido lograr este… milagro... cómo ha logrado volver con nosotros, mí señor.

 

—Ah, ésa es una historia sorprendente, Lucius —contestó Voldemort—. Una historia que comienza y termina en el mismo lugar... con el joven amigo que tenemos aquí.

 

Se acercó a Harry con desgana, y ambos fueron entonces el centro de atención. La serpiente volvió, pero se mantuvo alejada de Harry, posada atrás de su amo, enroscada. 

 

—Como es natural, ustedes bien saben que a este muchacho le han adjudicado un enorme título, lo han llamado la caída del señor tenebroso. —relató, prácticamente, Voldemort con una voz suave, sus ojos rojos clavados como dagas en Harry; su cicatriz volvió a quemarse y sangrar, provocando un dolor lacerante que  –en cualquier otro momento– podría haberlo hecho llorar—. Es conocimiento popular que, la noche que perdí mis poderes y mí cuerpo, había querido matarlo. Su madre se sacrificó para salvarlo, y se convirtió en un escudo, uno que yo no había previsto. No pude tocarlo.

 

Voldemort levantó la mano, poniendo uno de sus largos dedos blancos muy cerca de la mejilla de Harry, pero sin tocarlo. Harry mantuvo el contacto visual con férrea voluntad, porque no quería ceder.

 

—Su madre dejó en él las huellas de su sacrificio... Esto es magia antigua; tendría que haberlo recordado, no me explico cómo lo pasé por alto... Pero no importa: ahora sí que puedo tocarlo.

 

Entonces te mato tu estupidez, ¿eso es lo que estoy escuchando? En mis libros, eso es aún peor que morir por una fuerza mayor a la tuya. Pensó Harry, sardónico, antes de sentir el contacto de la fría yema del dedo largo y blanco en su ardiente piel, y tuvo la sensación de que la cabeza le iba a estallar de dolor.

 

Voldemort rió suavemente en su oído; eso provocó una arcada real.

 

—Me equivoqué, amigos, lo admito. Mi maldición fue desviada por el loco sacrificio de la mujer y rebotó contra mí. Aaah... un dolor por encima de lo imaginable. Nada hubiera podido prepararme para soportarlo. —se lamentó, melodramático—. Mí alma fue arrancada y separada del cuerpo, quedé convertido en algo que era menos que un espíritu, incluso menos que el más sutil de los fantasmas... y, sin embargo, seguía vivo. ¿Lo que fui entonces? ni siquiera yo lo sé... Yo, que he ido más lejos que nadie en el camino hacia la inmortalidad. 

 

Harry estaba mareado, ni bien saliera de este lío vomitaria absolutamente todo, incluyendo su estómago y corazón.

 

—Ya conocen mí meta. Quiero conquistar la muerte, sobrepasarla por completo. Fui puesto a prueba, y resultó que alguno de  mis experimentos funcionó bien... porque no llegué a morir aunque la maldición debiera haberme matado. No obstante, quedé tan desprovisto de poder como la más débil criatura viva, y sin ningún recurso que me ayudara...

 

Harry ahora sí que no estaba escuchando, su mente oscilando del dolor al desvanecimiento por la fatiga que su cuerpo estaba sufriendo. La voz de Voldemort era como el zumbido molesto de un ventilador viejo con una de las aspas rotas: incordiante pero no era un impedimento.

 

Estaba cansado y adolorido, su mente patidifusa por el ardor incansable que pulsaba desde su cicatriz al resto de sus extremidades. Desorientado y con muchas ganas de vomitar.

 

Tanto es así que no se percató del movimiento brusco del señor tenebroso hasta que tuvo la punta de la varita frente a él.

 

¡Crucio!

 

Un dolor muy superior a cualquier otro que Harry hubiera sufrido nunca lo recorrió desde la punta de los dedos de sus pies hasta la coronilla.

 

Sus huesos ardieron, la cabeza parecía que se le iba a partir por la cicatriz, sus ojos rodaron a la parte posterior de su cabeza. Si pudiera gritar, lo haría.

 

Deseó que terminara, poder perder el conocimiento... quizás morir

 

Y Draco había vivido eso una y otra vez. Una y otra vez.

 

Y entonces Voldemort cesó. Harry quedó colgado, sin fuerzas, y no pudo hacer más que mirar aquellos ojos rojos a través de una especie de niebla. Probablemente eran lágrimas de dolor, o algo similar, su mente no estaba del todo a tono para pensar realmente en las causas de las cosas. Las carcajadas de los mortífagos retumbaron en el desolado cementerio.

 

—Creo que pueden ver lo ridículo que es pensar que este niño pudo llegar a ser, alguna vez, más fuerte que yo —se jactó, con voz aterciopelada, Voldemort—. No quiero que queden dudas en la mente de nadie. Harry Potter llegó a sobrevivir a mí por pura suerte. Única y exclusivamente. 

 

¿Y la segunda, la tercera vez? Se preguntó Harry, internamente, cansado del monólogo unipersonal que estaba presenciando. Que tenga que reafirmar tantas veces superioridad al resto simplemente destaca lo inferior que realmente se sentía.

 

— Ahora —puntuo—, les demostraré mi poder: matándolo frente a todos ustedes. Veremos qué hace sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él.

 

Harry lo detestaba muchísimo. El timbre de su voz empeoró su jaqueca.

 

Eso sumado al dolor de sus músculos por el crucero era un mensaje directo para terminar noqueado. No quería ni imaginar cómo hacía Draco para lidiar con esto…

 

Sus ojos se desviaron, entonces, hacia Lucius Malfoy lejos de Voldemort. El hombre lo estaba mirando, como quien disfruta de un espectáculo en un teatro, sus ojos los escudriñaban con rencor y asco.

 

Y Harry lo quería muerto para ayer.



—Le daré una oportunidad. —siguió Voldemort. Harry quería que se tragara la lengua para que, por fin, guardara silencio por más de un minuto de corrido—. Lucharemos, y así no quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. —se giró, casi teatral, hacia su vasallo—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

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